Más allá del erotismo: entrevista con la escritora Ethel Krauze sobre su libro “El fragmento impertinente”

Ago 20 • Conexiones, destacamos, principales • 2117 Views • No hay comentarios en Más allá del erotismo: entrevista con la escritora Ethel Krauze sobre su libro “El fragmento impertinente”

 

En su libro El fragmento impertinente, la escritora explora en sus cuentos las diversas formas en que las mujeres se reencuentran con el deseo; una respuesta a la literatura erótica creada bajo la óptica masculina, que Krauze escribe con una plétora de imágenes poéticas encarnadas y desbordantes 

 

POR SOFÍA MARAVILLA 
Para quienes nos iniciamos como creadoras de la palabra, explorar literatura hecha por mujeres resulta emocionante y a la vez inhóspito, pues aunque nos acercamos a nuestras congéneres, es imposible no pensar que se trata también de esa literatura hecha por “El Otro”, o más bien “La Otra”, esa extrañeza desde la cual las mujeres hemos aprendido a habitar la cultura, a tomar la iniciativa de expresarnos. Precisamente, leer El fragmento impertinente (Paraíso Perdido, 2022) de Ethel Krauze, nos invita a enunciar nuestras pasiones e inquietudes, a desbordarnos de vida de la misma manera en que lo hacen las protagonistas de los 20 cuentos que configuran esta obra.

 

En entrevista, la autora apunta lo importante que fue para ella hacer en este libro un “elogio a la imperfección de las mujeres”, que es, justamente, lo que nos hace ufanarnos de ser impertinentes: “Es aquello que te singulariza, aquella especie de torcedura, de aparente fealdad o transgresión en la propia presentación armoniosa de la mujer, aquello que es el caos y que despierta la vida, la fascinación, lo que te hace diferente. Yo descubrí eso en este libro: que lo que nos apasiona es desear. No queremos ser deseadas. Nos han metido en la cabeza, desde que somos niñas, que las mujeres debemos ser bonitas y cumplir estándares porque necesitamos ser amadas y deseadas. Me parece la mentira más grande de la historia para tenernos controladas, porque entonces dependemos de otro para sentirnos amadas. En cambio, ¡qué tremendo es ser nosotras las poseedoras de la capacidad del deseo! Y del deseo por la vida, por nosotras y por las otras, y no depender más que de nuestra capacidad de desear. Yo diría que por eso somos las mujeres tan peligrosas”.

 

Las voces que articulan El fragmento impertinente pertenecen, en muchos casos, a mujeres maduras que hablan en tono confesionario, a través de cartas escritas a sus amantes o desde los pensamientos indebidos donde prima el tabú, pero también donde enhebran el anhelo de sentir la belleza en todas sus formas, imperfectas y reales, en la plenitud de quien se atreve a descubrirse en la intempestividad del deseo que “puede ser morder un durazno, ver un paisaje, tocar la piel de la amiga que tienes delante y que te encanta verla, y eso no quiere decir que sea una relación homosexual, sino que estás abierta a la belleza, al cuerpo”.

 

Foto: Germán Espinosa

 

Las historias que Krauze construye son también una estructuración pletórica de figuras poéticas encarnadas, desbordadas y desbordantes por sí mismas: “Iba a hundir mi caverna en esa asta bandera del tamaño del mundo”; “dime cómo se gime esta desgracia, mujer fantasma, bruma de ti misma”; “tu boca es lo definitivo, lo perverso”. Son palabras potentes, vulneran el estoicismo y conmueven a la imaginación: las vulvas son jugosas como los duraznos, los senos se estremecen como conejitos. Lo transgresivo del deseo se entremezcla con la ternura más apabullante.

 

Desde luego, es inevitable no aceptar que una viene de la literatura erótica construida por varones, y la teoría sobre literatura erótica, también hecha por hombres en su gran mayoría, y al leer a Krauze llegaban a mí mis lecciones sobre El amor y Occidente, de Denis de Rougemont, y en una extraña asociación también llegó Rimbaud, pues al decir Krauze “Le devolví la sonrisa y dejé que mi venida se extendiera hasta el mar”, me llevó de inmediato al canónico erotismo batailleano que cita: “La Eternidad. Es la mar, mezclada con el sol”. Con estos antecedentes, viene el despliegue de los registros bipartidos entre lo sagrado y lo profano, como en el cuento “La Perla”, donde la autora tiene un desenvolvimiento del lenguaje que hace evocar El cantar de los cantares, traído por Krauze como una alegoría del sagrado deseo en el mundo contemporáneo: “Yo me eduqué en la tradición clásica y me formé leyendo a los grandes del mundo occidental, y también me interesa mucho los textos bíblicos, tradiciones muy antiguas. De hecho lo hago deliberadamente y lo traigo a colación en una visión actualizada, porque eso sigue permeando en nosotros”.

