René Descartes, preludio de la modernidad

Ene 1 • Reflexiones • 1986 Views • No hay comentarios en René Descartes, preludio de la modernidad

 

En 1637, el filósofo publicó su Discurso sobre el método, famoso por su búsqueda de un lenguaje común para las matemáticas y todas las ciencias. Descartes pasó a la historia por dudar de todo excepto de la realidad del ser pensante, lo que más tarde derivaría en la tradición empirista inglesa y en los tratados sobre la razón hechos por Kant

 

POR RAÚL ROJAS
Un gran libro es como una nueva avenida que alguien ha abierto a través de terreno previamente inaccesible. Una vía así nos permite explorar nuevos territorios y genera multitud de interrogantes adicionales que conducirán a construir más y más veredas. Es el caso del célebre Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias del filósofo francés René Descartes, un escrito que ha sido muy citado, pero no muy leído, quizás por el largo título que no corresponde a su breve extensión, de unas cuantas decenas de páginas. El Discurso estaba concebido originalmente como la introducción para un tratado más general, en el que Descartes quería presentar los resultados de sus investigaciones en matemáticas y física. Al final de cuentas el Discurso se publicó en francés en 1637 y ha sido leído independientemente de sus apéndices. El más importante de ellos es la “Geometría”, una obra en la cual Descartes logra fusionar casi 20 siglos de geometría euclidiana con el álgebra, para crear lo que hoy se conoce como geometría analítica.

 

René Descartes (1596-1650) es uno de los pensadores del Renacimiento más creativos. Sus investigaciones matemáticas y cosmológicas lo posicionan a medio camino entre Kepler y Newton. Su énfasis en dudar de todo, excepto de la realidad del ser pensante, representa un preludio a los estudios epistemológicos de los empiristas ingleses y posteriormente Kant. Podemos imaginar a Descartes como el arquitecto de aquellos puentes intelectuales que nos permitieron arribar a la modernidad.

 

Hay que mencionar de antemano que Descartes toda su vida estuvo muy interesado en las matemáticas. El “método” que anuncia el título del breve libro, hace referencia a algo que después ha sido llamado “matesis universalis”, es decir el intento de encontrar un lenguaje común para las matemáticas y todas las ciencias, es decir, un lenguaje que pudiera ser extendido a la filosofía y ciencias sociales. Es lo que Leibniz posteriormente llamará el “calculus raciocinator”, un procedimiento formal que permitiría finiquitar cualquier discusión filosófica con papel y lápiz, aplicando las reglas de la lógica.

 

El Discurso está dividido en seis partes. En la última Descartes explica por qué la introducción, a lo que hubiera sido su “tratado del mundo”, se publica independientemente. El filósofo francés alude al juicio de Galileo y a las polémicas que sus propias investigaciones también podrían producir, así como a la necesidad de realizar costosos experimentos. Por eso declara que sus resultados posiblemente se publiquen de manera póstuma, de manera que no interrumpan las investigaciones que ha iniciado. Es el típico anuncio del “trabajo futuro” que ha quedado abierto. Sin embargo, tantas precauciones no libraron al Discurso de ser incluido a la larga en el índice de libros prohibidos de la Inquisición, el aterrador Index Librorum Prohibitorum.

 

Las otras cinco partes del Discurso tienen una estructura muy lógica: la primera parte se refiere a la razón, las partes dos y tres al método y forma de conducirlo, mientras la parte cuatro comienza la investigación epistemológica, que en la parte cinco se utiliza para investigar “otras verdades”. Veamos con más detalle.

 

Para Descartes lo primero es destacar la importancia de “la razón” como algo común a todos los humanos. Pero hay que usarla bien y de ahí que el libro se proponga exponer la manera en que el autor mismo ha logrado encauzar su propio raciocinio. La obra, dice, se puede entender “como una historia, o si se prefiere, una fábula”. Dentro de esa historia, Descartes menciona principalmente sus propias investigaciones en matemáticas, que destacan por la certeza de los resultados obtenidos. Sobre su método dice: “no había entendido cuál es su uso real: pensaba que era solo útil en las artes mecánicas”. Lo sorprendió que no se hubiera utilizado también en la filosofía donde “se construyen magníficos palacios sobre lodo”. Por eso decidió buscar la verdad no en lo que ha sido dicho antes, sino “leyendo el libro de la naturaleza” para encontrar el conocimiento en sí y por sí mismo.

