La necesaria renovación museográfica en el MNA

Abr 29 • destacamos, Miradas, principales, Visiones • 1239 Views • No hay comentarios en La necesaria renovación museográfica en el MNA

 

Desde 1964 que la visión del museo de antropología en el tema indígena es estática, falta ligarla al presente

 

POR OMAR ESPINOSA SEVERINO
La experiencia de visitar el Museo Nacional de Antropología es des- lumbrante e impactante, quizá sea el volumen y grandilocuencia del recinto o que en su interior contiene una de las colecciones de artefactos prehispánicos y etnográficos más grandes e increíbles del mundo, quizá sea una suma de todo. Sin embargo, también hay que considerar que, a pesar de sus planteamientos y propuestas, existe en este museo una deuda histórica para con la sociedad mexicana: la representatividad y actualidad cultural en México.

 

El compromiso pendiente tiene varias razones que han sido analizadas por la antropología desde la década de 1960 y que posiblemente pueda solventarse con una renovación museográfica en las salas etnográficas. Afortunadamente, el pasado febrero se anunció esa necesaria renovación, se propone un cambio de fondo del discurso sobre los pueblos indígenas con el objetivo de mejorar la representación cultural de esos pueblos.

 

Los trabajos de actualización serían terminados en 2024 y toda esta iniciativa es una buena razón para una reflexión en este espacio. Porque es una realidad, las salas etnográficas del Museo Nacional de Antropología pasan desapercibidas ante la aparente gran magnitud de elementos arqueológicos. Podríamos pensar que el museo es reverencial ante el vestigio arqueológico y deja rezagadas a las sociedades que intenta incorporar en su segundo nivel; llevando al extremo el pensamiento podríamos suponer que mucha gente no tiene noción de que dichas salas existan.

 

A pesar de que se concibió como un museo de antropología, no deja de entenderse como un museo arqueológico. El objetivo de este museo era —es— que las visiones de los pueblos, particularmente de los prehispánicos e indígenas, conversaran y unificaran las visiones del pasado, presente y futuro por medio de sus vitrinas nacionales. Ahí hay mucho espacio de debate y mucho tiene que ver en cómo se determinó el propio museo y el papel que ha tenido la antropología mexicana.

 

Inaugurado el 17 de septiembre de 1964, de la mano del presidente Adolfo López Mateos, con un despliegue técnico sin medida para la época, se considera como heredero del Museo Nacional de Antropología —fundado en 1825— y repositorio de las colecciones arqueológicas y antropológicas representativas del esplendor territorial, cultural e histórico del país. Y ahí está el detalle, la grandeza nacional no necesariamente significa una cobertura extensa, ni una representatividad adecuada de la pluriculturalidad del territorio al que actualmente llamamos México.

 

Entrando en profundas discusiones antropológicas seguimos el paso de especialistas como el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla o la arqueóloga Haydeé López Hernández, quienes comentan la postura disímil del Estado mexicano respecto a su propia identidad. Una de las raíces del problema es que a partir del fortalecimiento de México como país independiente se retoma un proyecto de historia liberal —en este caso es recurrida la referencia de una de las primeras compilaciones enciclopédicas mexicanas: México a través de los siglos, de Vicente Riva Palacio—, una historia que tiene un origen en las culturas prehispánicas con una ruptura drástica llamada Virreinato y un progreso sucesivo que generó una independencia con una mezcla de ideologías e identidades que dieron como resultado al México contemporáneo. En pocas palabras, se romantiza el pasado prehispánico como islas melancólicas ante un México con problemas variopintos.

 

El proyecto de historia liberal se reforzó con el proyecto de nación posrevolucionario, donde la antropología tuvo un papel clave: ser la integradora y muchas veces hasta la homogeneizadora cultural del país. Después del porfiriato se aplicarían políticas de aculturación, es decir, se estudiarían las dinámicas sociales de grupos indígenas para llevarles el progreso sin tomar en cuenta la ruptura de estructuras establecidas y con el borrado de identidades comunitarias.

