En la cancha del mundo árabe: una crónica sobre Qatar

Nov 19 • Conexiones, destacamos, principales • 1966 Views • No hay comentarios en En la cancha del mundo árabe: una crónica sobre Qatar

 

El emirato ubicado en una pequeña península del Golfo Pérsico y que es sede del Mundial de Futbol, abre sus puertas al mundo y busca posicionarse como referente cultural. La creación de museos y demás infraestructura es una apuesta a una modernización que se ha construido a un alto costo humano; éste es un episodio más en la larga historia esclavista del país

 

POR JULIO AGUILAR
Qatar es la península de una península con el Golfo Pérsico al frente y el inmenso y tórrido desierto de Arabia Saudita a sus espaldas. No hay montañas, no hay casi viento en esta época del año y en las calles de Doha, la capital del emirato, casi no hay personas caminando. Son los días finales de octubre, son las 14 horas y los 35 grados de temperatura caen a plomo, como cera caliente, sobre el cuero cabelludo.

 

En el día, la vida en Qatar se vive en interiores; en las tardes y noches, por fin aparece la actividad en las calles y se puede conocer a la población qatarí, un potaje étnico y social que vive la vida a fuego lento bajo una humedad sofocante.

 

En este país habitan cerca de 3 millones de personas y Doha es la ciudad que concentra a la inmensa mayoría de sus habitantes; lo demás es el desierto deshabitado. De la población total, apenas el 20 por ciento son ciudadanos del emirato; el resto, inmigrantes de todo el mundo y visitantes. Todos viven y conviven en un país que, además de tener uno de los ingresos per cápita más altos del mundo, también presume de ser una de las naciones más tranquilas y seguras del planeta. Esa paz y tranquilidad está destinada a pasar la prueba del ácido con la invasión de más de un millón y medio de fanáticos del Mundial de Futbol, según los organizadores del torneo.

 

Visión aérea de Qatar. Cortesía Qatar Museums

 

Qatar es la primera sede de la Copa del Mundo en Medio Oriente, después de ver frustrada su aspiración para organizar unos Juegos Olímpicos. A pesar de las graves acusaciones contra la FIFA por recibir sobornos, el emirato retuvo su designación como sede y niega el fraude desde que surgieron señalamientos en una investigación en Estados Unidos que no ha terminado de aclarar las cosas.

 

El compromiso ha sido muy grande y llevan más de una década trabajando en ello. Lo que hacen, lo que dicen y lo que gastan no deja lugar a dudas: quieren que sea el momento en que la comunidad internacional los reconozca formalmente como la nación más desarrollada del mundo árabe. Quien no sepa en el mundo de la existencia de este país con las dimensiones del estado de Querétaro o de la isla de Jamaica, sabrá que existe, y los qataríes quieren aprovechar esto para mostrar su nación peninsular como si fuera una preciosa joya: la perla del Golfo Pérsico.

 

Primera división del mundo del arte

 

Qatar Museums, la agencia gubernamental que coordina las ambiciosas acciones culturales del emirato, ha organizado una visita para medios internacionales con la intención de presentar la nueva infraestructura cultural y los megaproyectos en marcha que serán concluidos en los próximos años.

 

Es una semana intensa, con tours por los nuevos o reformados grandes museos en Doha, como el Museo Nacional o el Museo de Arte Islámico; visitas a las zonas arqueológicas y a instalaciones de arte público en el desierto y recorridos por el circuito de espacios que impulsan el arte contemporáneo emergente, con muestras de artistas africanos, de Medio Oriente y algunos occidentales. Son ventanas reveladoras al quehacer artístico actual realizado por jóvenes creadores palestinos, kuwaitíes, qataríes, que están tan conectados con sus milenarias tradiciones culturales como con las búsquedas del arte contemporáneo de sus colegas en cualquier capital occidental, aunque las curadurías marcan ciertas limitaciones temáticas: por ejemplo, nada de arte politizado sobre asuntos locales o regionales (con algunas excepciones, como las denuncias contra Israel y sus abusos hacia la población palestina o las críticas al colonialismo occidental del pasado y del presente), y ninguna alusión erótica de cualquier tipo. Nadie lo advierte, pero es evidente.

