Entrelazamiento libresco

May 2 • destacamos, principales, Reflexiones • 2838 Views • No hay comentarios en Entrelazamiento libresco

/

La vida de los libros trasciende a sus propietarios. Cada vez que un lector compra un ejemplar usado, acaso adquiere también el facsímil de otras historias bibliófilas

/

POR MARCELO WIO
Se sabe, o intuye –esa temerosa forma que adopta el conocimiento, emparentándose con la fe, al revestir de dudas la coartada de la negación probable–, desde hace tiempo, que los libros padecen las separaciones. Hay un famoso tratado sobre las prácticas armónicas en el hogar, fechado en quinientos años antes de la era común, que pone especial énfasis en la relación con los libros (se refiere a textos, manuscritos; precursores de los libros). En uno de los pasajes mejor conservados, menciona un “alteración por desunión de los ‘libros’” producida por la marcha de su propietario o aquella persona que los conservaba y los consultaba. Es significativo que la expresión que utilizan para referirse a “libro” en el contexto de la “alteración por desunión”, era utilizada en ciertas regiones de China para referirse al perro; lo que, se cree, pretendía reflejar el vínculo emocional, casi vital, entre libro y propietario.

 

Otros textos escritos en la India, Persia o Europa dan cuenta del mismo hecho. Con claridad explican que los libros padecen las separaciones –que se manifiesta en la decoloración de los textos, el agrietamiento de las hojas y hasta la caída de estas, entre otros síntomas–, e indican que ninguna disyunción padecen tanto como la muerte de su propietario. Porque a la misma viene a sumarse el desmontado de bibliotecas y reparto que efectúan los descendientes o herederos.

 

En este sentido, un texto del siglo X, del bibliotecario del monasterio viejo de Leyre, Anselmo de Yesa, descubierto a fines de 1970, aventuraba una teoría que pretendía explicar el fenómeno de aquellos libros que, a la muerte de su poseedor, eran separados por sus deudos. Anselmo sostenía que los libros establecían un “vínculo elemental” que los mantenía interconectados; un poco, ejemplificaba, a la manera de “aquellos hermanos que nacen del mismo parto y se parecen entre sí como ciertas simetrías de la naturaleza”. A la manera de éstos, los libros, cuando son apartados unos de otros, desesperan por volver a unirse.

 

Pero, y esto es lo interesante, Anselmo avanzó su teoría un paso más allá: el enlace o vínculo elemental, sostenía el monje, se mantenía a pesar de la distancia, de manera que lo que le sucediera a un libro se transmitía a todo el resto. Esto, decía, se observaba sobre todo en el hecho de que, si se leía un libro, el resto se convertía en el texto leído, como facsímiles de aquel, anulando permanentemente los pasajes que contuvieran los libros modificados.

 

Esta transferencia de información de un libro distante de otro u otros llevó a Albert Einstein a hallar lo que estimó en su momento como un problema (por aquello del principio de localidad) en la mecánica cuántica: “Si en los libros, que no son otra cosa que agregaciones visibles de partículas elementales, se da que, operando sobre una de las partículas –libros, en este caso perturbador–, puede modificarse el resto a distancia, qué no podrá realizarse a nivel atómico. […] Debo comentar esto con Podolsky y Rosen”, escribió en su diario (entrada fechada en enero de 1935.

 

Así, pues, cuando uno adquiere uno de esos libros de viejo que se compran en rastros, librerías laterales, aguantaderos de pequeños autores olvidados, acaso esté comprando una novela, ensayo, poemario o lo que sea, totalmente distinto: uno que antes de separarse de aquellos tomos con los que había compartido estantería en casa de su propietario, contaba una historia enteramente distinta a esta que uno adquiere y que es mera transferencia de alguno de sus pares. Y a saber si ese proceso no se efectuó en más de una oportunidad, tratándose, como es, de un libro usado… Quién sabe, a ciencia cierta, si en realidad el proceso prescinde de las emocionalidades que les adjudicamos –siendo estas, apenas, el instante en que nos percatamos de este fenómeno.

 

Quién sabe si nosotros mismos no somos un facsímil de otra vida.

 

FOTO: Especial

« »