Paul B. Preciado, una voz disidente en la modernidad

Jun 29 • Conexiones, destacamos, principales • 11339 Views • No hay comentarios en Paul B. Preciado, una voz disidente en la modernidad

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El discurso de género es medular en nuestra sociedad contemporánea, para entender una nueva realidad humana e innegable, en un siglo que será necesariamente revolucionario

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POR HUGO ALFREDO HINOJOSA

Con la reciente edición de Un apartamento en Urano, Paul B. Preciado retoma su universo conceptual y estético, para hacer una crítica a la modernidad y al mundo digital, así como a las tendencias sociales, políticas y religiosas llenas de atavíos ideológicos, vueltos fronteras que habitamos entre vaivenes de significados, como prisiones modernas llenas de falsos culpables. Con la aparición de sus libros Manifiesto contrasexual (Anagrama, 2002), Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la guerra fría (Anagrama, 2010), el filósofo español y voz indiscutible de las discusiones de género contemporáneas, cuestiona las lógicas binarias y patriarcales de occidente que han reinado a lo largo de nuestra historia milenaria y que hoy, en vísperas de una revolución de catástrofes ambientales y paraísos tecnológicos sin control, se rehúsan a modificarse.

 

En este libro el filósofo aborda los temas y las preocupaciones medulares de la sociedad contemporánea, a la que considera de mentalidad decimonónica por abominar el discurso de género y la modificación del cuerpo, ese anticuado receptáculo de la divinidad. Con cada uno de sus ensayos hace una crónica que captura su viaje íntimo durante la reasignación de sexo, un cambio de paradigma, de protocolo personal irrepetible que forma parte también de este paraíso salvaje que es el mundo. Esta conversación narra algunos de los temas fundamentales que ocupan el cuerpo teórico de Paul B. Preciado, que hizo de la ruptura de estándares clásicos del pensamiento una vía hacia un nuevo saber que debe discutirse.

 

Hace un par de años Margaret Atwood declaró que la maternidad no deseada e impuesta por la moral del estado y la sociedad, es una forma de esclavitud hacia las mujeres. ¿Qué beneficios obtiene
el estado sobre el cuerpo de la mujer y el producto, los recién nacidos?

 

La reducción del cuerpo de lo que históricamente hemos llamado mujeres, al útero con su función reproductiva, es la base de la explotación económica y política patriarcal. Cuando hablamos de la historia del capitalismo siempre hablamos de la máquina de vapor o de la industria textil, pero la mujer como útero es la máquina viva central del capitalismo. Mis colegas Toni Negri, Maurizio Lazzarato o Moulier Boutang hablan ahora de capitalismo cognitivo y ponen en el centro del proceso productivo la función semiótica, la producción de conocimiento. Pero el centro oculto del produce productivo capitalista global es la reproducción sexual y por eso las mujeres son objeto de violencia, desposesión y expropiación. Hasta que no liberemos los medios de reproducción de la vida, no podremos cambiar el capitalismo. Quizás se necesite una huelga mundial de úteros gestantes, una huelga de trabajo gestacional. En algún momento tendremos que decir basta a la farsa heteropatriarcal.

 

¿Qué valor tiene el cuerpo y la inocencia de los niños para un estado tecnopatriarcal? ¿Y qué podemos esperar de esta generación de recién nacidos que en 20 años serán voces de peso social?

 

No me interesa el niño idealizado como inocente. Del mismo modo que no me interesa la mujer idealizada como dócil o la madre como nutriente o amante. El niño es interesante como lugar de lo infra-político, cuya agencia y libertad no son reconocidos. En nuestras sociedades el niño no existe como sujeto político. Existe únicamente como objeto de la represión, del control y de la normalización, como objeto del mercado, al mismo tiempo que es utilizado instrumentalmente por las campañas religiosas o de extrema derecha para potenciar políticas anti-aborto o de restricción de libertades sexuales. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que nos conformemos con el voto a los 18 años en sociedades democráticas? ¿Si una adolescente de 16 años no tiene derecho a abortar, por qué carecería de derecho a votar? Me interesan los límites de la política tradicional: la rebelión de los niños y los viejos, de los adolescentes, de los tullidos y los tarados, de esos a los que la política tradicional ha retirado agencia.

 

¿Es un niño, adolescente o joven adulto queer un agente de violencia contra la fe religiosa sin importar la secta? ¿En este caso podría la iglesia transformarse para controlar inclusive esta naturaleza humana?