 

Entrada al Museo de Arte Islámico. Foto: Julio Aguilar

 

Qatar Museums es el brazo que está construyendo el patrimonio cultural del país y que estructura proyectos para desarrollar un sector que pueda generar una economía cultural redituable, además de sumar a la marca del país y ayudar a limpiar y pulir la mala prensa mundial sobre los derechos humanos en el emirato, echando mano de relaciones públicas, cooperación internacional, fomento al arte y la cultura y, lo más importante, miles de millones de dólares.

 

Al-Mayassa bint Hamad bin Khalifa al Thani es la cabeza de Qatar Museums. Es la hermana del emir de Qatar y también una de las mujeres más influyentes en el mundo del arte internacional, según publicaciones especializadas como ArtReview. Se calcula que anualmente dispone de mil millones de dólares de presupuesto para mantener e incrementar esa influencia que ya lleva una década.

 

La jequesa Al-Mayassa, a sus 39 años, es la presidenta de Qatar Museums, del Instituto de Cine de Doha, de la organización filantrópica Reach out of Asia, entre muchos otros cargos ejecutivos, incluso en instituciones extranjeras como el Museo de Arte Contemporáneo de los Ángeles o el Museo Guggenheim, en donde es parte del Consejo de Colecciones.

 

En estos días previos al Mundial de Futbol, la jequesa y su equipo internacional de colaboradores han logrado reunir en Doha a numerosas celebridades para participar en conversatorios, inauguraciones y presentaciones. Los artistas visuales Ernesto Neto y Olafur Eliasson, el arquitecto Pritzker Alejandro Aravena y la modelo y ahora también promotora cultural Naomi Campbell son parte del nutrido desfile de talentos y celebridades.

 

Junto con Al-Mayassa, varias mujeres más de la familia Al Thani son parte del poderoso equipo directivo de varias instituciones o programas culturales del país en donde además hay muchas mujeres trabajando. Las mujeres de la dinastía gobernante en esta monarquía absoluta parece que tienen su campo de desarrollo en la cultura, la filantropía y la educación. Son pioneras en un empoderamiento que les ha permitido formarse en universidades de Estados Unidos y Reino Unido fundamentalmente, y volver a su entorno sin tener el rol tradicional que tuvieron sus antepasadas.

 

Interior del Museo de Arte Islámico. Foto: Cortesía Qatar Museums

 

En la escala del conservadurismo social de Medio Oriente, las Al Thani están a una distancia considerable de sus semejantes entre la élite de Arabia Saudita, por ejemplo. Quizá se conviertan en modelos a seguir para las jóvenes ciudadanas qataríes que acuden cada vez más a estudiar carreras universitarias en la Education City, un gran campus donde seis universidades estadounidenses tienen sucursales.

 

Entre las ajetreadas actividades de estos días, Al-Mayassa ha aceptado sumarse a una discusión con el artista plástico danés Olafur Eliasson para presentar una espectacular instalación de arte público en medio del desierto al norte de Qatar. La moderadora, Roslyn Sulcas, periodista del New York Times, de pronto cuestiona a la jequesa sobre las críticas por el alto impacto ecológico que representa construir en el desierto edificios monumentales, como los estadios del Mundial de Futbol.

 

“¡Adoro a los periodistas del New York Times, siempre hay un doble estándar cuando se trata del mundo árabe…! (…) Creo que los costos de la construcción en cualquier parte del mundo no son exclusivamente en Qatar, no son exclusivamente en el desierto, en cualquier parte que vaya a haber una construcción habrá una situación medioambiental”, responde la jequesa, perdiendo un poco su aire apacible y mostrando una actitud a la defensiva, algo frecuente en el gobierno de Qatar cuando se le cuestiona sobre algún asunto polémico: sí, aquí pasa eso, pero también en otras partes del mundo, dicen como respuesta.

