Para verte mejor, Paolo Gasparini
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“El museo lo rehacemos continuamente a la luz de cada presente”. Con estas palabras de André Malraux, Paolo Gasparini, un maestro de la fotografía contemporánea, hace una revisión de su trabajo, que abarca desde los primeros años de la Revolución cubana a la devastada realidad de Venezuela, su país adoptivo. En esta entrevista realizada en Caracas, habla de su trayectoria y cómo, por retratar los estertores del socialismo real, su fotografía no deja de ser crítica con el capitalismo
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POR RAQUEL GAMUS
Paolo Gasparini (Gorizia, Italia, 1934) es, sin duda, una de las grandes figuras de las artes icónicas latinoamericanas. Su reconocimiento ha ido mucho más allá de las fronteras de su país de adopción, Venezuela; ha recorrido el continente y Europa.
En México se ha hecho un nicho importante de afecto y valoración y él le ha dedicado una cuantiosa parte de su obra, en la cual lo han acompañado muy destacadas figuras del arte y el pensamiento mexicano.
Su estilo, eminentemente realista, realismo social para más señas, ha superado los arquetipos que éste ha acumulado, sobre todo en la tradición que lo ha apellidado de socialista, logrando una manera altamente personalizada, producto de su convivencia con la más selecta tradición de la fotografía occidental, donde nace y crece. Y, por supuesto, de su ojo privilegiado y su obsesivo imperativo de hacer una fotografía que piense, que diserte, que revele, que ayude a conocer las realidades con que se constituye.
Su estética fotográfica ciertamente se hace canónica en América Latina a partir de los años 60 en que hace una obra abiertamente politizada, comprometida y que recoge en un libro que marca un verdadero hito en la región, Para verte mejor, América Latina. Estilo básicamente construido con los complejos contrastes de un continente en un traumático proceso de urbanización y en una fase de extremas reacciones de rebeldía. Pocos testimonios más auténticos que el suyo de esa América Latina en llamas.
Pero igualmente su obra posterior, en especial la que realiza en la Europa ya repuesta de las dos grandes guerras, próspera y consumista, a la cual somete a un tratamiento fotográfico muy sofisticado técnica y formalmente que le permite revelar el vacío de tantas vitrinas, maniquíes y espejos que parecen sustituir lo humano por el fantasmático y gélido universo mercantil. Y donde aparecen, como una queja y un recordatorio, de otras vastedades del planeta, esos “asomados”, que la pobreza ha sacado de sus lugares naturales en busca de la sobrevivencia y los espejismos de invasivos paraísos.
Vista en conjunto su obra es una balzaciana comedia humana fotográfica de ese siglo XX, aventurado como pocos, grandioso en tantos horizontes y terriblemente criminal.
Hablar con él es, entre otras cosas, el privilegio de complacer una muy larga y constante admiración.
¿En qué andas? Entiendo que estás más bien dedicado a organizar tu archivo. ¿Es el inmenso material que es el trabajo de toda tu vida?
Preferentemente sí. Estoy dándole un sentido al archivo, que sólo tenía el azarístico orden del tiempo y las andanzas del oficio. Armo grupos de imágenes que transmitan un sentido, a veces esos conjuntos los aúno con otros y se forma una constelación más amplia de significados. Allí hay fotos que tienen casi setenta años. Hoy ciertamente no las veo igual, pero espero que las vea mejor, que me ayude el senno di poi (la sabiduría del después), la vejez trae muchos males pero es de esperar que al menos nos haga algo más sabios. Ahora bien, indefectiblemente ese trabajo de organización que estoy haciendo tiene que ver con el pasado pero también con lo que sucede aquí y ahora. Lo que decía André Malraux sobre el museo, que lo rehacemos continuamente, a la luz de cada presente, sucede con la modesta experiencia individual. De vez en cuando hago nuevas fotografías, pero generalmente porque creo que faltan alguna o varias piezas en esos rompecabezas que son esos constructos de sentido.
