Jonathan Glazer y la ignominia feliz

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Zona de interés se incrusta en la vida familiar de un oficial nazi durante el holocausto en Auschwitz; una historia basada en una novela de Martin Amis

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Zona de interés (The Zone of Interest, RU-EU-Polonia, 2023), fulminante film shocking 4 del exvideoclipero londinense de culto clandestino a sus 58 años Jonathan Glazer (Bestia sexual 00, Reencarnación 04, Bajo la piel 13), con guion suyo basado en la quasi novela homónima del heterodoxo escritor inglés recién fallecido Martin Amis que a su vez se inspiraba en personajes reales apenas disimulados, el gentil oficial hitleriano de apariencia inofensiva pero comandante del campo de concentración de Auschwitz en virtud de la arendtiana banalidad del mal Rudolf Höss (Christian Friedel) lleva una vida sana de paseos solares, fiesta cumpleañera, pesca y entendimiento conyugal, de acuerdo con los lineamientos moralinos del Führer, junto a su jardinera esposa matrona Hewige (Sandra Hüller) y sus cinco vástagos rubitos en un edénico enclave con pileta-piscina e invernadero justo al lado del campo vuelto de exterminio según la apresurada propuesta de matemática cremación rigurosa que le presenta un brillante militar subordinado aunque, para rabia de Höss, deficientemente aplicada, puesto que se alcanza a contaminar el río cercano, si bien diversos ecos de clamores o vagos traqueteos (de fusilatas y pistoletazos expeditivos) no logran perturbar su tranquila rutina familiar, incluso visitada por una simpática suegra cariñosa que sale en fuga tras advertir los rojizos resplandores nocturnos de los hornos, pero la existencia familiar del oficial se desgarra cuando él es llamado a Oranienburg para ocuparse de coordinar los asesinatos masivos en la solución final de los campos con cautivos judíos de la nación y países anexados (en especial una inmoderada afluencia de húngaros deportados), pues ahora su mujer se aferra al íntimo remanso de dicha que ha logrado construir (apoyada por tres sirvientas locales y recibiendo las mejores prendas decomisadas), negándose a la mudanza, condenando a su atareado marido a la soledad prepotente a soportar un ascenso indeseado, víctima pese a todo de una insólita ignominia feliz.

 

La ignominia feliz se vale del tratamiento a la vez directo e indirecto de la vida del gran oficial nazi y su familia a un costado de las barracas del campo de concentración y exterminio de Auschwitz en plena shoah (1943), que viene a sumarse a los temas tabú abordados por el realizador en sus cintas anteriores, el apetito genital depredador en Bestia sexual, el incesto materno pederasta en Reencarnación y la insaciable autofagia exterminadora en Bajo la piel, nada más ni nada menos, temas que metamorfoseados y con disfraz retórico-genérico distinto regresan ahora de virulenta manera siempre latente en apariencia.

 

La ignominia feliz impone un falso mundo idílico, a través de largos e incómodos planos alejadísimos y en general fijos (del río, del jardín, del pórtico casero), de una perfección equilibrada, absoluta, perversa, exacto la que corresponde a una recreación histórica que concibe la Historia como un cúmulo de atrocidades, un compendio de crímenes y de circunstancias evitables y soluciones desesperadas, donde todo lo fundamental e importante ocurre fuera del campo visual, cual si fuese fuera de lo imaginable/representable, detrás del muro y sólo percibido por ecos cual si se tratara de un prolongado y reiterativo e insidioso campo vacío que crea según Burch una red infinita de espacios off.

 

La ignominia feliz tiende, extiende y disemina a placer numerosos señuelos y trampas visuales, mediante una transida y luminosa fotografía del polaco Lukasz Zal (el de Ida y Guerra fría de Pawel Pawlikowski 13/18) con foco suave y en colores pastel, una afelpada edición del exvideoclipero inglés Paul Watts que por dulce costumbre viaja sin dificultad de plano abierto a plano abierto, y un concienzudo diseño de producción hiperrealista al detalle de Chris Oddy con vocación minimalista extrema, pero lo que verdaderamente habrá de hacer predominar su duro régimen será ante todo la música de la artista no-binaria del indie rock inglés Mica Levi (la de Bajo la piel y Jackie de Larraín 16), estridente y distanciante hasta la agresión constante y la tiranía auditiva, porque de lo que se trata en todo momento es de incomodar al espectador, hacerlo sentir visceralmente mal mediante un godardismo tardío e irritante llevado aquí al límite paradójicamente seductor, se trata de provocar un malestar desorientador y malsano desde el arranque mismo de la ficción, donde atruena la música sobre una pantalla duraderamente en tinieblas y sólo existe el despiste de atmosféricas masas acústicas que se toman sádicamente todo el tiempo para establecer su dominio antes de que las lindas imágenes de un día de campo familiar surjan de pronto, sin que la música agresiva haya cesado, para continuar rebrotando y rebotando a todo lo largo de la cinta, admitiendo una desdramatización lisa y casi total, y permitiendo que una secuencia seriada de corolas de flores estalle de repente en rojo sangre para inundar por entero el campo visual durante algunos densos e intolerables segundos.

 

La ignominia feliz suma así su horror gélido al de otros grandes filmes que han glosado agudamente el tema de Auschwitz (Oswiecim en polaco), al primigenio descubrimiento del mediometraje documental aún irrespirable Noche y niebla de Resnais (56) y a la salvaje ironía viviseccional sobre el pavoroso sitio vuelto pasto para visitantes internacionales Austerlitz del ucranio Loznitsa (16, basado en Sebald), un Auschwitz ayer y hoy, ayer en la ficción y hoy en esa minisecuencia seriada también del lugar turístico que se inserta en un final bifurcado, con modernas aspiradoras, fotogénicas montañas de zapatos y esmerada limpieza de ventanales, para su mayor disfrute.

 

Y la ignominia feliz contempla el descenso por escaleras inacabables de nuestro infortunado triunfador Höss, mientras las luces se apagan a su titubeante paso lamentable y él se pierde abajo, sin conseguir vomitar como liberadoramente se proponía.

 

 

 

FOTO: Zona de interés, producción británica filmada en Polonia, ganó tres premios BAFTA. /Especial

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