Revolución de bolsillo
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El Pequeño libro rojo, que reúne cientos de citas de Mao Zedong, ha pasado de ser un medio propagandístico en el ejército chino a un artículo de colección para turistas y manual de nostalgias revolucionarias en México
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POR RAÚL ROJAS
Qué tiempos aquellos posteriores al movimiento estudiantil de 1968. La izquierda en México, y no sólo aquí, se fragmentó en sectas y subsectas. Había los comunistas seguidores de Moscú, los trotskistas, pero también los maoístas, muy visibles en la UNAM y en el IPN. Había hasta maoístas reñidos con China, pero partidarios de Albania. Presenciar una reunión de un Comité de Lucha maoísta, post-insurrección estudiantil, equivalía a transportarse mentalmente al distante Reino del Medio para dejarse hipnotizar con los aforismos del presidente Mao, el “gran timonel”. Para que las máximas estuvieran siempre a la mano del pueblo, el Partido Comunista chino imprimió cientos de millones de copias del llamado Pequeño libro rojo, cuyo título es más bien “Citas del Presidente Mao Tse-Tung”. En la transliteración moderna, el nombre del gran guía es Mao Zedong.
El librito con pastas de vinil rojo, que todo comunista chino que se preciara de serlo siempre debía tener en el bolsillo, reúne 427 citas de Mao, organizadas en 33 capítulos. Vio la luz del día en 1964, en una primera edición a cargo del Ejército Popular de Liberación. Durante los años de la llamada Revolución Cultural, las pantallas de los noticieros internacionales mostraban diariamente enormes movilizaciones, con cada participante levantando su ejemplar del librito rojo y gritando consignas. Se calcula que el pequeño libro fue la obra con el más alto tiraje anual global entre los años sesenta y setenta del siglo pasado.
Lo dramático de los maoístas en todo el mundo es que tomaban muy en serio al librito rojo. Hoy en día se puede consultar el texto en Internet, cita por cita, sin tener que comprarlo. El celular sería de hecho un buen empaque para la obra y me imagino que si hubiera una Revolución Cultural 2.0, ahora los manifestantes levantarían sus aparatos. Pero pagar o no por el copyright no es algo irrelevante. Resulta que las regalías por todos los escritos de Mao ya parecen haber llegado a unas decenas de millones de dólares. A pesar de que su viuda las reclamó desde la prisión antes de morir, el monto se lo ha apropiado hasta hoy el Partido Comunista Chino. El PC declaró al “pensamiento Mao Zedong”, como se dice, la cristalización de la “sabiduría colectiva” del partido y decidió embolsarse los pagos por derechos de autor.
El librito rojo es de fácil lectura, se trata de multitud de frases desconectadas. Claro que el primer grupo de citas declara al Partido Comunista la “fuerza central” de la revolución. Pero si vamos a las citas sobre la “línea de masas” se pone más interesante: Ahí Mao afirma que las “masas tienen creatividad ilimitada” y son “los verdaderos héroes”. La revolución descansa “en la masa del pueblo” y no en unas pocas personas “dando órdenes”. Hay que “tomar las ideas de las masas, concentrarlas y llevarlas de nuevo a las masas”. Por eso el liderazgo correcto consiste en ir “de las masas a las masas”.
Suena algo simplón, pero sería ésta una de las diferencias fundamentales entre los partidos de corte leninista y los maoístas. Lenin reivindicaba al partido como representante de la verdadera conciencia de clase del proletariado, que no necesariamente podía articularla sin auxilio externo. El partido de cuadros profesionales, organizado bajo el principio del “centralismo democrático”, podía por eso rescatar y representar aquella conciencia. En la “línea de masas”, por el contrario, es el pueblo sabio el que manda. El partido sólo sistematiza, concentra y da forma a las ideas, que se llevan de regreso a las masas. El partido es siervo de las masas. Pero nada más en la teoría.
En México, el maoísmo más protagónico se organizó precisamente detrás de concepciones similares. No hace muchos años, el Partido del Trabajo publicó una antología sobre la línea de masas. Los artículos ahí reunidos, de militantes como Adolfo Orive y Alberto Anaya, se leen como citas textuales del Pequeño libro rojo. Más bien son citas textuales. Aparentemente la línea de masas puede significar muchas cosas, pero no implica ser original.
