Un amor doloroso de tan grande

Ene 30 • Lecturas, Miradas • 1789 Views • No hay comentarios en Un amor doloroso de tan grande

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Con Linea nigra Jazmina Barrera hace un recorrido por los temores, alegrías y memorias que rondan a la maternidad y la vida de los hijos

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POR LUIS JORGE BOONE

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En los meses recientes leí cuatro libros que podría agrupar en el ámbito de la escritura autobiográfica, encarnada en diarios, ensayos y relatos memorialistas. En ellos, las autoras relatan experiencias relacionadas con la maternidad, la paternidad, la pareja, la muerte y el amor, desde diversos tonos y puntos de vista. Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan —sobre hijos que sobreviven a la desidia paterna—, La hija de la amante, de A.M. Homes —sobre una hija ilegítima que conoce a su padre, un hombre cobarde y mentiroso—, El beso, de Kathryn Harrison, —sobre una chica seducida por su padre, un reverendo de discurso mesiánico que la manipula— y El año del pensamiento mágico, de Joan Didion —sobre el luto de la autora por la muerte de su esposo—. La escritura se vuelve una forma de lidiar con la infancia incompleta, el abuso y el dolor de la pérdida, una manera de entender y sobrellevar la impermanencia y el sufrimiento, lugar para dolerse y sobrevivir.

 

Encontré ciertas diferencias al pensar en diarios, novelas biográficas y ensayos escritos por varones (como la Trilogía de la memoria de Sergio Pitol o El reino de Emmanuel Carrère) que devienen, sobre todo, discursos domados por la razón; es decir, el devenir de la vida se asocia y contrasta con obras literarias, se rastrea una significación que proviene de la tradición y de la creación. La mayoría de los hechos registrados acontecen alrededor de la crítica, la meditación de la naturaleza del propio trabajo, y la comparación del proyecto y las aspiraciones con el canon personal. Es decir: se rastrea, sobre todo, un destino intelectual.

 

La escritura testimonial de las mujeres apunta en otra dirección. Suele concentrarse en la individualidad de la propia historia, en la experiencia urgente; así, al enfocarse sobre el propio rastro, el retrato gana en intensidad emocional y reflexión detallista. Hay en estas autoras un riesgo al atender las pasiones y una confrontación desnuda del conflicto vital, una mirada más directa al espejo, a veces difícil de sostener. Hay, también, un encuentro con el cuerpo como biología, misterio soterrado y componente de identidad. En esta tradición, en un cuadrante emocional opuesto a tantas oscuridades, pero compartiendo el retrato de lo íntimo, la lectura activa y la autoconfrontación de la emoción, se instala Linea nigra de Jazmina Barrera.

 

 

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Bello ensayo fragmentario, diario en el que las fechas no importan (pues “con un bebé el tiempo se anula”), escrito con la gracia de la honestidad y la libertad de la aventura, que se permite experimentar distintas transformaciones, sus páginas se dejan golpear por la marea de la cotidianidad y combinan los paisajes externos e internos. Su estilo, natural y preciso, depara una lectura ágil, gozosa y plena de asombros. El lector acompaña a la escritora durante el proceso de gestación, alumbramiento y crianza de su hijo, y atestigua el redescubrimiento que hace de su cuerpo y de sí misma como un estado orgánico y espiritual misterioso; de esta manera, junto con ella recorremos prácticamente todo el arco de los sentimientos humanos. En ello radica una de las principales virtudes de Linea nigra.

 

En la composición del diario coinciden el azar y el proyecto. La escritora desea escribir ensayos, “es decir experimentos, sin compromisos de clímax ni tramas ni extensiones”, pero al mismo tiempo se da cuenta de que todo embarazo “es transformación en el tiempo, es cuenta regresiva, y en eso, quiera o no, hay trama, hay relato.” Hay, además, coleccionismo e investigación, en las citas y comentarios de obras que refieren la maternidad (Rosario Castellanos, Mary Shelley, Virginia Woolf, entre muchas otras); el registro de las eventualidades mayores (los terremotos), menores (el albur del tráfico citadino, las charlas conyugales) y otros que tardan en revelar su naturaleza (los vaivenes de la atención ginecológica y la actuación de la ética médica); hay, también, la revisión de la herencia, el espejeo con la propia infancia y la historia familiar.

