OFJ y OSEM: visitantes distinguidas

Jun 24 • destacamos, Miradas, Música • 1643 Views • No hay comentarios en OFJ y OSEM: visitantes distinguidas

 

La Filarmónica de Jalisco y la Sinfónica del Estado de México son de las orquestas más destacadas del país, ambas brillaron interpretando las sinfonías menos conocidas de Gustav Mahler

 

POR LÁZARO AZAR
“Soy tres veces extranjero: un bohemio entre los austriacos, un austriaco entre los alemanes, y un judío ante el mundo”. Con esta frase, Gustav Mahler evidenció cuán consciente era de lo difícil que le resultaba inscribirse en la sociedad de su tiempo. Su legado tampoco la tuvo fácil. Pocos compositores han tardado tanto como él en posicionarse en el gusto del público, y para eso también tuvo una frase: “Mi tiempo llegará”. Felizmente, los melómanos de la Ciudad de México recién hemos vuelto a dar cuenta de ello.

 

Hacía mucho que no teníamos un banquete tan generoso como el que ahora disfrutamos al escuchar, en los dos principales recintos culturales de esta urbe, el desempeño de las dos mejores orquestas del país: el sábado 17, la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ) se presentó en la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes y, el domingo 18, la Orquesta Sinfónica del Estado de México (OSEM), en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM.

 

Sus propuestas musicales no podían ser, aparente y epidérmicamente, más similares: sendos conciertos para piano de Mozart y las dos sinfonías más demandantes y menos tocadas de Mahler. Los universos sonoros conjurados, no podían ser más distintos.

 

La visita de la OFJ formó parte de las celebraciones por el bicentenario del surgimiento de Jalisco como “Estado libre y soberano”, por ello, lo primero que abordaron fueron las Tres Danzas Jaliscienses de José Rolón. Compuestas originalmente para piano, las presentaron en una orquestación bastante ramploncita de Higinio Velázquez. Más que desafortunada la elección —considerando tantas obras de espléndida factura de jaliscienses destacados como Galindo, Enríquez o el inmenso Moncayo—, lo cuestionable fue su interpretación, tan desaseada como el escenario inusualmente sucio en el que se presentaron, ¡hasta daban ganas de darle una trapeadita! Hubo problemas con los alientos, notorias desafinaciones y sus arcadas me recordaron aquella lapidaria frase que le oí a Manuel Enríquez al referirse a la Chafónica: “Esos arcos apuntando para todos lados, parecen un sembradío de magueyes”.

 

Seguidamente ofrecieron el Concierto n. 22, K. 482 de Mozart, con la participación de Daniela Liebman, orgullo tapatío y nuestra más talentosa pianista joven, y aunque se notó que esta obra estuvo mucho mejor preparada, me desconcertó que, habiéndole escuchado una exquisita versión de la misma a la solista, ahora optaran por unos tempi que no favorecían la unidad del discurso. De hecho, el Andante lo tomaron tan lento que, además de fragmentarlo, resultó aburrido.

 

Lo mejor vendría tras el intermedio: la colosal Novena Sinfonía de Mahler. Es incuestionable que la OFJ tiene las mejores cuerdas de México, y tras haber programado ocho de sus nueve sinfonías durante el periodo en el que Marco Parisotto construyó la base de lo que hoy es esta orquesta, todavía son capaces de abordar dignamente el lenguaje mahleriano, y si digo “todavía” es porque quienes escuchamos aquel Ciclo Mahler con el que Diemecke y la Sinfónica Nacional celebraron el 60 aniversario del Blanquito, sabemos que, aquello, fue lo mejor que hemos oído en dicho recinto… pero ya ven: salió Diemecke y la orquesta se vino abajo.

 

Algo así estuvo a punto de ocurrir con la OFJ tras la injusta salida de Parisotto. Por ello, es de reconocer el trabajo de José Luis Castillo, su actual titular, para recuperar el excelso nivel al que aquél la llevó. Tras la espontánea andanada de aplausos que cosechó con el Rondó-burleske, vino el mayor logro de Castillo: rayando en el preciosismo sonoro, estiró al límite las frases del Adagio final, con la consecuente euforia de un público que ignora o ha olvidado cómo puede sonar una buena orquesta en el Blanquito. Aquellos pianissimi fueron dignos de los elogios más entusiastas.

 

Pese a la pobre difusión que hizo la UNAM, los melómanos que asistimos al cierre de la Temporada 148 de la OSEM también salimos dichosos. El programa elegido por Rodrigo Macías, su director general, inició con el Concierto n. 10, K. 365 de Mozart, confiado al dúo conformado por los pianistas Christine Gerwig y Efraín González, cuya sosegada interpretación se distinguió por cuán cuidado estuvo su equilibrio sonoro como ensamble. Su encore brindó el toque patrio a la velada: fue el Idilio mexicano de Manuel M. Ponce, su única obra compuesta para dos pianos, que tocaron con gran refinamiento y admirable exquisitez.

 

De todo el catálogo mahleriano, Macías eligió la sinfonía menos tocada: esa Séptima conocida por muchos como La canción de la noche, y de la que David Hurwitz señaló que, “aunque ya no es tan incomprendida, sigue produciendo un inmenso desconcierto entre aquellos que no conciben un final feliz sin luchas previas con la desesperación, el horror, la duda y el sufrimiento. En ella, Mahler no solamente repudia este punto de vista, sino que se burla de él, alegremente y sin disculpas, y nunca ha sido perdonado por ello”.

 

Si la Novena se programa poco por su intensidad psicológica, la Séptima lo es porque, además, está plagada de dificultades técnicas que pocas orquestas pueden sortear, y gracias a que la plantilla de la OSEM cuenta con virtuosos como John Urness, Michael McGirr o Faustino Díaz (principales de las secciones de trompetas, cornos y trombones, respectivamente), que sumados a la pasión, disciplina y precisión de Macías, lograron una versión plena de atmósferas contrastantes en tan desbordante partitura.

 

Comparar a ambas orquestas resulta ocioso. Las dos se desempeñaron admirablemente y el punto a destacar es la probidad con que dieron vida al lenguaje mahleriano. Ese lenguaje para el que su tiempo “ha llegado”. Hago votos por el pronto retorno de estas orquestas que, con renovados ímpetus, han nutrido de esperanza nuestro espíritu, ya que si nos atenemos a sus pares locales —empezando por la Chafónica y la OFUNAM, que las recibieron en sus sedes—, ¡no hacemos una buena orquesta de todas ellas!

 

 

 

FOTO: La Filarmónica de Jalisco interpretó la Novena de Mahler en la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes. Crédito de imagen: OFJ vía Twitter

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