Peter Handke: la vía posmoderna de la tragedia política y la verdad
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Galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2019, Peter Handke forma parte de una generación de escritores en lengua germana que hizo de la política parte medular de su obra, de su crítica al solipsismo eurocentrista colmado de ideologías salvajes y guerras latentes
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POR HUGO ALFREDO HINOJOSA
Hace más de 20 años llegó a mis manos un libro deshojado, sucio y tal vez carcomido por las ratas, un tanto enmohecido, titulado El peso del mundo. Un diario 1975-1977 (Laia 1981; Barcelona) de Peter Handke. Era un tomo que, entre aforismos, narraba un peculiar universo que me apasionó y me llevó a conocer más tarde la obra dramática y narrativa del austriaco. Fueron las palabras, el caos de esa sintaxis lúgubre, pero eficaz, el mayor descubrimiento que intentaría replicar.
Previo a Handke, leí la crudeza de Heiner Müller, Thomas Bernhard, Botho Strauss y Peter Weiss, autores considerados posmodernistas, aunque debatible según la postura filosófica y socio-política de todos, que respondían a un perfil inquietante e ilustrado: eran escritores de teatro, cine, novela, ensayo y poesía, sin limitantes, sin estructuras rígidas que retaban al lector romántico. Strauss, en su libro Crítica teatral, las nuevas fronteras (Gedisa 1989), se mofa de los estudiosos y de los gremios artísticos que clasifican a su generación como posmodernista sencillamente porque ellos “sólo escribían” sin saberse parte de un momento histórico-filosófico-literario en los años 60. Fueron los críticos quienes idealizaron esa literatura sin correcciones políticas, hoy tan peligrosas.
Handke, como heredero de la posguerra, fue ese animal rabioso y tímido que hizo de la literatura una vía de escape frente a la política estática del momento, que pretendía negar la herencia bélica inmediata, arando atajos que condujeran a la sociedad germana de la segunda mitad del siglo XX hacia la pasividad industrial extrema como negación del holocausto, aquí una clave. El Grupo 47, entre los que se encontraban Günter Grass, Heinrich Böll y el crítico Marcel Reich-Ranicki, descubrió en Peter Handke una voz elocuente, al joven escritor que deseaba apartarse del romanticismo literario, que utilizaba la palabra misma para renovar el canon academicista germano del momento, esto es, la confrontación por medio de la literatura comprendida fuera de las definiciones progresistas de la novela y la poesía.
Para comprender el trabajo del escritor austriaco debemos hacer una revisión obligada de su herencia literaria y filosófica, de su narrativa desordenada que deriva en la construcción de realidades provocadoras, aptas para una generación de lectores alejados del atavío de las teorías literarias. Handke fue un gran lector de Franz Kafka, Ludwig Wittgenstein, Friedrich Hölderlin y Roland Barthes (el aprendizaje de las estructuras), de Goethe por encima de todos; al revisar esta auto-tradición entendemos el desarrollo de su escritura desde el lenguaje, la herramienta primordial por encima de la ficción encasillada. El modelo del escritor revolucionario para Handke es Hölderlin y retoma de éste la forma cuasi matemática y metafórica de su poesía, como raíz para experimentar como narrador, poeta y dramaturgo. Es decir: la palabra como eje rector del drama más allá de la inventiva.
Novela y coincidencia
La gran caída, Desgracia impeorable, La mujer zurda y su clásica obra El miedo del portero al penalty, además de su serie de ensayos, definen a la perfección el trabajo de Handke y su relación con el lenguaje poético, por así decirlo, el único válido para él. Para la gran mayoría de críticos metafísicos y amantes por excelencia de la conceptualización literaria, la obra del Nobel, resulta extraordinaria, pero por los motivos erróneos. Argumentan e inquieren los múltiples significados de las novelas que califican como narrativa excelsa de una profundidad épica. Pero el autor a la distancia se ríe. Reflexionemos un poco más sobre este análisis.
La definición de novela para Handke es sencilla: una novela es apenas un largo poema épico, donde lo que importa no es la ficción en sí misma, sino la consecuencia de las casualidades. En éste, la ficción o “historia” es la intersección de eventos cotidianos que encuentran un orden dentro del lenguaje, pero donde la trama, el hablar de las grandes preocupaciones contemporáneas, no tienen ninguna importancia. El autor únicamente cree en la acción de contar y no en la construcción de una aventura editorial total. Cuando se refiere a su tarea como narrador, es interesante que aborde a Goethe y la definición del “Ego” de la humanidad del poeta alemán; siendo el “Ego”, en esta acepción, una excelente forma de conocer la naturaleza humana no individual, haciendo justicia de las necesidades espirituales del género sin la obligación de construir historias como espejos falsos para la escritura misma. Hasta aquí la teoría…
Handke, el escritor dramático, comprende a la perfección que la pieza para la escena progresa a partir de la palabra; el poeta sabe que el lenguaje es aquel cimiento sobre el que se funda la verdad del espíritu; el arrojado guionista y director de cine (La ausencia y La mujer zurda) comprendió que ese no era su estadio, y no por falta de ingenio, sino porque la fotografía en movimiento lo obligaba a dejar la palabra y cambiar de medio de expresión. Lastimera experiencia para quien se sabe incapaz de moldear la imagen con los golpes del teclado, esa tarea le fue otorgada a su amigo Wim Wenders.
