Frida en París: El amante feo
POR JAIME MORENO VILLARREAL
“No comprendo por qué fuiste tan buena con alguien como yo, un pobre tipo ‘común y corriente’. Te mando muchos, muchos besos, porque te amo”. Así termina la última carta de Michel Petitjean, enviada dos semanas después de que Frida Kahlo abordara el buque Normandie de regreso a Nueva York y para siempre lejos de Francia. Como sucedió tantas veces con amigos y amantes que seguían prendados de ella, Frida no le respondió. En París, Michel había sostenido un amorío bien correspondido con la pintora durante mes y medio.
Frida tenía 31 años de edad cuando, a principios de enero de 1939, arribó a París invitada por André Breton para presentar una exposición. Michel, algunos años menor que ella, era un mocetón que trabajaba en la Galería Charles Ratton, en el 14 de la rue Marignan, especializada en arte primitivo y arte surrealista. Debieron de trabar amistad durante el rescate de los cuadros de Frida que estaban varados en la aduana de El Havre. Como se sabe, Breton no había acudido a recogerlos a tiempo, seguramente por falta de recursos. Cuando en febrero le llegó la factura de la agencia Tailleur por desembarco, registro, derechos aduanales, consignación, transporte y gastos, esta ascendía a 2,279.45 francos. Tal como lo asentó Frida, los cuadros se recuperaron gracias a la intervención de Marcel Duchamp, y es muy probable que fuera Michel Petitjean quien cumplimentó los trámites, pues luego se ocupó de gestionar el regreso de la obra a Nueva York, siempre con el respaldo de la galería Ratton, con la que Duchamp conservaba excelente trato. La muestra Mexique, que incluyó 18 cuadros de Frida, se habría de inaugurar finalmente en la galería de Pierre Colle (Renou & Colle) en marzo.
Michel Petitjean no era un personaje anodino. Trabó amistad con Cocteau y Drieu la Rochelle, y pronto se haría amante de la vizcondesa Marie Laure de Noailles. Como empleado de la galería Ratton, era bien recibido en el 14 de la rue Hallé, en Montparnasse, casa de Mary Reynolds, la compañera de Duchamp, quienes hospedaron a Frida durante la última etapa de su estancia. Petitjean la visitaba ahí. Alto de estatura, tenía aspecto de adolescente tardíamente crecido, según se ve en dos fotos que le obsequió a Frida, donde aparece enfundado en esquíes de nieve, con aire inexperto. En su rostro desabrido despunta una gran nariz —roja, según lo anotó él mismo en otra carta—. En otra foto, en la que aparece más joven fingiendo que empina una botella de Chianti, se le ve, en cambio, simpático y nervudo. En todo caso, rindió sus inseguridades ante Frida, confesándole: “Por azar, me topé con mi imagen en un espejo, y me vi tan feo que no puedo comprender cómo pudiste poner los ojos en mí, tú que eres tan bella”.
Si el romance parisino con Joséphine Baker es un embuste propagado por la cinta Frida de Julie Taymor (2002), la verdad es que la pintora mexicana se cuidó del comadreo sobre su vida privada en París, y mantuvo la relación con Petitjean en perfil bajo. Por ejemplo, guardó las apariencias en una carta dirigida a Ella y Bertram Wolfe justo en los días de su amorío: “me he portado bien; no he tenido aventuras ni vacilones, ni amantes, ni nada por el estilo…”. Quizá un poco más al tanto de los hechos, Jacqueline Lamba, la mujer de Breton, escribiría luego a Diego Rivera: “Deberíamos haberla dejado desde el principio partir al hotel, pensando en que estaría siempre mejor ahí (cosa no muy difícil), y más libre que en la casa, a esa extraña y hermosa dama de faldas largas con sus dos grandes maletas, una de las cuales iba retacada de ropa para los refugiados”. Claro está que el hospedaje en el departamento de los Breton tampoco pudo resultar cómodo para los devaneos entre Jacqueline y Frida. Por lo demás, esas dos grandes maletas con las que la pintora partió rumbo al hotel nos orientan de nuevo hacia el joven Petitjean.
El Hotel Regina se eleva a unos pasos del Palacio del Louvre, en la Plaza des Pyramides. En la víspera de su embarco hacia París, Walter Pach —el crítico neoyorquino, curador e historiador del arte que desde un principio admiró la obra de Frida— le había hecho dos recomendaciones esenciales a la artista: que se alojara cerca del Louvre para visitarlo asiduamente, y que trabara contacto con la familia Duchamp-Villon, en particular con Jacques Villon y Marcel Duchamp, señalándole que con este último podría comunicarse perfectamente en inglés (pues Frida no hablaba francés). Ambos consejos probaron ser útiles. A las puertas del Louvre y con Duchamp como aliado, Frida pudo respirar otro aire. Pero aun así, se sentía muy sola.
