Freud y la exploración del mundo onírico
El médico vienés llegó de la nada a perturbar la “buena conciencia” de la burguesía europea, pues en una sociedad que pretendía manejarse a través de la razón, el psicoanálisis demostró que las profundidades del inconsciente gobiernan los actos y deseos
POR RAÚL ROJAS
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Calderón de la Barca
Sigmund Freud (1856-1939) no fue el primero que postuló la existencia del inconsciente y su influencia sutil en los fenómenos psíquicos, pero sí fue el primero en erigir todo un edificio teórico alrededor de la dicotomía entre lo consciente y lo no-consciente. Su obra La interpretación de los sueños, publicada en 1899, es uno de aquellos libros que hicieron época al difundir y popularizar sus métodos psiquiátricos, utilizando como materia prima algo que todos conocemos y que nos intriga, es decir, las curiosas tramas de nuestros sueños.
La ciencia moderna no se pone todavía completamente de acuerdo acerca del beneficio que tiene el sueño para el soñador. Descansamos al dormir, es claro, pero durante el sueño nuestra mente divaga y divaga moviéndose en círculos. Nuestro sistema nervioso desconecta al cerebro de los músculos, hasta cierto grado, y por eso no saltamos de la cama durante una pesadilla (o por lo menos no todos lo hacemos). El cerebro siempre está trabajando, casi con el mismo gasto de energía que durante el día. Es como el corazón: una maquinita que nunca para. Algunos investigadores piensan que el sueño posibilita una especie de reajuste cerebral, o eliminación de toxinas, para armonizar las conexiones neuronales que se sobreexcitan durante el día. Durante el llamado sueño profundo movemos rápidamente los ojos debajo de los párpados, como buscando algo. El sueño es tan imprescindible para el organismo que un animal privado del mismo perece después de pocos días. Los delfines, curiosamente, dejan dormir a uno de los hemisferios cerebrales y mantienen despierto al otro. ¿Qué soñarán esos cetáceos con medio cerebro?
Los griegos, que aparentemente siempre fueron los primeros en todo, se interesaron por los sueños y su interpretación. Aristóteles nos legó tres trabajos sobre el tema. Durante siglos se pensó que el sueño era un puente hacia los dioses, los fallecidos o hacia el futuro. Descifrándolos se podrían “leer” ciertos mensajes. Así que la interpretación de los sueños es casi tan vieja como la sociedad misma. Ya en el Viejo Testamento se relatan e interpretan sueños, tan sólo diez en el Génesis. Pero claro que Freud quiere ir más allá del mito y en su libro explica la técnica que utilizaba para desentrañar lo que los sueños pueden revelar sobre los problemas que aquejan a un paciente.
Antes de llegar a interpretar sueños, Freud pasó por el hipnotismo. Una persona hipnotizada podía supuestamente revisitar episodios pasados de su vida y recuperar memorias reprimidas. Con el tiempo, el vienés dejó de utilizar la hipnosis y prefirió analizar a los pacientes mientras estaban relajados (tendidos en el famoso diván), dejándolos asociar ideas libremente. Eventualmente, Freud concluyó que es precisamente durante el sueño donde se da la más irrestricta asociación de ideas, ya que nuestro proceso de censura mental es más débil que durante el día.
La estructura de La interpretación es sistemática y refleja muy bien la teoría de los sueños de Freud. El tercer capítulo explica que los sueños representan, en el fondo, un deseo insatisfecho. No podemos o queremos articularlos tal cual son, sin subterfugios, y por eso los disfrazamos de otra cosa. Freud busca el origen de estos apetitos y sueños en eventos ocurridos durante la niñez, como explica en el quinto capítulo de la obra. Esa sección detalla, además, el modelo cognitivo que le sirve de punto de partida. Conocerlo de antemano ayuda a comprender mejor
el libro.
Freud organiza la cognición humana en sistemas y subsistemas mentales. En primer lugar, tenemos nuestro sistema perceptual W. Los sucesos E1, E2, etc., que experimentamos constituyen sendos registros consecutivos de la percepción que quedan asociados en la memoria, como los cuadros sucesivos de una película. Freud postula entonces una cadena mental, que comienza con esas percepciones, almacenadas en la memoria, y que pasan por el inconsciente (“sistema Ubw”, de Unbewusst) para llegar al preconsciente (“sistema Vbw”, de Vorbewusst), la antesala de lo consciente. En símbolos:
cadena de percepciones -> inconsciente -> preconsciente -> conciencia
Sin embargo, entre el inconsciente y el preconsciente se encuentra instalado un sistema de censura que no permite que cualquier pensamiento supere la barrera para poder irrumpir en la conciencia. Durante la noche, sin embargo, el censor es más débil, o no está activo, y por eso el camino queda libre para que los sueños se produzcan y para que contenidos reprimidos puedan alcanzar el preconsciente y, de ahí, la conciencia.