 

Pero El fragmento impertinente no se limita a lo placentero: es también una enunciación constante de sufrimiento, de angustia, de melancolía por la efervescencia amorosa. Krauze traza las vías a sus personajes para que escapen a su constructo y se encuentren a sí mismas. Estas mujeres, estas supermujeres, se contraponen al arquetipo del eterno femenino condenado a ser mero objeto de contemplación, accionan en la intimidad de la página, para después trasladarse a otra realidad: la de sus lectoras. “Yo creo que es parte de lo que tenemos que hacer las escritoras: enlazarnos con otras y con las nuevas generaciones, construir nuevos conceptos, crear nuevas palabras que no han existido, no podemos caber en cánones y en cuadritos antiguos, tenemos que ampliar el horizonte de la literatura”.

 

La protagonista de “En carretera”, por ejemplo —el cuento con que Ethel Krauze nos recibe—, transfigura su trayecto a la playa en adrenalina pura al revivir la memoria del ménage à trois que vivió en su época de estudiante, del cual le quedó para siempre el deseo frustrado de probar el sexo de una mujer; la voz que se confiesa en “El otro universo” nos permite ver el desgarramiento de quien padece una de las formas de amor más clandestinas; la tentación encarnada en el cuerpo de una hermosa joven hará desbordar el placer de una mujer madura en “Desear a Ada”, mientras que la protagonista del relato que da nombre al libro es una víctima de violencia intrafamiliar y sexual, quien al final terminará por liberarse justamente al asumirse desde ese fragmento que la desarticula y que la anima a reconstruirse en la reapropiación de sí misma.

 

Este libro se une a la trayectoria cuentística de la escritora, iniciada con Intermedio para mujeres (1982), y que vio en El Secreto de la infidelidad (1998) un gustoso parteaguas para su carrera: “El fragmento impertinente me permitió, en esta etapa de madurez mía y de esa sensación de libertad que tengo con el lenguaje, ir más a fondo en las averiguaciones de los personajes, ir a su intimidad, porque me sentí con más capacidad expresiva que me permitió indagar en sus vericuetos profundos, al grado de descubrir una cosa junto con ellos: que lo que las mujeres buscamos, es sentir deseo. No satisfacerlo, sentirlo. Es decir, buscamos esta sensación de plenitud, de efervescencia vital, de sentirnos electrizadas, con todos los sentidos despiertos”.

 

Foto: Germán Espinosa 

 

¿El fragmento impertinente es literatura erótica, o es algo aparte, o es algo más?

 

En algunos momentos de mi trayectoria, me han etiquetado como una escritora que aborda la literatura erótica por algunos libros que he escrito. Yo nunca me he considerado así, porque el erotismo tiene una vieja tradición que tiene que ver con una mirada masculina, que en ese entonces se consideraba una mirada universal, pero que ahora podemos darnos cuenta que realmente ha sido una mirada masculina en donde está planteada la postura erótica a partir del cuerpo de la mujer y de su desnudez, que despierta el deseo de los varones. Se ha tratado el erotismo como sinónimo de relación amorosa, pero una relación amorosa sensual o carnal, y yo, siendo mujer, no veo las cosas así, y no sólo yo: creo que cualquier mujer que pueda tener una capacidad de expresión y una conciencia de su mirada y de su manera de expresar las cosas, de su ser-consciente como escritora, no se va a situar en esa ladera.

 

El fragmento impertinente no sería literatura erótica desde el punto de vista tradicional. Sí sería otra cosa, sí sería algo más allá. Yo creo que es la libertad creadora que empezamos a conseguir las mujeres que escribimos y que publicamos, y este libro en particular habla del deseo en un espectro muy amplio. A las protagonistas se les revela el hecho de honrar sus sentidos: desde un olor, una textura, el fruto, el sudor, y los cuerpos como trasunto de la vida misma. Los cuerpos no están genitalizados para hacer relaciones sexuales carnales, esa es una visión muy corta desde mi punto de vista como mujer, y se ha querido recortar mucho la capacidad deseadora de las mujeres, entonces yo traté de ampliar ese panorama.