¿Hay más de una proposición estética en tu vasta obra o son variantes de un proyecto único?
Siempre he tenido claramente dos líneas temáticas que se mezclan de distintas maneras a través de mi vida fotográfica y que a lo mejor son líneas muy prolongadas que le dan un perfil muy general.
Las fotos de arquitectura que comencé haciendo para ganarme la vida. Nunca quise hacer publicidad que nos obliga a banalizarnos mucho. Lo cual no quiere negar que otros artistas lo hagan. Trabajé con estupendos arquitectos venezolanos, pero en especial con Carlos Raúl Villanueva y más precisamente con su obra magna, la ciudad universitaria de Caracas, patrimonio de la humanidad. Luego me alejé del oficio en esa perspectiva. Mi interés era más que por el hábitat humano, por sus habitantes, por lo social y sus conflictos, que ha sido el tema omnipresente de mi obra.
Pero la arquitectura no desapareció, ni se convirtió en mero telón de fondo del drama humano que he querido fotografiar. Fíjate, Alejo Carpentier, a quien conocí en Caracas en los años cincuenta, cuando se inició la revolución, me invitó a Cuba, donde terminé viviendo entre 1961 y 1965. De allí salió el libro La ciudad de las columnas, con textos suyos y que es un registro de ese rasgo arquitectónico peculiar de La Habana, su infinidad de columnatas.
Entre 1970 y 1973 con el crítico Damián Bayon hice fotografía de arquitectura latinoamericana, precolombina, colonial y contemporánea desde México hasta Argentina. Salió una publicación de la Unesco en libro y filmina. Y, claro, de allí salieron también los grandes dramas sociales que recogí en ese viaje, mi libro Para verte mejor, América Latina con textos de Edmundo Desnoes.
En otro momento Néstor García Canclini me contactó para un libro de cultura urbana, La ciudad de los viajeros, la vida contemporánea citadina a partir de un extenso recorrido por México.
El Instituto de Investigación Histórica y Estética Getty me invitó a Los Ángeles en una especie de beca audiovisual para tareas ligadas a la arquitectura y el urbanismo.
También tuve una beca Rockefeller en la Universidad de Campinas en Sao Paulo, para hacer un libro que llevó por título Poder y urbanismo.
Es decir que la arquitectura tuvo una enorme presencia en tu obra pero ésta básicamente se centra en la historia del siglo XX. En la pobreza y las luchas latinoamericanas por superarla o en la alienación del mundo desarrollado y sus fastos…
Sí. Lo que quise decir es que no fue sólo una etapa inicial o marginal de mi vida. La arquitectura siempre estuvo ahí. Seguro también tiene que ver con que mi fotografía es siempre urbana.
Ahora bien yo pienso que si hay un rasgo común a mi trayectoria es el deseo de hacer hablar a la fotografía, a pensar con ella, a armar un discurso que trascienda la imagen y que alcance el mundo y sus dramas… o comedias. Digamos que ese es mi proyecto original, el de un joven italiano de la posguerra, del neorrealismo, del arte comprometido. Eso se muestra en los conjuntos a los que aludí y a los audiovisuales que he hecho, o a los grandes murales con muchas fotografías ensambladas de diversas maneras, o al acompañamiento de algún texto anexo o a los fotolibros que he venido sacando.
Los hombres de tu generación, ligados a la izquierda, han tenido dos vidas. Una de ellas acaba a mediados del siglo anterior con la decadencia y caída del socialismo real. La otra es su duelo y búsqueda de nuevos valores e ideales.
En cierto modo. Pero yo no siento que he cambiado en lo esencial. Es cierto que ya no creo en el socialismo en que creí y en el cual milité fotográficamente. Es más, estoy padeciendo en Venezuela el horror de sus estertores, de sus formas más decadentes y crueles. Pero mi obra no dejó de ser muy crítica con el capitalismo. Lo muestran mis fotos de Europa y Estados Unidos. En ese sentido tengo la intuición de que mi visión del mundo sigue siendo más o menos la misma. Mi foto siempre fue crítica, comprometida, aunque hayan variado los objetivos más inmediatos de esa crítica.