 

En la segunda parte, Descartes anuncia su programa de escepticismo radical, es decir va a abandonar todas sus opiniones previas y solo las va a corregir o reemplazar con aquellas afirmaciones que hayan sido “enderezadas con la plomada de la razón”. Como escribió Ramón Xirau, lo que Descartes hace es “dudar para ya no dudar”. No quiere imitar a aquellos que adoptan una opinión sin examinarla suficientemente, o que no se atreven a opinar. Dice haber sido forzado “a convertirme en mi propio guía”.

 

El método que Descartes expone va más allá de los silogismos, dice, porque el silogismo solo contiene y explica lo que ya sabemos. Tampoco se puede utilizar el método geométrico directamente, porque va ligado al estudio de figuras, ni el método del álgebra con su “obscuro” simbolismo. Sería mejor tener algo que “reúna las ventajas de ambos sin tener sus defectos”.

 

Las cuatro reglas del método que Descartes pasa a exponer pueden ser traducidas directamente en una forma que nos recuerda a lo que se hace en matemáticas. Dice Descartes que va a seguir las cuatro reglas siguientes:

 

a) Solo lo que se presenta a la mente vívida y claramente es “evidentemente cierto” y puede ser el punto de partida (yo agregaría, como en el caso de los axiomas de la geometría euclidiana).

 

b) Cuando se examina una cuestión cualquiera “hay que descomponerla en cuantas partes fuere posible y en cuantas requiriese su mejor solución”, es decir, lo complejo debe ser examinado como combinación de elementos simples.

 

c) Hay que “conducir con orden mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos”, es decir, a través de un proceso de inferencia lógica procediendo de lo simple a lo complejo.

 

d) Hay que revisar todo de manera comprensiva “para estar seguros de no haber omitido nada”, es decir, hay que examinar la consistencia del conocimiento alcanzado.

 

Y eso es lo esencial del método cartesiano, que traducido al lenguaje de las matemáticas nos diría que partimos de (a) verdades iniciales, (b) procediendo por inferencia lógica, (c) de lo simple a lo complejo, (d) y checando la consistencia y suficiencia del resultado. Descartes dice explícitamente que así trabajan los geómetras y que lo más importante es mantener el “orden requerido para deducir una cosa de otra”. No sorprende que Descartes nos informe que comenzó a aplicar su método estudiando problemas geométricos y algebraicos, hasta que se convenció de que “mi método… contiene todo lo que le da certeza a la aritmética”. Descartes también afirma que es necesario utilizar símbolos, como en el álgebra, y precisamente en el apéndice no publicado (la “Geometría”) Descartes muestra cómo reducir problemas de “regla y compás” a manipulaciones algebraicas, utilizando símbolos. Hoy en día utilizamos las coordenadas llamadas cartesianas para argumentar sobre problemas geométricos utilizando un marco de referencia que nos permite formular ecuaciones cuya solución es, también, la solución del problema de “regla y compás”. Es algo que ya había comenzado a hacer el otro gran matemático francés contemporáneo de Descartes, Pierre de Fermat, sin haberlo publicado nunca.

 

La tercera parte del Discurso explica las “máximas” de acción de Descartes, que no son parte del método en sí, sino de su filosofía personal de la vida. La primera máxima es “respetar las leyes y costumbres de mi país”, la segunda es “ser firme y decidido”, la tercera es “controlarme a mi y no a la fortuna”.