 

La iglesia no ha hecho otra cosa durante siglos que domesticar la agencia del cuerpo vivo, extraer potencia de vida de los cuerpos. Esta tarea comienza desde el momento del nacimiento, con la asignación de un sexo y de un nombre y no ceja hasta la muerte. La iglesia ha tenido una función estratégica en el patriarcado capitalista traduciendo la reducción del cuerpo femenino al útero y dando al cuerpo masculino legitimidad soberana. Silvia Federici ha analizado bien la importancia que tuvo para el despegue del capitalismo la erradicación de los saberes femeninos y paganos, así como de las prácticas africanas a través de la Inquisición. Esa tarea de expropiación y desautorización de cuerpos y saberes continúa hasta el día de hoy. Pero es una tarea que la iglesia o las iglesias no realizan solas. El Estado y las instituciones familiares y educativas persiguen el objetivo de transformar el deseo ingobernable de la infancia en un sujeto político dócil. Pero desde finales de la segunda guerra mundial estamos en una situación relativamente
distinta. El mercado y los medios de comunicación se disputan ahora la tarea de domesticar y extraer capital vivo del cuerpo frente al estado y a los agentes disciplinadores tradicionales (Iglesia, estado e instituciones). El gran reto político de nuestro tiempo es inventar un organismo colectivo anarco-libertario, una gran alianza de cuerpo vivos más allá de las identidades impuestas por el capitalismo heteropatriarcal y colonial, que haga frente tanto al mercado como al estado, porque de otro modo nos encontramos como cuerpos individuales frente a las fuerzas predadoras de esas dos potencias de extracción de vida.

 

¿Qué significa para Paul ser un disidente del sistema sexo-género? ¿Ser un disidente de esa epistemología te convierte en un enemigo del pueblo?

 

Todos aquellos cuerpos que no encajamos en el régimen binario sexo-género-sexualidad aparecemos como disidentes del sistema, de una forma u otra: como enfermos mentales, como depravados, como sujetos que deben ser normalizados. Pero ser disidente del sistema no quiere decir ser enemigo del pueblo. El pueblo no existe sino como hipóstasis de una ideología del estado-nación. Lo que existen son una multiplicidad de cuerpos que no son reductibles a una identidad, ni nacional, ni de género, ni sexual, ni racial. Precisamente hablando de inventar una instancia colectiva libertaria anarco-queer, es necesario decir que mi situación no es ni individual ni heroica. Yo soy uno de tantos. La única diferencia es que he tenido la suerte de, por decirlo con Audre Lorde, robar las herramientas del padre para destruir la casa del padre. Eso es para mí la escritura: una técnica de demolición. Además, la epistemología de la diferencia sexual está en crisis, tanto de un punto de vista científico como político. El resurgimiento del movimiento neofascista que observamos en todo el planeta es una respuesta desesperada a esta crisis epistemológica, a las luchas históricas que comenzaron desde la revolución de Haití y los movimientos anti-colonización y feministas en el siglo XVIII.

 

Completada tu transición física y anímica, Paul, ¿cómo es o fue vivir entre mujeres como mujer y cómo vives hoy entre los códigos masculinos? ¿En ambos casos qué deseos o formas del pensamiento has descubierto que pueden o no agradarte?

 

Ninguna transición está nunca completada, ni física ni anímicamente. La vida es una transición sin fin. Lo que es cierto es que ahora tengo un pasaporte con nombre y género masculino. Y que mi cuerpo es socialmente reconocido como masculino, pero yo podría cambiar eso si quisiera, bastaría con maquillarme, con llevar unos tacones o un pañuelo en el cuello. El género es como la nitroglicerina: cualquier pequeño movimiento puede hacerlo explotar. Lo que descubro en esta travesía sin fin es que la situación política creada por el binarismo y la jerarquía de la diferencia sexual es aún más dramática de lo que creía que era cuando era una mujer lesbiana. El problema es que la soberanía masculina ha sido definida históricamente como el monopolio de las técnicas de la violencia, usadas frente a las mujeres, frente a otros cuerpos no blancos, frente a los animales, frente a la totalidad del planeta. Como dice la activista boliviana María Galindo: o empezamos a despatriarcalizar el planeta, o este es el último capítulo de la historia.

 

Leí en una entrevista que te hicieron hace un par de meses que la batalla del colectivo LGBT+ se reduce a la reivindicación del matrimonio homosexual y el derecho a la adopción. ¿Cuáles son, pues, aquellos puntos medulares que debería atacar dicho colectivo en el mundo?

