Ayotzinapa: la construcción de un mito

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Este nuevo acercamiento a la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa apuesta por descifrar la forma en que se narraron los hechos de una manera alejada de consignas, pero con el entendimiento de las demandas de justicia

 

POR ALEJANDRO BADILLO

De entre los múltiples escándalos que marcaron el sexenio de Enrique Peña Nieto, la desaparición de 43 jóvenes estudiantes de la Escuela Normal Isidro Burgos, ocurrida la noche del 26 de septiembre y la madrugada del 27 del 2014 en Iguala, Guerrero, fue, quizás, el más importante y uno de los que capturó la atención de la prensa nacional e internacional. Después del suceso inició una carrera por conocer la verdad de los hechos, en particular, el destino de los normalistas. La investigación del gobierno, acompañada más tarde por expertos de todo tipo, contribuyó a enturbiar la trama más que aclararla. Cada paso o nueva revelación parecía hundir la verdad y caldear los ánimos de una sociedad harta de la violencia y la corrupción. Finalizado el periodo presidencial priista, la presión por desenmarañar los hechos del 2014 disminuyó, aunque, de vez en cuando, siguen apareciendo libros, nuevas teorías y declaraciones.

 

 

La abundante bibliografía sobre el tema es material muchas veces publicado para satisfacer la demanda inmediata de información y, casi por regla general, no profundiza mucho. A contracorriente de estos textos coyunturales destaca De Iguala a Ayotzinapa. La escena y el crimen de Fernando Escalante Gonzalbo y Julián Canseco Ibarra. Ambos autores, académicos del Colegio de México, no reconstruyen la información conocida por los dictámenes periciales o elaboran una nueva teoría sobre la desaparición de los estudiantes. Tampoco juzgan el papel de las autoridades o interrogan a testigos pasados por alto. En lugar de meterse en un camino transitado mil veces, abordan la noche de Iguala desde un frente nuevo: los discursos que aparecieron en torno a los hechos y que dieron forma, poco a poco, una narrativa dominante, una historia alternativa que, a la postre, satisfizo la necesidad de convertir a las víctimas en un símbolo poderoso, una alegoría que fue capaz de conmover a mexicanos y extranjeros. Los estudiantes de Ayotzinapa y su destino incierto fueron, para muchos, una catarsis necesaria ante una presidencia corrupta que, además, siguió aportando una cuota de miles de muertos por la violencia a pesar de su tono, en apariencia, conciliador. La idea abstracta del estudiante desaparecido, inerme ante el poder, cautivó de tal manera al país que, sin importar las particularidades del caso, se comenzó a relacionar Iguala y Ayotzinapa con el 2 de octubre de 1968. Como lo muestran los autores, a pesar de la diferencia más grande entre los dos acontecimientos –una desaparición provocada por el crimen organizado y una represión gubernamental ordenada desde lo más alto del poder político– se enarboló la bandera de los normalistas con las mismas consignas de la noche de Tlatelolco. Pocos se atrevieron a discrepar o señalar los elementos que separan ambas tragedias.

 

 

A través de un exhaustivo trabajo de archivo, Escalante y Canseco, cuentan en De Iguala a Ayotzinapa la historia que se narró a través de los medios y que convirtió a los normalistas en los protagonistas de un nuevo 68. Sin mucho sustento o evidencias palpables, mientras los resultados de los peritajes e investigaciones tardaban o conducían a escenarios cada vez más inciertos, la narrativa en los medios creó una verdad incuestionable: los estudiantes habían sido víctimas de una conjura cuyos hilos conducían, directamente, a Los Pinos. El grito que se escuchó en las calles durante las marchas: “¡Fue el Estado!”, no era, en absoluto, gratuito. Era la necesidad acuciante de ponerle un rostro al agresor. El marco de referencia que usan los autores para explicar este fenómeno es el de la “cultura antagónica”, es decir, la sospecha casi perene de la ciudadanía –sobre todo en los países carentes de un aparato confiable de justicia– en su gobierno. No es la creencia ciega en la conjura sino la gesta del débil ante la autoridad. Para la cultura antagónica siempre existirán motivos para enjuiciar al poder más allá de datos concretos.

 

 

Uno de los riesgos del libro, sobre todo en los tiempos convulsos que vivimos, es que su propuesta central sea leída como un intento de exculpar al sexenio de Peña Nieto. Nada más lejano de la realidad. Además de la responsabilidad y, sobre todo, la corrupción de las autoridades locales, el gobierno federal es el principal garante de la seguridad en el país. Sin embargo, como lo muestran los autores en decenas de artículos, declaraciones y entrevistas, la opinión pública centró sus consignas en la Federación y pasó por alto, casi sistemáticamente, sin importar filiaciones o fobias, la compleja realidad de Guerrero: el tráfico de drogas en la región, el sometimiento de las autoridades locales al crimen organizado y, sobre todo, la génesis de las normales rurales en México, herederas de las luchas más emblemáticas de la izquierda. Esta exclusión no fue producto del azar o de la desinformación. La gesta de los estudiantes desaparecidos necesitaba héroes sin claroscuros o demasiados complejos. La narrativa del débil contra el fuerte –la cultura antagónica– fue suficiente para que los protagonistas de Ayotzinapa fueran despolitizados, convertidos en prototipos con los cuales puede identificarse cualquier víctima de la violencia gratuita que alcanza a casi todos los sectores sociales del país.

 

 

Ayotzinapa, el “Lugar de las tortugas”, cuya sonoridad en náhuatl contribuye a la gesta del derrotado que conserva, a pesar de todo, la dignidad, se ha transformado, a partir del 2014, en un lugar mítico. A partir de la narrativa que surgió en los medios de comunicación, la verdad dejó de pertenecer al ámbito científico, a la documentación y peritajes, para recluirse en lo emocional. Ayotzinapa sustituyó a Iguala para crear héroes sin fisuras y villanos monolíticos. El libro publicado por la editorial Grano de Sal nos recuerda que, en tiempos convulsos, la historia comprobable no basta porque la desconfianza nulifica cualquier territorio común. Esto, por supuesto, nos interna en un escenario peligroso más allá de las legítimas demandas de las víctimas.

 

 

FOTO: De Iguala a Ayotzinapa. La escena y el crimen, Fernando Escalante Gonzalbo y Julián Canseco Ibarra. 1era edición, 2019, México. Grano de Sal. 166 p.

 

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