Palavicini: del Antirreeleccionista a EL UNIVERSAL

Nov 5 • destacamos, principales, Reflexiones • 7458 Views • No hay comentarios en Palavicini: del Antirreeleccionista a EL UNIVERSAL

POR ÁLVARO MATUTE

Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM

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Mi vida revolucionaria es el título de las memorias de Félix Fulgencio Palavicini, publicadas en 1937. Forman parte de la secuela provocada por la aparición del Ulises criollo. Muchos aludidos en las memorias de José Vasconcelos quisieron dar respuesta a lo que sobre ellos escribió el fundador de la Secretaría de Educación Pública. Ninguno hace alusión directa a las páginas, a veces crueles, con las que don José los presenta. Uno de ellos fue el ingeniero y periodista tabasqueño, a la sazón fundador de EL UNIVERSAL, periódico en el que tras su salida de la administración obregonista, Vasconcelos colaboró, cuando ya don Félix lo había vendido.

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Como libro de memorias, el de Palavicini tiene defectos y cualidades. Carece, como gran parte de su obra, de una escritura elegante o pasional. Predomina el ingeniero sobre el escritor. Por consiguiente, arma muy bien sus estructuras. Dos de sus libros anteriores, Los diputados e Historia de la Constitución de 1917 tienen ese mérito. Su arquitectónica ofrece una secuencia cronológica adecuada. Económico en su escritura, brinda espacio a los textos ajenos, debidamente citados. Los libros históricos de Palavicini son magnas recopilaciones de intervenciones parlamentarias, muy bien ordenadas, que en mucho suplen la consulta de las fuentes. Sin duda pesados para el lector común, los historiadores pueden encontrar riquezas en ellos. Se da poca voz a sí mismo, y cuando lo hace se magnifica. Mi vida revolucionaria no es lejana a tantas memorias escritas en los años treinta, de las cuales Jorge Ibargüengoitia se burla en Los relámpagos de agosto, y que sin embargo ofrecen aportaciones para el conocimiento de los sucesos que atestiguaron o en los que intervinieron como protagonistas. Muchos de los asertos pueden ser verificados; poseen credibilidad. Por eso en las de Palavicini es fácil seguir su trayectoria desde antes de El antirreeleccionista hasta más allá de EL UNIVERSAL.

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La pugna entre Vasconcelos y Palavicini no se hace esperar. Fundado a instancias de Francisco I. Madero, El Antirreeleccionista tuvo tres directores: los dos mencionados más don Paulino Martínez, que también lo imprimía. De la gestión del ideólogo del zapatismo sacrificado por los villistas no dice nada. Las invectivas van contra Vasconcelos, ya que éste lo trata con sumo desprecio en el Ulises. Palavicini acusa al autor de La raza cósmica de haber hecho un periódico esteticista del que aprovechaba sus páginas para elogiar a una bailaora de flamenco, a la que hubiera querido conquistar; en cambio, cuando el periódico pasó a manos del ingeniero, se convirtió en un diario de interés político que siguieron los adversarios de la dictadura. El caso es que fue el propio Madero quien expresó la conveniencia de pasar de semanario a diario, para lo cual él y su hermano Gustavo dieron apoyo económico. Vasconcelos, que trabajaba en un bufete jurídico, no podía ocuparse de un diario y según él mismo recomendó a Palavicini para que emprendiera esa tarea.

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Por sus propias páginas, aparece un Palavicini como excelente administrador periodístico, además de escritor político. De lo último ofrece muestras en las páginas de Mi vida revolucionaria. Aunque él así lo viera, no compite en ese renglón con Luis Cabrera, pero hace suyos muchos reclamos del momento.

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Los escasos dos meses al frente del periódico maderista le otorgan a Palavicini la experiencia revolucionaria: dirigir, redactar, revisar, corregir y, lo más duro, ser objeto de persecuciones, desarrollar talento para las escapatorias, sufrir prisiones y, por si eso fuera poco, ser objeto de calumnias. Para enfrentar estas últimas sirve escribir memorias. Cuenta las vicisitudes que sorteó en el bimestre, pero ofrece un gran lavado de manos al publicar el inventario de bienes de El Antirreeleccionista. Niega con ello las imputaciones acerca de cualquier malversación del equipo con el que se imprimía el periódico, dado que se había invertido en maquinaria nueva que modernizaba el viejo taller de don Paulino. La experiencia, aunque breve, no por ello menos intensa, lo coloca ante la que tal vez fue su verdadera vocación: el periodismo. Claro que no sólo llegará a ejercerla de manera brillante, sino que la alterna con una tercera, si es que realmente se le puede reconocer su práctica en la ingeniería. Me refiero a la política.

