Ignacio Solares y José Gordon: el arte de la conversación

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Escrito a cuatro manos, Novelista de lo invisible es un diálogo sobre lo sagrado, la familia y la importancia del silencio, temas que marcan la obra del narrador chihuahuense

 

POR VICENTE ALFONSO
¿Habrá algún tema que no se pueda abordar en cuarenta años de diálogo? Me pregunto mientras camino bajo el sol que, a mediados de junio, castiga a la Ciudad de México. Ignacio Solares nos recibe en su casa para conversar en torno a Novelista de lo invisible (Grijalbo 2023), el libro de conversaciones con José Gordon que recién llega a librerías. Se trata de un libro que, según la cuarta de forros, “se parece a la música”. De acuerdo: como la música, este libro está formado por sonidos, por ritmos, pero también por silencios. En sus páginas pueden encontrarse lo mismo divertidas anécdotas protagonizadas por Elizabeth Taylor, Jorge Luis Borges o Silvia Pinal, puede encontrarse la crónica de un viaje a la oscura Rumania de Ceaucescu para rastrear el mito de Drácula, así como la búsqueda de una bruja que, a las afueras de La Habana, practica la adivinación con huesos. Más aún, están los esfuerzos intelectuales y emotivos de Gordon y Solares por comprender la existencia del Mal a partir de los testimonios de quienes sobrevivieron al Holocausto, así como las obsesiones de ciertas figuras de nuestra historia por extender su influencia más allá de la muerte.

 

Solares en persona abre la puerta, saluda con un gesto y con otro nos invita a pasar. Lo primero que dice es que se ha sometido a un tratamiento médico cuya convalecencia implica pasar largos periodos en silencio. Podemos hacer la entrevista, pero tendremos que hacer pausas. Ahora puede hablar, pero hay momentos en que el cansancio y el dolor le obligan a suspender. Mientras nos acomodamos en la sala, con sendos vasos de agua de jamaica, le comento que la aparición de un libro en formato de diálogo resulta natural: su obra y su trayectoria no podrían entenderse sin el factor de la conversación.

 

El novelista y dramaturgo asiente: “Acuérdate que uno de mis primeros empleos, cuando era un muchacho, fue entrevistar a las actrices de moda para la revista América. Ana Bertha Lepe, Kitty de Hoyos, Lilia Prado…” Me recuerda también que así, charlando, comenzó su prolífica trayectoria en el periodismo cultural, pues sus entrevistas llamaron la atención de Vicente Leñero, Octavio Paz y Julio Scherer, quienes le invitaron a trabajar en proyectos como Revista de revistas, Plural y Excélsior.

 

Conversar para conocer

 

Le pregunto por qué la conversación resulta tan importante para él. Responde con una frase que, palabras más palabras menos, pronunció días antes, durante la presentación del libro: “Hay que rodearse de gente, y quizá con una persona basta, que nos enseñe a ver lo que nosotros por nosotros mismos no hemos aprendido a ver. Eso y mucho más ha sido para mí Pepe Gordon”.

 

Insisto. Como un autor fundamental en el panorama de nuestra literatura, Solares ha concedido cientos de entrevistas. Pero quiero saber por qué la conversación con Gordon ha sido distinta, más parecida a una confesión o a una sesión de psicoanálisis: “Con Pepe yo me dejé llevar como buen Virgilio. No hubo nunca una sensación de incomodidad, al contrario, yo me sentía muy liberado. Yo estudié un año con (Erich) Fromm, allí aprendí una cosa muy importante: la primera característica de un neurótico, o de un paranoico, es la falta de naturalidad. Desde que aprendí eso, trato de tomar la vida como viene”.

