“En México hay un intento de caudillo”: entrevista con Carlos Manuel Álvarez

May 6 • Conexiones, destacamos, principales • 1209 Views • No hay comentarios en “En México hay un intento de caudillo”: entrevista con Carlos Manuel Álvarez

 

El escritor cubano, quien participó en el Movimiento San Isidro en 2020, desmonta al régimen socialista de la isla en su libro Los intrusos, obra que le valió el Premio Anagrama/UANL de Crónica

 

POR LEONARDO DOMÍNGUEZ 
En noviembre de 2020, un grupo conformado por músicos, profesoras de diseño, escritores, científicos y activistas descubrió que el régimen cubano no era infranqueable, o al menos había forma de hacerle frente desde el arte.

 

El Movimiento San Isidro, un colectivo que lleva el nombre de un barrio de una zona de escasos recursos en La Habana, fue el epicentro de unas protestas sin precedentes en la isla, tras el encarcelamiento arbitrario del rapero Denis Solís; alimentadas por el hartazgo político, la soberbia desmedida del Gobierno y el descaro de sus artífices.

 

El escritor y periodista Carlos Manuel Álvarez se adentró en las venas de este movimiento que desde su génesis invitaba a la desobediencia, a frenar la censura del país. A través de una mezcla entre crónica, reportaje y ensayo, en Los intrusos retrata la vida de estas personas que luchan por el reconocimiento de los espacios culturales independientes.

 

Álvarez (Matanzas, 1989) se asoma a las fisuras que ha causado estas revueltas, que quizá las autoridades cubanas puedan calificar como una pequeña grieta en la estructura, pero que también son una señal inequívoca de un futuro derrumbamiento. Por esta obra fue galardonado con el Premio Anagrama/UANL de Crónica Sergio González Rodríguez.

 

Si Cuba fuese un cuerpo humano, ¿cuál sería su estado de salud?

 

Estaría en un estado grave, pero, sobre todo, rígido. Un tipo de enfermedad que te paraliza, en la que su organismo funciona al revés y en lugar de defenderlo lo deja sin protección. De alguna manera seguimos atrapados tanto por el plano reivindicativo como por las estructuras de poder. No lo digo de forma peyorativa, pero parece que seguimos viviendo en el siglo XIX, una época que es fundamental para entender las claves que formaron la conciencia americana y entender cómo avanzar.

 

¿En qué caldo de cultivo brota el Movimiento San Isidro?

 

Lo que hace trascender al Movimiento San Isidro es que no muerde el anzuelo de pelear por lo que se supone es su feudo particular, sino que entiende que detrás de la censura o de la política cultural sumamente restrictiva se encuentran una sociedad profundamente desigual y que sigue siendo profundamente racista, que no logró eliminar todos aquellos flagelos que la revolución castrista estaba encomendada a suprimir. Se convierte en un movimiento que es transversal a todo el país, primero por su composición heterogénea; segundo, no se desconecta de la sensibilidad popular de la cual emerge, es decir, son artistas que en ningún momento intentan asumirse como parte de una élite. San Isidro se ubica como una vanguardia social y en ese magma, donde las categorías no son muy claras, es donde se va generando esa estética subversiva para plantarle cara al poder político.

 

Me parece que esta sensibilidad popular que comentas también se hace presente en Los intrusos con la polifonía de relatos que propones, no sólo es tú visión de las protestas sino la del grupo…

 

Hay una mezcla de registros. El libro se mueve entre testimonios, crónica y ensayo. Me parecía que la única manera para que mi relato alcanzara una suerte de consistencia era a partir del compendio biográfico de los protagonistas, si no, podía convertirse en un texto extractivista: en el cual sólo me aprovechara de experiencias que no me pertenecen, como si me trepara encima de cuerpos ajenos. Por ello, era muy importante que el registro del texto fuese coral y quedara muy marcado el entrecruzamiento de voces, donde la mía es una más.

 

Hay un amplío debate sobre la postura entre los artistas y la política, ¿los creadores deben asumir un papel activo en la política de su país?

 

En cualquier sociedad el artista es un animal político, los grados de ejercerla son muy variados. A esta altura inspira un poco de ternura la candidez, o quizá la maldad, del artista que cree estar fuera del escenario político sólo porque calla.

 

En el libro comentas que “la disidencia no es más que el proceso de desaprender”. ¿Cómo desapegarse del miedo cuando en un régimen como el cubano es algo con lo que se vive día a día?

