La personalidad fílmica de Robin Williams

Ago 16 • Miradas, Pantallas • 8694 Views • No hay comentarios en La personalidad fílmica de Robin Williams

 

POR MAURICIO GONZÁLEZ LARA

 

Hay un tema recurrente en la filmografía de Robin Williams: la batalla contra el trauma provocado por la pérdida de un ser querido.

 

Acuñada como la politique des auteurs por la publicación francesa Cahiers du Cinéma a mediados del siglo pasado, la llamada “teoría del autor” se usa para analizar a cineastas cuya consistencia en cuanto a temática y estilo visual los identifica para todos efectos como los responsables últimos de sus películas. Dada la naturaleza colectiva de la creación fílmica, pocos conceptos han sido tan polémicos en la historia del cine. Uno de los argumentos en contra es que en muchos casos el director no necesariamente es la voz más distintiva del proceso creativo, no sólo durante la preproducción y el tratamiento del guión, sino durante el mismo rodaje. Hay actores cuya filmografía bien podría ser analizada desde “la teoría del autor”, dado que introducen temas, estilos y subtextos comunes en cada uno de los roles que interpretan, al punto en que el histrión mismo usurpa al personaje. Éste era el caso de Robin Williams. Su vulnerabilidad y energía maníaca marcaban sustancialmente todos los filmes en los que participaba, así apareciera solo unos minutos en pantalla. Se podría proponer que hay un tema recurrente en la personalidad fílmica de Williams: de La sociedad de los poetas muertos World’s Greatest Dad, sus cintas más memorables tienden a centrarse en individuos que batallan contra el trauma provocado por la pérdida de un ser querido.

 

A manera de homenaje por su reciente fallecimiento, revisamos algunas de sus películas más afortunadas:

 

El rey pescador (The Fisher King). Cuando se estrenó en 1991, la percepción general era que el director Terry Gilliam había comprometido su visión autoral a una historia de digestión sencilla y protagonizada por estrellas que ayudaran a las ventas en taquilla (Jeff Bridges y Robin Williams, fresco del éxito de Good Morning Vietnam y La sociedad de los poetas muertos). El clásico sell out hollywoodense, pues, a casi 25 años, El rey pescador luce como un trabajo personal que funciona como una ventana para entender la turbulencia existencial de los noventa, marcada por la incapacidad de conciliar la ironía y autoconciencia con la honestidad espiritual. El centro de la historia es la locura del personaje de Williams, quien se sueña como un caballero medieval frente al sinsentido de haber perdido a su pareja en una masacre perpetrada por un sicótico en un bar. El baile en la Grand Central Station de Nueva York y las confrontaciones con el “caballero rojo” acreditan a Robin como una figura icónica. El “tema actoral” está dibujado por completo: la energía maníaca como reacción a una pérdida insondable. El “deber ser” establece que una película requiere de por lo menos 30 años para ser considerada un clásico. Ya le levantaremos el brazo a El rey pescador en 2021.

 

Hook (1991). Odiada en su momento, esta variación del mito de Peter Pan es hoy todo un referente para la generación que vivió su adolescencia en la década de los noventa. Aquí el héroe de la cinta es el Capitán Garfio, interpretado por un desbocado Dustin Hoffman, quien se niega a renunciar a la fantasía y obliga a un Peter Pan adulto y amargado a reencontrarse con el niño que alguna vez fue. La película presenta a un Williams contenido que literalmente es forzado a sonreír. La actuación de Robin sugiere subtextos oscuros que no son aprovechados del todo por la dirección de Steven Spielberg. Con todo, un triunfo para Robin, quien le da un giro interesante a su “tema actoral”: el ser querido perdido es él mismo.

 

Los enredos de Harry (Deconstructing Harry, 1997). La participación de Williams en esta obra de Woody Allen se limita a interpretar por unos minutos a un actor que literalmente se difumina de la realidad. Este pequeño rol emblematiza uno de los  caminos que siguió la carrera de Robin durante tres décadas: la participación fugaz y el “cameo” en cintas ajenas al glamour hollywoodense. Otros ejemplos: el rey de Las aventuras del Barón Munchausen, el Dr. Know de Inteligencia Artificial y el terrorista sicópata de la poco vista El agente secreto (“No tengo futuro. Soy la destrucción de todo. El detonador perfecto”). Estas actuaciones estaban orientadas a redimir la participación de Williams en numerosas cintas comerciales, que fueron de lo valioso (Jumanji, Aladdin) a lo execrable (Patch Adams, Una noche en el museo), y que aceptó protagonizar sin lógica aparente (aunque se rumoraba que era por problemas financieros). No lo lograron del todo, por lo menos no ante un sector del público “culto” que de inicio lo miraba con sospecha por ser un comediante. Williams también intentó ser un villano en One hour photo Insomnia. La primera adolece de una dirección relamida que explota de forma un tanto grosera la desesperación del actor por ser tomado en serio; la segunda lo desaprovecha frente a un Al Pacino que nunca encuentra el tono de su personaje.

 

Mente indomable (Good Will Hunting, 1997). Este filme provocó reacciones divididas. Por un lado, fue un éxito de audiencia que ganó premios Oscar, incluido el de Williams como mejor actor secundario; por otro, muchos críticos lo consideraron como un trabajo convencional y lacrimógeno diseñado para conquistar a la Academia (el famoso Oscar bait). Algunos pusieron en duda que Matt Damon y Ben Affleck fueran los verdaderos autores del guión, bajo la hipótesis de que existía una fuerte campaña para inflarlos como las nuevas estrellas de Hollywood. A la distancia, Mente indomable se revela como una película valiosa, gracias en buena medida a la dirección inteligente de Gus Van Sant. La secuencia en la que Damon aprende que la teoría no es suficiente para comprender la experiencia del conocimiento es quizá el momento actoral más completo de Williams. A diferencia de, digamos, Despertares (1990), Robin nunca se siente afectado o chantajista. La descripción de las virtudes y defectos de su fallecida esposa —pedos incluidos— es en verdad entrañable.

 

El mejor padre del mundo (World’s Greatest Dad, 2009). Es una pena que este trabajo de Bobcat Goldthwait,  cómico devenido en realizador rabioso e independiente, no sea más reconocido. El prejuicio opera en su contra: la gente imagina una glorificación sensiblera de la figura paterna estilo Disney y no la farsa punzante que es. Robin interpreta a un maestro de preparatoria que florece en todos los sentidos al disfrazar la muerte accidental de su hijo como un suicidio. Goldthwait explora con tino la frustración inherente en la personalidad fílmica del Williams de la última época, atrapado en roles inanes y estúpidos. El tono recuerda a la obra de Todd Solondz, el director de Happiness.

 

*Fotografía: En “Hook” (1991), Williams dio vida a Peter Pan/Especial.

 

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