Festival de Morelia: entre la reapertura y la Covid
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La crisis sanitaria ha llevado a las orquestas a innovar, priorizando la salud los asistentes, para mantener vivos los encuentros melómanos
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Twitter: @i_martz
Como cada año, al igual que octubre para Guanajuato y su Cervantino, noviembre es para el Festival de Música de Morelia “Miguel Bernal Jiménez”, que este año incluyó un simposio académico dedicado a los 250 años de Beethoven y cuatro días de programación artística híbrida que se llevó a cabo en vivo, en espacios de la ciudad con público reducido, y virtual, con la transmisión de esos pocos conciertos, entre el jueves 19 y el domingo 22.
Vi dos de ellos, dedicados a las sonatas para violín y piano y para piano y violonchelo de Beethoven. Originalmente planee ver un tercero, que ofrecería la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, pero sucedió que, desde el martes anterior, un tuit del propio festival, cuya historia se registró en las páginas de El Universal, avisaba de un brote entre los músicos hidrocálidos y anunciaba que dicho espacio sería ocupado por el flautista Horacio Franco.
La orquesta había tocado en Aguascalientes dos días antes y la única información oficial sobre el primer brote en una orquesta mexicana (probablemente en el continente y uno contado entre los dedos de la mano en todo el mundo) era este tuit, brindado por otra organización a más de 300 kilómetros. Las autoridades locales terminaron aceptando que había contagios sólo cuando este diario insistió por la información, pero dijeron que no era un brote y que estos no eran la razón de la cancelación, sino la precaución por un cambio de situación en su estado.
¿Qué pasa con nuestras autoridades, todas, y su falta de pericia para comunicar, con no asumir su autoridad para informar? ¿Qué nos pasa como comunidad cultural para no aceptar lo que está pasando?
He escuchado hasta el cansancio que la música y el teatro deben continuar y que, si Europa pudo hacerlo, nosotros deberíamos. Y estoy de acuerdo: Morelia tiene semáforo amarillo, como Londres cuando reabrió su Wigmore Hall; ambos lo hicieron con las mismas precauciones (repertorio de cámara, público reducido, cuidado extremo en la logística de los artistas). Pero no a pesar de todo: Europa también ha vuelto a cerrar en cuanto la segunda ola apareció, la Ciudad de México no ha salido de la primera y batalla cada semana para justificar la paleta de pantones de su semáforo de riesgo.
Partamos que entre lo que sabemos y decimos y las decisiones que tomamos como sociedad para enfrentar el reto, hay espacio para respuestas debatibles, como la reapertura según cada contexto o la responsabilidad que asumimos ante los riesgos cuando son individuales (si como público voy al cine que ya abrió, al concierto que ya se efectuó, a la función en la que me permito trabajar), pero las colectivas e institucionales deben ser claras, transparentes y sujetas a escrutinio.
Por más que las artes sean el alimento del alma y para muchos nuestra actividad esencial, la responsabilidad pasa por aceptar que hay brotes y que nuestra actividad no está exenta de riesgos: que ha habido contagios en el Centro Cultural Helénico y el Centro Nacional de las Artes, que hicieron bien en cerrar inmediatamente; que ha habido contagios en varias compañías teatrales y musicales que han tenido que cancelar funciones, aunque no se haga pública y oficial la información completa.
Por aceptar que, efectivamente, el sonido del clarinete no lleva el virus, que la brea del arco del violín no es contagiosa, que estar inmóvil en una butaca a cuatro metros del actor que brinda su monólogo reduce probabilidades, pero que los ensayos, los conciertos y las funciones implican movilidad, que implica socialización, que implica riesgos. No le hacemos daño a la Música si lo aceptamos y puede ser que sí si no lo hacemos: la respuesta del primer ministro italiano Giuseppe Conte a la carta del Maestro Riccardo Muti implorando continuar los conciertos es, lamentablemente, de lo más elocuente que un político en pandemia ha podido decir.
Ya sabemos lo que pasa cuando la información se niega o dosifica: el brote de Wuhan, los de las compañías de ópera y ballet en Rusia.
Los conciertos que vi me emocionaron. Y están disponibles en las redes del festival para regresar a ellos. De ambos días se encargó el pianista Wojciech Nycz, el sábado con Shari Mason para ofrecer las sonatas para violín y piano nos. 4, 8 y 9, la “Kreutzer”, y el domingo con Asaf Kolerstein para hacer las 2 y 3 para piano y violonchelo. Las dos primeras impresiones generales son que tener a este pianista viviendo en Toluca y no haciendo música de cámara por todo el país es un desperdicio y que, nuevamente bajo el liderazgo de Verónica Bernal, valió la pena el esfuerzo del festival.
Aunque la transmisión del audio no estuviera en el margen de lo ideal, se alcanzaron a percibir versiones de mucha solidez estética y discursiva y de un sentido camerístico muy firme, sobre todo en las de violín: disfruté el fraseo largo, el concepto global, el sentido de libertad y amplitud: su dirección. Particularmente, el impulso enérgico de los terceros movimientos de la cuarta y octava, el inicio de la Kreutzer, la vividez de su finale. Las de violonchelo, lo pensaba antes y lo sigo pensando después del domingo, son una especie de sonatas de piano con chelo obbligato, que se escucharon con mucha solvencia técnica y corrección musical, pero que hubiera preferido con una energía de mayor contención.
FOTO: La violinista Shari Mason, acompañada por el pianista Wojciech Nycz, en su recital en Morelia./ Cortesía: Festival de Morelia
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