No me equivoqué: “The Silence of Sound”, de Alondra de la Parra y Chula The Clown
The Silence of Sound logra asociar dos talentos en la plenitud creativa desde lo musical y lo escénico
POR LÁZARO AZAR
Una de las cosas que más me preguntaban a mi regreso del Festival Paax GNP, realizado en Xcaret hace un par de meses, era mi opinión sobre el proyecto creado al alimón por Alondra de la Parra y Gabriela Muñoz, cuyo título parecía un oxímoron. Habría sido injusto haber dicho entonces cualquier cosa al respecto.
A poco más de un siglo de que Chaplin se consolidara como ícono del cine mudo con cortometrajes como Todo por un paraguas y que más de un avezado pianista musicalizara improvisando en la penumbra aquellos filmes silentes en blanco y negro, quienes acudimos este 6 de septiembre al Blanquito fuimos testigos de cómo la tecnología del siglo 21 se puso al servicio de la voluntad, imaginación y creatividad de dos mujeres cuyo tesón, disciplina y afán por lograr lo que soñaron ser, las orilló a abandonar el terruño en pos de la formación y oportunidades que una sociedad tradicionalista y tenazmente machista como la nuestra, les habría dosificado a cuenta gotas de no haber emigrado.
Tras varios años fuera de México, de la Parra regresa con un sólido reconocimiento internacional como directora de Orquesta y, con ella, Gabriela Muñoz, quien triunfa en el extranjero como Chula, The Clown en una vocación “inusual” para el género femenino: es clown. O mimo, como llamamos a ese mágico oficio que Marcel Marceau elevó a las alturas en que nuestra Chula se desempeña. Cual caduceo, se han enlazado para ascender por esa mítica vara de Hermes que es la actividad artística que ejercen, y The Silence of Sound (TSoS) son sus alas para coronar a dicho símbolo de la iconografía tradicional. Alas con las que han volado tan alto, que le colocan muy por encima de ser un espectáculo tradicional.
Si bien es un espectáculo cuyo fácil montaje “cabe completo en un camión”, precisa de condiciones que no brinda un espacio al aire libre como Xcaret. La más importante, el control de la iluminación. Ahí, el atardecer caribeño jugó en contra: no hubo la oscuridad necesaria para el lucimiento de este espectáculo que congregó un gran equipo creativo para echarlo a andar.
Resultado de un decantado proceso creativo, TSoS surgió de la necesidad que ambas tenían de compartir la realidad que viven y reconocen la una en la otra, como si se vieran a través de un espejo. Mutuamente, son sus propios alter egos y no dudaron en incursionar en el ámbito profesional de su contraparte: De la Parra debuta como directora de escena, y más que empuñar la batuta por primera vez, Muñoz declaró haber aprendido “algo bellísimo: normalmente, yo traduzco la imagen en movimiento. Ahora, no es nada más la imagen, sino la musicalidad”.
En el programa de mano, de la Parra inicia diciendo que “esta puesta en escena nace del deseo de mostrar la música” y concluye confirmando lo que quienes hemos seguido su trayectoria pudimos inferir a través de múltiples guiños: “tanto la selección musical como la historia misma son el resultado de un proceso en el que vertimos nuestras historias personales y nuestra amistad”.
TSoS nos revela la historia de su vida y no es descabellado decir que algo tan aparentemente intangible como la Música es el epicentro de esta propuesta y no recurro a una metáfora: la orquesta toca al centro del escenario. Para darle veracidad ante nuestros ojos, la tecnología ilustra visualmente este amplio periplo emocional a la par de una selección igualmente vasta que transita desde Debussy, Bartok, Prokofiev y Massenet, hasta Sibelius, Stravinsky, Weber e Ibarra.
Me permitiré compartirles algunas claves para entender el carácter autobiográfico de TSoS: los intentos de Chula por abrazar a Rolando Fernández durante su maravilloso solo de violonchelo remiten al deseo de Alondra por tocar ese instrumento siendo todavía una niña, y escuchar la Invitación a la danza de Weber en la orquestación de Berlioz trajo a mi mente que, con esa obra, inició el programa del viernes 23 de septiembre de 2005, que fue cuando dirigió por primera vez en Bellas Artes. A diferencia de la solvente Sinfónica de Minería, con quien ahora comparte créditos, entonces fue una no muy proba Sinfónica Nacional que, desde entonces, no ha vuelto a invitarla.
A la gestualidad muda de Chula, Alondra brinda la voz de su instrumento y, al igual que en los cuentos de hadas donde el amor puede romper cualquier hechizo, la magia del sonido rompe el silencio. Ante la belleza de la Música, desaparece la soledad y se esfuman la incertidumbre, la desconfianza y los tropiezos. Ante la plenitud de la catarsis creativa, vemos cómo los extremos evolucionan, florecen y se tocan: el añejo blanco y negro se torna colorido y tridimensional, mientras la orquesta recrea este soundtrack de vida que concluye con la silueta de la directora evocando al legendario Chaplin mientras camina, paraguas en mano, hacia el sitio transitado por su amiga y cómplice.
¿Quién no se conmovió durante aquel inciso de la Tercera Sinfonía de Brahms que lograra gran popularidad a raíz de la versión cinematográfica de la novela Aimez-vous Brahms, de Francoise Sagan? Mientras platicábamos en la terraza del Hotel Downtown durante el coctel posterior a la función, comenté con Alondra que ese momento me había emocionado hasta las lágrimas y me confió el entrañable significado que tiene para ella: a invitación de José Antonio Abreu, viajó a Venezuela para ser asistente de Sir Simon Rattle y dirigir la Orquesta Simón Bolívar. Rattle le preguntó qué sinfonías de Brahms se sabía y le respondió que la primera y la cuarta. “Entonces, vamos a trabajar la tercera”. Con el mismo amor y cuidado que él le compartió su visión de la obra, la vemos enseñarle a Chula cómo abordarla.
Hace 17 años, aludí aquella obra de Britten titulada The Lark Ascending al titular “Alondra ascendida”, mi reseña de su debut. Cerraba diciendo que habíamos “sido afortunados testigos del prometedor ascenso de una novel directora hacia unos cielos mayoritariamente surcados por varones (…) no dudo que, en breve, la veremos planear por ellos con la gallardía y majestuosidad de un águila real. Posee disciplina, profesionalismo, talento y, sobre todo, carisma para lograrlo”. No me equivoqué.
Espero tampoco equivocarme con mi elección para estas fiestas patrias: veré la revista musical María canta a México, con María Katzarava y Polo Falcón en el Teatro Libanés, acompañados por la Orquesta Típica García Blanco. Ahí nos vemos, y por aquí comentaremos.
FOTO: La clown Gabriela Muñoz y la directora de orquesta Alondra de la Parra sumaron sus obsesiones creativas en este espectáculo/ Especial
« La otra visión de los padres: Alma Delia Murillo y Mónica Lavín Jordan Peele y la amenaza celeste »