Mohammad Rasoulof y la libertad mínima

Abr 9 • Miradas, Pantallas • 7643 Views • No hay comentarios en Mohammad Rasoulof y la libertad mínima

 

Cuatro relatos muestran los irónicos estragos que la pena de muerte acarrea tanto para víctimas como para verdugos, que en giros del destino alternan simbólicamente sus lugares

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En La maldad no existe (Sheytan vojud nadarad, Irán, 2020), desarmante opus 7 como autor total independiente del sociólogo también documentalista iraní de 48 años Mohammad Rasoulof (El ocaso 02, La isla de hierro 05, Un hombre íntegro 17), Oso de Oro en Berlín 2020, se compone de varios cuentos: en el titular “El mal no existe”, el abnegado padre de familia cuarentón barbudo Hershmat (Ehsan Mirhosseini) padece con resignación a bordo de su auto una salida de su empleo al amanecer, padece la prepotencia abusiva de un retén de tránsito, padece la acritud de su mujer perpetuamente irritada, padece al juzgar desde su estricta moral islámica flagrantes violaciones ajenas, padece la incomodidad bancaria que le provoca su simple cobro salarial, padece los insultos de otros conductores en una obligada espera (“Quítate, estorbo”), padece los groseros reclamos de su hijita al recogerla en la escuela, padece caprichos conyugales y filiales al ir de compras al supermercado, padece el chantaje sentimental de su anciana madre ya por completo dependiente y padece el rechazo corporal de su esposa tiránica, pero sin sufrimiento alguno se levanta maquinalmente a las tres de la mañana y se dirige a su trabajo para apretar el moderno dispositivo que ejecuta a un grupo de seres con capucha condenados a muerte por ahorcamiento; en “Ella dice: sí se puede”, el afligido soldado prisionero Pooya (Kaveh Ahangar) espera discutiendo con otros cautivos su tarea de verdugo en turno por orden superior y luego, como si él fuera el sentenciado, tropieza deshecho por los corredores junto al estoico reo próximo a ser ejecutado, pero a la mera hora el buen héroe se rebela, encadena a todos los guardias a su furioso paso y sale a la calle donde lo aguardaba en su auto una linda noviecita jubilosa; en “Cumpleaños”, el soldado de permiso Javad (Mohammad Seddighimehr) visita en ocasión de su inminente festejo de cumpleaños a su prometida quizás infiel Nana (Mahtab Servati) en la cabaña de los padres, donde todo mundo está consternado por la muerte de un activista hijo adoptivo que resulta ser justo el preso que aceptó ahorcar el soldado para conseguir su permiso; y por último en “Bésame”, la frívola jovencita urbana Darya (Jila Shahi) visita a sus viejos tíos apicultores incomprensiblemente refundidos en un desierto, el exmédico moribundo Bahram (Mahhammad Sedghimehr) con su sometida segunda esposa cuidadora, sólo para enterarse la infeliz de que el anciano terminal es su padre biológico, por ella de inmediato repudiado, e imperdonable, aunque viva proscrito de la justicia, como castigo militar por haberse rehusado a ultimar sentenciados a muerte; en suma, cuatro relatos sobre el insólito tema común de la ejecución de la pena máxima y sus viles estragos externos, para afirmar en conjunto, sin embargo, una diversa e inusitada apenas probable libertad mínima.

 

La libertad mínima maneja de manera magistral la tragedia personal desde perspectivas irónicas, como sólo el cine iraní (aquel del Farhadi de El pasado 15 y del Panahi de Tres rostros 18 como herederos de Kiarostami) puede hoy acometerla, o sea, la tragedia que parece estrictamente individual pero es en realidad astutamente colectiva y la ironía que es paradoja brutal y sarcástica suspensión o escondite de cualquier forma de pathos, ese patetismo considerado indispensable para la construcción y el estallido del sentido recóndito, cual si toda acechante manifestación o incidencia melodramática meramente sensiblera o maniquea le estuviese prohibida y debiera ser neutralizada ipso facto, si bien la turbulenta eficacia sorpresiva de los dos primeros cuentos contrasta un tanto con la suave lisura laminar de los últimos, pero todos poniendo siempre en acción el mismo hábil mecanismo de doble fondo.

 

La libertad mínima se convierte entonces en un atajo de atajos y un hato de situaciones pregnantes e imágenes virtuosísticas jamás en el vacío, más frenéticas interiores que explícitas (soberbia fotografía incandescente de Ashkan Ashkani), pero siempre simbólicas más allá de su poderosa fuerza denotativa directa, con un ritmo de sucesión obsesiva y rotunda, como ese túnel interminable para emerger o sumergirse en el limbo donde trabaja el héroe desmañanado, ese itinerario de histerias cotidianas que padece con rostro paciente el sufrido verdugo buen padre de familia, esos secretos telefonemas por celular falsamente romántico-abusivos con la novia en la profundidad de campo dentro de la celda, ese paradójico arrastrarse del fisicomoralmente vencido émulo de El verdugo de Berlanga (63), ese laberinto carcelario que debe cruzar el prófugo con la ayuda de un plano clandestino, esa transgresora alegría fugitiva que hace bailar hasta al vehículo mismo de la huida, esos enfrentamientos cara a cara con el retrato en el altar doméstico del preso político ejecutado ahora omnipresente, esa refulgencia de los páramos desérticos que resuenan magnificentes con música extrañamente percutiva de Amir Molookpour, o esas apariciones realista-metafóricas del zorrito que la rencorosa chava citadina jamás cazaría a tiros.

 

La libertad mínima reflexiona abierta, valerosa y elocuentemente, sobre la existencia o no de la Maldad, en un haz de relatos donde ella se hace evidente a cada paso, brota y domina implícita y brutal, latente y virulenta, porque está inscrita en el predominio de la ley injusta, en la obligación de ejecutar prisioneros durante el servicio militar institucionalizado sin el cual toda vida social digna se torna imposible en Irán, como una condena viril a la banalidad del mal (primer cuento), a la libertad transgresora (segundo cuento), a la culpa política traidora (tercer cuento) o al autoexilio arrasador de intimidades (cuarto cuento): la libertad como fractura o espejismo.

 

Y la libertad mínima permanece finalmente paralizada, en medio de una senda del desierto que conducía a la familia improbable, en el páramo del alma vulnerada o perdida.

 

 

FOTO: La maldad no existe entraña una fuerte crítica hacia el gobierno iraní/ Especial

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