 

Es un proceso largo, tanto intelectual como sentimental. Cuando uno hace el proceso de desautomatización intelectual, uno empieza a revocar aquellos conceptos que se han establecido como doctrina y que han configurado tu pensamiento. Pero la opresión de la doctrina tiene muchas caras y una de ellas es el afecto, en un punto debes ser capaz de romper hasta con tu familia: con tu padre comunista, con tu centro de trabajo, con tu círculo social y, en última instancia, con el poder. En Cuba es común que los niños quieran a Fidel Castro, sobre todo cuando estaba vivo. La tarea más difícil es romper con ese apego emocional, porque el totalitarismo, en términos de evidencia, no se sostiene, se mantiene por el tipo de chantaje emocional que logra establecer. De hecho, el ejercicio de la simulación viene cuando uno desaprende intelectualmente y no se atreve a romper sentimentalmente, quedas atrapado en una especie de limbo donde no has hecho la tarea completa, donde tus conclusiones racionales te llevan a entender que estás viviendo una simulación, una mentira, que estás rodeado de propaganda, pero sigues obligado a fingir. En Los intrusos intento hacerme cargo de esto, reviso mi familia, la familia de los otros compañeros del movimiento, el lugar que ocupamos y cómo ocurre esa ruptura.

 

Cuando rompes con tantas cosas a la vez, a nivel familiar y social, ¿cómo logras no terminar fragmentado contigo mismo?

 

Ese desmembramiento que, en efecto, puede traer tu fragmentación, se empieza a componer cuando reconoces que hay otras personas que paralelamente están en el ejercicio de romper con esos afectos envenenados. Eso es lo que posibilita el Movimiento San Isidro, es la comunión de cierta gente que está ejerciendo un proceso de disidencia individual con su entorno particular. Nunca estuve solo, corrí el riesgo de quedarme solo y tuve miedo, pero mire al lado y vi que había personas viviendo esta misma lucha, fue un alivio; de ahí surge nuestra manifestación política.

 

Comentas que los regímenes tienen muchas caras, una es el afecto. Quizá, otra es el lenguaje como herramienta para etiquetar y castigar…

 

Hay una lucha constante por las palabras, primero por no nombrar las cosas como las nombran ellos, pero eso sólo tiene un sentido reactivo también hay que proponer algo. Lamentablemente esto sucede en muchas disidencias de los totalitarismos de Occidente, sólo nos quedamos en el lugar del rechazo y no es suficiente. El totalitarismo se empieza a desmontar cuando hacemos propuestas para sustituir esos lugares dominados por la neolengua. En el totalitarismo, el lenguaje empieza por performar la realidad y termina suplantandola independientemente de los hechos. Se hace un caldo de esa peligrosísima frase de Nietzsche, donde dice que “no hay hechos, sólo interpretaciones”.

 

En Los intrusos da la impresión de que nada ha cambiado en Cuba desde la muerte de Fidel Castro en 2016. ¿Es una lectura correcta?

 

No. La muerte política de Castro ocurre 10 años antes, se convirtió en un viejo entrometido que de vez en cuando volvía a hablar con la prensa para decir cosas cada vez más delirantes, pero que de repente tenía un estatus sagrado. Pero la muerte física de Fidel nos libera un peso, saca un lastre, lo expulsa de esa sombra permanente que acechaba al poder y a quienes lo componen. Su muerte fue benéfica para el país porque es la evidencia más incontrastable de que habitábamos un delirio. Estamos hablando de alguien que, como todos los megalómanos estalinistas, poco antes de dejar el poder político declaró en la Constitución que el socialismo era irrevocable. Fidel fue alguien capaz de fusilarte por intentar robar una lancha para escapar a la Florida; como todo tirano, inspiraba temor. Hay un alivio en la conciencia del pueblo cubano de saber que Fidel Castro ya no está, porque lo que queda son unos burócratas de tercer orden que incluso son hasta cobardes para el terror, que tienen a Cuba en un estado de pánico, pero es el estado de pánico de sujetos sin carácter. Algo muy distinto al pánico que desata un tirano.

 

El delirio acabó, pero la pesadilla continúa… Recientemente oficializaron la reelección de Miguel Díaz-Canel.

 

El sueño continúa aún con la muerte de quien lo sueña. Las ideas duran más que los hombres. Creo que el futuro de Cuba aún está hipotecado, no se sale fácilmente de una mala gestión histórica y humana de la magnitud que fue el castrismo. El pueblo todavía tiene que pagar un saldo de ciertas secuelas que quedan, y en última instancia también lo pagan los burócratas que son víctimas de la ideología que profesan.