 

La cuarta sección, que el lector seguramente ya estaba esperando, es la sección epistemológica. Es aquí donde Descartes incluye su famoso dictum “pienso, luego existo”. Y es que fiel a su programa de escepticismo radical anuncia que no podemos confiarnos de los sentidos o de la imaginación, la que durante los sueños nos puede engañar. Todo podría ser falso, pero lo único de lo que podemos estar seguros, al estar dudando, es de que somos seres pensantes. Esto le enseñó a Descartes que “soy una substancia cuya esencia o naturaleza es simplemente pensar” y que, además, “no depende de ninguna cosa material para existir”. Es decir, “el alma existe” y es “diferente al cuerpo.” Además, las cosas que nuestra alma concibe “vívida y claramente” son necesariamente verdaderas.

 

Llegado a este punto Descartes procede a dar la primera demostración de la existencia de Dios. Dado que nuestra alma duda, somos imperfectos, pero sin embargo podemos concebir la perfección. Pero algo perfecto no puede depender de algo menos perfecto, así que la idea de perfección no puede surgir espontáneamente en nosotros, sino que ha sido puesta en nuestra alma directamente por Dios. Ignoro si Descartes tomaba su propia demostración en serio, pero, para que no haya dudas, en los siguientes párrafos nos remite a la llamada “demostración ontológica”, ya utilizada anteriormente por muchos otros pensadores. Es muy simple: “la idea de un ser perfecto incluye la existencia”, afirma. De otra manera ese ser perfecto no lo sería. Pero entonces ese ser perfecto existe, porque la existencia es parte de su propio concepto.

 

No está mal para las primeras 20 páginas de un tratado filosófico: lograr demostrar la existencia del alma y también de Dios, este último de dos maneras diferentes. El Discurso culmina así con la quinta parte, donde Descartes proporciona ejemplos de algunos resultados que ha alcanzado recurriendo a su método. Hoy sabemos que es un resumen muy incompleto de sus investigaciones. Descartes explica que ha investigado el fenómeno de la luz y además se ha interesado por la mecánica y la cosmología. El pensamiento rector en todas estas investigaciones es que Dios actúa a través de “leyes naturales” y él mismo ha implantado “nociones de esas leyes en nuestras mentes”. Muy interesante, de acuerdo a esa concepción, es que aún si “Dios creara muchos mundos”, en todos ellos esas leyes serían válidas. Por eso no es inconcebible que el mundo haya surgido del Caos. Las leyes naturales conducirían a éste, nuestro mundo, pero eso no sería más que la actuación de Dios que a través de esas leyes crea y “preserva” continuamente al mundo. Y quizás para que la Inquisición lo lea, agrega Descartes que ciertamente es más probable que Dios “creó al mundo como debía ser”.

 

Otra de las “verdades adicionales” a las que Descartes ha llegado, es concebir al cuerpo como algo distinto del alma y animado por un “fuego sin llama”. El cuerpo de los animales se parece a los autómatas movidos por engranes e hilos, de hecho, el cuerpo de los animales “es simplemente una máquina”. Es el alma lo que nos distingue de los animales. El alma nos provee de lenguaje y de razonamiento simbólico. El alma es como “el capitán del barco” íntimamente conectada con el cuerpo. Aún así conserva su independencia “y no puede morir”.

 

El Discurso es solamente una parte minúscula de la obra de Descartes y muchas de las ideas que contiene las desarrolló en extenso en otros escritos, como las Meditaciones, o en sus obras sobre cuestiones matemáticas o de física. Uno de los problemas que después de Descartes serán discutidos intensamente, es el de la relación entre el alma y el cuerpo y si se trata, realmente, de dos conceptos desconectados el uno del otro. Baruch Spinoza se tomará en serio el método de matesis universalis, aplicándolo a la ética para escribir su “Ética demostrada según el orden geométrico” (aparecida en 1677), la que asemeja más un libro de matemáticas con axiomas, corolarios y teoremas que uno de ética propiamente dicha.

 

Ya sea que se esté a favor o en contra de Descartes, los filósofos posteriores tendrán que confrontarse con su obra, durante al menos dos siglos. Y eso es lo que define a un gran libro, aunque tenga pocas páginas.

 

Foto: El filósofo francés René Descartes/ Crédito: Especial

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