En Musas, me encontré
El testimonio de cómo el apoyo grupal habilita espacios para explorar y reconocerse libremente; forjar amistades ante la adversidad
POR R. MORGAN
Mi mamá dice que soy sensible. Tiene razón; siempre he dejado que las emociones me consuman. Furia, amor, tristeza, incertidumbre; y cuando eso ocurre, nada más existen yo y la emoción. Me dice que así soy desde pequeñe, lo cual significaba dos cosas. Una: todo lo que viviera, lo iba a sentir intensamente. Y dos: todo lo que hiciera, lo iba a hacer con una inconmensurable intensidad. Tal vez por eso me volví activista.
Llegué a Musas de Metal durante la pandemia. Era mi último semestre de la carrera de psicología. Mis amigas y yo estábamos buscando dónde hacer nuestras prácticas profesionales y por azares del destino, terminamos en Musas.
Me gusta bromear diciendo que Musas me volvió trans y queer. Así parecería a ojos ajenos, entra una chica cisgénero heterosexual a hacer sus prácticas y sale une chique trans, queer y arromántique. Aunque me guste tanto decir que es culpa de Musas, no es del todo cierto.
Ya llevaba años con sospechas. Por alguna razón que no entendía, me intrigaban las vivencias trans. Resonaban conmigo de una manera que no quería admitir.
También amaba el drag. Debo dejar claro que es muy diferente ser una persona transgénero a ser une artista drag. A pesar de eso, me hipnotizaba el drag. Los reyes y las reinas jugaban con el género como si no fuese algo abstracto, sino algo vivo, que fluye y cambia, impredecible, libre. No lograba entender qué era este concepto abstracto que llamaban “género”, pero parecía que elles sí.
Llegué a Musas de Metal buscando respuestas. A pesar ser experte en evadir mis propias preguntas, la incertidumbre me estaba quitando el sueño. Si el género era tan simple para les demás ¿por qué no lo era para mí? ¿Por qué mis amigas sabían sin duda que eran mujeres y yo me quedaba horas tratando de descifrar cómo se sentía ser una mujer? Ni siquiera era una mujer. Necesitaba un espacio donde pudiera explorar mis dudas libremente.
En el primer mes de nuestras prácticas, nos metimos a una plática virtual de une activista no binarie. Habló le activista y con cada palabra que elle decía, por primera vez, el género cobró vida. Lo sentí fluir por mis venas como electricidad. Vi estrellas y fuegos artificiales y confeti dorado cubrir mi piel. Todo era nuevo y todo era familiar. Le escuché narrar sus experiencias como si estuviese narrando mi vida. Pude haberle escuchado toda la noche.
Cuando terminó, les mandé mensaje a mis amigas. Les dije que lo que nos contó, que eso era yo. Que no era ni hombre ni mujer.
Me gradué en diciembre durante pandemia. En enero, regresé a Musas. No sabía muy bien qué podía aportar; llevaba tres meses fuera del closet, aún ni les decía a mis xadres y tenía más dudas que respuestas, pero también sabía que Musas era un lugar donde podía encontrar el apoyo que necesitaba.
Al principio, mi trabajo era virtual. Pasaba los días en reuniones de Zoom y editando documentos de Google. Era cómodo llegar a conocerme en la seguridad de mi casa, pero mientras yo cambiaba, el mundo también lo hacía. Eventualmente, los protocolos de sana distancia fueron desapareciendo y me debía enfrentar al resto del mundo.
A diferencia de muchas personas trans, nunca tuve miedo de expresarme libremente dentro de mi hogar. Tuve suerte de que mis xadres me abrazaron al salir del closet. Pero ser trans en las calles, eso era nuevo. No sólo debía volver a aprender a socializar, también a lidiar con un mundo que no siempre me iba a entender, o iba a querer entenderme.
Lo bueno de todo esto es que llevaba año y medio armándome de valor con las herramientas que aprendí en Musas. Además, tenía un intenso deseo de encontrar a mi comunidad. Así que, con el miedo aferrándose a cada centímetro de mi cuerpo, salí.
Tomó mucha prueba y error, pero al final, todos los caminos regresaron a Musas. En uno de nuestros pícnics mensuales para familias trans, conocí a un amigo que habló del grupo trans de Musas, Transcribiendo vidas. Empecé a entrar con más regularidad a ese grupo de Zoom, y esperaba con ansias los pícnics para sentir el apapacho de esas hermosas personas que veía en la pantalla. Forjé una amistad, luego otra, luego otra, y cuando me di cuenta, mi vida estaba llena de amor.
Musas me cambió. Me hizo cambiar. Me puso un espejo en frente y me ayudó a no tenerle miedo al reflejo. A través de todas las pláticas, las conferencias, los grupos, los pícnics y las fiestas, me encontré a mí. A la verdadera versión de mí.
Mi historia es una que veo repetirse constantemente. Una persona entra a una de nuestras sesiones de Zoom con la cámara apagada, mandando un par de mensajes en el chat para decir “Hola” y “Adiós”. Unas semanas después, vuelve a entrar; abre el micrófono y nos comparte una pequeña parte de su vida. Pasa semana tras semana asistiendo, hablando con voz suave como si nos estuviese contando un secreto, y tal vez, sí lo está haciendo. Sigue entrando hasta que un día, prende la cámara. Eventualmente, llega el fin de mes y tenemos nuestras actividades presenciales. A veces, esa persona llega, y le veo encontrar esa misma sonrisa que me pasé tanto tiempo buscando.
Mi mamá tenía razón, soy bien sensible. Es por esa razón que no recuerdo caras o nombres o palabras exactas. Recuerdo emociones. Guardo cerca de mi corazón los sentimientos de cada parte de mi proceso: la ira, la desesperación, la tristeza, la alegría, la libertad. Dejo que esas emociones me consuman antes de lanzarme a una ponencia o mesa redonda o entrevista o una de las tantas actividades que en otro momento me hubieran dado miedo paralizante. Esa sensibilidad alimenta mi valentía. Qué bueno que soy sensible; no tendría tanta convicción si no lo fuese.
Esta es una labor que lleva cientos de años. Probablemente continúe después de mis tiempos, pero me enorgullece formar parte de ella. Le agradezco a las personas que vinieron antes de mí y me otorgaron el regalo de la valentía. Ahora espero poder dársela a las personas que la buscan.
FOTO: R. Morgan participa en las sesiones de convivencia en Musas de Metal. Crédito de imagen: Germán Espinosa /El Universal
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