Un paréntesis, ahora que nombras a Venezuela… ¿por qué te has quedado aquí, en un país devastado, lleno de carencias y horrores, si has podido irte como tantos venezolanos lo han hecho?
Te contesto muy simplemente. Dos razones: tengo una hija adoptiva adolescente y no tengo derecho a cambiarle el rumbo de su vida así como así. Pero, sobre todo, por amor a este país, a su gente generosa y buena. Si viví aquí muchos momentos de felicidad, también tengo que vivir los tristes.
Volvamos a la estética. Una curiosidad:¿también tú eres de los que creen que la fotografía debe ser en blanco y negro? Has sido parco en el uso del color.
Hoy no sería nada categórico al respecto. Y probablemente he usado el color más de lo que se cree. Es más, uno de mis proyectos inmediatos es un fotolibro, Maracaibo mon amour todo en color, porque Maracaibo es una ciudad llena de color. Vendrá con otro libro sobre el petróleo, en la misma zona, ese sí en blanco y negro.
Tu reconocimiento internacional ha sido mucho y no sabemos demasiado sobre él en Venezuela, por razones el país que vivimos, para no abundar. Cuenta.
Es un poco embarazoso. Pero sí he expuesto varias veces en algunos puntos del globo. Ahora lo voy a hacer en Ginebra. Fotos mías andan por ahí en el MoMA, en el Reina Sofía y otros museos. He sacado unos cuantos libros que se venden en Nueva York y París, en Italia o México. Pero pasemos la página.
México es un país muy especial para ti. Has trabajado mucho allá y acaba de salir un grueso volumen con una muestra muy amplia de tus fotos en ese país, con prólogo de Juan Villoro. ¿De dónde viene esa pasión?
Desde muy mozo. Yo era muy aficionado al cine, al neorrealismo especialmente. Pero también a cierto buen cine mexicano. Recuerdo mucho Redes, por ejemplo. Pero sobre todo se me grabó la fotografía de Gabriel Figueroa, esos cielos maravillosos, eisensteinianos. Luego trabé relación con Paul Strand, que fue para mí un verdadero maestro, me dio mucho, entre otras cosas su pasión por México y su recomendación de explorarlo. Lo hice y hasta hoy he hecho una gran cantidad de cosas allí. Comencé con el trabajo mancomunado con García Canclini del que ya te hablé. Luego hice un audiovisual con Carlos Monsiváis en otra estadía. He vivido un año corrido allí. No olvides que México fue un imán para la inteligencia del mundo. Allí estuvieron muchos de los grandes del siglo. Buñuel, Eisenstein, Huston, Lowry, Trotsky, los surrealistas, etc. y fotógrafos de la talla de Weston o Tina Modotti. Yo sentí esa atracción y siempre la he agradecido sobremanera. Participé con entusiasmo en los coloquios fotográficos de los setenta. Hice una exposición grande hace unos tres años en Ciudad de México. Y ahora salió El suplicante, un libro magníficamente editado y con un prologuista de lujo, Juan Villoro.
Tú has acompañado la foto venezolana un larguísimo trecho. ¿Qué balances haces hoy?
Desde hace mucho hay buena fotografía en Venezuela. En los años cuarenta Alfredo Boulton hizo un extraordinario fotolibro sobre la isla de Margarita que es una joya. Y estaban trabajando artistas como Razetti, por cierto formado en México, al lado de mi amigo Manuel Álvarez Bravo. Luego hay una estupenda fotografía política en los sesenta. Y hoy hay jóvenes muy interesantes. Posiblemente no esté a la altura de México o Brasil, pero camina a buen paso, incluso hoy desasistida y a ratos hasta perseguida.
FOTO: Caracas, 1972, de la serie Para verte mejor, América Latina. Fotografía de Paolo Gasparini. / Página web del Museo Reina Sofía
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