 

¿Estos cuentos en qué momento fueron escritos?

 

Son cuentos que escribí de hace unos cinco años para acá y que se fueron fraguando en los últimos tiempos. Tienen una unidad, que en este caso, como el mismo título del libro lo significa, se refiere a aquel fragmento impertinente, a esa conciencia que no te deja autoengañarte, que te dice: “Revísate, porque hay algo que no está funcionando”, y es el que te toca la puerta y no le quieres abrir. Ese fue el origen que me llevó a la búsqueda de estas historias de mujeres, cada una con algún tipo de situación en la cual aparecía ese fragmento impertinente y las hacía moverse internamente, hasta que de alguna manera descubren, en el fondo, qué es lo que está pasando con ellas, y lo que está pasando es que deben descubrirse como deseadoras. No deseadas, sino deseadoras.

 

Ya tenía una versión bastante consistente y lo di a leer a un editor, y fue una cosa muy extraña porque a fin de cuentas me pareció excelente lo que ocurrió, porque él, que me había valuado en otras ocasiones muy elogiosamente, me dijo: “Es que aquí yo no veo la acción. Son como pinceladas, muy poéticas, muy bien escritas, pero yo no estoy viendo la acción”. Entonces dije: ¡wow! ¿Qué es esto?, y volví a leer a Katherine Mansfield, a Clarice Lispector, a Amparo Dávila, a Elena Garro, a Inés Arredondo, a la propia Virginia Wolff… es decir, a muchas escritoras, y dije: ¡Pues qué perdidas andamos! (risas) ¿Estaremos nosotras muy perdidas, o estarán los escritores y los críticos muy perdidos? ¿O muy cuadrados? Me puse a darle otra vuelta de tuerca y dije: ¡claro! Es que mi apuesta es otra. No se dan cuenta de que hay una profunda acción, impresionante, una acción en el interior que catapulta a las protagonistas a hacer unos tremendos cambios, pero, claro, no es la acción del que salió a la cantina a matar a un pistolero. Eso finalmente me ayudó a entender mejor lo que pasaba en el mundo editorial y de la crítica literaria.

 

Sí, las mujeres escribimos cada vez más y se van abriendo más espacios para publicar, pero los editores y comentaristas tradicionales y la crítica literaria formal y canónica, no nos leen, o no les interesa, o no saben leernos, y lo máximo que hacen —y yo lo agradezco ahora, profundamente—, es que se encarga a otra mujer, a una periodista o a una reseñista mujer que escriba sobre mujeres, pero los hombres no escriben sobre las mujeres, y a veces, cuando lo hacen, es un poco lamentable. Yo con esto no estoy diciendo que todo lo que escribimos las mujeres debe ser elogioso o perfecto, de ninguna manera, pero sí debes tener ojos educados, y eso es lo que falta. Y el caso es que yo me avoqué con mucho gusto a hacer este tipo de obra literaria, todavía con más interés.

 

¿Cómo surgen estas múltiples voces que se despliegan en este libro? ¿Tienen cimientos reales o son un desenvolvimiento absoluto de la imaginación?

 

Fíjate: otro de los descubrimientos que tuve particularmente en este libro, es que en una mujer habitan todas las mujeres del universo. Decía Borges, que basta con que haya existido un hombre —un ser humano—, para que exista la historia de la humanidad. Entonces esta especie de Aleph es una visión muy interesante, porque una mujer ha tenido diversas emociones, ha vivido diversas edades y situaciones, se ha enfrentado a planteamientos generalmente límite, porque las mujeres estamos acostumbradas a vivir situaciones límite, y eso nos capacita para descubrir que dentro de nosotras habitan muchos otros procesos y muchas otras voces, creo que no es difícil para una mujer abrir ese espectro de múltiples voces. Por lo menos yo me siento un poco así, como una antena…

 

Evidentemente siento que todo esto que escribo es real en el sentido de que lo he visto, observado, sentido, testimoniado, si no, no podría escribir. Hablaba hace poco Margo Glantz de la escritura de lo personal y decía —no es textual la cita—: todo tiene que ser personal para que sea auténtico, y si yo voy a escribir sobre alguna fantasía, yo tuve que haber vivido, o soñado, o imaginado o habitado en ese mundo fantástico en algún momento para que sea auténtico.

 

Foto: Germán Espinosa 

 

¿La literatura sirve como una herramienta para desarticular mitos y tabúes en torno a las mujeres?

