Juan José Arreola: Autoanálisis. Conversación con Eduardo Lizalde

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En diciembre de 1979, el suplemento La Letra y la Imagen, entonces dirigido por Lizalde, publicó esta entrevista del poeta con Juan José Arreola en la que el confabulador reflexionó sobre su obra literaria

 

POR EDUARDO LIZALDE 

El pasado 26 de noviembre, como se anunció en La letra y la Imagen hace dos semanas, fue entregado a Juan José Arreola el Premio Nacional de Lingüística y Literatura 1979 por el Presidente de la República.l pasado 26 de noviembre, como se anunció en La letra y la Imagen hace dos semanas, fue entregado a Juan José Arreola el Premio Nacional de Lingüística y Literatura 1979 por el Presidente de la República.

 

Arreola es autor, como se sabe, de un conjunto de libros magistrales que, en su relativa brevedad, marcan el paso de una de las personalidades literarias más poderosas y originales de nuestra literatura en el siglo XX. Desde 1943, cuando Arreola publica sus primeros cuentos, se advierte y se reconoce de inmediato en el joven escritor a un maestro, asombrosamente dotado para el manejo del lenguaje y de la ficción. Confirman su plenitud literaria de creador Varia Invención y Confabulario, publicados respectivamente en 1949 y 1952, como lo harán después su Bestiario (1958), La Feria (1965), Palindroma (1971) y otros libros.

 

Publicamos hoy algunas páginas inéditas de una presentación hecha en septiembre de 1974 (en el Instituto Femenino de Estudios Mexicanos), durante la que Juan José Arreola, al terminar un curso impartido sobre sus libros por el que suscribe esta nota, expresó sus opiniones sobre su propio estilo de escritor y analizó la técnica y el contexto de obras suyas leídas y estudiadas en esas sesiones. Valga la publicación de esas páginas, lo mismo que la rápida memoria de sus textos que aquí se hace como un homenaje de nuestro semanario al gran cuentista premiado.

 

EL: Es una ilusión —creo yo— ese supuesto que parece haber sostenido la crítica mexicana sobre el estilo de las obras de Juan José Arreola: el supuesto de que sus obras comprenden textos escritos en un estilo uniforme, parejo; por lo contrario, para un lector más penetrante, cada uno de los textos de Varia Invención o de Confabulario enfrenta evidentemente tanto al lector como al autor al problema de una factura completamente nueva. Otros autores escriben en realidad, dentro de una misma línea, una misma concepción estilística, distintos textos empapados en distintas anécdotas, sin plantearse la dificultad de buscar un nuevo lenguaje literario, una terminología y un tratamiento nuevos para cada nuevo cuento. Otra tendencia de nuestra crítica ha sido encasillarlo entre los “estilistas”. ¿No es así?

 

JJA. Me importa decir que no se había aludido a eso ni en conversaciones privadas (no lo había hecho el mismo Eduardo), ni en trabajos críticos de otras personas, con tal claridad. Sólo Seymour Menton, en un par de frases, apuntó algo parecido a eso. Hay en efecto determinados textos míos en los que yo no puedo comprender ahora por qué me propuse (sin proponérmelo, claro está, sin planearlo) darles el tratamiento que tienen. A mí me dolió durante algunos años que a mí se me tuviera por “estilista” entre comillas, por “preciosista”, porque algunos de mis textos están trabajados (siguiendo el ejemplo de artistas que todos conocemos), ya se ha dicho como los trabajos del ebanista y otros como los del orfebre, pero hay en otros lo que podemos llamar hasta descuidos y vulgarismos sintácticos y de palabra. Siempre me molestó por eso que, para hacerme una especie de halago con el que todo quedara resuelto, se dijera: “Ah, sí, un estilista”. Acepto y me gusta ser un prosista; pero cuando me llaman estilista eso me ponía en un cajón, en uno de esos cajoncitos que pueden ser un poco alhajeros o costureros femeninos de lujo donde se guardan muy bonitos ovillos de seda de distintos colores, y toda una clase de tijeritas y agujas de bordaduría.

