Contra las novelas totales
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La fragmentación de estas historias de terror militar da a la novela más reciente de Mariana Enriquez una intención de ruptura frente a los modelos de novela decimonónica
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POR PIERRE HERRERA
Tras terminar de leer la última novela de Mariana Enriquez, llegué un texto de McKenzie Wark titulado “Sobre la obsolescencia de la novela burguesa en el Antropoceno”. Desde ahí quiero comenzar esta reseña.
En un mundo donde las abejas mueren, las luciérnagas se extinguen junto a miles de otras especies, y la vida de los seres humanos es la principal causa de estas desapariciones, ¿cuál es la importancia de nuestra literatura, en específico, de las novelas? Más específico aún: de las novelas que siguen los estándares que las industrias editoriales exigen y que son una herencia del siglo XIX.
Me refiero a la burguesas formas balzaquianas y al modelo de ventas que surgió en el Boom. Según Wark, estas estructuras no alcanzan a expresar la urgencia del cambio climático que vivimos. Porque la ocultan en su deseo de realidad inmediata, de obsesiones de egos. Porque ese modelo de escritura, el realista, se ha vuelto más una forma de narrativa compatible con los placeres de la vida burguesa, con sus dificultades y sus puntos de vista, que una forma de cuestionarlos.
¿Seremos capaces de articular algún balbuceo de la vida no-humana desde cualquier forma literaria? Tal vez no. Pero es necesario intentar e imaginar. Es necesario seguir buscando los brillos —cada vez más escasos, literalmente— de las luciérnagas, que como decía Didi-Huberman, brillan sobre los fondos más oscuros de la realidad.
Nuestra parte de noche (Anagrama, 2019) se asemeja a uno de esos cúmulos de luciérnagas titilantes. Y si bien en apariencia fue escrita desde la forma de la novela burguesa, su forma está subvertida, porque está armada con las claves de lectura de algunos subgéneros que el mercado no reconoce como literary-fiction (aunque tal vez eso comience a cambiar): desde el gótico y el terror, hasta un tipo de ci-fi costumbrista. Y esa decisión cambia sus alcances políticos.
Al contrario de lo que dice McKenzie Wark, que la novela burguesa no suele confrontar la centralidad de lo improbable de lo que narra —lo que la emparenta con un género fantástico plagado de detalles naturalistas—, la más reciente novela de Mariana Enriquez es una novela que confronta lo perturbador de la ficción instaurada por el estado como Historia oficial con las microhistorias.
A diferencia de novelistas de obras totales que replantean su historia circundante como una realidad estetizada, Mariana Enriquez revisita esa historia y la narra como si ésta fuera materia inestable, impredeciblemente oscura. Nuestra parte de noche hace visible desde la oscuridad de una trama de brujería, clases altas rioplantenses desconectadas de su contexto, sacrificios y demonios, el carácter ficcional de la política de la región. Y a la vez, de lo que la crítica literaria denomina como novela realista.
“Desde el punto de vista de la interioridad de la novela burguesa, ciertas cosas que uno puede conocer del mundo sólo pueden aparecer como extrañas o torcidas”, escribe Wark en su ensayo. ¿Pero qué pasa si lo que se filtra por esa extrañeza impensable es la historia de los años de dictadura y los años que siguieron?
Ese es el trasfondo de la trama de esta novela: más de veinte años de historia nacional; principalmente, los años de dictadura y aquellos que los circundan. Pero no veremos a dictadores o a políticos armar conspiraciones ni golpes de estado; veremos el miedo de las personas, de quienes tratan de zafar los días y tratan de explicarse lo inexplicable del terror, de quienes crean lazos de apoyo donde no hay más que abandono y se sostienen sobre un cariño que llega a ser doloroso. Llegado a ese momento, es cuando aquellos pactos de ficción en los que aparentemente se basa la novela se tuercen monstruosamente.
¿Qué es aquello que la novela burguesa no alcanza a expresar, como sugiere McKenzie Wark, y sólo lo presenta como raro, weird, alien, ominoso, extraño? ¿Acaso lo que no entendemos? ¿La oscuridad, las desapariciones y asesinatos?
Lo que parece sobrenatural, improbable y raro —al contrario—, son los momentos de sosiego, los destellos de felicidad que son implacables al ser narrados entre tantos momentos oscuros. Pero, ¿no es ese sentimiento el que persiste en tiempos donde el estado neoliberalizado y dictador acecha a las personas? Yo recuerdo algunos momentos así en la época más terrible en términos de política y seguridad en mi estado natal, Michoacán. Claro, no se trata de normalizar el estado de excepción, ni de estetizarlo; sino de mantenerlo así, como espacio ominoso al que es necesario no volver.
Enriquez hace una arqueología de esos años oscuros de su país para prender luces en los sitios más velados. Para mí, el momento más hermoso de la novela ocurre cuando los protagonistas, padre e hijo, hacen un ritual dentro del río para esparcir las cenizas de su pareja y madre, para despedirse de ella, para llorar juntos y reconocerse como herederos de un mismo afán. Un hijo y un padre regresan al agua el cuerpo de su ser querido, mientras en unos años, en ese mismo espacio de la novela, decenas, cientos de personas buscan los cuerpos de sus seres amados desaparecidos por el estado.
La novela de Mariana Enriquez hace dialogar fantasmas, da vida a fotografías, recupera recuerdos yendo a fosas y cementerios clandestinos. Es una escritura que trata de distender el tiempo, de superponerlo, de obsesivamente trazar con negro las líneas negras de una historia que ya estaba ahí. Las narraciones en tiempos de desastre climático y extinciones inminentes serán así: no anunciando catástrofes relampagueantes, sino como una narración de causas, consecuencias y eminentes desastres; tratando de contar de nuevo nuestra historia para crear otros vínculos con el pasado y nuestros estatutos de realidad, para reconocer, a fuerza de mirar por largo tiempo los abismos del futuro y la literatura, algunos brillos que nos permitan reavivar nuestra memoria.
Le escribe Rodolfo Walsh a su hija Vicky: “Nosotros moriremos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria”.
Mariana Enriquez: Nuestra parte de noche, Premio Herralde de Novela, Anagrama, 2019
FOTO: Especial/ Mariana Enriquez: Nuestra parte de noche, Premio Herralde de Novela, Anagrama, 2019
« El fantasma es una metáfora muy poderosa de la memoria Ladj Ly y el contraodio marginal »