Sangriento Jueves de Corpus y el fotorreportaje en México

Ago 13 • destacamos, principales, Reflexiones • 1718 Views • No hay comentarios en Sangriento Jueves de Corpus y el fotorreportaje en México

 

El libro La matanza del Jueves de Corpus. Fotografía y memoria de Alberto del Castillo Troncoso ofrece un panorama del trabajo de distintos periodistas gráficos en los años posteriores al Halconazo, época marcada por las rebeliones y en la que estos autores contradijeron los discursos dominantes de la prensa en México

 

POR CARLOS MARTÍNEZ ASSAD 
El fotorreportaje es una de las expresiones más contundentes de la historia al permitir no solamente leerla sino mirarla, y son muchos quienes en nuestro país han tenido la habilidad para combinar esas dos perspectivas. El investigador Alberto del Castillo Troncoso ha logrado una tarea pendiente que es la de mostrar al público varias de las expresiones que contiene y, siguiendo a los cronistas, ha expuesto en tres grandes y suculentos libros la tarea del fotógrafo que acompaña principalmente los movimientos sociales pero también los grandes acontecimientos que, lamentablemente, llegan a expresarse en catástrofes.

 

La tarea de este notable investigador se puso de relieve desde su libro Ensayo sobre el movimiento estudiantil de 1968. La fotografía y la construcción de un imaginario (Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, 2012), donde realiza una fuerte indagación sobre las fotografías más conocidas y las que él pudo localizar en fuentes poco frecuentadas que permitieron entender a los actores de ese movimiento que marcó, con mucho, la historia del país.

 

Luego nos dio su espléndido trabajo Marco Antonio Cruz: la construcción de una mirada (1976-1986) (Instituto José María Luis Mora, 2020), donde sigue de cerca los pormenores de un fotógrafo que nos enseñó a mirar a la sociedad, a la ciudad, a sus habitantes en la cotidianidad y en momentos relevantes. Lo mismo observó a los fieles en Iztapalapa en el ritual de la Semana Santa que a los bomberos tratando de controlar el incendio del árbol llamado de la Noche triste, en 1981. Su cámara captó las marchas de los aniversarios que recordaban el 2 de octubre de 1968, eventos que fotografió como nadie. Conmueve el gesto de decisión que logró captar de Rosario Ibarra de Piedra llevando el pectoral con la fotografía de su desaparecido hijo Jesús. Dio expresión al movimiento de los desaparecidos que lamentablemente se mantiene, aunque los motivos sean diferentes y que él pudo captar con su cámara tanto en las espléndidas imágenes del dolor, la angustia y desesperación, como en la conmovedora imagen que muestra a la policía echando a las manifestantes de los patios de la Catedral metropolitana.

 

Alberto nos muestra con gran detalle la capacidad de Marco Antonio, militante de izquierda y miembro del Partido Comunista, para seguir los movimientos y detenerse en los rostros de mujeres en momentos desesperados, niños asombrados ante lo que no pueden entender, hombres que se resisten y van en marchas campesinas o de sindicatos que luchan por un poco de justicia. Sus fotografías comparten esos componentes esenciales de nuestra historia reciente, expresando sentimientos y emociones que él logró captar de forma extraordinaria.

 

Aparte está la secuencia de lo que dejaron los sismos de septiembre de 1985, cuando la Ciudad de México enfrentó y resistió uno de los peores embates de la naturaleza, tales son las poderosas imágenes de los escombros de los edificios de Tlatelolco, la derruida construcción del Hotel Regis y tantos rastros de esa atroz catástrofe a la que no veíamos el fin por el muy elevado número de muertos, heridos y viviendas que se perdieron irremisiblemente. Así el testimonio de Marco Antonio marcará esos días que no quisiera nadie traer a la memoria.

 

Completa la imponente trilogía de los movimientos sociales de la segunda mitad del siglo XX que ha realizado el Dr. Alberto del Castillo, el libro La matanza del Jueves de Corpus. Fotografía de la memoria (INEHRM, Memórica, 2021), un título contundente, aunque el contenido responde a la enorme tarea de reconstruir el discurso visual de la sociedad civil confrontado con la narrativa oficial del poder en México.

 

La marcha del 10 de junio de 1971 convocada en el casco de santo Tomás cerró una época y abrió otra, demasiado para algo que inició apenas con un objetivo: derogar la Ley Elizondo que mermaba los derechos estudiantiles y dejaba de lado la reforma universitaria limitada a Monterrey, N.L., aunque podía afectar al conjunto del país. Ahí estaba entonces el porqué del encono con que se combatió la marcha. El autor insistirá en la “tradición de intolerancia en el país durante varias décadas”.