Pero hay todavía un ingrediente más. Los sueños no expresan nuestros deseos reprimidos de manera clara y llana sino a través de una transfiguración, es decir, una sustitución de contenidos mentales por otros símbolos. La censura no es capaz de detener el avance de esos deseos, pero sí los puede transmutar como condición para que puedan pasar por el filtro. Por eso un sueño no se puede entender de manera literal: el psiquiatra tiene que encontrar la traducción simbólica de sus elementos y de las ansias desfiguradas por el velo de la censura mental. Además, como muchos de esos deseos provienen de la niñez, el contenido detallado se ha perdido en la memoria y sólo a través de un proceso de reinterpretación de contenidos se puede volver a tener acceso a ellos.
Así que los sueños son deseos transfigurados y aparentemente nuestra censura mental invierte una gran cantidad de trabajo codificándolos. El sueño transmuta los contenidos a través de un proceso de condensación y desplazamiento hacia otros objetos y vivencias, lo que produce la simbología que experimentamos. Los sueños combinan muchas veces sucesos recientes con percepciones retenidas en la memoria.
Al tener la obra por primera vez en las manos, lo que más llama la atención es el proceso de decodificación de casi 100 sueños investigados por Freud, lo que llena página tras página del libro. Es una invitación al voyeurismo intelectual. Sin embargo, muchas de las interpretaciones de Freud, de sueños propios y de pacientes, parecen harto forzadas. Un sombrero de alas en un sueño se convierte en un símbolo de los genitales, un grueso abrigo que soñó un joven representa un condón, una vela representa masturbación, y una pesadilla en la que soñamos estar parcialmente desnudos representa exhibicionismo reprimido en la niñez. Algunos otros sueños derivan de juegos de palabras, o de asociaciones mentales entre palabras parecidas, a veces en otros idiomas, que son difíciles de tomar en serio, a menos que sea uno un freudiano militante. Como decía un comentarista de Freud: la reducción sistemática de multitud de sueños a contenidos sexuales quizá no la podamos aceptar tal cual, pero bien que nos quita el sueño.
Quizá se pueda resumir el legado de Freud de la siguiente manera: en el siglo del racionalismo nos mostró que no somos tan racionales como presumimos serlo y que procesos inconscientes determinan o modulan muchas de nuestras acciones. El inconsciente es irracional, no conoce la moral y no tiene fecha de caducidad. Nos manipula desde la profundidad de nuestra psique.
Las teorías de Freud desencadenaron profundas discusiones entre los sicólogos, filósofos y neurólogos, pero influyeron también sobre la literatura y la pintura, especialmente sobre los surrealistas como Dalí. La interpretación de los sueños apareció en 1899, pero Freud lo publicó con el año 1900 en la portada, para poder anunciar un nuevo siglo. No fue un éxito inmediato, pero atrajo a la larga mucho interés y se imprimieron siete ediciones, todavía en vida de Freud. Un resumen de divulgación apareció en 1901, que fue también la versión que primero leí y me condujo a la obra original. Freud llegó de la nada a perturbar la “buena conciencia” de la burguesía europea. Fue atacado por los conservadores de todos los colores. Cuando los nazis escenificaron la quema de libros del 10 de mayo de 1933, los libros de Freud fueron entregados a la hoguera supuestamente para rescatar “la nobleza del alma humana”.
La ciencia moderna ha reevaluado a Freud. Ya no es considerado el provocador de 1900. Al mismo tiempo, la psicología moderna se ha alejado de las interpretaciones subjetivas y se basa cada vez más en el método experimental y en mediciones, ya sea del comportamiento, durante experimentos controlados, o de la actividad cerebral visualizada a través de imágenes tomográficas del consumo de energía de los módulos cerebrales. La interpretación del comportamiento es cada vez más cuantitativa y cada vez menos cualitativa. Algún día entenderemos mejor para qué sirven los sueños y cómo es que nuestros desvaríos nocturnos se engranan con las preocupaciones diurnas. En la historia del progreso hacia esa meta, La interpretación de los sueños es una obra que marcó toda una época.
FOTO: El médico austriaco Sigmund Freud, ca 1921 / Especial
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