 

Las personajes que rodean su experiencia ofrecen pasajes memorables. Bastan dos ejemplos para constatarlo. Luz Jiménez (1897-1965), mujer indígena mexicana, quien fuera modelo de Tina Modotti y de pintores como Siqueiros y Rivera, que fungió como interlocutora entre el mundo náhuatl y académicos y estudiosos de varias partes del mundo; cuyas apariciones en la iconografía indigenista de la época imantan la curiosidad de la autora al encarnar un símbolo de la maternidad. La madre siempre cercana de la ensayista, una renombrada pintora cuya presencia ofrece interesantes peripecias (como su salida de Estados Unidos tras el 11S —ocurrido mientras realizaba una residencia artística en Nueva York— o la recuperación de sus obras que quedaron sepultadas en el terremoto de 2017, en la Ciudad de México), y quien la acerca al misterio de la creación: “Cuando pienso cómo se verá el mundo desde el útero, me acuerdo de esos cuadros de mi madre, de sus lecciones para ver en la oscuridad.”

 

Entre la ambigüedad de la felicidad y los cambios del cuerpo, la necesidad de individualizarse frente al otro, la curiosidad, la nostalgia, la tristeza, la tintineante alegría, hay dos emociones cuya exposición a lo largo del libro me parecen entrañables: el amor y el miedo; antípodas, según filosofías como el budismo, que conforman las regiones más grandes de la maternidad. La escritora dice que después del parto tiene “más miedo que nunca”; ahora, presiente que las amenazas se multiplican, y parece que el mundo se ha vuelto un sitio más peligroso, mostrando que, también, una madre se convierte en una antena que percibe las sombras, y vive la fragilidad de la vida del recién nacido. En el otro costado está el amor, uno tan grande que la lleva a la plenitud de la dicha, ese sentimiento tan difícil de tratar literariamente, y que aquí se presenta bajo una luz prístina y genuina: “Es más difícil escribir sobre la felicidad. Sobre esa felicidad fácil, evidente, casi ridícula que siento ochenta veces al día”. Durante la lectura me pregunté si, como dice la autora, un niño necesita padres alegres, y por eso quizá los ilumina de manera tan abarcadora: “Son extrañas esas sonrisas involuntarias del principio. Pero más raro fue descubrir que, muchas veces al día, yo también sonrío sin darme cuenta y sin motivo”.

 

Termino esta lectura con una nota personal. Pienso en este libro como uno de esos que de pronto quisieras regalar a tus conocidos. Hablo, a propósito, en masculino. En estas páginas el embarazo, el parto y la lactancia se cuentan de una manera tan clara, comprometida y aguda, que serviría a muchos varones —al que fui hace años, en primer lugar— en vías de ser padres o que ya ejercen, para abrir los ojos y maravillarse de ese milagro que sucede a corta distancia, que suele hacerlo sin que nos demos cuenta de lo que implica, sus cargas culturales, la búsqueda que representa, los traumas que conlleva y los claroscuros de los que casi nunca se habla, al menos no con la dulzura y la inteligencia con que lo hace Jazmina Barrera.

 

Estas páginas son la compañía ideal para madres y padres. Linea nigra es uno de esos libros que hay que tener siempre a mano y releer. Nos hace pensar la maternidad, pero también la masculinidad y la paternidad, mediante las palabras de quien puede enseñar, por complementación y ejemplo: una madre. Elaborar dudas, temores y vergüenzas fuera de lugar con que rodeamos estas realidades de la vida y establecer el momento de unión común, de comunicación. Para entrar juntos y solidariamente en la naturaleza vitalizadora y desgarradora de dar vida a ese “amor doloroso de tan grande”.

 

FOTO: Línea nigra, Jazmina Barrera, Almadía-UANL, México, 2020, 165 pp.

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