El largo invierno que parió a la modernidad

Ago 8 • destacamos, principales, Reflexiones • 3853 Views • No hay comentarios en El largo invierno que parió a la modernidad

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Para el historiador Philipp Blom durante el periodo entre 1570 y 1700, la humanidad tuvo que adaptarse a un acelerado cambio climático que influyó en el surgimiento de un mundo regido por las ciencias y el mercado, un escenario complejo como el que vivimos hoy

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POR JUAN RODRÍGUEZ M./ EL MERCURIO/GDA

Se helaban los cultivos; año a año fue cambiando la fecha de las vendimias; en Londres, el río Támesis se congeló y la gente pudo patinar en él —hasta los pequeños comerciantes instalaron un mercado sobre el hielo—; los glaciares avanzaron en los Alpes e hicieron desaparecer a muchos pueblos. El 18 de mayo de 1590 el conde italiano Marco Antonio Martinengo escribió: “Dios nos enseña su ira/ enviándonos un invierno eterno/ que hemos de pasar con frío/ en casa, abrigados/ con las pellizas más gruesas”.

 

Las diferencias están en los años de inicio y término, se debaten sus causas (cambios en el Sol, erupciones volcánicas, el exterminio de los nativos americanos); de lo que no hay duda es de que a fines de la Edad Media el mundo vivió un cambio climático, un descenso de las temperaturas que le vale a ese tiempo el nombre de Pequeña Edad de Hielo. El mayor consenso habla a favor del período entre 1570 y 1700, por eso el historiador alemán Philipp Blom (1970) circunscribe a esos años su nuevo libro: El motín de la naturaleza (Anagrama).

 

Es un ensayo histórico que postula que las adaptaciones sociales a las que forzó ese largo invierno, en particular en Europa, prepararon el terreno para el mundo moderno; no como causa única, claro, si es que existe algo así en la historia, pero sí como un abono importante en una amalgama que incluye, por supuesto, a la imprenta de Gutenberg, la Reforma y la Contrarreforma, las guerras de religiones y, poco antes, el descubrimiento y conquista de América, sólo por mencionar algunos ingredientes.

El historiador alemán Philipp Blom. /Foto: María Teresa Slanzi/ Cortesía Anagrama

 

 

Un exsoldado y filósofo
La corteza de los árboles, el radiocarbono recogido en plantas, el sedimento de los glaciares y simulaciones computacionales son algunos de los testimonios científicos del fenómeno. También están los registros humanos profusamente recogidos por Blom, como el de Martinengo, o este, del siglo XVII registrado por el profesor Jean Nicolas de Parival: “Llamo a este siglo ‘siglo de hierro’ porque se producen juntas todas las desgracias y sucesos enigmáticos que en siglos anteriores sólo veíamos aislados”.

 

La edad de hielo y sus efectos fueron globales, pero el autor centra su atención en Europa. Para reconstruir ese mundo en cambio Blom recurre a testimonios de personas, a la ciencia e incluso a la pintura, pues en aquel período los paisajes invernales se volvieron un género por derecho propio: “eran muy solicitados en las casas burguesas, donde ofrecían un agradable contraste al fuego que crepitaba en la chimenea”, se lee en el libro.

 

La temperatura bajó alrededor de dos grados en el viejo mundo. En el otoño de 1649, un militar francés ya retirado, devenido filósofo y matemático, dejó Holanda para dirigirse a Estocolmo. Había sido contratado por la joven reina Cristina de Suecia, quien quería nutrirse de la sabiduría de ese hombre que, en búsqueda de una certeza sobre la que fundar el conocimiento, había descubierto que existía mientras pensaba. Un año después, seguramente por el extremo frío sueco, Rene Descartes murió de neumonía. Incluso para aquel país el frío era anormal, y es que para mediados del siglo XVII la Pequeña Edad de Hielo “se había adueñado de Europa”, escribe Blom. “Es posible que esos inviernos asesinos sean los culpables de la muerte de uno de los grandes pensadores europeos”.

 

Eso por el lado de la filosofía; por el de la literatura, por ejemplo, dice Blom que el monólogo de Ricardo III, de Shakespeare, adquiere un nuevo sentido cuando sabemos que se escribió en ese mundo helado: “Ahora el invierno de nuestro descontento…”, dice el rey en las palabras del poeta.

El motín de la naturaleza

 

 

¿Qué vio en esta historia que la hizo interesante para usted?
La Pequeña Edad de Hielo es conocida entre los historiadores, pero siempre está en los márgenes. Me interesé en la pregunta de qué cambia en una sociedad cuando cambia el clima y pensé que no tenía que especular: podía mirar lo que realmente había pasado la última vez. A menudo se piensa la historia climática separada de la historia económica, social, cultural, pero todas estas cosas son aspectos del mismo proceso, por lo que quería ver cuán lejos llegaron estos cambios en el siglo XVII, y también cuán lejos llegarán para nosotros.

