Entre cancelaciones y cortas temporadas…

Abr 20 • destacamos, Miradas, Música • 1178 Views • No hay comentarios en Entre cancelaciones y cortas temporadas…

 

POR LÁZARO AZAR
Ahora sí que la caballada, ha estado flaca. Más que por las vacaciones de Semana Santa, por la escasa visión de nuestros funcionarios culturales en turno. Basta ver los festivales que en estos días ofrecen Salzburgo o Bogotá, para calibrar la cortedad de miras de Fraustita y sus cófrades del huipil.

 

Como es de todos sabido, las abolladuras a los “grandes eventos” con que se celebrarían los 90 años del Blanquito florecieron a la par de la primavera, cuando el 21 de marzo se anunció la posposición de la Gala con Bryn Terfel, propiciada por no pagarle a tiempo al personal. Sería hasta hace una semana que, finalmente, la dieran por cancelada, sumándole una raya más al tigre de la penosa gestión de Lucina Jiménez. Lo que no nos han dicho todavía –y dudo que lleguemos a saber-, es en cuánto nos salió el chistecito. Ya ven que, si algo ha caracterizado esta administración, es reservar toda la información posible, aunque no creo que esta involucre la “seguridad nacional”, ¡ay, tan fracturada!

 

¿Se habrá compadecido de nuestra precariedad y habrá hecho algún descuentito la señora Wagner –el equivalente “cultural” a Riobó, en aquello de ser la contratista favorita en turno-, o a ella sí le habrán pagado puntualmente lo acordado? Yo creo que sí, más que nada, para no mermarle su moche a la parte contratante –única explicación al por qué de los honorarios híper inflados que aquí se manejan-, además de para no perder la costumbre de intercambiar nuestro oro por espejitos: ya ven que el señor Terfel será una leyenda, pero ya no es lo que fue, cuando, hace unos años, afirmó que a México no vendría “ni por un millón de dólares”. Basta ver su agenda, aunque digan que “no fue posible reprogramar dicho concierto en este año”.

 

Días después asistí a la segunda de tres funciones que, a principios de mes, presentó el Cenart de Benda’ Muxe’ (Mi hermana Muxe) en su Foro de las Artes. A treinta años de haber abierto al público, este conjunto cuyas instalaciones lucen más descuidadas que nunca, se ha sacado de la manga cuanto ha podido programar y los resultados han sido tan variopintos, que cabe resaltar este indiscutible acierto.

 

Producto del laboratorio escénico que impartió César Enríquez en Santo Domingo Tehuantepec a varias muxes, que, para no haberse parado nunca antes a actuar en un escenario, ya quisieran su seguridad y frescura varios egresados del CUT, el CEA o CasAzul, este espectáculo de teatro-cabaret narra el tránsito por el purgatorio muxe de cuatro caleidoscópicos seres humanos, hasta que llega una quinta que les ayuda a lograr su anhelado paso al siguiente estadio de una cosmogonía que no es ajena al “alcohol, la fiesta, la jotería, la muerte y la diversión”.

 

Lamentablemente, sólo fueron tres funciones, todo un lujo, considerando que, hoy domingo, llega a su fin la magna temporada de ¡dos funciones! que ofrece la Ópera de Bellas Artes de El vencedor vencido, la ópera más reciente de Federico Ibarra que estuvo a nada de no realizarse, tras que Luis de Tavira cancelara su participación como director escénico, al enterarse que el personal del foro se negaba a trabajar con Philippe Amand, su escenógrafo e iluminador de cabecera, a raíz de los desencuentros que tuvieron con él hace unos meses, durante el montaje de Florencia en el Amazonas. Para cuando Hernán del Riego y Ángel Ancona entraron al quite, ya nada más había un par de fechas disponibles en el Blanquito, ya ve Usted que está ocupadísimo…

 

Tan es así, que de no haber sido por esa magna institución viviente que es Polo Falcón, quien incidió para que el Real Club España abriera sus puertas a los alumnos del EOBA, este 14 de abril no habríamos disfrutado de “la zarzuela más exitosa y emblemática del género lírico en México”, Chin Chun Chan, ese “Conflicto chino en un acto” con libreto de José Elizondo y Rafael Medina, que estrenó Luis Jordà el 9 de abril de 1904 en el Teatro Principal, y ha logrado más de dos mil representaciones en sus 120 años de existencia, dado “su gracioso argumento y música chispeante con melodías de fácil memoria”.