 

Así pues, quien se ha atrevido a explorar los puntos ciegos de la existencia al alimón con Solares ha sido José Gordon: otro destacado escritor, periodista y divulgador de la cultura. A Gordon le entrevisto por teléfono. Es fácil advertir que también para él la conversación tiene un papel central. Está convencido de que, como la mejor literatura, el diálogo aspira a acercarnos, a conectarnos con el otro: “La literatura, en los momentos más interesantes, tiene un aire de confesión. Tiene un aire de penetrar una intimidad que a veces parece que es imposible poner en palabras, y cuando te das cuenta de que la literatura es una soledad acompañada, y más allá de lo que tú pensabas que habían rincones recónditos de tu ser a los que jamás nadie podría asomarse, se vuelve muy reconfortante saber que podemos tener esa experiencia de comunión que se abre con la confesión”.

 

Además Gordon destaca que, dado que este ejercicio de confesión toma la amistad como punto de partida, es más fácil encontrar territorios comunes: “simple y sencillamente, se rompen las barreras, se rompen las corazas y cuentas una parte muy importante de tu ser que no había estado apalabrada, y cuando la apalabras te das cuenta de que a lo mejor algo que tú pensabas que era terrible adquiere otra dimensión al ser contado como una historia, y darnos cuenta de que a todos nos pasa todo”.

 

El derecho a la novela

 

Le comento a Gordon que en la estructura del libro, dividida en sesiones, veo un vínculo con otro de los grandes intereses de Solares: el psicoanálisis, que no es otra cosa que una conversación para tratar de comprendernos mejor a nosotros mismos. El autor de El libro del destino asiente: “Claro. ¿Y sabes qué es lo que pasa? Que difícilmente nos vemos como historia. Creo que todos tendríamos el derecho a tener una novela, y eso me parece interesante y paradójico: Ignacio, el novelista de lo invisible, también merecía su novela. Es decir, un relato que de alguna manera trace el arco del personaje que se ha visto sumido en profunda angustia, como se ve en el diálogo, que ha tenido experiencias de miedos muy profundos y que al mismo tiempo está atisbando lo sagrado. La gran pregunta en términos de esta novela es dónde se levanta el arco de ese personaje y si realmente podremos pasar de lo limitado a lo ilimitado. Ya te estoy diciendo que este diálogo tiene un aire de novela, y me parece que tiene un desenlace muy interesante”.

 

Solares, por su parte, recuerda cómo nació su amistad con Gordon: “Un día, hace muchos años, Pepe me pidió que le ayudara a corregir su tesis universitaria. Nos sentamos a trabajar y le marqué varias cosas. Cuando quiero soy muy maldito (dice, y suelta una risita que quizá intenta ser malévola pero suena más bien pícara). Le dije que cuando pudiera pasara las correcciones en limpio y regresara. Al día siguiente, a las nueve de la mañana, estaba en la puerta con los cambios ya hechos. Allí estuve seguro de que iba a ser un gran escritor. Lo admiro mucho. Lo quiero mucho, pero lo admiro aún más. Es una persona bondadosísima. De alguna manera fue mi gurú, me enseñó a meditar, me enseñó el silencio, como en su tesis”. Y es que el tema de la tesis era el silencio como base de la comunicación.

 

No puede ser casualidad que en este momento el maestro Solares me recuerde que pronto tendremos que hacer una pausa. Porque otra de las enseñanzas que se pueden extraer de Novelista de lo invisible es, precisamente, el valor del silencio. Le pregunto qué papel juega éste en su vida. Al respecto, dice: “El silencio es importante en mi obra y en mi vida. Pepe Gordon me inició en la meditación trascendental. Pasaba yo diariamente un par de horas en silencio en mi estudio. Maravilloso. Todos los días. Por eso me gustan Thomas Merton, Fromm, Schopenhauer, Huxley. El silencio te enseña tanto, y a veces más que la palabra. El silencio es terapéutico, comunicador, explorador y contemplativo”.

 

José Gordon, por su parte, responde con una anécdota familiar. Evoca el gusto de su padre por el dominó, gusto que él no compartía durante su juventud: “Más grande me di cuenta de que lo importante no era lo que platicáramos dentro del dominó, sino simplemente estar en la presencia silenciosa del otro, acompañándonos”. Añade que esos momentos de silencios compartidos también han sido frecuentes en las cuatro décadas de amistad con Ignacio Solares: “A veces esos momentos son de poesía encarnada, y allí reside el valor de la amistad. Son ciertos momentos, no pueden darse todo el tiempo, pero sí hay ciertos momentos en que la poesía saltó del papel y nos habitó”.

