Maria Schrader y la femivoz antiacoso
Después de fracasar en el intento por evitar que el acosador Donald Trump obtuviera la presidencia, dos reporteras buscarán justicia para las víctimas de otro depredador sexual: Harvey Weinstein
POR JORGE AYALA BLANCO
En Ella dijo (She Said, EU, 2022), contundente opus 5 como realizadora de la exestrella sensual judioalemana de 56 años Maria Schrader (La jirafa 98 codirigida con su marido suizo Dani Levy, Vida amorosa 07, el soberano Stefan Zweig: adiós a Europa 14 y la sátira fantástica El hombre perfecto 21, tras sus inolvidables actuaciones en Aimée y Jaguar 99 y Calle de las rosas 03), con guion de Rebecca Lenkiewicz basado en el libro homónimo de Jodi Kantor y Megan Twohey, la amorosa madre judioamericana de dos niñitas precoces Jodi (Zoe Kazan carismática) y la intelectual embarazada o con eterna depresión posparto Megan (Carey Mulligan conmovedora) fungen como destacadas periodistas de investigación en el poderoso diario liberal The New York Times, pero fracasan en su escandalosa tentativa de impedir la llegada del cínico acosador sexual Donald Trump (voz ladrante de James Austin Johnson) a la presidencia de EU y, para reivindicarse de cara y con el apoyo de sus arrojados jefes maduros Rebecca Corbett (Patricia Clarkson) y Dean Baquet (André Braugher), han descubierto que pueden elaborar un reportaje bombástico a propósito de otro acosador serial llamado Harvey Weinstein (un ente sin rostro), el magnate de la compañía fílmica internacional Miramax (en su etapa independiente o adquirida por Disney, con valiosas cintas de Tarantino, Soderbergh, Minghella o Scorsese) cuyas víctimas, en cuartos de hotel con jacuzzi o en el glamoroso festival de Venecia, parecen ser numerosas, aunque antes de llegar a juicio fueron silenciadas mediante millonarios arreglos legales que mañosamente las sujeta a contenciosos acuerdos de confidencialidad e incluso a prohibiciones de buscar trabajo en otras productoras, lo que habitualmente deshizo sus carreras, con excepción de una célebre Gwyneth Paltrow reducida a su voz porque acepta dar información pero jamás ser mencionada ni dar la cara, lo cual, unido a fracasados viajes de la indómita Jodi a Irlanda y a Londres, confina la ya profusa investigación a testimonios también condicionados como los del abogado de doble filo Lanny Davis (Peter Friedman) de la empresa de Weinstein, hasta que la temeraria decisión de admitir menciones en el artículo, por parte de la otrora violada y desde entonces con problemas psicológicos Ashley Judd (ella misma) y de la antigua asistente Laura Madden (Jennifer Ehle), logra romper la barrera del silencio y acusar directamente al reiterado abusador criminal, llevarlo a proceso y, con grandes reparos, forzarlo a entregar al diario una declaración autoinculpatoria como triunfo irrefutable de una valiente y omnivaliosa femivoz antiacoso.
La femivoz antiacoso hace sin grandilocuencia alguna el recuento fidedigno y exaltante de los pormenores de un reportaje (vuelto libro) ya considerado crucial en la historia del feminismo defensivo, priorizando dos temas principales: la formación de una conciencia y la posible repercusión virulenta de la práctica periodística de investigación hoy como un ejercicio de caza mayor.
La femivoz antiacoso tiene como insólita pero muy fluida protagonista a la intensidad vertiginosa: sobre la marcha conformada por una intensidad visual y dramática en sostenido ascenso, que se apoya ante todo en la virtuosística fotografía archiprecisa y dinámica sin ostentación apantalladora de la argentina Natasha Braier (la de El demonio neón y Honey Boy), y por un vértigo que va surgiendo a partir del elevadísimo y casi abrumador número de personajes a desarrollar por abismal turno en una multiplicidad de incidentes, detalles o factores a considerar cual conjeturales voluntades coincidentes o en pugna, como si cada uno de ellos, por obra y gracia de la edición del imprescindible germano Hansjörg Weissbrich y la música acezante de Nicholas Britell, fuera a ser ahora sí el hecho fílmico y reporteril decisivo para poder armar el rompecabezas histórico y político individual al fin publicable.
La femivoz antiacoso crea una estructura a base de minúsculas piezas escénicas siempre significativas, a las que les basta con 4 o 5 planos para definir y convencer con la mayor certeza, desde la secuencia de arranque en torno a la decepción violatoria de cierta chavísima irlandesa contemplando un rodaje, incorporada a él, compartiendo un descanso laboral y de súbito corriendo desaforada por la calle hacia la cámara en retroceso como si las dos hubiesen sido análogamente ultrajadas, y varios episodios después reapareciendo ya mayor para revivir en un flashback el omitido episodio ominoso, porque una de las funciones favoritas de la estructura dramática consiste en rellenar huecos, con paciencia representar algo de lo púdica e impactantemente suprimido, escenificar las elipsis, como si en cada caso se estuviera filosofando a lo Bataille sobre alguna fundamental parte maldita, oscura o faltante del deseo humano, por lo que nada sorprende que los momentos supremos del relato sean aquellos donde resuenan en numerosos pasillos de hoteles las insinuaciones sexuales del violador masturbatorio como ecos indignos (“Los masajes son parte del trabajo”/“No te sientas incómoda”/“Juro que no te haré nada”/“Una vez, y te dejaré en paz”) en una sucesión de imágenes hurgadoras tan abstraídas y punzantes como los reflejos en profundidad de campo de la muerte del novelista suicida en Stefan Zweig: adiós a Europa, o en esa terrible secuencia violatoria verbalmente evocada donde sólo aparecen prendas íntimas femeninas diseminadas en campos vacíos, creando redes infinitas de espacios en off, igualmente vejatorios.
Y la femivoz antiacoso acaba celebrando con abrazos de las chavas reporteras y un par de clics electrónicos del orondo jefe afroamericano Dean la publicación impresa y en línea de la investigación que contribuiría a nulificar para siempre la impunidad de las relaciones eróticas no consensuadas, imponiendo la verosimilitud de las denuncias por acoso de 82 mujeres afectadas, entre muchas más a nivel mundial.
FOTO: La investigación que inspira Ella dijo se publicó en 2017/ Especial
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