 

 

Una crisis intelectual
Decir preparar el “terreno” o “abono” a propósito de la modernidad y de la Pequeña Edad de Hielo tiene algo de literal. Fue la agricultura, y la vida en torno a ella, la que sufrió el impacto del nuevo clima, de esos veranos helados. Al preguntarle a Blom cómo afectó la baja de las temperaturas la vida cotidiana de la gente, responde, exclama: “¡Simplemente cambió el mundo en el que vivían las personas!”.

 

“Los inviernos largos y fríos desencadenaron por primera vez una crisis agrícola —explica el autor alemán— y, en una economía basada en la agricultura, eso fue una crisis existencial. Las respuestas más efectivas que encontraron las personas fueron el comercio a largo plazo, la ciencia empírica, un nuevo enfoque económico basado en la producción para el mercado (no para sus propias necesidades) y la racionalización. El mundo del capitalismo moderno aparece delineado”.

 

Cambiaron las técnicas de cultivo, apareció el arado de acero, que permitía usar bueyes, se introdujo el maíz y la papa, venidos del nuevo mundo. Desaparecieron las tierras comunitarias de cultivo, en manos de grandes terratenientes. Los pobres se trasladaron por miles desde el campo a la ciudad. Explotó el comercio internacional. Con el crecimiento de las ciudades circularon cada vez más periódicos, y asomó una incipiente opinión pública.

 

En la búsqueda de respuestas para las desgracias climáticas, se sumaron a la religión, incluida la quema de “brujas”, razonamientos empíricos; incluso investigaciones botánicas para mejorar las cosechas. El pragmatismo del entorno comercial dio cabida a los perseguidos por la intolerancia religiosa, muchos de ellos comerciantes, también científicos y filósofos, como Descartes o Spinoza, quien dijo que Dios es la naturaleza.

 

El mundo feudal no era capaz de responder al nuevo escenario. Ya no era sostenible una sociedad de castas, empezaron a germinar ideas como igualdad y libertad. La crisis climática, dice Blom, desembocó en una crisis intelectual: “Los protagonistas de esa crisis procedían de las capas medias de la sociedad, donde se originaron también las novedades de la época. La filosofía, la economía, la ciencia y la ambición de poder eran aspectos de la misma energía social”.

 

El clima es clave para entender la historia de una civilización, ¿por qué?
Es muy simple: somos animales. No somos la corona de la creación, no fuimos puestos aquí para estar por encima de la naturaleza. Estamos en medio, somos un actor entre muchos otros que hacen que los sistemas de la tierra funcionen, desde microbios hasta placas tectónicas. Desde la perspectiva de la naturaleza, somos mucho menos importantes que el plancton. Las civilizaciones deben vivir con el clima que encuentran, con las materias primas, la comida, el combustible, el tiempo. Si la naturaleza es generosa, es posible que no necesites planificar para el futuro, que tengas muchas posesiones; pero si vives en una región con estaciones fuertes, tendrás que planificar el invierno y proteger tu tierra, tus pertenencias. Todas las sociedades crecen en estas condiciones, y si las condiciones cambian, las sociedades deben cambiar con ellas o morir.

 

 

El calentamiento global
“La Pequeña Edad de Hielo y la respuesta humana al nuevo entorno abrió camino a la modernidad, a las ciencias y la tecnología, al capitalismo; al mundo que hoy nos tiene en otra crisis ambiental, esta vez por acción nuestra. El calentamiento global, y el cambio climático derivado, es el estímulo detrás del libro de Blom: ese pasado que obligó a la humanidad a cambiar le recuerda nuestro presente, partiendo por los éxodos rurales. Y podemos aprender de él”, dice.

 

“¡Podemos aprender a adaptarnos! Debemos empezar a entender que la economía debe ser parte de la ecología, no al revés. Todos tenemos que vivir, respirar el aire donde estamos, comer. Somos primero y principalmente parte de la naturaleza. Pero tenemos una gran ventaja sobre otros animales: la cultura, las historias que contamos de nosotros. Si empezamos a contar historias distintas, sobre lo que es bueno y malo, quién es héroe y villano, el mundo puede cambiar rápidamente”, cree Blom. Habrá que usar el conocimiento y la tecnología, agrega; tener una perspectiva global en política y economía, alejarnos del uso de combustibles fósiles “y, por lo tanto, de la economía de crecimiento y del hiperconsumo”.

 

 

¿Qué le diría a quien viera en la Pequeña Edad de Hielo un argumento para negar el origen humano del actual cambio climático?
Uno debe dejar de negar la causalidad y aceptar que algo terrible está sucediendo y que la única posibilidad de la humanidad es cambiar su economía y cultura radical y rápidamente. ¿Ocurrirá? Las ciencias naturales no tienen nada que decir al respecto, pero desde el punto de vista de la psicología debemos ser escépticos y saber que estamos enfrentando una batalla cuesta arriba por la supervivencia de nuestra civilización.

 

FOTO: Paisaje invernal (1608) de Hendrick Avercamp./ Rijksmuseum, Ámsterdam

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