 

En un trabajo constante de al menos 60 años de ese proyecto del México posrevolucionario se fue cristalizando una visión de una antropología institucionalizada donde resalta la fundación por decreto presidencial del Instituto Nacional de Antropología e Historia en 1939, con la finalidad de registrar y conservar los legados culturales del país. Resulta nuevamente disímil que una instancia de estudio antropológico se difumine mediáticamente en labores arqueológicas.

 

La institucionalización de la antropología no sólo tiene que ver con la estructura, sino en la línea de trabajo, pues plantearía y endurecería el pasado arqueológico sin vincular las actualidades sociales del país. A lo indígena se le reconoce desde el prejuicio, son herederos directos de las culturas prehispánicas, pero son otra cosa, algo estático que no requieren reconocimiento, pues “todos son mexicanos”. Esas líneas de trabajo fueron comentadas desde la antropología crítica de Guillermo Bonfil Batalla, pues el mayor de los procesos era el de desindianizar al “indio”. Baste mencionar que ese ejercicio de poder del Estado hacia los grupos culturales diversos tuvo una implosión en 1994 con la demanda legítima en contra de esa visión integradora.

 

Volvemos al problema, esa visión desindianizante y romantizadora del pasado permea en el Museo Nacional de Antropología e Historia. En palabras del antropólogo Víctor González Robles, el museo en su estado actual “tiene una visión folclorista de los pueblos originarios, se ve al mundo indígena como algo que está encerrado en sus pensamientos y tradiciones estancadas en el tiempo”. Por eso es vital que los nuevos discursos rompan con la visión posicionada del museo casi de manera intacta desde 1964. Existe la posibilidad de generar modelos colaborativos donde los mismos grupos culturales variadísimos en México puedan exponer su autorrepresentación y además establecer relaciones con sus herencias culturales y las propias lógicas en las vastas colecciones de las bodegas del museo, porque han sido, son y serán sujetos activos en el país.

 

En la modernización de las salas etnográficas se plantean ya no seguir un modelo tradicional de recorrido por grupos étnicos, sino que se generen líneas temáticas que se expresan en: 1) Pueblos, lenguas y territorios; 2) Comidas y economías regionales; 3) Imaginarios sociales e identidad; 4) Comunidad, fiesta y costumbre, y 5) Tradiciones textiles y producción de saberes; y eso puede ser espacio para experimentar con recursos interectivos e inmersivos a las personas que visiten ese espacio. Nuevamente comenta el antropólogo González Robles: “La gente no sube, no genera conexión”, y la conexión no se da ni de manera personal, colectiva o con los temas que se tienen enfrente por las “contradicciones con el pasado prehispánico, el principal reto es la vinculación entre el pasado y el presente”.

 

El Museo Nacional de Antropología es uno de los recintos museales más importantes de México y el mundo, pero tiene una deuda histórica con los pueblos indígenas y con las identidades existentes fuera del pasado petrificado y los prejuicios de las sociedades estancadas. Se debería preguntar autorreferencias y presentar la complejidad social de comunidades en constante lucha de supervivencia ante las políticas integracionistas que el proyecto de nación mexicana impulsó por décadas. Esta nueva revisión y renovación museográfica puede ser la oportunidad de saldar las cuentas mostrando que la propia antropología mexicana tiene cabida en el siglo XXI para ejemplificar que la otredad conforma parte importante de la sociedad, hacer una crítica al colonialismo interno y sin duda hablar que la condición indígena está más viva que nunca y en constante cambio.

 

Queda pendiente también que, del otro lado, en nuestra experiencia de visita al museo, cada visitante afine el ojo crítico para que la impactante dimensión de los vestigios arqueológicos no sea el único nicho de conocimiento y comprensión del Museo Nacional de Antropología.

 

FOTO: Instalación de las salas etnográficas del Museo Nacional de Antropología en 1964. Crédito de imagen: Archivo Digital del MNA

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