“Estoy en contra de la tolerancia”

Dic 20 • Conexiones, destacamos, principales • 3209 Views • No hay comentarios en “Estoy en contra de la tolerancia”

 

POR LEONARDO TARIFEÑO

 

Desde que empezó a imaginar el libro que tiempo más tarde sería El hambre, el escritor argentino Martín Caparrós supo que al final de su aventura lo esperaba un fracaso sin igual. Su intuición fue tan clara y contundente que, llegado el momento, no dudó en evocarla en las primeras páginas de su monumental crónica. “Una exploración del mayor fracaso del género humano no podía sino fracasar —apuntó—. Y, aún así, es un fracaso que no me avergüenza: tendría que haber conocido más historias, pensado más cuestiones, entendido algunas cosas más. Pero a veces fracasar vale la pena”.

 

¿Por qué este libro osado y brutal supone una derrota digna, pero derrota al fin? Porque a los ojos del mundo alimentado no hay nada más normal que millones de personas pasen hambre. Y el esfuerzo de Caparrós se propone demostrar justamente lo contrario, que esa normalidad no puede ser tal en una época que produce mucha más comida de la que necesitan los habitantes del planeta. ¿Hay un lector posible para esta historia deprimente y acusadora, basada en la cruel aceptación de que “si hay gente que no come lo suficiente es porque los que tenemos comida no queremos dársela”? Para sorpresa del autor, sí, y muchos. “La recepción ha sido muy buena en varios países, al contrario de lo que yo imaginaba —señala—. Y es que, en general, todo el mundo siente que ya sabe lo que tiene que saber sobre el hambre, y se supone que saber o no saber da lo mismo porque no hay nada que se pueda hacer al respecto. Por culpa de esa idea yo no le tenía mucha fe al libro, pero había que intentarlo. Me parecía que había que retomar el tema, porque da la sensación de que se trata de algo ya muy visto, y esa sensación es la excusa que te permite mirar para otro lado”.

 

—¿Ése era el mayor peligro que veías a la hora de escribir El hambre? ¿Cuál era el que más querías evitar?

 

—Había varios. Por un lado, me preocupaba mucho caer en un lugar común “buenista” y políticamente correcto.

 

—¿De indignación cómoda?

 

—Sí. De hecho, en algún momento del libro escribo contra la idea del “indignado”. Y es que, en este asunto, es muy fácil inscribirse en un discurso bienintencionado. Obviamente nadie está a favor del hambre, así que estar en contra es un lugar ya muy instituido y que no sirve para nada más que para calmar algunas buenas conciencias. El principal desafío era encontrar otra forma de hablar del asunto. Y, también, de mantener un equilibrio entre narración y análisis. Sin análisis, la narración se convertía en pornografía de la miseria; y sin narración, el puro análisis no parecía una buena estrategia comunicativa. Pero ése no era el único equilibrio que debía encontrar.

 

—¿Qué otro equilibrio buscabas?

 

—Uno que me parecía muy importante era entre lo que sin dudas hay que contar y la intensidad de eso que se narra. Había que tener cuidado con las impresiones que podían causar ciertas historias, ya que demasiada intensidad podía resultar contraproducente. Lo mismo me pasaba con el tipo de escritura. Tenía que cuidarme mucho de usar adjetivos que subrayaran lo que ya venía subrayado por sí mismo. Y otro problema consistió en ordenar la masa de datos, que en realidad es un manojo de causas y efectos entrecruzados. El tema del hambre muestra muy bien que las causas son efectos de otras causas, que a su vez son efectos de otras causas. Me costó muchísimo ordenar eso en una sucesión lineal, que en definitiva es lo que siempre se hace en un libro.

 

—Siempre hay una distancia insalvable entre el libro que uno quiere escribir y el que puede escribir. Tal como está El hambre, ¿es el libro que querías escribir?

 

—Es el que pude escribir. Sólo dos veces en mi vida estuve satisfecho cuando terminé un libro. Una vez, con una novela que se llama La historia, que nadie leyó, así que seguramente en algo me equivoqué. Y la otra vez, con El interior, que me obligó a recorrer la Argentina para contar el país más allá de Buenos Aires. En ambos casos me dije que hice lo que estaba a mi alcance, todo lo que yo podía hacer para esos libros estaba allí. Con El hambre no tuve esa sensación. Debería haber hecho algo más, pero no pude.

 

—En esas páginas se te ve muy autocrítico y hasta te acusas de cobardía. ¿Qué habría sido ser valiente como narrador del hambre?

 

—Bueno, si hubiera sabido qué hacer, lo habría intentado. Es curioso, uno sabe qué es ser cobarde pero no necesariamente sabe siempre dónde radica la valentía, ¿no? Pero sí, soy muy autocrítico, siempre lo fui. Tal vez por eso sé que al libro le faltan algunas cosas. De todas maneras, ése es otro delirio que suelo tener, el de hacer libros totalizadores. ¿A quién se le ocurrió que en un libro tiene que estar todo? Siempre me corro a mí mismo con una frase de un santo del siglo III, Clemente de Alejandría, para quien “poner en un libro todas las cosas es como dejar una espada en manos de un niño”. Y yo, sin embargo, sigo empeñado en que mis libros contengan todas las cosas.

