Jordan Peele y la amenaza celeste

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Después de que su padre muera en circunstancias extrañas, dos herederos de un rancho californiano buscarán la fama tratando de dar a conocer las fuerzas sobrenaturales que hacen desaparecer a sus caballos

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En ¡Nop! (Nope, EU, 2022), intelectualizable opus 3 como superelogiado autor total del TVcomediante afroneoyorquino de 43 años Jordan Peele (¡Huye! 17, Nosotros 19), el discreto afroentrenador de caballos para shows Otis Haywood Junior OJ (Daniel Kaluuya) oye bramar al firmamento y, a causa de una ojiva caída del cielo, ve morir a su anciano padre propietario Otis Senior (Keith David), hereda su rancho californiano e intenta sacarlo avante, al contrario de su histriónica guapísima afrohermana más clara Emerald Em (Keke Palmer) que sólo piensa en triunfar en la farándula, aunque ambos sean expulsados de un TVprograma por el súbito encabritamiento de un equino en escena, y de pronto se encuentren a merced de extraños sucesos celestes que aterrorizan o hacen desaparecer a los caballos enteros, por lo que, pensando en hacerse ricos y famosos con el registro de esas fuerzas misteriosas, plantean una estrecha colaboración, que va siendo mortíferamente funesta con el instalador de futuristas cámaras de vigilancia Ángel (Brandon Perea), el exniño actor aún traumatizado por un chimpancé devastador en pleno TVprograma infantil a quien terminó rozándole la mano Jupe Park (Steven Yeun) y será tragado por un OVNI con 40 clientes más del parque de atracciones temáticas westernistas que regentea, y el ensoberbecido cineasta documentalista Holst (Michael Wincott) que acabará perdiendo la vida cuando el OVNI deje de ser una mancha escondida en una inamovible nube en el horizonte, para tornarse platillo volador y medusa mutante que sólo asedian a quienes lo contemplan mirando hacia arriba, tal como evitan hacerlo los ambiciosos hermanos dispares OJ y Em en un peligroso enfrentamiento final y decisivo, poniendo en juego la sagacidad en contra del miedo a la persecutoria e implacable amenaza celeste.

 

La amenaza celeste reclama, pese a su sencillez aparente, una polivalencia de significados y registros, al oscilar entre definiciones exultantes del cine de horror y del heroísmo satírico, como un detonante híbrido de thriller de aventuras y terror y suspenso y ciencia-ficción, una fantasía épica moderna-posmoderna entre autoinflada grandilocuente y grandiosa, un folletín anacronizante con numerosas peripecias mortíferas o triunfales casi aleatorias que se estructuran capitularmente bajo los nombres de los queridos caballos del héroe (Fantasma, Trébol, Fortuna) más el título del viejo TVprograma traumático (Gordy) más el apodo burlón que se le asigna al platívolo devastador (Jean Jacket), un propositivo y concertado aunque más bien despanzurrado e impotente homenaje a insuperables clásicos predominantemente spielbergianos para endosar al cielo inclemente el terror instintivo a las aguas de Tiburón (75) y los juegos de tragonas lucecitas interplanetarias de Encuentros cercanos del tercer tipo (77) y el roce creador vaticano con los dedos del E.T el extraterrestre (82) y la persecución en bucle temporal del Parque jurásico (93) y haciendo percutir/repercutir las inefables Señales de Night Shyamalan (02) bajo la divisa de una pretendida pesadilla pop sólo para iniciados, una fábula tangencial pero manifiestamente alegórica en torno a la brutal y desarticuladora incertidumbre causada por la pandemia por Covid-19, un paranoico florilegio de malos milagros confesos y augurios y desgracias asociadas, una parábola metabíblica cuyo epígrafe tomado del séptimo profeta menor Nahum reza: “Arrojaré inmundicias sobre ti, te volveré despreciable y te exhibiré en espectáculo” con vindicativa-justiciera-culpígena contundencia, un probable inicio de serie acaso con decenas de temporadas bajo el lema del Ángel sobreviviente in extremis: “No hay manera de que la historia termine en mi cabeza, no hay forma, esto es el principio de algo más”.

 

La amenaza celeste sólo puede hallar su pleno significado como un henchido homenaje abierta e invocativamente referencial/autorreferencial tanto al precine como al cine primitivo; por un lado, la pregonada genealogía orgullosa de OJ y Em con respecto a un tatarabuelo que hubiese sido el (in)identificado afroactor jinete de la microcinta pionera con cronofotógrafo del francés Marey en versión estadounidense, cuyas cámaras, una tras otra y en número de 24, dispuso el inventor EadweardMuybridge en 1882 para averiguar si los caballos vuelan al ir al galope, recibiendo un Nop rotundo, y por otro lado, el célebre y delicioso Un gran bocado del primitivo británico escocés James Williamson (1901), considerado clave en el arranque del cine experimental (aquel que pone en tela de juicio los datos de la percepción, haciendo posible lo imposible, según el cónclave de Göttingen en los 70), donde un dandy desdeñoso devoraba la cámara de cine que lo estaba filmando con todo y su camarógrafo, igual que al despectivo documentalista megalómano Holst con su camarita de manivela: ¡Nop! o la perfecta retrovanguardia.

 

La amenaza celeste se junta anticonformistamente con las anteriores cintas de Peele para conformar un delirante tríptico acerca de la enajenación del bípedo contemporáneo, pues así como la falsa familia acogedora se volcaba contra el ser racialmente distinto en ¡Huye! y la más abusiva y perpetuada lucha de clases hacía temblar a la familia idéntica a otra desposeída en Nosotros, ahora ¡Nop! arremete contra la sociedad del espectáculo, en la descendencia del pensador-callejón sin salida Guy Debord, y contra la pelelización de dos afrohermanos actuales polarizados a causa de la vida ilusoria propuesta por el bombardeo virtual desde la niñez y la existencia convertida en un persecutorio parque temático, tan añorante del Viejo Oeste como de los engendros fílmicos-televisivos-seriales que medran sin piedad en el inconsciente y sus tentáculos deseantes.

 

Y la amenaza celeste se diluye en su viento atronador, tras haberlo llenado de traumas reales/ficticios y voliciones tan aberrantes como al chimpancé o al pavoroso alien-medusa, fascinados con globos-simulacro.

 

FOTO: El thriller explora la obsesión por el espectáculo y la explotación/ Especial

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