 

Éxito inigualable con María Conesa que Enrique Alonso, “Cachirulo”, reverdeció hace algunos ayeres y Polo Falcón ha mantenido vigente contra viento y marea, el discreto anuncio de Chin Chun Chan convocó tal cantidad de apasionados de la zarzuela para la única función anunciada, a la una de la tarde, que hubo que ofrecer otra a las cinco, también a teatro lleno. Devoto confeso que soy de estos espectáculos tan decadentemente chuscos, disfruté ambas funciones, con todo y (o gracias a) su elenco heterogéneo, en el cual no todos los cantantes sabían qué hacer con su instrumento, pero se dejaron guiar por Falcón, haciendo un notable esfuerzo por actuar, por bailar en ese reducidísimo escenario y hasta por echarse alguna deliciosa morcilla, actualizando ese libreto –sin quitarle un ápice a esas líneas que van de la pícara misoginia a la xenofobia más irreverente y que, hoy, serían impensables por ser políticamente incorrectas-, como cuando el Señor Administrador (Alejandro Paz) le preguntó a Ricardo Galaviz, el maestro que afanosamente percutía un pianito que no podría estar más desvencijado, por qué no llegaba la orquesta y, éste, le respondió que “no habrá orquesta… porque no pagan”. Lástima que, para variar, ni Lucina ni Fraustita estaban presentes para darse por enteradas.

 

Queden para el recuerdo de esta reposición la emotividad con que Gerardo Rodríguez cantó a Damaris Lezama su célebre Romanza, el desparpajo con que José Luis Gutiérrez dijo las Coplas del Charamusquero, la gracia con que las “tiples” recrearon El teléfono sin hilos o las interpolaciones de Ojos tapatíos (tomada de otra zarzuela de Elizondo: El país de la metralla), encomendada a Alejandro Paz y Juan Marcos Martínez (quien hizo de Policarpo y Borbolla un solo personaje) y –¡agárrense!- Un bel di vedremo, cantada por Gabriel Vargas, quien encarnó espléndidamente a Columbo Pajarete, el protagonista. No sé por qué se omitió el Cake Walk que antecede el final, aunque acabamos suponiendo que, más que para evitar el blackface, fue porque la coreógrafa Clemina Zugasti no halló entre estos voluntariosos jóvenes a ninguno con la gracia para bailarlo.

 

A diferencia de esta zarzuela referencial, cuyos números han aparecido lo mismo en películas como Yo bailé con Don Porfirio (1942) que en telenovelas como Toda una vida (1981), el misterio acabó rodeando a Jordà. Más de medio siglo después de su muerte apareció, finalmente, una biografía dedicada a él, firmada por Cristian Cantón Ferrer, quien, para abordar su vida novelesca, escribió en la cuarta de forros que “fue uno de los tantos catalanes que fue a hacer las Américas y cosechó un éxito sin precedentes en su patria adoptiva: México… donde fue uno de los músicos más aplaudidos de principios del siglo 20 por obras como Chin Chun Chan o la mazurka Elodia. Los catalanes le dejaban la tarea de rescatar su vida y obra a los mexicanos, y viceversa, por lo que Jordà se convirtió en un náufrago de la memoria colectiva, a la deriva en medio de un océano de olvido”.

 

Ojalá y pronto el EOBA brinde más funciones de esta zarzuela, que, a diferencia de otros tropiezos que ha tenido, esto sí le salió muy bien… tanto, que al tradicional “¡Que viva la Zarzuela!” con que suele coronarse cada función de este entrañable género, justo será empezar a exclamar “¡Que viva Polo Falcón, por mantenerla viva!”.

 

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