 

EL: A propósito de eso, decíamos hace unos minutos que se intentó mucho tiempo, precisamente gracias a ese mote fácil de artífice y de estilista que se le aplicó y se le colgó del cuello como una medalla bastante pesada a JJA, se intentó presentarlo no sólo como perfeccionista, sino como “apolíneo”. Sostengo que todo eso está mal visto. Recordábamos aquello que decía Unamuno sobre los dionisiacos y los apolíneos entre los escritores. ¿Quiénes son realmente los apolíneos y quiénes los dionisiacos? Lo que sucede, decíamos aquí, es que entre lo dionisiaco y lo apolíneo (lo apolíneo cerca de los dioses, lo dionisiaco cerca de los hombres) hay una escala como la que va del chimpancé al dios, o del chimpancé al genio. Con una diferencia: esta escala no es una escala que vaya de abajo arriba, sino una especie de puente colgante donde los dos extremos son igualmente aterradores. Un apolíneo como Tolstoi y un dionisiaco como Dostoievsky o como Kierkegard, lo mismo que un apolíneo como Hegel, son igualmente impresionantes. Pero suele tacharse malignamente de apolíneo a un escritor al que no se alcanza a entender. Se le dice apolíneo un poco peyorativamente. (Me estoy extendiendo demasiado, pero trato sólo de dar a JJA una pista de lo que hemos dicho de él antes de su llegada a esta sala). Yo he sostenido que la obra de Arreola es tan dionisiaca como la de Rulfo, por ejemplo, y que está carnal, biológicamente casi, conectada a tu persona, a la gente y a la realidad con que has vivido.

 

JJA: Me da una alegría enorme que se diga eso porque, alguna vez, en un movimiento de defensa, así, violento, dije: me comprometo a demostrar que cada línea, no nada más cada párrafo de lo que escribo, está escrita con la sustancia de mi vida personal y con mi sangre, y con mi sensualidad más exacerbada. Hay determinados escritores que fueron maestros para mí en el orden de la prosa, como Marcel Schwob, pero no puedo aceptar que por eso se me clasifique sencillamente como escritor “fantasioso”. Yo soy un autobiógrafo continuo ¡aunque esté hablando en un momento dado de Babilonia! Y me doy cuenta de que esa oposición de… temperamentos, que parecía tan radical entre Rulfo y yo, no lo es. Los dos tenemos un mismo nutrimiento: el de la vida. Hay también realismo en mis escritos, aunque haya en ellos cierta ilusión óptica: la que produce la deformación literaria o fantástica de la realidad, etc. Por eso me siento feliz de que aquí se diga o se hable del carácter esencialmente dionisiaco de mi obra… Tú que me conoces tanto de cerca sabes que mis disfrutes, mis goces, y todas estas cosas, son profundamente sensuales. Cito el caso de Claudel, de quien se tiene la idea, fíjate, de que es sólo un gran poeta místico, un poeta de confesión católica, y que si esto y que aquello. Pero en el aspecto más importante de su obra, Claudel es un autor auténticamente sensual y dionisiaco; es un hombre que danza con una bacante. Aunque se encuentre a veces en plenas odas de aspecto místico y religioso, hay en él una sensualidad que lo desborda todo. El gran poeta católico y místico es terriblemente, prodigiosamente sensual. Yo creo que ya de raza, o de casta, pertenezco a ese orden de seres humanos que son dados al disfrute y a la sensualidad, al sentimiento frutal de la vida. Cada vez me siento más lejos de lo que se llama propiamente intelectual… Me considero un poco artista, solamente, un “vividor”… que cree más que en la cultura libresca en la cultura vital. Me gusta que hayan sido vistas alguna vez bajo otra luz las páginas que he escrito.

 

EL: Ibas a decir algo sobre, o contra, lo perfección que se atribuye a tu estilo…

 

JJA: ¡Ah!… ¡Yo que soy tan imperfecto he tenido que apechugar con el calificativo de la perfección! A veces mis lectores no parecen darse cuenta de que mi perfección es humorística, tiene un aire sarcástico; que a veces la pedantería de mi prosa es de orden satírico, que yo me choteo a mí mismo y a los formalistas al escribir de este modo… Se ha cometido la equivocación de tomarme en serio cuando yo soy un poco campanudo o rimbombante… Por ejemplo, si se mira el principio de ese texto que se titula In memoriam: “El lujoso ejemplar en cuarto mayor, con pastas de cuero repujado y no sé qué más… cayó como una pesada lápida mortuoria sobre el pecho de la baronesa viuda de Büssenhausen…” Todo eso es solemne, pero es de una solemnidad completamente risueña; yo no me hubiera permitido escribir eso en serio, como tampoco me hubiera permitido glosar en serio al decir aquello de “Esas que allí se ven, vagas cicatrices entre los campos de labor, son las ruinas del campamento de Norbilior…” etc. En el rostro del que lee eso debe haber siempre una sonrisa del que sabe que se está jugando con una reminiscencia de un poema en que se está haciendo homenaje a una ciudad heroica, pero donde el tono mismo de la imitación del clásico le da al texto un aire melancólico y risueño… Una de las sorpresas, y las felicidades más grandes, fue para mí descubrir que el muchacho sentimental y cursi, pueblerino que yo era, ocultaba en el fondo a un humorista. Años después de haber escrito ciertos textos, descubrí que yo pertenecía al rango de los satíricos, de los sarcásticos. Siempre será un misterio para mí el que siendo sentimental, amando y respetando tantas cosas (bueno, respetando, no tantas), haya caído en el humorismo y en el sarcasmo.