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Al triunfo de Madero, ya en 1912, fue electo diputado a la XXVI Legislatura. En ella desarrolló su talento oratorio, nada escaso por cierto, ya que tuvo intervenciones brillantes, en particular la que se considera como defensa de la muy joven Universidad Nacional, víctima de los ataques de los viejos positivistas. Palavicini fue integrante del Bloque Liberal Renovador, que apoyaba a Madero y que acaudillaba Gustavo, pero ofrecía como punta de lanza oratoria a Cabrera. Tras el golpe de Huerta y los de la Ciudadela, a instancias de Venustiano Carranza, la mayoría de los renovadores, como se les conocía, permanecieron en funciones hasta el mes de octubre en que fueron hechos prisioneros y sustituidos por otra XXVI Legislatura espuria. Pasaron un tiempo en Lecumberri, sin que hayan sufrido maltratos. Los asesinatos de los diputados Rendón, Gurrión y Pastelín ocurrieron aparte, incluso antes de que Huerta disolviera el Congreso y lo sustituyera por el suyo propio. Fueron puestos en libertad cuando barcos de la armada de los Estados Unidos tomaron Veracruz. Al poco tiempo se dictó orden de reaprehensión a los excarcelados, pero muchos, incluido nuestro personaje, permanecieron ocultos o huyeron de la capital. No fue sino hasta el triunfo constitucionalista cuando se reintegraron a sus trabajos políticos.

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A Palavicini se le encomendó la dirección de El Imparcial, a cuyo frente estuvo sólo unos días. La manera en que recibió el encargo fue que un grupo de accionistas minoritarios consideró que el periódico era del gobierno y que correspondería a los renovadores ocuparse de él, por lo que Palavicini y Gerzayn Ugarte fueron director y jefe de redacción. Esto ocurría en un día antes de que se signaran los Tratados de Teoloyucan. Y un día después de esta efeméride, El Imparcial era incautado por el general Francisco Cosío Robelo y se daba a Jesús Urueta el nombramiento que ostentaba Palavicini. Tras entrevista con Carranza, se le devolvió el encargo con la consigna de liquidarlo, para lo cual escribió el último editorial de ese diario.

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Tras esa operación fue nombrado encargado del despacho de Instrucción Pública y Bellas Artes, hasta que, por los avances de la Soberana Convención Revolucionaria, el gobierno carrancista se trasladó al puerto de Veracruz. Ahí, por lo que relata Palavicini, las relaciones entre los colaboradores del Primer Jefe se desempeñaban a base de puntapiés debajo de la mesa. El caso es que se le encomendó a don Félix F. la supervisión de los periódicos que patrocinaba el gobierno constitucionalista y que eran El Pueblo y El Demócrata. El ingeniero se ocupó más directamente del primero. La decisión molestó al secretario de Gobernación, Rafael Zubaran Capmany, quien cesó a Palavicini pretextando que eso debía depender de él y cerró el periódico. Palavicini no se amilanó y gestionó con don Venustiano, de manera que se le restituyó en el cargo, lo cual molestó a Zubaran. Más adelante, El Pueblo hizo una encuesta entre los integrantes del gobierno, a la que Manuel Escudero y Verdugo, secretario de Justicia se negó a contestar. El Pueblo exhibió su falta de cooperación y con esto estalló la guerra interna. El periódico fue clausurado. Por orden de Carranza fue reabierto, lo que provocó que Escudero, Zubaran y con ellos Luis Cabrera y Jesús Urueta renunciaran. A Palavicini le sorprendió que Cabrera estuviera entre ellos y se dirigió a él para que reconsiderara ante el Primer Jefe su decisión, que al decir del autor de Mi vida revolucionaria, el secretario de Hacienda había firmado sin meditarlo mucho y retiró su renuncia. Las desavenencias caminaban, de manera que se perfilaban grupos en el seno del Constitucionalismo, los cuales se manifestaron de manera clara tras el triunfo militar contra la Convención encarnada en las fuerzas villistas en 1915.

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Hacia finales de 1916 dos acontecimientos coinciden: Palavicini funda EL UNIVERSAL, asociado con el general Alfredo Breceda, y se convoca a un Congreso Constituyente. Ya desde El Pueblo el propio Palavicini había preparado a la opinión acerca de la conveniencia de que los mexicanos tuvieran una nueva Constitución. Para entonces, las divisiones que se habían gestado en Veracruz ya habían tomado cauces más decisivos. Cuenta Palavicini que su interés en participar en el Congreso lo obligaría a renunciar a Instrucción Pública y Bellas Artes, por lo cual se inclinaba por abrir una empresa periodística, ya que el periodismo político era su campo preferencial. Jesús Acuña, secretario de Gobernación, representaba al bando enemigo de don Félix. Era simpatizante del secretario de Guerra, general Obregón, con quien Palavicini tenía una relación pésima.

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En el anecdotario, cuenta que a bordo de un ferrocarril, en presencia del Primer Jefe, Obregón dijo que la profesión más fácil era la de periodista, porque sólo se trataba de escribir cualquier cosa, cierta o no. Palavicini refutó que la profesión más fácil era la de héroe. Al explicar dijo que se ponía en sitio a Guaymas; mueren varios soldados yaquis en la avanzada y así sucesivamente hasta que logran la victoria y entonces le avisan al comandante, que se convierte en el héroe de la situación. Dice el autor que el general se puso rojo de coraje. En lugar de una acción violenta, se la guardó.