 

Respetando las dimensiones, ¿identificas señales de que en México estamos virando hacia un régimen totalitarista?

 

No. Es un político nacionalista, megalómano, un intento de caudillo muy clavado a la izquierda ortodoxa de América Latina del siglo XX, que tiene tendencias que nos recuerdan a sus ídolos políticos de la región, entre ellos Fidel Castro, pero está muy lejos en condiciones y en estatura de que se convierta en un régimen totalitario. Andrés Manuel López Obrador va a cumplir sus seis años y se va a ir, mientras que el problema de México es algo más profundo y terrible que la gestión de AMLO, en especial por no atacar verdaderamente, o quizá ser cómplice, de las estructuras de corrupción.

 

Cada vez que en América Latina sale un político que se reconoce de izquierda, en un espectro bastante promiscuo y amplío que puede ir desde Boric en Chile, Petro en Colombia o Pedro Castillo en Perú, la prensa neoliberal activa el fantasma del castrochavismo. Me parece que ahí hay una trampa tremenda, una suerte de distracción y de temor a algo ajeno para seguir perpetuando el orden profundamente injusto de cada uno de estos países. El lenguaje punitivo que usan para desacreditar cualquier crítica que venga de la sociedad civil es la misma, esas luchas antagónicas no quedan más que en un gesto retórico y no hay una voluntad política real de proponer un cambio. Veo cómo se usa la causa cubana, venezolana y nicaragüense como comodines de las políticas internas. Me molesta mucho que la gravedad que se vive en estos países sean utilizadas de manera demagógica.

 

¿Cómo generar un balance entre la demagogia y la crítica? También es importante señalar cuando las cosas no van por el camino correcto.

 

Hay que acudir al lenguaje, hay que nombrar. ¿Qué hay detrás de todas estas etiquetas? Son casi marcas publicitarias, son generadas por una prensa que tiene intereses muy puntuales, económicos y políticos. Hay una ligereza a la hora de nombrar. Es difícil, pero es ineludible para la región encontrar un nuevo lenguaje para nombrar estos fenómenos. Yo no soy ni remotamente simpatizante de López Obrador, me repugna su atadura sentimental a Cuba sin conocer lo que verdaderamente representa vivir en un régimen. Me molesta la desfachatez con la que suele hablar de cosas de las que no tiene la menor idea. Alguien que habla tanto sólo le espera la equivocación. Pero de ahí a creer que México está cerca de convertirse en Cuba hay una gran diferencia; lo que provoca es atrincherar a los defensores de la 4T porque eso está muy lejos de pasar, y esto desvía la mirada de lo que verdaderamente está podrido en esta gestión de gobierno. Justo este es el tipo de crítica para la que están preparados, ese juego les interesa, es una crítica predecible, que parece que la estás diciendo tú pero es el poder quien la está poniendo en tu boca; hace falta cuestionar al poder de una manera distinta.

 

¿Qué terminó materializando el Movimiento San Isidro?

 

Ha pagado un precio alto, ahora todos están en el exilio o en la cárcel. Hubo un cambio en la conciencia política del pueblo cubano, hay un consenso de que eso sucedió. Esta explosión forma parte de una cadena de oposición, San Isidro no surgió de cero. Hubo protestas a lo largo y ancho de Cuba, son las primeras manifestaciones de esa magnitud que ha habido en contra del castrismo; si bien fueron escarmentadas, es decir, se saldó el episodio con una tremenda ola de represión que todavía cuenta con más de mil presos políticos; sin embargo, ya no tienen a una población completamente amaestrada. Se logró inocular contra un miedo al poder del que los burócratas ya no se podrán zafar.

 

El jurado del Premio Anagrama de Crónica estuvo compuesto por figuras como Leila Guerrero, Martin Caparrós y Juan Villoro. ¿Cuando estudiabas periodismo llegaste a imaginar algo así?

 

Hay una enorme satisfacción secreta, son maestros que uno va mezclando para encontrar su propia voz. No se dice lo suficiente, pero son cronistas que no intentan imitar una voz externa sino que encuentran la voz de la crónica dentro de la lengua; lo digo porque es muy corriente encontrar con esas crónicas que parecen casi una copia del reportaje gringo, mientras que ellos encuentran una voz particular: la voz del castellano y la voz de América Latina.

 

FOTO: Carlos Manuel Álvarez critica los excesos del régimen cubano a través de la crónica. Crédito de imagen: Germán Espinosa /El Universal

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