 

EL: Pero el sarcasmo es mal de toda literatura contemporánea. Decíamos que eso tiene que ver un poco con el he-cho de que no es muy consoladora la visión del mundo contemporáneo.

 

JJA: Hay algo de eso. Ayer decía yo en una conferencia universitaria que el mundo es cada vez más inhabitable. La contaminación es real, material… Acabo de saber que hasta el Ródano ¡eso sí me ha dolido muchísimo!, el Ródano, que se abre paso a la llanura, decía Claudel, desde un labio de mármol, y que no brota de la tierra sino que desciende directamente del cielo, alimentado por los pechos helados de la altitud y las glándulas secretas de la tierra… El Ródano está gravemente contaminado. Pero esa contaminación física es sólo un reflejo, una metáfora de otra corrupción. Una joven estudiante me preguntó en qué consistía el error de la civilización; le dije: el error de la civilización consiste en que hacemos el esfuerzo de educar a los niños, formar a los niños dizque para que “se ganen la vida”, y en cambio no hacemos nada para que sepan vivir, ganarse la verdadera vida, ganarse la otra vida (hago una metáfora religiosa). Suelo escuchar a los padres y madres mexicanos decir: “ya acomodamos a los muchachos” “Raúl es ya subjefe de la oficina tal…” “este otro ya tiene su negocito…”, “ya se ganan la vida”. El horror consiste en que toda la educación y formación esté orientada hacia eso. La verdadera educación de los jóvenes consistiría en enseñarlos a ser mujeres y hombres. Estamos obsesionados por tener hijos ricos, hijos que tengan bienes, y no que sean ricos de vida personal. Todo eso tiene que ver con el asunto de… la perfección literaria. Volviendo a eso, a lo de la perfección… no sé si alguien ha leído el bodrio ese que se llama Tercera llamada, ¡tercera! o empezamos sin ustedes (se ha publicado dentro de Palindroma)… Hay ahí las señales de vulgaridad más grandes de errores de estilo y hasta errores —ya que hablamos del purista y del artífice y de todo eso—, como el que me señaló Rafael Solana, que decía en una nota: ¿Cómo es que Juan José Arreola que imparte cátedra en la Universidad puede escribir diez veces “portafolio” en vez de “portafolios”? Le expliqué a Rafael: en una pieza tan vulgar, un hombre que toda su vida ha dicho “portafolio”, tiene que escribir igual. Si yo dijera ¿no he dejado por aquí mi protafolios?, me sentiría como si fuera, sino el presidente de la Academia de la Lengua, por lo menos un miembro de número… Es verdad que en la primera edición de la obra, que es una comedia oral, yo escribí inconscientemente “portafolio” es verdad. Pero cuando se hizo la segunda edición de la obra, y siguiendo el ejemplo de Valle Inclán, no corregí la palabra. Dejé el portafolio, porque esas cosas, creo, le dan un toque de vulgaridad a toda la pieza, que toca la vulgaridad del problema de la convivencia…

 

EL: Hemos comentado —a propósito de la convivencia y de la generación humana este siniestro texto tuyo que se llama Profilaxis.

 

