La crítica como elogio de la curiosidad

Mar 21 • Lecturas, Miradas • 3280 Views • No hay comentarios en La crítica como elogio de la curiosidad

 

POR MIGUELÁNGEL DÍAZ MONGES

 

 

El ejercicio de la crítica, así en general, y de la literaria en lo particular, es más confiable cuando lo realiza un poeta o narrador, como es el caso de Luis Bugarini, a quien así vacuno contra el prejuicio de que el crítico es un escritor frustrado. En Hermenáutica nos encontramos con una fiesta literaria, una celebración en donde la palabra escrita, creativa, traba una relación estrictamente dialéctica con el cosmos y la cosmogonía del autor y su tiempo, con sus errancias, su deambular por todos los ámbitos de lo pensable, sus distracciones y asombros; lo que remite a varios filósofos y pensadores de diversas áreas del conocimiento. Por mencionar algunos evidentes aunque no ampulosamente manifiestos: Ortega, Platón, Hegel, Kant Husserl, Russell, Wittgenstein, Eliade, Rossi, los estructuralistas, sus vástagos y sus bastardos y, por supuesto, estetas como Bachelard, Adorno, Eco, Steiner y hasta un asombroso Dostoievski, entre otras rarezas que solo pueden hallarse en la náutica de un erudito que no quiere serlo aunque no consigue ocultarlo. Hermenéutica y náutica –es obvio– que no van de charco en charco o de mar en mar sino en un océano continuo, ininterrumpido e inagotable. Sistema y orden son méritos del pensador que sabe qué hacer con el conocimiento, de un capitán con brújula, astrolabio y sextante; de un creador fascinado por el difícil y malquisto género de la crítica.

 

De la crítica –fenómeno cultural inevitable– como exégesis, como cifra y desciframiento que se vuelve a cifrar; como tablero integrador del mundo, la obra literaria y el lenguaje. De la crítica superior a la literaria, que dictamina y recomienda o lamenta; la crítica avocada a los hallazgos sin evaluarlos.

 

Bugarini piensa como filósofo y, por fortuna, no escribe como tal. Es un escritor de pluma refinada que conoce la fórmula para hacer convivir el rigor y la belleza de la expresión literaria. La crítica, aunque no sea literaria, cuando se escribe, es literatura, sutileza que las letras en nuestro idioma han olvidado, salvo en felices excepciones entre las que destacan Borges, Paz, Cortázar, Reyes, Alatorre, Batis y otros cuantos que resultan pocos ante las tradiciones inglesa o francesa.

 

Así, empieza con una declaración de intenciones, una necesaria teoría de la crítica a la que dedica la primera parte del libro, llamada “Utópicos”, donde propone una concepción de la crítica que tiene que abrirse paso entre la percepción contemporánea y el discurso vigente, duro, anquilosado en muchas ocasiones y cómodo en el mercadillo editorial. Las otras partes apuntan a autores y obras que se cifran por el nombre: “Atípicos”, “Distópicos”, “Entrópicos”, y el “Epílogo”. Raro escritor, se lee tan bien a sí mismo como para hacer una clasificación correcta y fluida de su propio trabajo cuando éste parte de la dispersión, si bien todo fue reescrito.

 

Hasta aquí, parecería que nos encontramos ante un buen libro de mera crítica literaria. No es así: como profesor de estética me he visto en dificultades para discernir entre las claves de esta disciplina filosófica y la crítica propuesta en el discurso de Bugarini. Crítica y estética, senderos que se bifurcan. La crítica en sí, general, no la literaria –ceñida a la obra y al lector, necesaria también y a ras de suelo–. La crítica que, como la estética, tiene por materia algo que no existe hasta que se construye mediante el discurso; el objeto literario que, casi como el hecho estético y apenas por su materialidad unívoca, sólo lo es del todo en función del mundo que lo envuelve y se enriquece al generarlo y regenerarse en él. Saltos al vacío, diría Bugarini, pero los muertos en nuestro tiempo solo mueren para vivir de otro modo y morir otra vez para resucitar de nuevo.

 

Si la estética está acorralada en la idea bogante de que su materia son el arte y la belleza, y no –como me empecino en proponer– la forma. La crítica vive en el calabozo de una función cultural al servicio de la difusión, la aceptación o el rechazo: el mercado.

 

El disgusto ante esto provoca la antítesis ya tesis. Luis Bugarini, en Hermenáutica, propone emancipar la crítica de tiranías como: el aparato crítico, el ensayo tradicional, el discurso enmohecido, el rigor coraza, la opinión inamovible, el dictamen, la clasificación, el texto mismo y hasta la propia tradición crítica. La crítica ha de ser un entramado de manifestaciones del lenguaje, un yo y mi circunstancia; la obra es el pretexto para el mundo que la forma y explica, mundo que es, a su vez, el que provoca la obra y le da sentido.

 

La crítica, así, liberada, vuelve a abrir las puertas a los exiliados de la literatura, hijos pródigos como los diarios, epístolas, carnets, prólogos y hasta notas al pie, como hace Vila-Matas en Bartleby y compañía que ahora tiene permiso de ser literatura de caza mayor. La forma de la crítica no la decide el crítico, sino el mundo que lo rodea y la materia de sus reflexiones.

 

Tales son algunas de las razones para leer Hermenáutica. Razones de lector que cae –como dice el propio Bugarini– en la perversión –muchas tengo y ésta se acumula– de hacer la crítica de la crítica. Si hablara el amigo impúdico, diría que Hermenáutica debería ser texto obligatorio para escritores formados y deformados.

 

Si no bastara mi prédica, téngase en cuenta que se trata de una obra rica en lenguaje e información, una obra que se goza, se relee y deja la sensación que el autor busca como un Sócrates, un Diógenes o un Séneca: la del redescubrimiento del asombro ante lo extraordinario; del saber, la honradez y la amistad, la que se traba entre un libro, otros libros y el mundo.

 

 

Luis Bugarini. Hermenáutica. Casa Editorial Abismos. México: 2014. 196 pp.

 

 

*En Hermenáutica, el escritor mexicano propone emancipar la crítica de las tiranías del aparato crítico el ensayo tradicional y el discurso enmohecido / Foto: Especial

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