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Y dentro del guardado, trató a toda costa que la credencial de Palavicini no fuera aprobada por el Colegio Electoral, por consigna de Acuña. De manera astuta, Palavicini reviró y, con el apoyo de Alfonso Cravioto, José Natividad Macías y Rafael Nieto, no sólo logró que su credencial fuera aprobada, sino que Carranza le pidiera la renuncia a Acuña. Ya para entonces la confrontación entre carrancistas y obregonistas había emergido a la superficie. Palavicini tuvo un papel protagónico en el Congreso. También para el anecdotario, un texto en EL UNIVERSAL provocó la ira de Ignacio Ramos Praslow, ya que Palavicini había escrito que se le había acabado la saliva para tanto pinole. Si bien era peor lo que le dijo a Obregón, a Ramos Praslow le pareció que la magnitud de la “ofensa” era digna para retarlo a duelo. La prudencia del general Amado Aguirre evitó que llegaran a las armas y Palavicini le ofreció a Ramos Praslow las páginas del diario hoy centenario para su desahogo.

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El caso es que EL UNIVERSAL se convirtió en una importante caja de resonancia de lo que ocurría en Querétaro en los meses del fin de noviembre de 1916 a principios de febrero del año siguiente. Otro periodista, Rafael Martínez “Rip-Rip”, director de El Demócrata, también fue diputado constituyente y su diario igualmente envió despachos a la capital.

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De manera paralela ocurría en Europa la gran conflagración que enfrentaba a Inglaterra y Francia con Alemania y los Imperios centrales, con todo su bagaje colonial. Sobre todo, a partir del ingreso de los Estados Unidos a la guerra, EL UNIVERSAL trató de inclinar la balanza de la opinión en favor de los aliados, frente a El Demócrata, marcadamente germanófilo y que a la postre se supo que estaba en la lista de pagos del gobierno alemán. Esto duró hasta el final de la Gran Guerra, cuyo eco repercutía en las páginas de los diarios capitalinos, mientras Carranza mantenía la neutralidad de su gobierno.

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No todo fue un lecho de rosas para Palavicini y su nuevo periódico. Varios incidentes provocaron dificultades. Su credo civilista lo llevó a tomar una fuerte inclinación contra los militares. Algunos editoriales molestaron al general Benjamín Hill, Jefe de la Guarnición de la Plaza de la ciudad de México, antes de que don Venustiano fuera declarado presidente constitucional, el 1° de mayo. EL UNIVERSAL reprodujo un artículo editorial de Gonzalo de la Parra, en El Sol, que llevaba el título provocador de “El privilegio de las águilas”, de alta dosis antimilitarista. El general Hill, que fácilmente montaba en cólera, clausuró el diario y aprehendió a su director, que quedó prisionero en la Comandancia Militar por cuatro días, mismos en que el periódico no apareció. Esto ocurrió entre los últimos días de marzo y los primeros de abril. Hill alegaba que había procedido conforme a la ley que en 1862 había promulgado don Benito Juárez, resucitada por Carranza, que decretaba pena de muerte a quienes atacaran al Ejército. Obviamente los contextos eran diferentes. La prisión arbitraria sufrida por Palavicini le impidió estar presente en Donceles, cuando se discutiría su credencial para ser diputado en la XXVII Legislatura. La discusión giraba en torno a si gozaba de fuero desde el momento en que había obtenido la mayoría de la votación o no. Si bien hubo voces en favor a lo primero, el dictamen no le otorgó el triunfo numérico, si bien alcanzó a presentarse en la Cámara para defender su acreditación. Si logró imponerse en el Constituyente, ya no le fue posible hacerlo en la restitución del Congreso en 1917. Empate a uno entre los obregonistas y el ingeniero.

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Siguió, pues, al frente del periódico hasta que tras el triunfo de la rebelión de Agua Prieta fue nombrado presidente provisional Adolfo de la Huerta. A mediados de junio de 1920 Félix F. Palavicini fue nombrado Embajador Confidencial cerca de los gobiernos de Inglaterra, Francia, Bélgica, Italia y España. Con el nuevo cargo diplomático la carrera periodística de nuestro personaje fue interrumpida. No se ejerció más violencia contra su persona, pero se le envió, como suele suceder al elegante destierro. Sin duda en esa responsabilidad adquirió una gran experiencia de internacionalista que manifestó cuando regresó al periodismo, escrito y radiofónico, que ejerció prácticamente hasta su muerte en 1951. EL UNIVERSAL pasó a otras manos, las de don Miguel Lanz Duret, que también causaron dolores de cabeza a los gobiernos revolucionarios.

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FOTO: Retrato del ingeniero Félix F. Palavicini, fundador de EL UNIVERSAL, (Circa 1920) / Archivo EL UNIVERSAL

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