Marysole Wörner Baz: Imágenes de angustia y pesadilla

Jul 12 • destacamos, Miradas, principales, Visiones • 5835 Views • No hay comentarios en Marysole Wörner Baz: Imágenes de angustia y pesadilla

 

POR ANTONIO ESPINOZA

 

A Marysole Wörner Baz la creatividad le venía de herencia. Su madre, María de la Soledad Baz de Wörner, escribía poesía e incursionó tardíamente en la pintura como paisajista. Sus tíos fueron dos pintores ilustres: Ben-Hur y Emilio Baz Viaud. Su hermano, Juan Wörner Baz, fue arquitecto y pintor autodidacta. Una exposición memorable reunió hace tiempo a todos ellos: Herencia y creación, abierta entre agosto y octubre de 1991 en el Museo de Arte Moderno. Marysole contaba entonces con 55 años de edad y era una artista ampliamente reconocida, que había recorrido el camino de la creación practicando las más diversas disciplinas. Maestra de gran oficio, dueña de sus medios y de sus obsesiones, hacía pintura, escultura y grabado. La mujer que vivió el infierno del alcoholismo, artista solitaria tímida y retraída, que decidió en un momento alejarse del mundanal ruido y vivió encerrada en su casona de Tepotzotlán, en el Estado de México, murió el pasado 22 de junio.

 

Nacida en la Ciudad de México el 17 de agosto de 1936, Marysole Wörner Baz definió muy pronto su vocación por la pintura. Considerada en sus inicios “niña prodigio”, Marysole fue una artista autodidacta y precoz que realizó a los 19 años de edad su primera exposición individual. Fue en el año de 1955, en la Galería Baz y Fischer, que su tío Emilio abrió en sociedad con un amigo en San Miguel de Allende, Guanajuato. En 1958, gracias al apoyo de los críticos Margarita Nelken y Jorge Juan Crespo de la Serna, quienes impulsaron decisivamente su carrera, recibió una beca del Instituto Francés de América Latina, lo que le permitió conocer Europa. Estuvo en París, Bélgica y Suiza, en compañía de su amiga Remedios Varo. En el viejo continente conoció a Benjamin Péret y a André Breton. Asimismo, se nutrió de las vanguardias y enriqueció considerablemente su horizonte plástico.

 

En su libro: El expresionismo mexicano (México, INBA/SEP, 1965), Margarita Nelken dedicó un capítulo al trabajo de Marysole Wörner Baz. La obra de Marysole, sin embargo, no puede reducirse al expresionismo. De hecho, sería imposible “etiquetar” su obra -una producción vasta, realizada a lo largo de seis décadas- y ubicarla dentro de una sola tendencia. Fue una artista sumamente individualista, que nunca se adhirió a corriente alguna, ni siquiera al surrealismo por su amistad con Leonora Carrington y Remedios Varo. Pintó lo que su yo le dictaba y se movió siempre en el campo de la figuración. En los años cincuenta y sobre todo en los sesenta produjo imágenes sombrías de angustia y pesadilla, fruto de su visión pesimista del mundo, lo que sin duda llevó a Margarita Nelken a incluirla en el libro arriba mencionado. Con una visión más optimista del ser humano, presentó en el Palacio de Bellas Artes una exposición muy importante en el año de 1972. Quizá haya sido este cambio en su percepción del mundo el origen de la serie: Pastos y Neblinas, que presentó en el Museo Carrillo Gil en 1983.

 

Recuerdo muy bien una exposición de Marysole Wörner Baz en el Palacio de Bellas Artes a principios de 1989. Fue una muestra curada por Raquel Tibol y dividida en dos partes y con dos nombres: Días de lluvia (pintura) y Dar en el clavo (escultura). Se trataba de dos series perfectamente diferenciadas. Por un lado, los cuadros con temática lluviosa, fruto de una experimentación profunda, realizados con una amplia gama cromática y trabajo obsesivo con espátula, que aludían al campo y a la ciudad y revelaban distintos estados de ánimo. Por otro lado, obras tridimensionales realizadas con clavos y grapas de ferrocarril y otros materiales de hierro, fruto de una curiosidad insaciable, concebidas originalmente como dibujos en el espacio que devinieron en figuras orgánicas de gran contundencia crítico-expresiva.

 

Otra exposición memorable de Marysole Wörner Baz fue una simultánea de pintura, escultura y dibujo, realizada en el Museo Universitario del Chopo en 1997. Llamaron la atención muy especialmente las obras pictóricas y gráficas por una temática recurrente en esta autora: la muerte. Artista para la que nada humano era ajeno, Marysole retomó entonces con gran fuerza el tema de nuestra fragilidad, de nuestra condición mortal. Raquel Tibol leyó el discurso de la artista en los siguientes términos: “Ella se apropió de la tradicional calavera mexicana no para montar con teatralidad una danza macabra, sino para desahogar, por medio de la figura simbólica de la vida-muerte, de la muerte-vida, sus estados de ánimo más íntimos, pero también sus reacciones ante los acontecimientos de violencia y agresividad que han envenenado y siguen envenenando nuestro tiempo” (Ser y ver. Mujeres en las artes visuales, México, Plaza & Janés, 2002, p. 216).

 

La última exposición en vida de la artista fue inaugurada el pasado 20 de marzo en el Antiguo Atrio del Templo de San Francisco, en el marco de la 30 edición del Festival del Centro Histórico, y llevó como título: Marysole Wörner Baz. Escultura. Ese día se dio a conocer la donación del acervo de Marysole a la Fundación Carlos Slim: 300 obras entre pinturas, esculturas, dibujos y grabados, que abarcan seis décadas de trabajo. ¿Por qué la autora donó su obra a la Fundación Carlos Slim? Por la negativa del Conaculta a adquirir una de sus grandes esculturas en madera y por la urgencia que tenía la artista de asegurar el futuro de su legado tras el derrame cerebral que poco antes había sufrido. Ahora es de esperar que la Fundación Carlos Slim resguarde adecuadamente una obra tan valiosa, que la estudie, la promueva y la exhiba.

 

*Fotografía:  Marysole Wörner Baz, “Jugando”, 1999.

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