Luis Zapata, sus pasiones, sus demonios

May 27 • destacamos, principales, Reflexiones • 881 Views • No hay comentarios en Luis Zapata, sus pasiones, sus demonios

 

Un repaso a las manías que conformaban la genialidad del escritor mexicano, quien personalmente batalló con la depresión y quien hizo de esa calamidad un motivo para sobresalir a través de la escritura, sin importar la agudeza del azote

 

SERGIO TÉLLEZ-PON
Leí Melodrama (1983; Quimera, 2008) por primera vez al tiempo que la corregía. Es decir, no leí esa novelita de Luis Zapata para disfrutarla propiamente dicho, como lo haría cualquier lector, sino como parte de un trabajo. Y aun así, la disfruté, desde ese momento se convirtió en una de mis novelas preferidas de Luis, incluso por encima de su archiconocida El vampiro de la colonia Roma. Él ya la había transcrito, así que mi trabajo de corrección fue mínimo, sólo me fijé en que no se fuera algún error editorial y algún detalle que a él se le haya escapado (lo que yo llamo hacerle “zurcido invisible” a las pruebas de imprenta). Luis era muy quisquilloso para algunas cosas, una de las cuales era la corrección de textos en general, pero con particular manía en los suyos. Prácticamente no permitía que le metieran mano a sus novelas, era una especie de perfección que él llevaba hasta un extremo casi de neurosis, incluso puedo decir que le “chocaba”, para usar una palabra suya.

 

Es algo a lo que Luis se aferró desde la primera edición de El vampiro… Hoy en día casi nadie lo recuerda, pero el premio que ganó El vampiro fue muy polémico: uno de los convocantes se echó para atrás cuando se enteró sobre qué iba la novela (un prostituto que cuenta sus puterías, habrá pensado simplificando la historia) y ya no quiso dar el monto del premio; luego, escritores y críticos empezaron a menospreciarla sin siquiera haberla leído, como suele suceder… Pero la participación también incluía la publicación de la obra ganadora del Premio Grijalbo de Novela, concurso del que ya tampoco nadie se acuerda, convertido como está el sello editorial en otra cosa distinta a la literaria. Por si lo anterior fuera poco, El vampiro está escrita sin puntuación alguna (ni puntos, ni comas, ni punto y seguido, ni punto y aparte…), y entonces los editores condicionaron la publicación: si y sólo si se le ponía los signos podría publicarse, así que le encomendaron el trabajo sucio al dramaturgo José Ramón Enríquez, quien se dio a la tarea de ponerle todos los puntos y comas y guiones… entonces ardió Troya porque Luis se negó en redondo, y respaldado por Olivier Debroise (a quien le está dedicada la obra) y José Joaquín Blanco restituyeron el original y vigilaron que la edición saliera como finalmente la conocemos y la hemos leído durante estos 40 años. Luis era prácticamente un escritor novel, antes sólo había publicado una novela de la que después renegaría, Hasta en las mejores familias (1975), pero la polémica de El vampiro le dio toda la notoriedad que merecía, y hasta hoy se la sigue dando.

 

Por supuesto, todo eso yo no lo sabía cuando se me ocurrió publicar a Luis por primera vez con La historia de siempre (2007), todo eso me lo contaron después el propio Luis y José Joaquín Blanco, cada uno su versión. Así que, instalado en mi papel de editor, leí, revisé y corregí el mecanuscrito de La historia de siempre, acto seguido se lo devolví en un correo electrónico para que le echara un ojo y empezáramos ahora sí con el proceso de edición (la formación, las pruebas de imprenta, la portada, etcétera…) Pero cuál sería mi sorpresa que, por respuesta suya, recibí una larga carta amablemente escrita, eso sí, pero tajante en el sentido de que no me permitía hacerle ninguna corrección, la novela se quedaba así tal cual él me la mandó. Y así se publicó. Tiempo después nos reímos de toda la escena y de esa carta con la que, para volver a decirlo con sus palabras, me dio “un periodicazo en el hocico”.

 

Por eso es que luego la edición de Melodrama fue un poco más fluida, porque al haberla transcrito él mismo ya no venía con errores y porque yo aprendí a no meterle mano a sus libros. Mientras preparábamos el libro caí en la cuenta de que en ese año de 2008 se cumplían 25 años de la primera edición de “Melo”, como Luis le llamaba cariñosamente, así que decidimos hacer una edición conmemorativa que, modestia aparte, nos quedó muy chula; gracias a eso después Luis me diría que ha sido la mejor edición que le han hecho de esa novela a la que él le tenía particular amor-odio. Digo todo este preámbulo porque Melodrama contiene muchas cosas de él, personales, claro, pero también algunas de sus pasiones y sus fantasmas. Y una de sus pasiones, de sus gustos más apreciados, fue el cine, incluso me atrevería a decir que por encima de la literatura. En Melodrama es evidente el homenaje que le hace al séptimo arte, en particular a “nuestro cine nacional”, a sus escenas icónicas, a sus actrices epítomes del melodrama, a su inherente romanticismo rayando en la cursilería, a su música incidental con un mensaje oculto pero preciso…

 

