Oscar: 90 años de polémicas

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¿Son recientes las polémicas alrededor de la entrega de estos importantes premios de la industria cinematográfica? ¿La corrección política fue una condición para ser nominado al premio más importante de la Academia?
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POR JOSÉ FELIPE CORIA

Dos sectores se han sentido agraviados en la dilatada historia de la Academia hollywoodense: las mujeres y los afro-estadounidenses.

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Recientemente alzaron la voz para denunciar la predominancia blanca, los abusos sexuales y la inequidad laboral que afecta a las mujeres.

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Políticas poco incluyentes y segregacionistas abrieron la puerta a otra discusión, compleja por sus implicaciones. ¿Los Óscares deben entregarse por cuotas de género o raza, según la protesta en boga?

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Porque lo estrictamente cinematográfico la Academia misma lo dejó de lado. No tuvo visión para títulos que marcaron un antes y un después. Baste ver la prestigiada lista sobre “mejores películas” que desde 1952, cada diez años, publica la revista británica Sight & Sound.

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Las eternas mencionadas: El ciudadano Kane, de Orson Welles, sólo ganó mejor guión original; Ladrón de bicicletas (1948), de Vittorio de Sica, obtuvo uno especial a mejor cinta extranjera, categoría fundada dos años antes cuando De Sica ganó con El limpiabotas; Vértigo/De entre los muertos, de Alfred Hitchcock, en varias ocasiones considerada la número uno de la historia, no ganó ningún Óscar; Tokyo Story, de Yasujiro Ozu, obra maestra absoluta, ni siquiera mejor película extranjera obtuvo; y La regla del juego, de Jean Renoir, película clave, tampoco recibió nada.

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Al obviar lo cinematográfico lo político ocupa ese espacio.

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Fundada el 11 de mayo de 1927, la Academy of Motion Picture Arts and Sciences (AMPAS; Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas), actualmente amalgama más de seis mil miembros para repartir 25 categorías. La ceremonia dura más de tres horas. El año pasado estuvo plagada de chistes sobre la entonces entrante presidencia de los Estados Unidos.

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Originalmente la Academia fue modesta. Se le ocurrió a Louis B. Mayer, entonces jefe de la poderosa Metro-Goldwyn-Mayer, crear un lugar de encuentro –sin los sindicatos–, para los estudios y los trabajadores de la industria. Quería con ello resolver diferencias laborales. La primera sede de la Academia fue el Hotel Ambassador de Los Ángeles. Meyer hizo ahí un banquete para 36 invitados, que designó fundadores. La Academia nació con diversas peculiaridades. Entre ellas su vocación liberal. Eso sí, jamás imaginó lo que es la corrección política.

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Meyer fue un ejecutivo singular. Quería películas honestas y decentes. El glamur era, por supuesto, importante. Se decía de su estudio que tenía más estrellas que el firmamento mismo. La Metro era El Estudio. Había un respeto que fue ética y estética en sus producciones. Meyer afirmó que la personalidad del director creaba la magia del cine, adelantándose a la “teoría de los autores” de los 1950/1960. Asimismo, como productor, rechazó a actrices aspirantes que deseaban ser sus queridas. La resultaba vulgar esto. Su moral lo mantuvo así durante un cuarto de siglo. Después de la Segunda Guerra Mundial, ante el declive inevitable, Meyer fue defenestrado de la MGM.

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En la fundación de la Academia hubo cinco ramas: directores, productores, actores, escritores y técnicos. Entre los últimos estaban el escenógrafo Cedric Gibbons, quien diseñó el Óscar para que lo esculpiera George Stanley, y el ingeniero especialista en efectos visuales Roy Pomeroy. En los actores sobresalía la estrella Mary Pickford. Fue una de las tres primeras académicas, junto a las guionistas Jeanie McPherson y Bess Meredyth. Las ramas de guión y actuación eran las que más mujeres empleaban.

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La tercera parte de la Academia la conformaron los productores. A Mayer lo acompañaban su productor más importante, Irving Thalberg; Joseph M. Schenck, que presidía United Artists; dos de los hermanos Warner, Jack y Harry; y el influyente Jesse L. Lasky, cabeza de la Paramount. Dos abogados completaban los 36.

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Después del banquete, efectuado el 11 de enero de 1927, pasaron cuatro meses hasta que los estatutos estuvieron listos. El 11 de mayo se estableció formalmente la Academia eligiendo como primer presidente a Douglas Fairbanks. Los votantes para el premio fueron 230 afiliados a los sindicatos ya representados. La Academia en vez de mediar en conflictos laborales, creó el premio para destacar lo mejor de la industria y promocionar los avances tecnológicos del cine.

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No fue casualidad que entre sus funciones incluyera la educación cinematográfica. La Academia fundó en la Universidad del Sur de California la primer escuela de cine de Estados Unidos. También editó libros, básicamente técnicos, para que sus miembros mejoraran sus habilidades. El primero fue Transactions, Enquiries, Demonstrations, Tests, Etc., On The Subject of INCANDESCENT ILLUMINATION as Applied to Motion Picture Production, exhaustiva monografía de 80 páginas impresas a doble columna, que detallaba situaciones referentes a cómo iluminar, como el ensayo del actor Lon Chaney, el conocido “hombre de las mil caras”, sobre maquillaje y la iluminación necesaria para el actor. Cada ensayo incluía una mesa redonda de discusión acerca del tema.