 

Un país creado por esclavos

 

Las violaciones a los derechos humanos ha sido uno de los grandes reproches contra este país y por estos días las críticas se han hecho más virulentas. En tiempos de la cultura de la cancelación, desde Occidente celebridades mundiales como Dua Lipa, Rod Steward y Shakira aclaran que no participarán en los espectáculos del Mundial y algunos hacen declaraciones críticas sobre la falta de garantías de derechos humanos en el emirato.

 

La falta de equidad de género para las mujeres, la discriminación a la comunidad LGBT y la explotación laboral de los trabajadores inmigrantes son los asuntos más espinosos, pero este último es el que más polvo levanta en el desierto.

 

En 2021, el periódico británico The Guardian documentó en una investigación que alrededor de 6 mil 500 trabajadores de la India, Nepal, Blangladesh y Sri Lanka, muchos de ellos jóvenes y sanos, han fallecido a lo largo de 10 años en la construcción de la infraestructura para el Mundial o en situaciones relacionadas con esto, como infartos después de trabajar a 50º de temperatura.

 

Los rostros detrás de la grandeza de Qatar. Foto: AP Photo/Nariman El-Mofty

 

 

La explotación laboral que raya en el trabajo esclavo ha sido ampliamente documentada por otros medios internacionales, sobre todo británicos y estadounidenses, pero en una monarquía absoluta donde están prohibidas las manifestaciones y los sindicatos, y la transparencia no es una obligación del gobierno, ha sido muy difícil confirmar las causas de muchas de esas muertes con autopsias en investigaciones independientes que tengan acceso a todas las evidencias disponibles. El gobierno de Qatar no niega la cifra de muertos en ese lapso, pero se aferra a argumentar causas naturales y accidentes no necesariamente laborales que, sumado a que se ha contratado a más de un millón de trabajadores extranjeros durante 10 años, pues claro, las cifras de muertes son esas 6 mil 500 o quizá más…

 

Cuando el Mundial arranque este 20 de noviembre, la mayor parte de los trabajadores que aún se parten el lomo aquí habrán desaparecido del paisaje de Doha, junto con las obras de última hora que hoy, tres semanas antes de la inauguración, aún pueden verse en muchas zonas de la capital. Mientras tanto ahí están, semicalcinados bajo el sol de 35º grados, aporreando piedras.

 

“Y esto no es nada, hace uno o dos años era imposible caminar por varias partes de la ciudad, pero es increíble cómo trabajan. En sólo unos días levantan toda una obra”, cuenta un expatriado latinoamericano, señalando un conjunto de sólidos edificios de tres o cuatros pisos casi concluido que, jura, no estaban ahí apenas hace cuatro semanas.

 

El trabajo esclavo no es una novedad en Qatar, de hecho que no lo haya es más bien lo anómalo en la historia del emirato. Tan relevante es el tema para la economía, la historia y la sociedad del país, que incluso han creado un museo que documenta cómo ha sido la historia de la esclavitud hasta que fue abolida legalmente apenas en 1952.

 

La Bin Jelmood House es un memorial que hace un homenaje a esa esclavitud que ha sido parte de la historia de Qatar, del Golfo Pérsico y de muchas otras sociedades en el mundo. La presencia de esclavos aquí es muy antigua pero la última gran oleada fue a principios del siglo XX, cuando mucha gente fue traída a la península con engaños o a la fuerza para trabajar en la pesca de perlas naturales. Se les obligaba a bucear durante largas jornadas para extraer esas joyas que fueron el motor de la economía qatarí antes del descubrimiento de los yacimientos de petróleo y gas.

 

Un trabajador migrante da mantenimiento al monumento dedicado a los recolectores de perlas. Foto: Nariman El-Mofty/ AP

 

La crisis mundial de 1929 derrumbó la demanda de perlas y los esclavos tuvieron que ser liberados. Muchos de ellos no volvieron a sus lugares de origen y en los años 30 se decretó la ciudadanía para todos los residentes, así que una parte de los ciudadanos qataríes que gozan hoy de la muy codiciada y exclusiva ciudadanía, son descendientes de esos esclavos libertos no tan antiguos.