El humor es otro de los ingredientes de Melodrama y que se encuentran a lo largo de su obra narrativa, a veces de forma involuntaria u otras más evidente. Al retratar o parodiar a las estrellas de nuestro cine o esas “escenitas” de pareja, Zapata crea un vínculo cómplice con el lector por medio de la sonrisa apenas dibujada, la risa incontenible o la carcajada franca y abierta. La literatura también puede ser una especie de risoterapia, sobre todo en obras como la de Zapata. Hay una cosa más que me llama la atención de Melodrama: el final feliz de la pareja gay, Álex y Áxel, un final muy cinematográfico pues no podría ser de otra manera en esa novela-película. Si en El vampiro el protagonista es presentado por primera vez en la literatura mexicana como un homosexual sin culpas ni tormentos, más bien, con gozo y mucho placer, a partir de Melodrama las parejas gays tendrán una representación sana y normalizada, a veces incluso como parte de una típica familia nuclear. Luis como avant garde de las heteronormadas (o “jotonormadas”, como yo les llamo). Así son los finales felices de las parejas gays en otras de sus novelas como La más fuerte pasión, La historia de siempre y también, de alguna manera, en Con R de Reality, su novela póstuma recién publicada.

 

Mencioné más arriba que Melodrama es una novela a la que Luis le tenía amor-odio. Recuerdo que el poeta Guillermo Fernández, siempre socarrón, me decía que él quería hasta al más prietito de sus hijos, refiriéndose a todos sus poemas, sean buenos o malos; en tanto creador, supongo que a Luis le pasaba lo mismo, aunque Melodrama no es para nada una de sus obras menores, al contrario. Pero su amor-odio más bien provenía de una frustración que radicaba en que nunca pudo hacerla película, materializarla en la fábrica de sueños. Si ya la novela en sí es el guion de una película, ¿qué más se necesitaba para concretarla? Para empezar, lo más caro: producción. Intentó hacerla varias veces, no sé cuántas pero recuerdo que me dijo que fueron varios intentos a lo largo de los años: primero Angélica Ortiz le prometió que se la iba a producir y sólo la adaptaron al teatro, luego no la hicieron porque el celuloide era muy caro, más tarde ella murió… años después quiso retomarlo al ver en el celular una posibilidad para filmar sin tanto presupuesto.

 

Un aspecto personal del que dejó registro en Melodrama fue su frecuente paso por los divanes. En particular, recuerdo que me hizo notar una vez, en el fabuloso personaje de la mamá de Álex Rocha, el protagonista, puso todo lo que hasta ese momento había aprendido casi en la práctica sobre el psicoanálisis, “las pastas” (como llamaba a los medicamentos para la cabeza) y todo lo relacionado con terapias y terapeutas. La depresión fue la mayor enfermedad contra la que luchó Zapata, un rasgo personal del que, como digo, dejó pistas en personajes y novelas (sobre todo en un par de sus últimos libros: Como luces y sombras y ahora en Con R de Reality) y que, a la vez, podría parecer incompatible con una obra tan divertida y gozosa. Es de loarle que a pesar de la depresión Luis siempre escribió, se levantaba y se sentaba frente a su computadora a escribir algo, sus diarios, un párrafo o alguna “chusquez”, como él diría, pero nunca dejó que la depresión fuera un obstáculo para su obra.

 

Luis tenía varias manías, muchos otros fantasmas que le removían quién sabe qué en lo más profundo de sus entrañas. Y también muchas fobias; por ejemplo, a los temblores. Una de las razones poderosas por las que se fue de la Ciudad de México y se instaló en Cuernavaca fue para huir de los temblores, aunque el de 2017 lo debió de sentir fuerte estando tan cerca del epicentro. Otras de sus fobias era a los aviones, por eso no viajaba a lugares tan lejanos, lo cual también lo retuvo para conocer su amado Brasil; si viajaba lo hacía a lugares cercanos en autobús. Y le tenía pavor a las ratas y ratones… Por otro lado, tenía sus gustos, esos mínimos placeres que dan gotas de felicidad, como las canciones de Angélica María, de Marlene Dietrich, de Nino Rota, de Caetano Veloso y un larguísimo etcétera. Le gustaba consultar el horóscopo chino, en el que era “conejo” por su año de nacimiento; curiosamente este 2023 también es año del conejo y quiero pensar que lo estaría gozando mucho. Algo que yo le admiraba sobremanera era su interés por aprender otras lenguas, pues aunque hablaba fluidamente inglés, francés y portugués, de los cuales traducía, luego empezó a aprender de forma autodidacta, auxiliado de Youtube, italiano, alemán y latín.

 

El homenaje al cine incluía, desde luego, a los grandes directores de la cinematografía mundial (Hitchcock, por ejemplo), y por eso estoy casi seguro de que se confabuló junto con Jaime Humberto Hermosillo para que el propio Luis hiciera un cameo al final de Confidencias (1982), la adaptación que hizo Hermosillo de otra fabulosa novelita De pétalos perennes (1981; Posada, 1983). Si bien no es una novela gay propiamente dicho, De pétalos perennes sí tiene una sensibilidad gay, a la manera en que Susan Sontag ve en lo kitsch una sensibilidad, y en ese sentido las dos mujeres protagonistas con sus amores platónicos, doña Adela y Tacha, llevan esa esencia gay. Así, Zapata y Hermosillo se adelantaron unos años a Almodóvar y a su cine de mujeres y sensibilidades femeninas, lo que después sería acuñado como “chicas Almodóvar”. Luis Zapata es conocido por su novela El vampiro de la colonia Roma, un clásico de la literatura gay, un escritor complejo que jugó y se divirtió con su obra.

 

 

 

FOTO: Luis Zapata dejó una novela póstuma titulada Con R de Reality. Crédito de imagen: Agencia El Universal

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