Laura Mora y la esperanza inadmisible

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Un joven de la calle es notificado de que recibirá la propiedad que fue de su abuela, por lo que inicia un viaje desde Medellín hacia la tierra prometida

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Los reyes del mundo (Colombia, 2022), desgarrador opus 3 de la estridente colombiana medellinense en Australia fílmicamente formada de 41 años Laura Mora (corto previo: Hermandad 06; largos: Antes del fuego 15 y Matar a Jesús 17), con guion suyo y de María Camila Arias, Concha de Oro en San Sebastián 22, el adusto melancólico chavo de la calle con nariz afilada de 19 años Rá Andrés Villegas Ledezma (Carlos Andrés Castañeda soberano) recibe a lista de correos medellinense una comunicación oficial para avisarle que, gracias al programa de restitución de tierras a las víctimas de violentos desalojos forzados por paramilitares que promueve el nuevo gobierno, le será devuelta una propiedad de su difunta abuela en el lejano Niché, y hacia allá encamina sus pasos, viajando de aventón eufórico sobre camiones de materiales y un par de omniserpeantes bicis sujetas por lazos, pues lo acompañan sus 4 inseparables amigos de pandilleriles andanzas urbanas, traviesos estallamientos del alumbrado público a balazos, consumo ocasional de inhalantes y despiadada autodefensa precarista, a quienes considera su familia: el rijoso chaparrín rizado-erizado con virulenta quemadura en un hombro Winny (Brahian Stiven Acevedo), el afrocolombiano correoso al soterrado racismo imperante Sere (Davison Flores), el resentido traidor compulsivo Culebro (Cristian David) y el silencioso sumiso Nano (Cristian Campaña), todos pernoctando ensoñadoramente bajo las estrellas, dejándose maternizar por pulposas sexoservidoras vetustas, provocando curiosidad callada y virilista rechazo visceral con su sola presencia, haciéndose acoger y aconsejar por el estrafalario eremita dueño de incontenible jauría sólo a medias chiflado, ocultando desde entonces el objetivo de su travesía, bogando en una especie de piragua atávica por el río caudaloso, sobreviviendo a un diezmador asalto gratuito, cruzando la sabana y la selva cerrada sobre pannings inhabitables, enfrentándose intestinamente con un absurdo sabotaje, arribando a su destino sólo para enterarse por una burócrata que nada se recibe milagrosamente ya que el predio afectado es ahora objeto de un costoso litigio, y reaccionado con furia literalmente incendiaria (“Y los cercos de la tierra ardieron”/ “Soy fuerte porque odio, que fuerte soy por tu odio”), pero prosiguiendo hacia la tierra prometida, ya devastada, pero creyéndola pese a todo suya, hasta descubrir que en su seno una mina de oro cuyos trabajadores, en nombre del patrón, se encargarán de repelerlos por el verbo y la fuerza física, imponiendo a morir la implacable ley de una esperanza inadmisible.

 

 

La esperanza inadmisible adopta la forma de un itinerario de entrañable road picture llano-selvático a la vez geográfico e inhumano-infrahumano-demasiado humano para darle forma a un peregrinar absurdo en pos de la confianza vuelta promesa y desencanto, pero también cadena de encuentros opresivos socialmente reveladores en medio de la violencia regional colombiana vuelta endémica y un decreto gubernamental de restitución de tierras confiscadas durante los depredadores regímenes precedentes, para erigir la alegoría entre surrealista y simplemente onírica de Los olvidados (Buñuel 50) que se fueron al hiperviolento trópico sudamericano en alegre agriado safari (“En mi mundo perfecto el que no quiera, no existe”), la fábula cruel pulverizachavos como metáfora ideal de un país donde ninguna reparación será viable tras el dominio del narcocrimen organizado y la estéril guerrilla desarticulada y los corruptos gobiernos antipopulares.

 

 

La esperanza inadmisible plantea la Hermandad con mayúscula y resplandores como el único valor posible para tolerar la realidad descompuesta nacional y su antiaxiología contenciosa imperante, extendida en violencia y desconfianza hasta en los confines y los más recónditos resquicios del llano o selvático territorio hostil, infectado y desafectado por el abuso, la institución de la desconfianza y la venganza intestina o la muerte a navajazos del amigo-hermano (ese doloroso y sagrado homicidio nocturno del ladrón de papeles burocráticos) como última instancia y solución a la sospecha y a la actitud traidora siempre en acecho.

 

 

La esperanza inadmisible exhibe de hecho una estructura a base de stanzas de estilo trascendental que son a la vez viñetas líricas y epifanías de diversa índole, epifanías bárbaras de áspera cara ante La vorágine (de la novela fundacional de José Eustasio Rivera sin mácula de realismo mágico) de la inmutable naturaleza devorahombres, epifanías exultantes hasta en la tragedia de la fotografía en perpetuo trance del visionario David Gallegos (El abrazo de la serpiente de Guerra 15) abriéndose paso entre la niebla o mirando a Rá recobrar sus papeles dispersos entre la maleza de la jungla, epifanías subjetivistas emblematizadas por el recorrido de abismados rostros sobre el abismo en cierto memorable travelling lateral que va develando los monólogos interiores (“Yo no quisiera dormir”/ “Yo no quiero envejecer”/ “Yo quisiera ser invisible, como la sombra”) de esos nuevos eternos ángeles caídos al estilo Las alas del deseo de Wenders (87), epifanías infestadas por la ronda en leitmotiv de un sublime caballo blanco inoportunamente ubicuo, epifanías consumadas en sí mismas como el columpiarse trepados sobre la cerca de una propiedad privada campestre, epifanías cándidas como la confrontación de las ruinas caseras con la imagen de una casita idílica, o epifanías de apagadas imágenes sonoras que hacen resonar la música preluctuosa del mexicano Leonardo Heiblum de posrockeros acordes indistintos casi indiferentes, porque son epifanías marcadas (y maceradas) por largas pausas en negro elíptico y contundente.

 

Y la esperanza inadmisible pierde a sus empequeñecidos héroes adolescentes en la polvareda de una burlona agresión minera dentro de un espacio fractal, con seguimiento de tiros, y la recuperación soñada en un islote-barcaza inane a la deriva.

 

 

FOTO: Los reyes del mundo recibió la Concha de Oro como mejor película del Festival de San Sebastian 2022/ Especial

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