 

“La historia en Qatar comienza con la esclavitud pero termina con la libertad y la prosperidad compartidas”, dice una de las reflexiones escritas en la Bin Jelmood House, exaltando esa reconciliación que reunió en una población selecta tanto a los explotadores como a los libertos cuyos descendientes hoy gozan de un PIB per cápita envidiable, entre los 15 más altos del mundo, gracias a la explotación de gas, petróleo y, por lo visto, pueblos asiáticos desfavorecidos.

 

Los ciudadanos qataríes rondan el 20 por ciento de los casi 3 millones residentes y tienen muchos privilegios: no pagan impuestos ni luz ni agua; son los únicos que pueden comprar propiedades en tierra firme y sólo ellos pueden heredar la ciudadanía a sus hijos.

 

Son una especie de casta a la que le gusta distinguirse del resto de la población, usando sus finas ropas tradicionales, muchas veces impregnadas con perfumes penetrantes. A metros de distancia, se puede adivinar la presencia de ciudadanos qataríes con sólo alzar la nariz.

 

Tantos privilegios y tanta riqueza no compartida con los nuevos trabajadores extranjeros explotados en el emirato es uno de los puntos que más enoja a sus críticos. Pero los qataríes no asumen su culpa y traspasan responsabilidades a las empresas que contratan en el extranjero la mano de obra, la trasladan al emirato con falsas promesas laborales, reclaman créditos impagables, requisan pasaportes y maltratan incluso físicamente a los trabajadores visitantes.

 

Aspecto de la instalación Sombras que viajan sobre el mar del día, del artista Olafur Eliasson, en el desierto. Foto: Julio Aguilar 

 

En su museo de la esclavitud sorprendentemente se habla de esto, en la sección sobre las “formas modernas de explotación humana”. Se reconoce la existencia de esclavitud moderna en el emirato a través de la kafala, un sistema prohibido en el país apenas hace algunos años que consiste en que el patrón debe hacerse responsable de la presencia del trabajador extranjero en el país, lo cual se presta a abusos que incluso llegan al secuestro del inmigrante que a veces trabaja sin cobrar y sin poder pedir ayuda para huir de Qatar. Hay evidencias de que la kafala se mantiene aunque oficialmente ya no exista.

 

¿Referirse abiertamente a la kafala en el museo de la esclavitud de Qatar es una muestra ejemplar de autocrítica por parte del emirato? ¿Es una respuesta que da esperanza de cambio a sus críticos sobre todo estadounidenses y europeos? Por cierto, exactamente junto a la información sobre la kafala, el museo también exhibe imágenes de granjas de trabajadores migrantes en Gran Bretaña, y la foto de un migrante indocumentado en el campo de alguna parte de los Estados Unidos; seguramente es un trabajador mexicano o centroamericano.

 

Viendo todo ese contexto, creo que no hay autocrítica ni arrepentimiento, sino una respuesta en el tono de la jequesa Al-Mayassa cuestionada sobre el impacto ambiental de las construcciones en el desierto: miren el doble discurso de los occidentales.

 

Es cierto pero no los justifica. Este no es un asunto que pueda verse como un partido de futbol en el que los equipos de explotadores se anotan goles unos contra otros teniendo como balón la cabeza de los explotados. Pero boicoteando el Mundial y cancelando a los qataríes tampoco solucionará el asunto. Ellos decidieron abrirse y exponerse al mundo como hasta ahora no lo ha hecho ningún otro país árabe y el contacto humano entre los qataríes y cientos de miles de invasores pacíficos comenzará a hacer lo suyo a partir de hoy. Quizá el Mundial de Futbol será un caballo de Troya que llevará más cambios a la perla del Golfo Pérsico. El juego ha comenzado.

 

FOTO: Vista de la bahía en Doha. Al fondo, la zona corporativa y financiera, con los barcos que servían para buscar perlas y que hoy son turístico/ Anne-Christine POUJOULAT / AFP)

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