 

Ese día resultó clave para el análisis de los movimientos sociales que ha seguido Alberto y grupos estudiantiles fueron reprimidos por aquel imponente cuerpo de granaderos. Asistieron divididos porque algunos comités de lucha, heredados de 1968, los de Ciencias Políticas, Psicología y Filosofía de la UNAM, consideraron que el conflicto en Nuevo León que estaba a discusión había sido resuelto en parte. Se opusieron a la marcha en San Cosme por el peligro de la represión, una postura que entonces fue apoyada por el ingeniero Heberto Castillo, muy prestigiado entre los estudiantes, y un líder como Tomás Cabeza de Vaca. La parte que pugnó por asistir estuvo formada por la Facultad de Derecho, la Preparatoria Popular, la Escuela Normal y el Instituto Politécnico Nacional tuvo la participación de la mayoritaria.

 

El autor da una descripción pormenorizada de los hechos y la agresión al grupo de estudiantes por un grupo que fue identificado como los Halcones, de infausta memoria. Todo esto fundamentado en un más que extenso abanico de fuentes que el investigador ha reunido y que muestran los pormenores de los acontecimientos, en una secuela donde se confrontarán las versiones de los agredidos con los del gobierno, con el presidente Luis Echeverría a la cabeza, el regente Alfonso Martínez Domínguez y Rogelio Flores Curiel, Jefe de la policía.

 

Asimismo, está la procedencia de los Halcones y otras fuerzas involucradas, pero lo más significativo es el contexto en que ese acto fue convocado de la llamada “apertura democrática” y, aunque no lo dice el autor, de un gobierno que apenas comenzaba a tomar las riendas del poder, por las consecuencias que dejó el movimiento del 68. Como ejemplo está que la prensa ya no pudo ser silenciada, llegando a denunciar la relación de la policía con las autoridades. Las expectativas se sintetizaron en la frase tan invocada de Carlos Fuentes: “Echeverría o el fascismo”. Por eso es importante la propuesta teórica que enmarca el libro en la historia del tiempo presente, siguiendo a tres generaciones que intercambiaron con el autor sus recuerdos y pasado —y esto es muy importante— en “constante proceso de actualización”, afirma el autor. Igualmente, junto con Ricoeur se propone “desfatalizar la historia” con otras narrativas, y como en otras de sus investigaciones, hace suya la idea de usar las fotografías como “vehículos de la historia”, rindiendo homenaje al fotoperiodismo y todos los que lo han ejercido en México en las últimas décadas.

 

La matanza del Jueves de Corpus contiene no un libro, sino al menos:

 

1. El de las fotografías, que el autor mismo afirma: “No reflejan de manera directa los hechos… ni constituyen por sí mismas evidencias documentales que prueben que las cosas ocurrieron de cierta manera, sino que requiere de contextos que puedan permitirnos trazar algunas pistas y construir una serie de indicios en torno al tipo de información que buscamos”(p.57).

 

Alberto del Castillo Troncoso tiene el ojo más avezado para captar las diferencias en y entre el discurso gráfico y el discurso escrito que sobre todo se dio siguiendo los dictados del poder. Las imágenes, en ocasiones a plana casi completa, muestran de entrada la tensión entre las imágenes y la escritura. Su extensa revisión por todos los diarios nacionales, que van en una gama amplia desde Excélsior, La Opinión, Así, Por qué?, unomásuno, La Jornada (aunque en diferentes momentos) y hasta La Prensa y El Heraldo de México, contradecían sus contenidos discursivos con las imágenes de los fotoperiodistas que se convertían en los más destacados: Rodrigo Moya, Marco Antonio Cruz, Enrique Metinides, Christa Cowri, mostrando la visualidad opuesta a los editoriales que según el autor “representan un espacio de control por parte del Estado”(p.69), y sufriendo al extremo como el fotógrafo Daniel de Excélsior, que vivió la represión por atreverse a criticar al regente Martínez Domínguez.

 

Su pormenorizada descripción de las fotografías mostradas en cada caso permiten al lector seguir paso a paso los diferentes aspectos de la manifestación: ¿de dónde salieron esos hombres armados con palos o bambús? ¿Eran militares o civiles entrenados? ¿Cómo aparecieron las armas? ¿Por qué la policía contempló impávida la agresión a los estudiantes? ¿Por qué permitieron a Marcué Pardiñas, el exdirector de Política y de Cuadernos Agrícolas e Industriales de México hacer frente al cuerpo de granaderos y le escucharon para dejar pasar a los manifestantes?

 

Alberto nos guía para ver las fotografías con estupendas imágenes que a él le permiten “…una valoración de los archivos fotográficos, dotados de una cierta conciencia histórica, como un instrumento de trabajo susceptible de consultarse en los siguientes meses o años” (p.118), refiriéndose en particular a los trabajos de Enrique Bordes Mangel y Armando Lenin Salgado. Y, en efecto, él los ha consultado, pero de verdad sabe que tenían esa conciencia o es necesariamente una afirmación posteriormente construida. Lo evidente es que las imágenes contenidas de los Halcones permiten, como lo hace Alberto, ver los usos de las fotografías que con el tiempo puede tener diferentes lecturas.

