Héctor Aguilar Camín, intelectual público
Pensador sólido y no pocas veces controvertido, es un crítico de la izquierda mexicana en la cual ha visto un retroceso derivado de su corriente populista que linda con el nacionalismo del PRI
POR ROGER BARTRA
Conocí a Héctor Aguilar Camín en 1978, cuando ambos colaborábamos en el diario unomásuno. Desde esa época entablamos una buena amistad y nos adentramos en la aventura de forjarnos como intelectuales públicos. Ese diario, fundado como consecuencia del golpe que dio el gobierno de Echeverría a Excélsior, era una plataforma atractiva e influyente para quienes comenzábamos a agregar a las labores académicas un interés por influir críticamente en la opinión pública. Héctor ya había publicado estupendos libros de historia, como La frontera nómada y Saldos de la revolución. Un tiempo después, en 1983, me invitó a colaborar y a formar parte del consejo editorial de la revista Nexos, que él había comenzado a dirigir. Al año siguiente coincidimos en la fundación de La Jornada. Estos fueron los medios en los cuales Héctor Aguilar Camín se formó y se consolidó como un influyente intelectual público, admirado y elogiado, pero también controvertido y criticado con malicia y envidia. Se fue convirtiendo en el polifacético y exitoso personaje que conocemos hoy: novelista, ensayista, periodista y comentarista en la televisión. Ha sido un miembro destacado de una corriente política e intelectual que ha girado en torno de la revista Nexos y que, en medio de querellas, se confrontó con otra corriente ligada a la revista que dirigió Octavio Paz, Vuelta, y que ha continuado en Letras Libres, dirigida por Enrique Krauze.
No quiero referirme a los múltiples incidentes ocurridos en torno de esta confrontación, cuyos momentos espectaculares, como el escándalo del Coloquio de Invierno de 1992, han sido muy comentados. Quiero más bien ofrecer observaciones sobre algunas de las ideas que ha expresado Héctor Aguilar Camín, con el objeto de rendir homenaje a su inteligencia y contribuir a que no se diluyan en los vientos tormentosos de la política mexicana. Aunque las peleas políticas de hoy están desgraciadamente muy lejos de ideas e ideologías, sumidas en un lodo resbaladizo e inestable, creo que es muy importante recordar la importancia de los flujos de opiniones que emanan de intelectuales tan brillantes como Héctor Aguilar Camín.
No hay espacio para remontarme a lo debatido a finales del siglo pasado, como por ejemplo sobre sus contribuciones a la definición de la cultura nacional, a lo que significaba el declinante nacionalismo revolucionario mexicano o la guerra en El Salvador. Quiero comenzar con las ideas que expresó en un librito titulado Pensando en la izquierda, que recopila artículos publicados en 2007. Comprendió que la izquierda que venía del PCM no era “revolucionaria ni subversiva”. Escribió allí: “La cofradía comunista fue el puente mayor de la izquierda mexicana con la democracia. El lugar que buscaba no exigía la ruptura del orden, sino tolerancia, legalidad, espacios democráticos”. Me interesa esta idea no sólo porque yo formaba parte de esa cofradía, sino porque creo que conforme avanzó la transición democrática fueron quedando marginadas esas expresiones reformistas, aplastadas por el populismo hegemónico en las filas de la izquierda organizada, lo cual —hoy lo podemos comprobar— ha tenido las consecuencias trágicas de un gobierno regresivo y reaccionario con una falsa aura izquierdista.
En su libro puso el dedo en la llaga de la izquierda: “Una paradoja mayor en la historia —escribió— es que las sociedades organizadas en torno al concepto egoísta de la libertad han generado mayor bienestar social que las organizadas en torno del concepto solidario de la igualdad”. La escapatoria a esta condición dramática ha sido, sin duda, la socialdemocracia. Pero, como observa Héctor Aguilar Camín, la izquierda de 2007 mayoritariamente seguía viendo a la socialdemocracia como una farsa y una traición. De la derrota de López Obrador en 2006 la izquierda no aprendió nada y tomó el curso populista que la llevó a un pantano regresivo. ¿Por qué ocurrió esto? Héctor da la clave: la izquierda mexicana es prima hermana del nacionalismo revolucionario del PRI.
Poco después, en 2009, Héctor Aguilar Camín publica un libro en coautoría con Jorge Castañeda, Un futuro para México. Allí le preocupa mucho que en México haya una “democracia paralítica”. Piensa que la solución a la parálisis consiste en promover la conformación de mayorías unipartidistas (o de coaliciones mayoritarias). Para ello propuso una idea que yo no compartí: la eliminación de la llamada cláusula de sobrerrepresentación (de 8 %). Esto amenazaba la pluralidad democrática en la conformación de las cámaras, aunque sin duda la cláusula dificultaba la toma de decisiones. La solución estaba en las coaliciones (como las del Pacto por México del sexenio siguiente) y no en un mecanismo que bloquease la sobrerrepresentación. Abogaba por un proceso electoral con una segunda vuelta en comicios presidenciales y en los legislativos, pues se lamentaba de que el presidente Calderón había ganado con un magro 35 %. Preveía que el siguiente presidente, si tenía suerte, llegaría apenas al 32 %. No fue así, Peña Nieto ganó con el 38 %. Una de las inclinaciones favoritas de Héctor es pensar en el futuro, en el mañana político, sin duda consciente de que es el terreno pedregoso en el que los intelectuales públicos solemos tropezar.