Frida comenzó su relación íntima con Petitjean en el Hotel Regina. Entre sus papeles, conservó una pequeña tarjeta que parece condensar el encuentro. En el haz, él escribió: “Bonjour, Michel”, y ella en el envés: “Good night, Frida”. En cuanto llegan los cuadros a París, Michel hace cita en el hotel para ir a verlos con ella y conducirla luego “a casa de Breton para que esperes ahí a M. Duchamp”, y en la misma nota la invita a almorzar el próximo jueves antes de que la lleven a Schiaparelli (que será la tienda de alta moda favorita de Frida en París), y confirma que ese día pasará al hotel por ella a las diez de la noche para ir juntos al cabaret de Agnès Capri (el sitio de moda del momento). Al pie de la nota, el enamorado repite a su modo las leyendas de aquella primera tarjetita: “Je t’embrasse, Frida. Je t’embrasse, Michel”. Frida debió de pasar una o más noches en el departamento de Petitjean quien, una mañana, al salir a trabajar, le escribe esta nota: “Buenos días. Te dejo aquí la llave del fonógrafo y las agujas. Los discos están muy viejos, con el perdón. Besos. Nos vemos esta noche a las 7:45 hrs.” En otra ocasión, le deja un obsequio en la recepción del Regina, un fino joyero con cerradura y llave, acompañado de esta línea: “Para que lleves de regreso tu collar”. ¿Fue en correspondencia de este gesto que, más tarde, Frida decidió regalarle a Michel nada menos que Le Coeur, 1937 [llamado en español El recuerdo], cuadro al óleo de su exposición?
No se sabe quién acompañó a Frida, aquejada por una infección renal, en su traslado del Hotel Regina al Hospital Americano de París en ambulancia. Pero es seguro que, durante su hospitalización, Michel acudió de su parte a recoger un dinero (¿enviado por Diego?) a la oficina de American Express. Se colige, por otros mensajes, que durante la convalecencia de Frida, ya en casa de Mary Reynolds, el joven amante se hallaba de viaje en el sur, “espero que te encuentres mejor, que te atiendas apaciblemente, y me alegra saber que te volveré a ver mañana”. Michel salía constantemente de París, pero estuvo presente en la inauguración de Frida, en Renou & Colle el 9 de marzo. Jacqueline Lamba recordó que esa noche Frida se mantuvo, muy tímida, de pie en un rincón. Al día siguiente, en tren rumbo a Dijon, Michel le escribe: “Me entristece haberte dejado, no me quedé mucho rato en la exposición. Está linda, nunca pensé que quedaría tan linda. Que Frida es linda, eso todo el mundo lo sabe. Espero que no estés demasiado fatigada. Me apena tanto no poder estar contigo mañana por la noche [en la recepción] en casa de Pierre Colle”.
Algo más que el afecto unió a Frida y Michel: la actividad política. Cuando se insiste en el repudio que ella sintió por los surrealistas “de café”, suele pasarse por alto que el grupo que rodeaba a Breton estaba muy mermado por las defecciones, las expulsiones y los pleitos políticos. Artaud, Aragon, Éluard, Dalí, Buñuel, Tzara, Soupault, Queneau… aquel núcleo histórico de hasta cuarenta artistas y escritores reunidos en los años veinte en el café Cyrano, ya se había pulverizado. Sin duda Frida conoció entonces a Paalen, Rahon, Péret y Tanguy, pero el grupo con el que pudo tomar café en Les Deux Magots, sobre el bulevar St. Germain, era el reducido cenáculo de la FIARI (Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente) que seguía a Breton en su aventura trotskista, conformado por surrealistas de nuevo cuño. Aunque la ruptura de Diego Rivera con Trotski se dio precisamente en el momento de la llegada de Frida a París, ella se alió a André Breton para formar parte de la Commission pour l’Aide des Refugiés Espagnols, grupo asociado al POUM catalán (Partido Obrero Unificado Marxista, de corte trotskista), que acogió la iniciativa promovida por Diego de conseguir el asilo en México de 400 refugiados españoles que se hallaban en campos de concentración franceses, para lo cual Frida realizó diligencias con la ayuda de Michel Petitjean. Entretanto, Diego debería lograr en México el apoyo de Lázaro Cárdenas. El 23 de marzo, dos días antes de su regreso a Nueva York, Frida telegrafió a Diego, deslizándole así las señas de su amante:
“Híceme amiga diputado Bergery ofréceme hacer necesario Francia pague transporte españoles caso Gral admita cantidad grande gente […] Contesta directamente Gaston Bergery cámara de diputados ó Michel Petitjean 14 rue Marignan […] Besos tu Frida”.
El 2 de abril, ya en Nueva York, Frida recibe la desalentadora respuesta de Diego: “Gral hácese pinche rosca compas gachupas […] ni siquiera responde”. El hecho es que el auxilio del gobierno cardenista a los republicanos hubo de gestarse a través de la Cancillería mexicana.
En sus últimas cartas, Michel le escribe apesadumbrado a Frida: “No hay novedades sobre el tema de los refugiados españoles”, “creo que me estoy enamorando más y más de ti”, “cuando me dejaste, pensé que te volvería a ver algún día […] Esperando ese día, no te olvido y me paso largas horas al lado de tu cuadro”.
La guerra estalló en septiembre. Michel Petitjean participó en la Resistencia francesa elaborando documentos falsos para refugiados y perseguidos políticos. Conservó el cuadro Le Coeur hasta 1992 cuando, poco antes de morir, lo mandó a subasta. Fue vendido en 935 mil dólares.
El autor agradece al Museo Frida Kahlo el acceso a sus archivos.
*Fotografía: Una de las cartas que Michel le envió a Frida./ BANCO DE MÉXICO FIDEICOMISO DE LOS MUSEOS DIEGO RIVERA Y FRIDA KAHLO