 

Y nadie tan dotado como Del Castillo para armar algo que él mismo define en algún momento como rompecabezas, pero su armado es eficaz al ordenar fotografías tomadas por los fotorreporteros y al mismo tiempo reunir las de otros archivos, como el de la Dirección General de Investigaciones Políticas, cuyas funciones no fueron solamente las de reprimir. Todos los estados cuentan con esos sistemas de información por la seguridad que busca el Estado en regímenes totalitarios como Rusia y los paladines de la Democracia como Estados Unidos, en los archivos no están los disidentes de cualquier tipo, los extranjeros por sus posibles vínculos con el espionaje, las posiciones de funcionarios, pleitos por negocios, creación de asociaciones, etc.

 

2. El otro libro es el del contexto, la discusión que enmarca al gobierno con sus diferentes componentes. Esa parte política que debería complementarse con lo social porque finalmente es la sociedad donde los hechos acontecen. Y el Estado en el relato es el Leviatán que devora todo y causa todas las tragedias. Por eso lo que más rescato de la película Roma, tan mencionada por el autor, es el cuadro social de la familia clasemediera relacionada con la burguesía y con personas de servicio de procedencia rural, que viven el conflicto sin conciencia de lo que está sucediendo.

 

3. El del discurso defensivo del gobierno como en muy escasas ocasiones. ¿Por qué tanto empeño en exhibir su inocencia y denunciar sólo a unos funcionarios como los causantes del problema? Un empeño que surgió de inmediato con visitas oficiales al lugar de los hechos unas horas después e incluso al Secretario de Educación Pública y el Procurador Julio Sánchez Vargas dos días después, y que llevó a Echeverría a decir en su informe: “Sabemos quiénes se benefician de nuestras eventuales discordias”. ¿Fue sólo una estrategia que se creyeron un montón de nuestros más prestigiados intelectuales? Arturo Warman habló de una conspiración imaginaria, pero al fin y al cabo conspiración, y José Emilio Pacheco dio el beneficio de la duda al presidente y una explicación al regente; Pablo González Casanova realizó escritos crípticos que nadie entendió.

 

4. Construcción de la memoria. De nuevo es a través de las imágenes que Alberto nos muestra cómo va construyéndose la memoria sobre los hechos que coinciden con lo acontecido el 10 de junio de 1971, y que por su importancia le dedica prácticamente la segunda mitad del libro. Para ello ha logrado documentar cómo el impacto de El Heraldo de México fue mayor por la “modernidad gráfica”, por lo que, pese a su ideología, tuvo una influencia importante. El unomásuno es visto como “prototipo de la renovación fotoperiodística” porque por su desarrollo “convierte a la imagen en la noticia misma”, con lo que “dignificó el ejercicio fotográfico y le proyectó mayor densidad periodística”(p. 209). Lo constata con trabajos de Marco Antonio Cruz y Christa Cowri, que siguieron fotografiando año con año las marchas que desde la izquierda se realizaron para recordar los hechos y empatar la consigna que surgió el 2 de octubre con “el 10 de junio no se olvida”.

 

Alberto va enlazando los movimientos hacia la izquierda que enmarcan cada año de la conmemoración, los cambios políticos y partidistas que fueron ocurriendo, mostrando los cambios en los comportamientos, las disidencias que se abrieron camino y dieron impulso al proceso de democratización, la pérdida de miedo que se mantuvo a partir del 68 y que fue desvaneciéndose con la suerte de empoderamiento de la sociedad civil. Así entrelaza la historia nacional con la persistencia de la memoria, algo colectivo con las vivencias individuales. El registro de los movimientos es amplio y va desde los hechos recordados hasta el levantamiento del EZLN y las acciones del subcomandante Marcos, en particular en la Otra campaña cuando llegó a la Ciudad de México en 2006, hasta el #YoSoy132 y Ayotzinapa. Y para conocer la síntesis hay que leer el libro.

 

La aceptación de todos esos movimientos va emparejada con los cambios políticos ocurridos y que Alberto nos detalla, hasta que, en busca de legitimidad, la clase política reivindica el 2 de octubre y el 10 de junio, en particular al inicio del siglo XXI con la pérdida de la hegemonía del PRI. Las evidencias son la legitimidad buscada a través de los monumentos, como cuando Andrés Manuel López Obrador, como segundo gobierno electo de la Ciudad de México coloca una placa conmemorativa del 10 de junio en el Metro de la Normal en el vigésimo aniversario, en 2001, y luego Marcelo Ebrard inaugura el monumento a las víctimas de la matanza, en 2011.

 

Sin embargo, aunque están señalados los cambios ocurridos en los últimos 50 años, esa construcción de la memoria arroja muchos datos empíricos, pero no resalta los contenidos históricos que conforman la memoria. Está más que clara la negativa a aceptar la versión oficial de lo que desde el poder se llamó una “escaramuza” entre estudiantes. La pena que debió imponerse al presidente Echeverría quedó pendiente. Pero aún parte de la opinión pública sigue preguntándose si conocemos la verdad respecto al 2 de octubre de 1968 y al 10 de junio de 1971.

 

FOTO: Operativo de los Halcones, 10 de junio de 1971. AGN, Fondo de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales/ Tomadas del libro La matanza del Jueves de Corpus. Fotografía y memoria 

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