¿Qué significa que Peter Handke sea galardonado con el Nobel?
La noticia del galardón sacudió a las conciencias morales europeas y del resto del mundo. Desde Salman Rushdie hasta Joyce Carol Oates, secundados por el Pen Internacional y los escritores bosnios Aleksandar Hemon y Faruk Sehic, además de autores en ciernes sin voz ni voto, políticos y funcionarios culturales, se opusieron a que el Premio Nobel recayera sobre la figura de Handke, argumentando que era la representación de una mala persona, de bajísima calidad moral por su apoyo a Serbia durante la guerra de los Balcanes.
Otras voces, como Elfriede Jelinek y Olga Tokarczuk, ambas ganadoras del Premio Nobel, la última en esta edición, aplaudieron la decisión de la Academia Sueca, que debido a esta polémica inmediata no salió bien librada de los escándalos de 2018.
Peter Handke, guste o no, es la voz de una generación de creadores que rompieron con la comodidad de la literatura europea de la segunda mitad del siglo XX. Hay, por lo menos, una obra medular en el corpus creativo del autor que revolucionó a la literatura de fin de siglo: Kaspar, basada en la vida de Kaspar Hauser (un individuo extraño y criado como un salvaje a principios del siglo XIX, que se volvió un personaje mítico del folclor alemán), aborda los paradigmas morales e industriales de Europa en los años posteriores a la gran guerra y representa la respuesta al existencialismo francés, desde la mirada germana.
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El ganador del Nobel construye su Kaspar como una delicada maquinaria que, a cuentagotas, nos sumerge en un mundo profano donde el lenguaje y sus consecuencias se utilizan para doblegar las necesidades espirituales del personaje, metáfora de la sociedad del momento. En todo caso, vislumbraba la proximidad de lo políticamente correcto desde hace cinco décadas. Kaspar habita en una sociedad donde el lenguaje controla inclusive antes de ser pronunciado, rige y desespera, aniquila y reconforta, elimina la independencia y crítica del pensamiento, ante la tiránica norma de “pensar” como se “debe” pensar en un mundo construido, poco a poco, como un estadio sin individualidades incluso en la aparente pluralidad, donde todo aquel que especula fuera de la norma se niega a sí mismo por temor, porque por medio del lenguaje ya se está condenado a ser exaltado por virtudes o errores conforme al pensar mediático de las buenas conciencias.
La premisa es pues: cómo el poder del lenguaje (más la intersección de los eventos cotidianos) delimita, trastorna y da forma a la experiencia humana, esto como la tragicomedia de la civilización moderna en la que habitamos, la misma en la que pensadores brillantes como Salman Rushdie y Joyce Carol Oates conviven, delimitan, guían la crítica moral y articulan el descalificamiento generalizado para propiciar un discurso afín con sus deberes políticos y sociales, entre otras figuras, claro.
¿Merece o no Peter Handke el Nobel? Por supuesto, su obra tiene sin duda la calidad estética y literaria que lo hace merecedor del máximo galardón para un escritor. ¿Merece o no Peter Handke el Nobel, luego de que éste apoyó al gobierno serbio, después de los genocidios atribuidos a Slobodan Milosevic, con la publicación del libro Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Sava, Morava y Drina, o justicia para Serbia? A decir del propio autor, él jamás negó el conflicto bélico ni las matanzas, se opuso a convertir en un monstruo a la cultura serbia, ante la mirada del mundo, de la misma forma tal vez en la que no todos los alemanes eran nazis al servicio de Hitler.
La crítica reduccionista, en este sentido, es igual de delicada en ambas vías: por una parte, no podemos olvidar aquello que las víctimas tengan que decir con respecto al accionar de Handke como protagonista de este suceso. Quizá, como suele ocurrir, los afectados de las guerras o la violencia suelen ser los primeros en pedir que el mundo siga su marcha, siendo las voces morales ajenas a los conflictos las que piden justicia en aras de la buena opinión pública. Si Handke perdiera el premio Nobel (como ya perdió, por desgracia, el Premio Heinrich Heine en 2006 por el mismo motivo político; o previo a eso a finales del siglo pasado renunció al Premio Georg Büchner en rechazo a la interferencia de la OTAN, apoyada por Estados Unidos, en el conflicto balcánico) estaríamos ante un momento histórico donde lo políticamente correcto impera por encima del trabajo de un creador que cometió el pecado de pensar distinto del resto acerca de un suceso histórico sin haber empuñado el sable.
Peter Handke, al igual que Günter Grass, pasará a la historia como un gran escritor cuyo legado quedará en entredicho por sus acciones personales. Vale la pena reflexionar en torno al linchamiento mediático y oportunista, sobre todo cuando no se trata de la defensa de causas medulares, sino de la opinión sobre la vida íntima de los otros. No podríamos, pues, culpar la nacionalidad de Rushdie o Carol Oates, cuando sus países de origen han cometido crímenes de lesa humanidad en todo el mundo; reduccionismo para los reduccionistas.
FOTO: El escritor austriaco Peter Handke, autor de La gran caída, Desgracia imperdonable, La mujer zurda y El miedo del portero al penalty afuera de su casa en Chaville, Francia. / Alain Jocard / AFP
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