El tropiezo de un joven maestro

Dic 13 • Lecturas • 3492 Views • No hay comentarios en El tropiezo de un joven maestro

 

POR  JAVIER MUNGUÍA

 

Si tanto les gustan a los jóvenes y si, para colmo, sus libros se adaptan con éxito al cine, deben de ser muy malos: he aquí el prejuicio con que se ataca sin conocerlos a autores como John Green, Suzanne Collins, J. K. Rowling. La idea no es solo antipática y corta de miras: quienes la ostentan parecen sentirse orgullosos de ella, como si les diera cierto estatus por encima de la masa impresionable e inculta. Por lo visto, entender que la calidad literaria, de definición siempre esquiva, no es inversamente proporcional al número de ventas no es tarea sencilla. No lo es tampoco tener claro que juventud no es sinónimo de fatuidad.

 

Si bien es autor de cuatro novelas en solitario, dos en colaboración y algunos relatos aparecidos en antologías, la fama de John Green (Indianápolis, 1977) está sustentada sobre todo en Bajo la misma estrella (2012), su novela más reciente. La primera editorial en español en apostar por Green fue la mexicana Castillo, quien en 2006 publicó la traducción de Buscando a Alaska, su obra debut, aparecida en inglés un año antes. A partir de 2012, ha sido el grupo editorial Penguin Random House, a través de su sello Nube de Tinta, el encargado de presentar al público hispanoparlante sus libros: ese mismo año, Bajo la misma estrella; y en este 2014, Ciudades de papel, El teorema Katherine y Buscando a Alaska.

 

De estos cuatro libros, no conozco El teorema Katherine, próximo a llegar a México. Los otros tres son narraciones protagonizadas por jóvenes en el proceso de vivir experiencias rudas y cruciales que los conducirán a un estadio de cierta o pretendida madurez. Novelas de iniciación, vamos. La más celebrada es también la mejor: en Bajo la misma estrella, los dos personajes principales padecen cáncer. Green aborda la enfermedad no desde la compasión y la condescendencia, sino desde el humor negro aderezado con un amor adolescente que no sucumbe de más a la tentación de cursilería. A la luz de Ciudades de papel, segunda novela del autor, Buscando a Alaska luce como una primera versión, mejor lograda, de una historia similar: el narrador, un joven preparatoriano, se enamora de una chica rebelde, fuera de lo ordinario, que lo fascina pero que le está vedada por tener novio.

 

En ambas novelas, la joven musa está planteada como un misterio que es el motor de la historia. La diferencia esencial es que en Buscando a Alaska, pese a algunos pasajes de exasperante lentitud, la fascinación del narrador protagonista es persuasiva. Alaska es una interrogación que se va despejando, aunque siempre entre sombras, conforme avanza el libro, y las conclusiones de la novela no son fáciles ni predecibles. No se puede decir lo mismo de Ciudades de papel. En esta su tercera novela, John Green parece haber deseado hacer una autocrítica respecto de la primera: si en Buscando a Alaska hay cierto grado de idealización romántica que no se cuestiona por parte del narrador protagonista, en Ciudades de papel la crítica a dicha idealización se coloca en un primer plano. La advertencia no es poco significativa, pero su ejecución es, por decir lo menos, muy torpe.

 

Ciudades de papel gira en torno a la investigación casera que hace su narrador protagonista, Quentin Jacobsen, para encontrar a la desaparecida Margo Roth Spiegelman, de quien ha estado enamorado desde la niñez. Margo parece haber dejado a Quentin pistas para que descubra su paradero. Entre el deseo de rescatarla y el temor de ser testigo de un destino aciago, Quentin emprende su búsqueda auxiliado por un par de amigos.

 

El título del libro no sólo alude a esas ciudades imaginarias que únicamente tienen existencia en los mapas, “pseudovisiones”, sino a cómo ve Margo su entorno: superficial, efímero, envenenado por el deber ser y falto de autenticidad y espontaneidad; de ahí que decida huir. Se entiende que el narrador en cierta medida comparta las impresiones de la muchacha. Sin embargo, el acartonamiento de ese entorno es excesivo para ser verosímil, más propio de una comedia romántica estadounidense que de una novela con ambiciones. Un entorno en el que, por ejemplo, los populares no se mezclan con los nerds y en el que un joven puede perder toda oportunidad de salir con una condiscípula por un rumor idiota que alguien echó a rodar. Un entorno de utilería al que se le ve demasiado el cartón sin ser esa la intención del libro.

 

Tampoco el arrobamiento de Quentin por Margo es muy convincente. Hay una sospechosa unanimidad en los personajes al juzgar “geniales” las travesuras de chiquilla mimada de Margo: no sólo sus compañeros de escuela y su máximo admirador, sino incluso un policía que apenas tiene noticia de ella. Si se larga cada cierto tiempo de su casa sin avisar a sus padres, no es desconsideración, de ningún modo, sino hartazgo y muestra de independencia. El que se le ocurra meterse de contrabando al Sea World y exponerse a la mordida de una serpiente no es signo de inmadurez, no, sino una inventiva admirable. Por no comprenderla, por no ser los padres que ella necesita (porque todo debe girar en torno a ella, claro), sus progenitores son llamados “pendejos”, adjetivo ampliamente aprobado por varios personajes, pese a que Margo está mucho más cerca de la adultez que de la niñez.

 

Mientras que Buscando a Alaska es una indagación en los encontronazos que se dan los jóvenes contra la realidad por su inexperiencia, Ciudades de papel ofrece una visión complaciente de los desatinos de la juventud. Cuando el mismo Quentin cuestiona la superficialidad de su medio, sin ser él mismo consciente de su propia frivolidad, el autor pone la moraleja en boca de uno de sus amigos, Radar: lo que ocurre con Quentin es que no acepta a las personas tal como son. Así, toda posibilidad de que el narrador protagonista despierte de su marasmo queda cancelada.

 

El final del libro trata de ofrecer al lector una epifanía: la Margo que Quentin concebía sin conocer no es la misma Margo de carne y hueso con la que termina por encontrarse. Tal “epifanía” pudo ser gritada por el lector menos avispado a poco de empezar la historia. De hecho, la novela se vuelve un tanto exasperante justo por la disposición de Quentin de hacer a un lado su vida para dedicarse a la búsqueda de Margo de tiempo completo y de pedirle lo mismo a sus amigos, sin que entendamos bien a bien qué razones de peso lo motivan a ello. Para colmo, las pistas que Margo deja son rebuscadas a más no poder, lo que termina por darle el tiro de gracia a la credibilidad del libro. Esto, sin contar los muchos puntos muertos de una novela cercana a las 400 páginas cuyo argumento se habría podido desarrollar mejor en 200.

 

Ciudades de papel constituye un tropiezo en la interesante bibliografía de John Green, pero tomando en cuenta que su siguiente novela en solitario fue la excelente y bien ponderada Bajo la misma estrella, tal vez sea buena idea darle oportunidad a El teorema Katherine y a sus próximos libros.

 

John Green, Ciudades de papel, traducción de Noemí Sobregués, Nube de Tinta, México, 2014, 368 pp.

 

* Fotografía: Ciudades de papel es un tropiezo en la bibliografía de John Green / Especial

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