 

—¿A qué atribuyes ese afán totalizador que mencionas?

 

—En el caso de El hambre, a tratar de entender un problema global. Es raro: en general, los que escribimos en castellano no escribimos sobre el mundo. Hablamos de nuestro país, nuestro barrio o nuestra región, algo parcial digamos, y les dejamos la mirada sobre el mundo a los norteamericanos y a los europeos occidentales, como si nosotros sólo tuviéramos derecho a ocuparnos de lo particular. Para saber cómo es el mundo, leemos a los que les otorgamos el derecho de contarlo. Y a mí a veces sí me dan ganas de contar el mundo. Contra el cambio y El hambre intentan pensar los problemas globales. Y de algún modo dicen que nosotros también podemos pensar esas cuestiones.

 

—En distintos momentos de El hambre se te nota impaciente, casi harto. ¿La escritura del libro te llevó hasta cierta intolerancia con la hipocresía que detectaste en tu investigación?

 

—Bueno, yo nunca fui muy tolerante, y además estoy en contra de la tolerancia. Voltaire escribió un tratado sobre la tolerancia y, sin ánimo de comparación, creo que yo debería escribir algo contra la tolerancia porque creo que no es más que el desdén que el poder ejerce ante aquello que no lo amenaza. Se es tolerante cuando un discurso, una actitud o una conducta no te amenazan lo suficiente para oponerte a ellos, entonces las dejás tranquilas. Las dejás porque no molestan. A mí ésa me parece una actitud muy desdeñosa, traté de no ejercerla nunca. Pero bueno, también es cierto que en Contra el cambio y El hambre mi postura está muy explícita. Y es que me pareció que para discutir este tipo de problemas globales no podía confiarme al relato y a ciertos guiños, como en general había hecho hasta ahora, sino que debía intervenir de manera más directa y explícita ante cuestiones sobre las que no tengo ninguna posibilidad ni intención de neutralidad. Tengo una postura muy fuerte, y es en este sentido que para mí El hambre es panfletario. No es un libro, digamos, aséptico.

 

—La pregunta “¿cómo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?” recorre el libro de punta a punta. Como respuesta, ¿te animaste a pensar que el hambre de los demás no nos importa?

 

—Sí, claro, y en el libro planteo esa posibilidad porque no quiero dar por supuesto lo contrario. Dar por supuesto que el hambre debería importarnos es neutralizar el compromiso posible con la cuestión. Convertir a ese compromiso en algo obligatorio es banalizarlo, no permitir que sea producto de una decisión. Y, además, hay mucha gente que honestamente piensa que uno no tiene por qué preocuparse por cosas que no lo afectan, como la situación de un morocho en Mali. Yo estoy en desacuerdo con eso. La realidad de un mundo donde pasan esas cosas me resulta ultrajantemente antiestética. Me parece espantoso, muy muy feo, tengo un problema estético grave con esa fealdad extrema.

 

—¿Tu reacción, entonces, es estética?

 

—Para ponerla en los términos menos defendibles que se me ocurren, sí. Porque estoy un poco harto de escuchar hablar de la ética, o de los grandes valores, no le creo al que sale a hablar así. Más de una vez he dicho que la ética es el refugio de los canallas, los que se pasan la vida cagando al prójimo son los que más hablan de ética. Y los que no, hablan de ética desde una posición externa, en la que uno se refugia para quedarse más o menos tranquilo. Pero yo no quiero esos refugios, sino pensar en alguna otra razón. Somos autores del mundo, autores menores pero autores al fin. Y a mí hay cosas que como autor del mundo me dan vergüenza porque me parecen muy feas. Entonces, quiero corregirlo un poquito para que no sea tan espantoso.

 

—La solución que planteas para el hambre tiene que venir de la política. Pero, ¿se puede confiar en la política en el mundo de hoy?

 

—Bueno, lo primero que hay que solucionar políticamente es la política misma. Las formas de hacer política tienen que cambiar mucho, y todo indica que ese proceso de cambio ya comenzó. Los políticos nos convencieron de que “política” es eso que hacen ellos, pero para mí “política” es mucho más que hacer negocios en el poder. Que hace 200 años a algunos señores se les haya ocurrido que las formas políticas pasaban por un parlamento y un poder ejecutivo, y que en estos 200 años esa idea haya funcionado, bueno, está muy bien, pero eso no significa que ahí se acabe la política. Se trata de una forma contemporánea que tomó la política, que está a todas luces agotada y que por lo tanto debe ser reemplazada, así como la monarquía absoluta fue reemplazada en 1789 por esta forma que utilizamos hasta ahora.

 

—En el libro siempre le preguntas a aquellos que no tienen nada qué le pedirían a un mago con el poder de hacerles aparecer todo lo que deseen. Si tú fueras ese mago, ¿qué clase de mago serías?

 

—Ah, ¿si yo fuera el mago? Sería un desastre, porque a la persona que me pidiera algo le empezaría a preguntar “¿te parece?, ¿por qué?” ¡Y lo que tiene que hacer el mago es hacer aparecer lo que le piden! Yo sería una catástrofe como mago, ¡discutiría todo y terminaría a los golpes!

 

*Fotografía: El periodista argentino abordó el problema de el hambre a partir de testimonios e investigación geopolítica / EFE.

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