 

Creo que es necesaria una política que tenga como nuevo ciudadano mundial el cuerpo vivo vulnerable. El feminismo y los movimientos LGBT han sido cruciales, porque han puesto la reproducción, la sexualidad y el cuerpo en el centro del debate y de la
reivindicación política, pero han perdido efectividad en la medida en la que se han convertido en movimientos de políticas de identidad. Para mí la más urgente de las reivindicaciones es la abolición de la diferencia sexual en los procesos de inscripción de un cuerpo humano vivo como miembro de una comunidad social.

 

¿Cómo daña a la democracia la normativa hombre-mujer?

 

La asignación sexual en el nacimiento es un acto de discriminación. Las mujeres en nuestras sociedades patriarcales democráticas no son sujetos de pleno derecho porque supuestamente tienen un órgano (el útero) dentro de sus cuerpos que es gestionado por los poderes estatales, eclesiásticos, por el mercado… Acabar con la asignación de la diferencia sexual en el nacimiento y en todos los documentos de identificación administrativa debería ser nuestro objetivo central. Además, eso acabaría también con otros debates absurdos. Si no hay hombres y mujeres, ya no tendría sentido hablar de matrimonio entre personas del mismo sexo, ni adopción para personas del mismo sexo. Sería un auténtico seísmo político que produciría, en cascada, una multitud de cambios institucionales y sociales.

 

Un apartamento en Urano es un libro que recoge tu transición, digamos desde una vulnerabilidad para lograr la estabilidad espiritual y anímica, con él tocas el límite del espacio. ¿Acaso es un libro de filosofía para los débiles, para aquellos que construyen su segunda infancia desde el cambio radical trans?

 

Ojalá pueda ser un libro de filosofía para los débiles, que somos todos, en la medida en la que somos cuerpos mortales. Incluso el peor de los hetero-machitos arrogantes caerá enfermo un día y se convertirá en un cuerpo vulnerable. Es la condición de cuerpo mortal que ningún pensamiento político quiere admitir. Todos trabajan con una figura política de cuerpo viril, heróico, violento e inmortal.

 

Mencionas en tu libro que el cambio de sexo y la migración son dos prácticas que cuestionan la arquitectura política y legal; ¿se desordena el caos… por así decirlo?

 

Transexualidad y migración cuestionan las dos arquitecturas centrales de la modernidad: la taxonomía sexual y racial, y construcción de la identidad del estado-nación. Por ello, ambas prácticas se visualizan como prácticas del cruce de la frontera. Donde la frontera es una técnica de muerte que amenaza aquellos cuerpos que desafían el orden. Pero muchos de nosotros, como dice Gloria Anzaldúa, nacimos atravesados por la frontera. Aún más, podríamos decir que la epistemología racial y sexual es tan hegemónica que la frontera nos atraviesa a todos.

 

Portada Libro Paul B Preciado

 

¿Este cuestionamiento de la arquitectura político-social es una forma de terrorismo, en la forma más purista de la lengua?

 

Como decía Hannah Arendt, el lenguaje es una forma de acción directa. La palabra es una fuerza que impacta lo real. Con respecto a la historia de la opresión racial y sexual, el lenguaje debe operar al mismo tiempo como un martillo nieztscheano, destruyendo la gramática del poder, pero de algún modo debe ser también una manta que abriga al que intenta sobrevivir la expropiación y la desposesión. La violencia del lenguaje no basta. El lenguaje tiene también que funcionar como una prótesis que sujeta al cuerpo herido por la norma.

 

¿Qué significa ser silenciado genéticamente, ser borrados de la historia por la disidencia sexual?

 

Aquellos cuerpos que han sido históricamente objeto de técnicas necropolíticas, de técnicas de muerte, han sido silenciados genéticamente: pueblos y culturas enteras han sido exterminadas, los cuerpos de las mujeres migrantes y no-blancas han sido mecánicamente esterilizados o expropiados, lo mismo ha ocurrido con aquellos cuerpos considerados como discapacitados o enfermos mentales, con los enfermos de sida, lo mismo ocurre hoy con los cuerpos trans a quienes en muchas ocasiones se fuerza a la esterilización como medida previa al cambio de sexo.

 

La definición del amor que das “El amor no es un sentimiento, sino una tecnología de gobierno de los cuerpos (…), al servicio de la reproducción social”, me parece que está ligada al Anti-Edipo de Deleuze y Guattari. ¿Es así?

 

Es El Anti-Edipo pero pasado por años de feminismo queer. Quizás sea mejor llamarlo la anti-Antígona.

 

Explica qué significan en tu cuerpo crítico Michel Foucault, Derrida, Judith Butler y Teresa de Lauretis.