 

Evidentemente, sirve para crear nueva conciencia. Yo tengo un libro que se publicó en España que se llama La otra Ilíada, en donde tomo a Briseida, la esclava, el botín, y es ella quien va a cantar, hace su Ilíada, pero Briseida es una mujer contemporánea, es la mujer que está encerrada en la casa, haciendo los quehaceres. Está tomada del modelo de la Iliada, en versos hexámetros, y le contesta a Aquiles. La primera parte, es el cautiverio de Briseida, y se enfrenta al escusado, al refrigerador, a las moronas, a los hijos y al marido que llega tarde y no la pela; la segunda parte es la rebelión de la salvaje, que es la mujer que ya está en la oficina, que ya sale y trabaja, y que sigue estando igual: “En la casa o la oficina, tenga usted Vitacilina” (risas), ¡es exactamente lo mismo!, y hago una denuncia atroz. Al final, Briseida ya habla en colectivo, en “nosotras, hermanas”, donde hace una arenga a las demás, que es algo que tenemos que hacer juntas, y canta a las hermanas la cólera encendida.

 

Entonces no es porque nos lo propongamos, no es porque yo diga: “Voy a hacer un panfleto” o “quiero cambiar el mundo”; el simple hecho de ser una mujer que escribe, y que escribe con sus propias palabras, con su mirada y con su libertad, no necesita nada más: ya con eso estás transgrediendo y estás haciendo el discurso político, y estás invitando a las demás mujeres a despertar, y a los hombres a que lean, porque esto no es una cuestión de mujeres y entre mujeres en una isla: hacemos presencia porque existimos, tan simplemente como eso. Los feminicidios y demás han aumentado precisamente porque no se tolera la existencia de las mujeres. Cuando no existíamos más que como objetos de necesidad para la sociedad, ahí estaba bien, pero desde el momento en que empezamos a existir, es intolerable, entonces el hecho de que además tengamos una voz pública y la dejemos por escrito, aunque la entierren 200 años, a lo mejor aparece un día y crea un cambio. Claro, yo tengo que creer en eso, si no, ¿qué me queda?

 

Hay una postura política en lo que comenta. ¿Se considera feminista?

 

Te quiero contestar lo más auténticamente posible y además desde una cita, no textual, que es de una de mis admiradísimas modelos de pensamiento y actitud: la filósofa judía alemana Hannah Arendt. Ella terminó siendo profesora en Estados Unidos, a donde llegó perseguida por los nazis, y tiene esta extraordinaria obra que se llama La banalidad del mal, donde escribe sobre el juicio de Adolf Eichmann porque le pidieron en The New Yorker que cubriera este evento, y es donde descubre su gran tesis de que no necesitas ser un monstruo terrible para cometer atrocidades, sino simplemente banalizar al otro. Todo el mundo la criticó y se granjeó profundas enemistades, pero ella decía: yo no soy nada ni nadie. Si me digo filósofa, tengo que actuar con el canon filosófico; si me digo escritora, sólo con el canon literario; si me digo en la lucha por las mujeres, entonces sólo puedo pensar de esa manera; si me digo que soy judía entonces sólo puedo hablar desde esa postura. Entonces ella decía: soy un paria, porque sólo desde la marginación absoluta, del no soy nada ni nadie, sólo desde ahí puedo observar y hablar. En la medida en que yo me afilie a algo, es como si estuviera cercenando mi libertad de pensamiento, de juicio y de creencia.

 

Cuando conocí a mayor profundidad a Arendt me identifiqué al cien por ciento, y se me quitó la incomodidad al contestar ese tipo de preguntas. Lo único que sí soy, porque no depende de creencias, es que soy mexicana, porque nací en suelo mexicano, y soy mujer, porque nací como mujer. Todo lo demás implicaría que me estoy afiliando a un tipo pensamiento.

 

Las mujeres hemos vivido demasiado en el mundo de los corsés, físicos y mentales como para que nosotras mismas nos pongamos más. Ese es mi consejo: hablemos de todo, peleemos de todo y encontentémonos después, pero sin necesidad de partir de etiquetas que son simplemente cortes mentales.

 

La filósofa Hannah Arendt, quien ha sido un modelo de pensamiento y de actitud para Krauze/Especial  

 

En sus cuentos hay también víctimas de violencia sexual. Relaciono este tema con la reseña que hizo usted sobre El consentimiento, de Vanessa Springora, donde precisamente la autora habla de los genios que también son abusadores. ¿Puede hacer algo el gremio cultural como una responsabilidad ética? ¿Pueden las mujeres víctimas de estos genios, exigir justicia?

