Las olas llegan a través de Patti Smith; reseña de su concierto

Mar 9 • destacamos, Miradas, Música • 535 Views • No hay comentarios en Las olas llegan a través de Patti Smith; reseña de su concierto

 

 

POR JOSÉ QUEZADA
Desde los palcos se ven las butacas vacías del Esperanza Iris. “By This River”, de Brian Eno, se escucha al fondo y un tañido interviene la canción de vez en cuando. Se desvanecen y crean largas filas, y la gente no termina de ocupar sus lugares. Otra vez, Brian Eno: ahora es “Big Ship”, en la fecha y hora previstas. Primero de marzo, ocho de la noche.

 

Los instrumentos ya fueron montados sobre el escenario: percusiones, cuerdas, herramientas, una pantalla y al centro el micrófono que ella usará en unos minutos. La pantalla, iluminada, deja un mensaje: se grabará una película y cada espectador es libre de compartir a Soundwalk Collective el material que registre.

 

En el encuentro de dos o tres generaciones hay quienes saludan: jóvenes tatuadas, entre aquellos que escucharon, quizá, en la primera hora de Patti Smith, hace cincuenta años, el acetato de “Horses” desde la aguja de un tocadiscos. El letrero desaparece, le da paso al ruido blanco. Las butacas siguen llenándose hasta que se apagan las luces y los segundos de tensión previsible. Le aplauden y entra a escena, con un pantalón de mezclilla y un saco largo, mientras la proyección de visuales reproduce las escenas de un museo de Historial Natural cristalizado en el tiempo, varias naturalezas muertas como sumergidas en ámbar. Se escuchan pájaros, ella habla: rain, no longer rain, fears, no longer tears, y la lluvia roja llena la pantalla y la luz roja cubre a la cantante. Hay una intención mística detrás de las atmósferas: sleep for thousand years. Three. Zero. Six. Lee y conforme avanza tira las cuartillas al suelo, cada hoja donde están escritos sus poemas.

 

Canta: and the birds screaming, nothing was left, for a thousand years and the million tears. For a thousand years. Su voz se amplifica, semejante a un himno. El violonchelo se esfuma e irrumpe. Se oye el aullido de un lobo y, al fondo, la pantalla revela el paso de otros lobos. The prince of anarchy, the winter kingdom, canta y los lobos caminan. And the field is burning, dice, marca el ritmo en el que se entrevé una vieja obsesión: Rimbaud y es inevitable recordar la foto en la que William Burroughs sostiene el brazo de Patti Smith, el puño cerrado que se recarga sobre él. The chaotic design of nature.

 

La atmósfera se sigue recreando, una y otra vez, bajo la luz, desde la pantalla, a través de la música y el dramatismo de su voz. Toma un trago de agua, deja caer las hojas para, unos segundos después, patearlas. El desenfado de la misma mujer que compuso himnos pacifistas. Le siguen el sonido de las olas y la imagen de éstas en una especie de reflexión sobre la materia que ella y los músicos exploran. Entonces, cita la Biblia, recuerda el momento en que Dios reunió las aguas y las llamó el mar. En el tercer día, el Señor formó grandes océanos y tierra seca. Ella lee: oil, the blue gold. Hay un pulso al fondo. Ahora le interesa la bomba atómica y sus elementos.

 

Indescribable horror, indescribable horror, repite como si fuera Kurtz en su lecho de muerte. Canta, habla, recita: such great tears, such great tears y el percusionista siente cada golpe y una plenitud. Después, escupe el trago de agua que hace un minuto se metió a la boca. Vuelve a tomar agua, se pone los lentes, enuncia una pausa. El video y la luz enseñan el inicio de un nuevo día. Empieza a cantar: I am the silence and the arrow. Le siguen guiños a la muerte y tortura de Pasolini. Se proyectan extractos del documental que dirigió Abel Ferrara, donde Willem Dafoe interpreta al director italiano tal como 26 años atrás interpretó a Jesucristo. Es el martirio y asesinato de Pasolini, indescribable horror, en la noche donde buscó un encuentro erótico. Luego las imágenes medievales de ciertos Santos contrastan, en la pantalla, con una orgía, una fiesta sexual, una pareja entrelazada, una penetración. Vuelve lo rojo, antes del gran final, las aguas rojas, y está hablando de la Medea de Pasolini.

 

Es claro que le interesa el mito, el origen, el paradigma. Let me be a vagabond. Hay un loop. Las luces cambian: son blancas, amarillas, rojas y así transita hacia un canto provocador que se mezcla con música electrónica y va creciendo. Come on, come on, grita con el temperamento de quien cantó “Free Money”, en los escenarios de Nueva York hace medio siglo, en una nueva era. Llega al clímax y al terminar y agradecer le regala un par de canciones al público: “Because the Night” y “People Have the Power”. Un primero de marzo ella también se casó con Fred “Sonic” Smith, guitarrista de MC5, dice. La muerte los separó en 1994. Es una fecha especial en una ciudad especial, vibrante, llena de vida. Fuera del teatro están los que no ocultan que acaban de llorar.

 

 

 

FOTO: La cantante y artista visual estadounidense Patti Smith presenta el performance “Correspondence” en el Conjunto Santander de Artes Escénicas de Guadalajara (México). EFE/Francisco Guasco

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