Paolo Sorrentino: la vida agridulce

Mar 8 • Miradas, Pantallas • 4342 Views • No hay comentarios en Paolo Sorrentino: la vida agridulce

 

MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS

 

“Un buen vino es como una buena película: dura un instante y deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador.” Además de que se pueden aplicar a gran parte de su filmografía, caracterizada justo por el buen sabor de boca que deja de modo definitivo en el espectador, estas palabras de Federico Fellini llevan a pensar en una de las mayores carencias del cine contemporáneo: la conjunción de goce estético y goce vivencial.

 

De un tiempo a la fecha escasean las cintas que marcan como los mejores vinos, creando esa sensación de placer profundo y fugaz que sin embargo gana permanencia en la memoria, en la vida misma; dicho de otra forma, se extrañan los filmes que generan una embriaguez de los sentidos. Consciente de ese hueco, el director Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970) entrega La grande bellezza (2013), su sexto largometraje, que obtuvo el Oscar y el Globo de Oro en la categoría de mejor película extranjera y lo confirma no sólo como una de las promesas cumplidas del cine italiano actual sino como uno de los herederos más sagaces y sensibles de las enseñanzas fellinianas.

 

Porque, primero que nada, La grande bellezza es una apuesta por la libertad narrativa y la pulsión dionisiaca que Fellini exploró por ejemplo en La dolce vita (1960) y (1963), clásicos que Sorrentino homenajea de manera palpable. Encarnado por el extraordinario Toni Servillo, actor fetiche de Sorrentino —han trabajado juntos en L’uomo in più (2001), Le conseguenze dell’amore (2004) e Il divo (2008)—, Jep Gambardella, el protagonista de La grande bellezza, remite tanto al Marcello Rubini de La dolce vita como al Guido Anselmi de : inolvidables criaturas interpretadas por el aún más inolvidable Marcello Mastroianni.

 

Al igual que Rubini, Gambardella es un escritor que ha hallado en el periodismo más bien frívolo un modus vivendi que le permite codearse con el jet set de Roma; al igual que Anselmi, Gambardella acude a sus fantasmas y recuerdos en busca de la clave para enfrentar el vacío existencial que lo merodea. Los tres, por si fuera poco, son hombres fascinados y perturbados por el eterno femenino descrito por Goethe.

 

La fabulosa secuencia inicial de La grande bellezza establece el tono orgiástico y a la vez crepuscular que cruza toda la trama: una fiesta en la que la cámara sinuosa de Luca Bigazzi pinta un fresco de la alta sociedad romana antes de detenerse en Gambardella, el motivo de la celebración, quien baila mientras rememora un episodio crucial de su infancia. Ese vaivén tenso entre la nostalgia por un ayer irrecuperable y el vigor de un ahora suntuoso aunque decadente, visible en los contrastes arquitectónicos de Roma, da a Sorrentino la oportunidad de diseñar un mosaico que, según ha manifestado, “fluye y flota libremente, se fundamenta en la rutina diaria del protagonista y no sigue las reglas tradicionales de la narración”.

 

La ruptura con el relato fílmico canónico se logra mediante la inclusión de viñetas de ribetes surrealistas —el happening plástico representado por una niña genio, la ascensión de una larga escalera emprendida por una monja centenaria que ejerce cierto control sobre las aves migratorias— que fungen como ventanas abiertas a los misterios del mundo. Si, para volver a Fellini, el cine usa el lenguaje de los sueños, La grande bellezza apela entonces a las ensoñaciones de su entrañable personaje central para dotarlas de una concreción que deslumbra y emociona escena tras escena, construyendo una cotidianidad donde hay cabida para epifanías y —por qué no— pequeños milagros. Al tiempo que hace una declaración de amor a la Ciudad Eterna, Paolo Sorrentino retoma uno de los postulados básicos del director de La dolce vita y para otorgarle un nuevo contexto: “No hay final. No hay principio. Es sólo la infinita pasión de la vida.” Esa vida que, a pesar de ser más agridulce que dulce, vale la pena beber y saborear y agotar como los buenos, los mejores, los más selectos vinos.

 

*Fotografía: Fotograma de “La grande bellezza” de Paolo Sorrentino/Especial.

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