Ya a la mitad del sexenio de Peña Nieto, a pesar de que había cristalizado un Pacto por México entre el PAN, el PRI y el PRD, conformando una mayoría política que debía detener a la democracia paralítica, Héctor Aguilar Camín observó (en su artículo “Octubre, 2015”, en Nexos), a una opinión pública irritada y harta. Veía una severa crisis de credibilidad y mucha indignación. Creía que la confianza en el Pacto por México, que supuestamente recobró la rectoría del Estado, “anestesió los reflejos del gobierno federal”. Además, la crisis política amenazó al Estado, impulsada por la reforma fiscal, el asesinato de estudiantes de Ayotzinapa y el escándalo de la “casa blanca”. Héctor Aguilar Camín creía que se estaba iniciando una especie de “revolución moral”, un levantamiento contra la corrupción.
Al año siguiente, en su ensayo “Nocturno de la democracia mexicana”, Héctor Aguilar Camín revela un mayor pesimismo. Sigue viendo una debilidad constitutiva en la democracia mexicana, por el tope de 8 % a la sobrerrepresentación, pero a ello añade el paradójico antipresidencialismo con rasgos presidencialistas y una fragmentación política que debilitaba a los partidos grandes y multiplicaba a los pequeños, como efecto de una pluralidad inducida. La situación se agravaba por el hecho de que en la transición habían ganado presidentes improvisados sin experiencia federal. Y por la proliferación de gobiernos locales con mucha autonomía y mucha irresponsabilidad, sin capacidad de cobrar impuestos. Todo se sostenía gracias al festín petrolero, cuando el alto precio del petróleo llenó de millones de dólares las arcas del gobierno. Y surgió una trágica paradoja: la democracia multiplicó la corrupción.
Aparentemente, las elecciones de 2018 remediaron esa “democracia paralítica” y esa “debilidad constitutiva” de la que se quejaba Héctor Aguilar Camín, pues López Obrador ganó con el 53 % y la coalición que lo apoyó obtuvo el 43.6 % de los votos. Pero el remedio resultó peor que la enfermedad. En un lúcido ensayo de 2022 (“El otoño del presidente”, Nexos), lo mismo que en sus artículos de Milenio, Héctor Aguilar Camín advierte claramente con alarma que la nueva situación política significaba una enorme amenaza para la democracia. Cree que hubo un oscuro y extraño pacto entre Peña Nieto y López Obrador, gracias al cual Ricardo Anaya fue acusado falsamente de corrupción, y gobernadores priistas canalizaron votos para el candidato populista. Ahora observó un “proceso de centralización antidemocrático”, que puso en práctica una sobrerrepresentación tramposa del 18 %, 10 % más de lo que permite la Constitución. A pesar de todo ello, López Obrador pierde en las elecciones intermedias la mayoría calificada, ante una coalición de los tres partidos de oposición, e inicia el triste otoño de su gobierno. Ahora el presidente, afirma Héctor, es “un político al que la historia que le toca vivir, la historia a la que debe responder, le pasa de noche”.
Aunque hoy vivimos una situación excepcional que atenta contra la democracia, he querido señalar en las opiniones de Héctor un problema al que hay que prestarle atención. Es necesario pensar y discutir el tema de la representación plural y proporcional en el congreso, y considerar el problema de la gobernabilidad. Por supuesto, hoy hay una situación alarmante que acapara nuestra atención y que acaso la oposición pueda remediar si se coaliga para las elecciones de 2024 y las del año próximo en el Estado de México y Coahuila. Pero esa coalición está siendo dañada seriamente por la corrupción alojada en un PRI que se deja arrastrar por intereses mezquinos y apoya la militarización del país. La gran marcha ciudadana del 13 de noviembre volvió a impulsar el pacto de los tres partidos de oposición, ahora aparentemente dispuestos a frenar la contrarreforma electoral y política que ha propuesto el presidente.
Nos podemos preguntar si esa democracia paralítica o esa debilidad constitutiva que detectó Héctor Aguilar Camín no fueron condiciones que impulsaron la llegada del líder populista a la presidencia, impulsado por esa “revolución moral” contra la corrupción que terminó instaurando otro tipo de corrupción, la podredumbre del alma política de un gobernante obnubilado y obsesionado por el poder.
La democracia se encuentra amenazada y sufre problemas en su constitución en muchos lugares del mundo. Es importante reflexionar sobre ello. Las brillantes ideas de Héctor Aguilar Camín son un buen punto de partida para ello. La experiencia mexicana es muy sintomática, pues aquí vivimos durante décadas un fenómeno político que hoy se expande por el mundo: en México tuvimos un despotismo blando disfrazado de democracia y dotado de potentes mecanismos de mediación legitimadora. Los resabios de ese autoritarismo están todavía presentes en México y tenemos un gobierno que quiere restaurar el antiguo régimen despótico. Vivimos una paradoja peligrosa: un poder presidencial que ha llegado a su otoño sin haber logrado la transformación prometida, a la que ha sustituido por una desenfrenada militarización, único cambio importante visible. Un poder otoñal en declive de quien ”creyó todo suyo —escribe Héctor— y multiplicó en su cabeza el tamaño de su triunfo, se subió al pedestal de la victoria sin límites y dejó de oír los toquidos de la puerta, se dedicó a escucharse a sí mismo, a responder solo a sus propios aldabonazos. Se volvió entonces estridente y sordo: estridente para imponer su idea; sordo para escuchar la realidad”. Concuerdo plenamente con Héctor y veo aquí la paradoja de un enorme poder impotente que gira en el vacío. Es una potente máquina descompuesta que desbarata las instituciones gubernamentales, que son las ruedas y los ejes que necesita para operar.
FOTO: Héctor Aguilar Camín es autor de Fantasmas en el balcón (Literatura Random House, 2021)/ ARCHIVO EL UNIVERSAL
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