La famosa cita de Mao “el poder político descansa en el barril de un fúsil” es parte de la sección sobre la guerra. Y es que “la guerra revolucionaria es una antitoxina que no sólo elimina el veneno del enemigo, sino que también nos purga de nuestra propia suciedad”. Se trata en realidad de “abolir la guerra”, pero “la guerra sólo puede ser abolida a través de la guerra”.
Los reaccionarios son “tigres de papel”, dice Mao, como también repite el manualito del PT. Aquí nos adentramos en alturas metafísicas, ya que, según Mao, los reaccionarios “son tigres reales y de papel al mismo tiempo”. En términos tácticos, es decir, por ahora, son verdaderos tigres “que devoran a la gente”. En términos estratégicos, es decir a largo plazo, “son tigres de papel” porque están divorciados del pueblo.
El verdadero estratega detrás de la manufactura del librito rojo fue el mariscal Lin Biao. Siendo Ministro de Defensa le ordenó al diario del ejército que publicara todos los días una cita de Mao, para inspirar así a los soldados. Lin Biao no creía que se pudiera (o debiera) educar a los soldados con dificultosas lecturas. Más bien se les debía aleccionar con consignas fáciles de memorizar y corear. Ya que necesitaban una cita diaria de Mao, los editores del periódico comenzaron a coleccionar las más importantes. De ahí surgió posteriormente el librito rojo, primero con sólo 200 citas, y después en una edición más extensa. Parte de las luchas intestinas para ganar posiciones dentro del gobierno chino se daba editando e “interpretando” diferentes textos de Mao, pero el librito rojo, por su sencillez y ubicuidad, alcanzó la preeminencia. Ya para entonces Lin Biao había sufrido un cuestionable “accidente”.
A partir de 1966 la Revolución Cultural arrolló a China, era un ajuste de cuentas dentro de la revolución misma. China perdió la razón. En las tiendas, los clientes hacían sus pedidos y recitaban citas del librito. Destruir o dañar una copia implicaba ir a prisión. Abundaban los relatos de trabajadores que después de estudiar las citas de Mao habían logrado aumentar la producción. O bien, de científicos, que por la misma vía cognitiva habían podido hacer un gran descubrimiento. El efecto económico de la Revolución Cultural fue devastador. Al final de cuentas el Partido Comunista mismo se encargó de purgar a los radicales y la “Banda de los Cuatro” (que incluía a la esposa de Mao) terminó en prisión después del deceso del “sol rojo que alumbra nuestros corazones”.
Durante la Revolución Cultural millones de habitantes de las ciudades fueron enviados al campo para ser “reeducados”, como relata la novela Balzac y la joven costurera china. En este bestseller, ninguno de los personajes tiene un nombre propio, sino sólo un oficio o función. Se habla del “sastre”, de la “costurera”, de “cuatro ojos”, del “jefe de brigada” pero nunca del individuo por su nombre. La Revolución Cultural aspiraba a esa masificación total y completa del cuerpo social, al Leviathan de Hobbes, pero no monárquico sino comunista.
Sabemos lo que ocurrió. A partir de los setentas China dio un viraje completo hacia el capitalismo de Estado y en 1979 millones de copias del librito rojo fueron destruidas. Eso no quiere decir que haya desaparecido por completo: es aún una reliquia muy popular entre los turistas que visitan China.
El Partido Comunista sigue rigiendo, pero se ha convertido en una agencia de colocaciones para la élite. La lucha entre capitalismo y comunismo es cosa del pasado, aunque el librito rojo aún proclame: “los comunistas no ocultamos nuestras posiciones políticas… nuestro programa futuro es llevar a China hacia adelante, hacia el socialismo y el comunismo… un futuro de incomparable brillantez y esplendor”. Según la leyenda, Mao mismo predijo en su lecho de muerte la “restauración completa del capitalismo en China”.
En 2019, la aún llamada República Popular China se convirtió en el país con el mayor número de billonarios en el mundo, sobrepasando a los Estados Unidos. Mientras, con todas las proporciones guardadas, los maoístas mexicanos finalmente encontraron su lugar en el presupuesto para convertirse en coprotagonistas del “cambio verdadero”.
FOTO: Aspecto de una exhibición sobre la vida de Mao./ Greg Baker/ AP
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