 

Han sido y siguen siendo cruciales para mi pensamiento, por supuesto, pero tan cruciales como lo han sido Monique Wittig, Ursula Le Guin, Guillaume Dustan, José Pérez Ocaña, Gayle Rubin, Pedro Lemebel, Lorenza Böttner, Jack Halbestam, Nestor Perlongher, Annie Sprinkle, Beth Stephens, Kathy Acker, Virginie Despentes… La lista es infinita e infinitamente abierta. Parte de la enseñanza del feminismo es acabar con las figuras de autoridad y tutelares. Horizontalizar el saber. Todos somos maestros y todos estamos aprendiendo algo.

 

¿Qué opinión tienes del lenguaje inclusivo?

 

La revolución transfeminista en curso es también una revolución en el lenguaje. Pero el lenguaje no es sólo descriptivo, tiene la fuerza de producir la realidad, de instituir nuevos sujetos políticos, de producir violencia o de atenuarla. Así que me interesa todo proceso de cambio del lenguaje, que obligue a desnaturalizarlo y por tanto que permita introducir agencia, creatividad. Si queremos modificar el heteropatriarcado todo tiene que cambiar: los nombres y los pronombres, los verbos, los adjetivos… Necesitaremos una nueva gramática para salir del patriarcado necropolítico. ¡La poesía o la muerte!

 

¿Qué lugar ocupa el arte, la historia y la escritura en tu pensamiento crítico y en tu quehacer profesional?

 

La filosofía es poesía conceptual. Para mí la filosofía no es una práctica científica o académica. Si como nos enseña Deleuze la tarea de la filosofía es la invención de conceptos, entonces la filosofía es una práctica artística. Del mismo modo que el arte inventa forma sensibles, la filosofía inventa formas conceptuales, narrativas, semióticas capaces de transformar la realidad.

 

¿Cuáles son, Paul, las diferencias fundamentales de vivir como mujer o como hombre en este mundo?

 

El mundo está absurdamente dividido en dos: masculino, femenino; blanco o no-blanco; norte, sur; indígena o no; animal o humano; potencial consumidor o incapaz de consumir, las diferencias son tan grandes que resultan grotescas. Todo el mundo debería hacer la experiencia del cruce para darse cuenta del absurdo de lo que ve como “otro.”

 

¿Desde tu percepción sirve o sirvió de algo el #MeToo en los diferentes países?

 

Todo proceso de agenciamiento político es importante. Pero resulta increíble que hayamos tenido que esperar a que unas actrices blanquitas de Hollywood se quejaran de violencia sexual para globalizar el movimiento anti-abuso sexual. Las mujeres negras e indígenas, las mujeres trans, llevan años gritando sin que nadie les preste atención. El feminicidio se ha convertido en una variable de ajuste en el lenguaje de las naciones unidas. Por otra parte, es importante saber cuál es el objetivo de la lucha: ¿el fin de la violencia machista o la represión? Tenemos que prestar atención, de nuevo, a que el movimiento #MeToo no sirva para dar más instrumentos represivos al estado patriarcal. En la investigación que hice junto a la artista Shu Lea Cheang en el proyecto de arte para el pabellón de Taiwán en Venecia, llegamos a la conclusión, después de hablar con numerosos abogados y con gente en prisión, que los únicos hombres que acaban en prisión por denuncias de abuso sexual son los hombres no blancos. Los blancos son a menudo objeto de escándalo mediático, pero acaban tan tranquilos en sus casas fundándose el puro del patriarcado blanco heterosexual. No necesitamos un movimiento que dé más poder al estado para encarcelar, necesitamos una rebelión que redistribuya las técnicas de la violencia y empodere a los subalternos.

 

La teoría queer es innegable, no obstante, qué lugar ocupa en un mundo dividido entre políticas de “derecha” e “izquierda”, ¿podríamos hablar de una nueva ciencia política que surgiría a partir de lo queer?

 

Yo no hablaría de ciencia ni tampoco de “lo” queer. Queer no es una esencia. No existe lo queer. Nunca hemos sido queer: hay una multiplicidad de situaciones de subalternidad y lo que necesitamos en una nueva compresión de la política, que supere tanto los ideales nacional-liberales de la derecha como el productivismo obrero de la izquierda, una política que ponga en el centro del proceso productivo el cuerpo (reproductivo) y vulnerable, un nuevo tecnochamanismo planetario, que encante lo material y nos haga ecológicamente responsables. Yo llamo a esta nueva política un comunismo somático en el que el cuerpo del planeta es el parlamento vivo que nos sujeta.

 

 

FOTO: El filósofo Paul B. Preciado. / Catherine Opie

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