Yorgos Lánthimos y el femiarribismo majestuoso

Feb 2 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 4408 Views • No hay comentarios en Yorgos Lánthimos y el femiarribismo majestuoso

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A inicios del siglo XVIII, durante la guerra con Francia, una joven criada ingresa en la corte de la reina de Inglaterra. Su relación con el entorno de la monarca le permite llenar vacíos afectivos y a involucrarse en los juegos de ambiciones palaciegas.

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POR JORGE AYALA BLANCO

En La favorita (The Favourite, RU-Irlanda-EU, 2018), inflamado opus 6 del excéntrico ateniense cultamente arraigado hoy en Inglaterra a sus apenas 44 años Yorgos Lánthimos (Diente de perro 09, Alps: Los suplantadores 11, La langosta 15, El sacrificio del ciervo sagrado 17), con avezado avieso guión original de Deborah David y Tony McNamara vagamente inspirado en personajes históricos, la deleznada joven provinciana de nobleza perdida por los naipes paternos Abigail (Emma Stone) se refugia literalmente enmierdada por fango caminero aunque de manera ambiciosa en la mismísima corte real inglesa, donde su distante prima que ejerce el verdadero poder de la nación inglesa en costosa guerra contra los franceses Lady Sarah (Rachel Weisz) la coloca como ínfima y burlable auxiliar de servicio, pero la humillada chica se dedica a observar los movimientos cortesanos y cierto día logra escurrirse con gran audacia hasta los aposentos de la achacosa y desquiciada reina en la realidad desposeída de cualquier dominio Anne (Olivia Colman) para curarle sus dolientes piernas por medio de herbolaria campesina, en un acto de contradictorio efecto controlado que sin embargo le permitirá a la inteligente malévola Abigail espiar y descubrir las flaquezas de la recluida monarca, entusiasta de las anodinas carreras de patos, con un conejito-hijo por cada uno de sus 17 abortos y sosteniendo una chantajista relación lésbica al lado de su favorita Lady Sarah, merced a lo cual ésta puede mantener las hostilidades bélicas e incluso pretende duplicar los impuestos para sostenerlas, con el apoyo del provecto primer ministro Godolphin (James Smith) y por encima del sinuoso líder de la oposición patriótica Lord Harley (Nicholas Hoult), el cual le hace la ronda a la ahora sirvienta directamente real Abigail que hace la finta del juego doble, sólo para su beneficio, ganarse la confianza de su alteza, meterse erotizada en su lecho, maniobrar con enorme habilidad, urgida por recuperar su extraviada nobleza, al hacerse desposar con un manipulable Lord Masham (Joe Alwyn) tras semienvenenar fatalmente a la antigua favorita y erigirse en su bienvenida sustituta lujosa y dionisiaca, si bien pagando un precio demasiado alto, cual ambiguo premio a su femiarribismo majestuoso.

 

El femiarribismo majestuoso estructura su cruel tragicomedia innombrable como un Via Crucis al derecho y al revés, en 7 numeradas estaciones de subtítulo irónico, del I. El lodo apesta al VII. Soñé que te apuñalaba en el ojo, para mejor medrar en vacío portentoso, como la fútil heroína maldita, y desenvolverse a sus anchas al interior de un mundo histórico de esencia meramente fílmica, donde el espacio y el tiempo se han distorsionado en los lindes de la alucinación, en la inminencia de perturbadoras revelaciones liricopoéticas siempre renovadas, inventando una poderosa estética audiovisual casi de entelequia que va imponiéndose, tan procelosa cuan pasmosamente, imagen por imagen y trasfondo de plano por eco de plano, porque su fin último es sabotear y deshacer, desde adentro y con base en un planteamiento de género, el cuestionable esplendor de las cortes británicas.

 

El femiarribismo majestuoso parte de un suntuoso arranque donde el blanco manto mayestético se despliega como un fascinante animal-objeto que ocupa la amplia atención de la pantalla, y siguiendo por la máxima exasperación óptica que pudieran conseguir la retorcida fotografía grandilocuente deliberada de Robbie Ryan llena de contrapicados maniacos y maravillosos ámbitos ignominiosos y techos laberínticos y abismales pannings mediante grandes angulares amibiáceos y devoradores planos fijos con lente ojo de pescado, una sorpresiva edición por atracciones continuas/discontinuas de Sam Sneade, la autárquica música particularizante a tramos de una ostentosa mezcla devota/aberrante de diez finas procedencias distintas (Händel/Purcell/Los Bach/Schubert/Schumann/Messiaen/Luc Ferrari) y canciones pop rococó de Anne Meredith y Elton John, gozosos delirios vestuaristas a veces hasta en blanco/negro de Sandy Powell y un inmaculado diseño de producción de Fiona Crombie y Alice Felton en plena ultraopulencia decadentista de solera desafiante.

 

El femiarribismo majestuoso ofrece la suprema originalidad narrativa de plantear en un apabullante tono sardónico la dicotomía entre el dominio y el poder dentro de un ámbito casi exclusivamente femenino, donde los varones son instrumentos o peldaños o pateables peleles dignos de mofa o viles estorbos, desechables en la interacción malvada de tres mujeres sadomasoquistas que se llevan entre las patas al futuro de una nación ensangrentada (algo más que los tomatazos a un noble gordazo encuerado) y a las vidas humanas empeñadas en una guerra infructuosa que propone un parlamento enrocable a placer, tres mujeres fuertes en exasperada y exasperante pugna que representan el temor al dominio (la grotesca reina presa y ánima en pena), el abuso del poder (Lady Sarah ahora carimarcada en la expulsión) y el deseo de dominio para nada (la insensata e insondable por hueca Abigail): tres mujeres prodigiosamente odiosas que encarnan fantasmas y fantasías inconscientes de un cineasta hasta ayer sólo fascinado con la suplantación o el sacrificio/autosacrificio.

 

Y el femiarribismo majestuoso acaba trastocando su histérica parábola a modo de una sustancial renuncia tanto al juego de los emparejamientos forzosos de La langosta como al de los chivos expiatorios de El sacrificio del ciervo sagrado, para celebrar la victoria pírrica de la inasible Abigail acogiéndose bajo al esquema arribista de la lucha por el poder y por el lucimiento femenino que impuso el clásico La malvada/Eva al desnudo (Mankiewicz 50), como una nueva favorita mimética que ha perdido en el camino todo autorrespeto, el sentido vital y el alma, y que ahora degradada se abraza a las caprichosas piernas de la reina malévola y omniaplastante de cualquier impulso humano.

 

 

 

 

FOTO: La favorita, protagonizada por Emma Stone, Olivia Colman y Rachel Weisz, se exhibe en las salas comerciales de la Ciudad de México. / Especial

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