JJA: Ese texto es también un misterio para mí. Lo empecé a escribir pensando en las cuestiones del control de la natalidad y a propósito de un chiste de lo más vulgar, que me pareció de muy mal gusto, sobre aquello de que “¿sabes que las mujeres transmiten el cáncer?” (lo que indicaba que por eso no habría que tener ninguna relación con ellas). Muchos años después, recordando ese tonto y elemental chiste hice alguna relectura de un tema que me ha intrigado mucho: el de los cátaros, los limpios, los albos, los blancos, los albigenses, que fueron exterminados sin que se les pudiera acusar realmente de mala conducta, o de verdadera herejía, por cultivar textos criptográficos, oraciones a la virgen María que ocultaban anagramáticamente oraciones a Istar (Astarté) y a cosas de ocultismo remoto propias de una masonería muy curiosa… Y me llamó mucho la atención algo que luego repercute en España en los siglos XV y XVI: el propósito de no procreación. Se habla mucho sobre los cátaros en la lírica provenzal; eran profundamente amorosos, son los creadores de la poesía amorosa, los inventores del amor occidental (véase el libro de Denis de Rougemont: Amor y Occidente, donde se muestra lo que hoy llamamos amor). Eso era lo que me intrigaba sobre el asunto de los Cátaros: que siendo tan sensuales y eróticos estaban contra la procreación, aunque permitían todo lo que fueran juegos amorosos… Esto me recordó lo que decían los Padres del desierto, que resumían su filosofía en esto: el mundo no tiene remedio, lo que resta es interpretar ciertos textos y consumar el mundo y los tiempos mediante la no procreación, mediante el ejercicio de un amor dichoso, pero estéril. Esa lectura dio por resultado aquello de que “Como es público y notorio, las mujeres transmiten la vida. Esa dolencia mortal…” El texto sigue así: “Después de luchar inútilmente contra ella…” (contra la vida), —aquí hay otra ironía que se refiere a guerras y todas las malversaciones cometidas contra la vida—; dice después: “no queda más recurso que volver a Orígenes…” —aquí hay otra ambigüedad afortunada, no intencional, lo juro: volver a Orígenes es volver a los orígenes, pero también se refiere a lo que hizo Orígenes, que tomando al pie de la letra el texto de Mateo, que habla del tocón sobre el cual se corta la carne con un hacha. Orígenes consuma la mutilación terrible sobre el tocón. Orígenes está fuera del santoral, aunque es Padre de la Iglesia, porque tiene esa culpa: Mateo se refiere a un eunuquismo voluntario, al compromiso de no propagar la vida, ni com-prometer el alma en el trato con la mujer porque ella es desgraciadamente desde el principio, por eso la civilización es malsana, un instrumento diabólico, (desde y según los más antiguos de los textos bíblicos): la mujer transa con el diablo. La Biblia no dice si el diablo se dirigió originalmente y sin provechos, sin resultados, a Adán, pero el hecho es que, en casi todos los textos de los Padres, la mujer es la que ha pactado con el diablo y es el medio por el cual el hombre se corrompe, estropea su vida personal y se olvida de Dios para caer finalmente en los brazos del diablo. Esto no es una invención señoras, yo sólo cito los textos bíblicos…

 

EL: Pero volvamos a tu propia exégesis de esas dos misteriosas líneas: “no queda más recurso que volver a Orígenes y cortar por lo sano en un texto de Mateo…”

 

JJA: Bien; lo que Mateo dice es: “Hay hombres que son eunucos desde el vientre de sus madres, otros a quienes otros hombres hicieron eunucos y otros que se han hecho eunucos a sí mismos para mejor ganar el reino de los cielos”. Orígenes tomó al pie de la letra, digo, el texto e hizo por su propia mano lo que hicieron a Abelardo, a quien sometieron a castración. Orígenes cortó por lo sano, es decir, suprimió su virilidad apoyándose  como en el tocón del carnicero  en las palabras de Mateo. Les digo de corazón que a mí me causa pena no seguir escribiendo cuando soy capaz de decir una línea como esa: “cortar por lo sano en un texto de Mateo…”, de comprar el texto de Mateo como un tocón sobre el cual se da el hachazo para cortar la carne (con todo este trasfondo que hemos expuesto)…

 

EL: Este es el comentario de las primeras cuatro líneas de Profilaxis, quedan ocho más…

 

JJA: Sí. Se dice en seguida: “A Pacomio, que aisló focos de infección en monasterios inexpugnables”… Pacomio fue uno de los Padres del desierto, uno de los primeros fundadores de conventos femeninos, para proteger la virginidad de las reclusas… Luego: volver “a Jerónimo, soñador de vírgenes que sólo parieran vírgenes”. San Jerónimo sólo aceptó el matrimonio porque se planteó ésta dificultad: si no hay matrimonio no podemos tener más vírgenes. Vean ustedes qué contradicción. De modo que lo único que queda es volver a la no-vida: “Salve usted de la vida a todos sus descendientes y únase a la tarea de purificación ambiental” —lo que parece, intencionalmente, propaganda redactada para la televisión. (El resto del texto parece más fácil de leer después de todo esto).

 

FOTO:  Imagen de Eduardo Elizalde, tomada de la edición de EL UNIVERSAL del 23 de julio de 1981, ocasión en la que Lizalde escribió sobre
los poeticistas/ Archivo EL UNIVERSAL

 

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