Julia Ducournau y la descarnadura femifebril
Aléxia es una bailarina erótica cyborg que se siente atraída sexualmente por los autos, además de poseer una tendencia homicida que la lleva a usurpar la identidad de un joven para huir de la ley
POR JORGE AYALA BLANCO
En Titane (Francia-Bélgica, 2021), críptico film 2 para terrorífico culto instantáneo de la autora total parisina de 37 años Julia Ducournau (corto previo: Junior 11, TVfilme: Devoro 13 codirigido con Virgile Bramly, primer largo: Voraz 16), polémica Palma de Oro exaequo en Cannes 21, la impertinente niña de 7 años Aléxia (Adèle Guigue) le provoca un accidente automovilístico a su padre (el director Bertrand Bonello de El pornógrafo 01) en el que ella es la primera pavorosa víctima, requiriendo ser reconstruida cual cyborg, a base de titanio, por lo que ostenta una espantosa cicatriz en la sien derecha y un cuerpo mitad metálico que, cuando reaparezca como treintona bailarina psicalíptica en una sala expositora automovilística (Agathe Rousselle carismáticamente anómala), la condena a sólo poder satisfacerse eróticamente con la palanca de velocidades de algún vehículo de lujo, aunque provoca violentos ataques sensuales de exaltados varones y mujeres, a quienes sistemáticamente elimina mediante la horquilla de aguja que aloja en su cabellera, llenándose de un desquiciado rencor culpable que cierta noche la obliga a exterminar uno por uno a los invitados festivos de sus padres y acabar quemando vivos a éstos, para convertirse en una buscadísima asesina serial secretamente preñada cuyo retrato hablado se exhibe por doquier, orillándola a deformarse corporalmente a base de autogolpes, a destrozarse la nariz estrellándola contra un lavabo y a ocultar sus senos bajo dolorosas cintas adhesivas, y así poder pasar por el ansiadísimo hijo extraviado Adrien del envejeciente jefe de bomberos Vincent (Vincent Lindon ferozmente patético), quien, ya enganchado en las autoinyecciones de esteroides, la acepta de inmediato como su vástago aunque ella se niegue a pronunciar palabra alguna, la nombra su aprendiz por encima de su antes subalterno favorito Rayane (Laïs Salameli) cuyo incidental descubrimiento de la verdadera identidad sexual de la inquietante Aléxia le costará ser estallado fatalmente como explosivo por ese tiránico Vincent que se ha incestuosamente enamorado de la impostora y pronto debe auxiliarla en su difícil parto solitario, con sorprendentes resultados mitad humanos mitad metálicos, tras una última extrema descarnadura femifebril.
La descarnadura femifebril nace del perturbador cruce de un trastrocamiento genérico límite y un cine de autora cerebral y propositivamente shocking, donde todo está perversamente calculado para el impacto truenacocos o mindfucking, en una extraña imbricación del cine de horror biológico del canadiense David Cronenberg (con aquella erótica autodestructiva de las criaturas-autos chocones de Crash 96 en inminente primer término) y el cine del malestar inconsciente del estadounidense David Lynch (¿ya ningún misterio puede contarse igual tras los 18 episodios del segundo culebrón acerca de los enigmas criminales de Twin Peaks 17?), con diversos toques tétricos, decadentes, hipermórbidos, o gustosamente retorcidos en la incontenible cinta prominorías Cinco sangres 20 del afroamericano Spike Lee (que decidió el triunfo de este Titane en Cannes), sean las persistentes patadas en el asiento delantero de papá, el coqueteo lésbico bajo la ducha de una postsadiana Justine (la linda Garance Marillier de Voraz), la aguja clavada en el ojo de un ávido fan demasiado besucón que no deja subir el cristal del auto, una mordedura brutal de pezón, el aullido de una desencajada anciana socorrida por los bomberos (Dominique Frot), el repertorio inagotable de los atormentados gestos descompuestos del jefe inaccesible, los incendios comunicantes de un mismo infierno en la tierra, la abofeteadora repulsa visceral de la madre del verdadero Adrien (Myriem Akeddiou), la danza psicalíptica-tribal con voluptuosos movimientos hipnóticos que simulaban copular con un auto y luego se repiten ante los atónitos buleadores machistas del pelotón, o la autoinferida rajada salvaje en el hinchado vientre del titanio titular.
La descarnadura femifebril se expresa mediante un relato fantástico-cienciaficcional-distópico de inesperados flujos y reflujos narrativos que asaltan sorpresiva y de manera constante al espectador, concediéndole tanta importancia a los picados y contrapicados de la rutilante fotografía en artificiales colores incandescentes de Ruben Impena que rebosa de efectos visuales, como a la bárbara edición tajante de Jean-Christophe Reymond y a la música pospunketa casi mística de Jim Williams que en efecto durante la secuencia del parto catastrófico termina recurriendo a la Pasión según San Mateo de Bach para extender los climas sacrificiales de su crispación dominante ni tremebunda ni sadomasoquista.
La descarnadura femifebril estructura corporalmente su despiadada e inolvidable multiplicación sanguinaria y su sólo internamente interdicto romance insólito, de modo que las rasgaduras de la panza parezcan prolongarse en los monstruosos abrazos hipotéticamente incestuosos, pues la lógica fantástica del relato ha elegido imponerse entre los vómitos blancos de las víctimas y los repentinos chorros de secreciones negras de la desatada victimaria por todos sus poros y agujeros, esa desquiciada y omnisufriente mujer cuyas etapas de vil desintegración física regulan sin cesar ni misericordia los pequeños avances y los grandes cambios a saltos de la trama, esa atropellante y escarnecedora intriga que es su propio doliente sentido exasperado y exasperante, a partir de la infancia castigada, la imposible juventud acosada, el descubrimiento súbito de un embarazo no-deseado, la adopción tardía de un padre terrible tan triturado como ella, el lerdo romance inexpresable, y la lucha por la sobrevivencia del cuerpo putrefacto y reventado como premonición y desbarrancadero en la muerte.
Y la descarnadura femifebril expande en todo momento una rara energía magnetizante que impregna hasta la jubilosa orfandad de ese bebé con la espina dorsal renegrida.
FOTO: Agathe Rousselle protagoniza Titane, que obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2021 /Crédito de foto: Especial
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