 

 

Entre la duda y la fe

 

Otro de los grandes temas de Novelista de lo invisible es el dilema entre la duda y la fe. Descendiente de una cultura que sufrió el Mal absoluto en el Holocausto, Gordon se ha acercado a obras como la de Elie Wiesel, sobreviviente de los campos de concentración, para explorar cómo un espíritu profundamente religioso se enfrenta al Mal que destruye todos los cimientos de su existencia. Le pregunto cómo conservar la fe después de realidades como el Holocausto: “El novelista Amos Oz me dijo en alguna ocasión que muchos escritores que le asombraban por sus arabescos literarios, pero detrás de ellos hay humo, no hay nada. Y que sin embargo lo que más le gustaba a él era descubrir autores que se atrevían a tocar el núcleo de la vida con todos sus dramas y sus claroscuros, y en esos claroscuros están la duda y la comunión. E igual que Isaac Bashevis Singer, pienso que hay personajes que tienen lentes bifocales: que no pueden dejar de ver el infierno pero que tampoco pueden dejar de ver el cielo. La duda ante lo que estás viendo, sí, pero por otro lado lo estoy viendo y tengo que dar fe”.

 

Le pregunto a Gordon cuál es, respecto a este tema, su novela favorita de Solares: No hay tal lugar, responde de inmediato, y añade: “Allí Nacho se atreve a dar registros que no se han dado en la literatura mexicana. Tal vez otra forma de penetrar ciertas formas de lo sagrado se da en José Agustín, y si me invitas más encontramos manifestaciones de lo sagrado en la poesía de Elsa Cross y de Esther Seligson, pero en general es un tema al que rehúyen los autores mexicanos… No hay tal lugar me parece que lo aborda con la paradoja crítica de que sí hay tal lugar porque, desde el momento en que personajes como esos están escritos y descritos, y además tienen cierto sustento en la vida de Nacho… nos asomamos a gente que ha encarnado la utopía, a gente que ha vivido con tal intensidad que de repente en algún momento aflora la utopía, que no es otra cosa que la trascendencia”.

 

Solares, por su parte, ha destinado no pocos de sus trabajos a explorar esa misma duda pero desde la interioridad de personajes que han marcado la historia del país. Un ejemplo es su novela y su obra teatral sobre Plutarco Elías Calles, pues allí se perfila a un hombre abrasado por las dudas de fe, tanto así, que asistía a sesiones espiritistas, como documentó Gutierre Tibón en su libro Ventana al mundo invisible. Le pido entonces una recomendación para escribir novela histórica: “Yo entré a la historia por la puerta trasera, no soy historiador. Nunca escribí nada por encargo o porque alguien me dijera. La clave es apasionarte con tu personaje, enamorarte de él. Luego, leer todo lo que hay sobre él. El libro que te falta es la clave. Tienes que saber todo sobre él. Y el libro que falte en el librero, donde encuentres un vacío, ese es el libro que tienes que escribir”.

 

El maestro define como una prueba de amor —al personaje, pero también al oficio— el trabajo necesario para forjar una novela de esta índole, y pone como ejemplo el esfuerzo que hizo para escribir La invasión: “Me costó un año de ir a la antigua escuela de medicina, atrás de Santo Domingo. Iba todas las mañanas. Estaba apasionado. Me leí todas las tesis, que no eran muchas, sobre la anestesia. Terminar la novela me tomó, fácil, dos años. Escribía con una pasión brutal porque quería yo conocer a ese personaje, y no hay nada mejor para conocer a un personaje que escribir sobre él”.

 

 

 

FOTO: Ignacio Solares en su casa en la Ciudad de México. Crédito de imagen: Berenice Fregoso /El Universal

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