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En julio de 1928 se estableció el método de votación para el Óscar, entregado por vez primera el 16 de mayo de 1929 en el Hotel Hollywood Roosevelt. Los invitados fueron 270. Se repartieron 15 premios en diversas categorías. Entrar a la ceremonia costó cinco dólares; duró 15 minutos. El ganador a mejor actor, Emil Jannings, fue el primero en tener un Óscar en las manos por un hecho fortuito. Pidió se lo entregaran antes debido a que regresaría a Europa esa fecha.

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Los nominados se seleccionaron por votación directa de los afiliados sindicales. Pero los ganadores los nombró el comité que presidía Fairbanks. Algunos se quejaron. Sobre todo los que perdieron. Desde este momento el Óscar genera controversia.

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Hubo rarezas. El cantante de jazz, producción Warner, al ser sonora no podía competir contra las cinco silentes. La solución: un Óscar honorario. Si Charles Chaplin recibió también un Óscar similar por su trabajo en El circo, ¿qué razón hubo para nominarlo como mejor director de comedia ya que perdió ante Lewis Milestone por Two Arabian Knights, cinta que nadie recuerda?

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En las deliberaciones Mayer abogó porque el Óscar a la producción de calidad se diera a Amanecer, de F. W. Murnau, y no a Y el mundo marcha, de King Vidor. Ganó la discusión, Vidor perdió como mejor director y Murnau ni siquiera fue nominado. El ganador fue Frank Borzage por El séptimo cielo. Mejor película fue para La última orden y Alas. Ésta recibió un premio por “efectos de ingeniería” a cargo de Roy Pomeroy, fundador y miembro del comité de premiación. Ben Hecht, que obtuvo historia original, no asistió a la ceremonia en protesta por lo que supuestamente hizo el director Josef von Sternberg con su guión de La ley del hampa. Al Jolson, protagonista de El cantante de jazz, ante el premio que recibió ésta, dijo que deseaba un Óscar para él: le urgía un pisapapeles.

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La burla desde entonces persigue al primer premio industrial que llega a sus 90 años, no más sabio pero sí extremadamente popular y comercial. Tanto que con el paso del tiempo, a la vez que ganó exposición mundial, perdió emoción; incluso credibilidad. Emoción porque es fácil adivinar quién ganará: los sindicatos entregan previamente sus respectivos premios. No es ninguna ciencia estar atento a estos ganadores para hacer un pronóstico acertado. Credibilidad, porque pesan más situaciones ajenas.

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Aunque cada año se especula, con estadísticas, que puede ganar una cinta que no obtuviese el premio de su sindicato, esto es cada vez menos probable. Actualmente, la Academia elige todo lo que exige corrección política. Esto no fue prioridad en el pasado. Tampoco subrayar que la industria la conformaban en su mayoría inmigrantes.

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Los afro-estadounidenses tuvieron limitada representación. Fue más que simbólico que Hattie McDaniel ganara como actriz secundaria por Lo que el viento se llevó (1939, Víctor Fleming). Símbolo, sí, pero no política a seguir. Sólo después de 1963, cuando Sidney Poitier ganó mejor actor, esta amplia comunidad vio posibilidades de competir. Desde entonces sólo once Óscares más ganó.

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La industria no fue tan racista. Ahí está la carrera de Oscar Micheaux (1884-1951), autor de “películas raciales” con “reparto totalmente negro para público negro”. Éstas se produjeron entre 1915 y 1950. Tuvieron como antecedente la política de la compañía independiente Lincoln Motion Picture Company, ajena a los estudios hollywoodenses y administrada sólo por gente de raza negra; activa entre 1916 & 1923, donde Micheaux inició su carrera en 1919, dirigiendo uno de los 42 filmes que hizo hasta 1948. Nunca recibió un Óscar, a pesar de erigir una viable industria paralela, con sus propios canales de distribución y exhibición. Micheaux recibió en 1986, del Sindicato de Directores, un premio especial póstumo. Demasiado tarde.

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El tema de las mujeres es igual de problemático. A la Academia la han presidido tres mujeres: la actriz Bette Davis en 1941, que renunció a los dos meses; la guionista, en su momento acusada de actividades anti-estadounidenses y por ello agregada a la lista negra de Hollywood, Fay Kanin, al frente entre 1979 y 1983; y la ejecutiva de mercadotecnia y relaciones públicas Cheryl Boone Isaacs, también la primera afro-estadounidense en presidirla de 2013 a 2017.

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Las actrices y guionistas son, obvio, las más premiadas. Este año, Greta Gerwig es la quinta en ser nominada como directora. Sólo una en 90 años, apenas en 2010, ganó: Kathryn Bigelow. Lina Wertmüller fue la primera nominada en 1977. Le siguieron Jane Campion en 1994 y Sofía Coppola en 2004. Dorothy Arzner (¿1897?-1979), pionera en la época dorada de Hollywood, que dirigió veinte filmes, nunca obtuvo un Óscar. Ni póstumamente. Una injusticia para una autora de enorme elegancia estilística y dramática.

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En su dilatado devenir, la Academia, a pesar de las discrepancias que público y crítica tienen con sus decisiones, innegablemente sostiene al Óscar tal cual lo planeó Louis B. Mayer, cuando el león de la MGM rugía en Hollywood y él en la Academia.

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Foto: Imagen de la película El circo (1928), de Charles Chaplin, que recibió ese mismo año un Oscar honorífico. / Especial

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