 

Es una pregunta muy pertinente que yo me he hecho infinidad de veces y trato de contestármela de una manera o de otra. Me parece que eso de la llamada “cancelación” es una estupidez gigantesca porque es querer tapar el sol con un dedo. El problema viene porque uno no está juzgando las obras de las personas, está juzgando a las personas, entonces el asunto es que no podemos exigir mientras nosotras no nombremos. A mí me parece que son batallas perdidas cuando queremos hacer que otros hagan las cosas por nosotras. Como yo te decía: cuando se nos ha convencido de que debemos ser bonitas, que debemos competir entre nosotras para tener al mejor galán porque te va a desear y te va a ganar y entonces ya te sentirás completa y bien, eso es depender del otro, y si nos preguntamos qué tiene que hacer el gremio cultural o qué tienen que hacer los que detentan el poder cultural ante estas situaciones, ¿por qué yo tengo que estar esperando a que hagan algo por mí? Lo que no hagamos nosotras por nosotras, no va a ocurrir, porque al mundo no le interesa. En la agenda del planeta tierra, no está el asunto de las mujeres, no existe, porque no ha existido nunca, entonces son las mujeres a las únicas que les importan esas cosas, y somos las mujeres las que tenemos que ver qué podemos hacer.

 

Como escritora, escribo, lo publico, hago que una lectora, como tú, por ejemplo, se cuestione cosas, se va a preguntar sobre sí misma, y si ha vivido algo cercano o parecido, se preguntará qué va a hacer ella o qué vamos a hacer juntas; eso es lo que podemos hacer desde el punto de vista desde una escritora. Lo mismo si eres un activista, o una psicóloga o una profesora en tu campo de acción. No van a hacer nunca nada, ya tengo edad suficiente para saber que no van a hacer nunca nada que no hagas tú. Es una agenda que nos corresponde. Tú puedes ir a gritar y a poner el cuerpo ahí adelante, y simplemente te van a decir que esas no son las formas y que ya hay programas establecidos para eso. A lo más que podemos llegar es a tener un programa para atender asuntos de mujeres.

 

Lo que hay que hacer es decir, y me lo digo a mí misma en ese artículo: yo quiero ser como Vanessa Springora, yo quiero, antes de morirme, poder hacerlo, poner con nombre y apellido el tremendo abuso que fue, un abuso sexual, moral, literario, psicológico el que se hizo, y que además sigue sucediendo. La que debe una cambiar es una misma y relacionarse con quien esté a la par. Y yo no me siento que yo esté del otro lado de la barrera, todavía me falta perder miedos. Esta retroalimentación a mí me fortalece, me ayuda a ver por donde seguir.

 

En los talleres literarios no tienes idea de lo que me llegan a contar, chicas que han pasado por situaciones en las que el señor dice que él es quien las va ayudar a ser escritoras y hay todo tipo de abusos, hasta que no escriban como ellos dicen. (Sólo queda) Decirlo, y, sobre todo, hacerlo juntas. Es difícil hacerlo a solas, no es fácil, pero hacerlo juntas, se puede.

 

Haciendo alusión a su título Cómo acercarse a la poesía, pregunto: ¿“Cómo acercarnos a la literatura de las mujeres que desean”?

 

Nos han educado para ver lo que tienen de bueno los hombres, y lo que tienen de malo las mujeres. Siempre vemos lo que nos falta o lo que nos sobra, no nos sentimos cómodas. La mujer ante el espejo es una mujer que sufre. Entonces yo creo que para “Cómo acercarse a la literatura de las mujeres que desean”, preguntémonos: ¿qué pasaría si otra mujer, una escritora, tuviera un elixir mágico con el cual no me tendría que sentir así frente al espejo? ¿Por qué no pruebo ese elixir mágico? ¿Por qué si pruebo un montón de perfumes, no pruebo un elixir? Yo creo que eso es entrar a la literatura que escriben las mujeres, que es potentísima, en todo el mundo, y en México, grandemente. Hay una explosión de literatura escrita por mujeres. Las mujeres estamos muy necesitadas de eso; entonces, acerquémonos a ese elixir.

 

FOTO: La escritora Ethel Krauze, quien ha visibilizado la literatura hecha por mujeres en diferentes espacios, entre ellos su serie de reseñas “Cosecha de mujeres”, publicadas en Confabulario/ Germán Espinosa/ EL UNIVERSAL

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