Todo el silencio

Ene 30 • Reflexiones • 1271 Views • No hay comentarios en Todo el silencio

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La añoranza por el padre es una sensación que perdura en el hijo, así como el reconocimiento por las preocupaciones que tuvo por nuestra prosperidad, como nos recuerda el escritor portugués

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POR JOSÉ LUÍS PEIXOTO
Con el nombre completo, el escritor está sentado a la mesa. ¿Quién se habrá encargado del arreglo de flores que tiene al frente? El micrófono funciona.

 

Mientras presento mi libro en bibliotecas y librerías, termino casi siempre por nombrarte. En esos momentos, eres personaje de episodios, autor de frases, portador de lecciones que todavía tienen sentido. De forma extraña, como si me espiaras a través de una hendidura, tu mirada puede atravesar esas palabras que escojo para mencionarte. Eras lluvia de muchos días seguidos, esas palabras son sólo una gota.

 

No puedo saber lo que entienden las personas que me miran. Puedo imaginar lo que yo quiera a partir de su atención, escojo la mejor posibilidad, la más benévola. Leo algunas páginas del libro en voz alta, exactamente como si estuviera descubriéndolas.

 

El escritor está disponible para autografiar sus libros. Por favor, formen la fila en esta dirección. Mi caligrafía, vergonzosa como mi voz grabada en videos antiguos de fiestas de cumpleaños. Cada vez que escribo mi nombre, tu nombre va sobrepuesto al mío. De la misma manera, allá en el cementerio, en el mármol, mi nombre está sobrepuesto al tuyo.

 

Un hombre de cuarenta años recostado sobre una cama de hotel, iluminado por el televisor encendido. A esta edad, más que nunca, te distingo en mí. Entraba a tu cuarto por la noche, veías cualquier cosa en el pequeño televisor en blanco y negro, y me recostaba a tu lado. Mi piel tiene el mismo color que tu piel. Soy capaz de comparar mis manos con las tuyas. Cuento el tiempo que me falta para tener la edad que tenías cuando te perdí. Calculo la edad que mis hijos tendrán. Intento rechazar esos pensamientos. No quiero, ese tiempo es demasiado pronto para morir, pero como también sabes, poco importa aquello que queramos.

 

Mañana André cumple diez años, pero tú no llegaste a conocer a André. En él, a veces distingo tus rasgos, ademanes. Si fuera real y posible, si mis ojos no estuvieran ofuscados por lo que quiero ver, fui yo quien transportó esos pequeños gestos. Los llevé tal vez en lo que hago todos los días, en mis propios ademanes. ¿Cómo serías tú a los diez años? André ya oyó hablar mucho de ti. Le conté historias que no son suficientes para que te conozca.

 

Aquel tipo que aparece en la televisión se sentó en el restaurante y escogió el plato del día. No va a querer la entrada, ¿verdad? Juntos, posamos los codos en servilletas iguales a esta. Aquellos eran los buenos tiempos. El pasado se quedó con todas las conversaciones que tuvimos, esperando a que llegara la comida y, más tarde, frente a las manchas de grasa y a las migajas de pan. Ahora logro recordarnos en restaurantes como este, pero no tenemos voz, no logro reconstruir ninguna de las conversaciones que tuvimos. Tal vez habláramos de temas muy relacionados a la víspera de esos días distantes, o tal vez mi memoria haya dejado de guardar esa información, necesito espacio para cualquier otro asunto.

 

Después de la cuenta, el señor del restaurante me desea suerte con los libros y apunta hacia televisor donde me vio, sujetado a la pared. Le agradezco y en ese momento, de repente, entiendo la simpatía habitual, la sonrisa a despropósito.

 

Sí, padre, a veces, voy a la televisión a hablar de mis libros.

 

Es difícil de explicar. Habría que sorprenderse bastante con lo que sucedió. Nunca aparecí en el pequeño televisor en blanco y negro que tenía en mi cuarto, y con toda su capacidad de idealizar el futuro, se mostraría incrédulo si alguien le contara. Mi padre no tenía manera de imaginar que un día, con este camino hecho, yo sería un escritor que diera autógrafos.

 

Para mi padre seré siempre un muchacho de futuro incierto, con el permiso de conducir obtenido recientemente, estudiando para ser profesor. Cuando posaba los párpados sobre los ojos, el sufrimiento, sé que una de sus preocupaciones era: ¿qué será de este muchacho? Él mismo, muchas veces, decía esta frase. Dentro de mí, soy capaz de oír su voz pronunciándola.

 

Ahora nada puede cambiar este hecho. Aunque pase el resto de mi vida escribiendo libros, aunque sean leídos por millares y millares de rostros atentos, aun cuando mi nombre sea repetido todos los días en bibliotecas y librerías. Para mi padre nunca seré escritor.

 

FOTO: Exterior de un resturante en la ciudad de Lisboa, Portugal./ Olenka/Prexels

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