Schellenberger a la Sinfónica Nacional
POR IVÁN MARTÍNEZ
No son pocas las generaciones de melómanos que crecieron, sin percatarse de ello, con el sonido Schellenberger. Ni pocos los que lo tengamos tan presente en nuestra educación musical sin ser oboístas. Los que sí son contados son los atrilistas que –más allá de la orquesta a la que pertenecen– se han vuelto tan icónicos como Hansjorg Schellenberger de la Filarmónica de Berlín. Lo que no deja de ser curioso, porque los símbolos que quedan en la memoria del público para referirse a cierta época de una orquesta, suelen estar relacionados sólo con su director.
La de Schellenberger es una de esas personalidades cuya energía hipnotizadora está destinada a abarcar cada vez más y al hacerlo, dejar una huella imborrable no sólo por la autoridad con que lo hace, sino por la generosidad con que practica ese liderazgo. Un ejemplo del que no vale la pena ahondar: las historias que en pasillos se cuentan sobre cómo encabezaba los enfrentamientos de la orquesta berlinesa ante el poderoso Karajan. Y una historia que atestigüé en un campamento de verano: con una sola mirada, paternal, silenciaba los imparables desplantes de diva de su excompañero de fila, Emmanuel Pahud.
Tras su paso por la orquesta berlinesa y la huella que nos dejó a los instrumentistas de aliento con las grabaciones del Ensamble Viena-Berlín, el maestro estableció parte de su residencia en Madrid para dedicarse a la enseñanza del oboe en la escuela “Reina Sofía” y ha dividido su tiempo lo mismo en lanzar su sello discográfico (Campanella) que a darle mayor difusión a músicas del siglo XX a las que no había podido atender con suficiente tiempo antes (de Britten a Villa-Rojo en excelentes grabaciones) y a priorizar su carrera como director, faceta que lo ha estado trayendo a México con regularidad desde el primer concierto que ofreció con la Orquesta Sinfónica Nacional en 2012.
Desde entonces, cada visita y cada programa ha significado una nueva manera de dar y enaltecer a la OSN; ha sido propositiva, audaz en un sentido casi pedagógico, generosa y productiva; del Doble Concierto para violín y oboe de Bach que hizo al lado de la concertino de esta orquesta, Shari Mason, que abrió ese primer acercamiento, a la Primera Sinfonía de Bruckner con que cerró su segundo programa este año. En cada visita –buena manera de tratar a los más feroces críticos del ensamble– la Sinfónica Nacional ha sido otra, llevándola casi siempre a niveles cercanos a la excelencia.
Su primer programa en esta ocasión (1 de marzo) lo comenzó juntando a varios atrilistas de aliento de la orquesta para el Octeto op. 103 de Beethoven, tocando él mismo una de las partichelas. Inmejorable oportunidad para trabajar el sonido de conjunto de una de las secciones más débiles de la OSN, sin restar proyección a sus miembros más notables: la clarinetista Eleaonor Weingartner, la fagotista Wendy Holdaway y el cornista Carlos Torres, con quienes ya en otra ocasión había ofrecido la Sinfonía Concertante de Mozart. Fue interpretado con las mismas características de la siguiente obra en el programa, la Sinfonía no. 25 de Mozart: noble y elegante, con tempi conservadores, que sin embargo pudieron haber perdido ritmo y equilibrio en sus movimientos lentos y, en el caso de las cuerdas durante la sinfonía, hegemonía.
Tras el intermedio, ese mediodía culminó con el Concierto para violín de Brahms en una de las ejecuciones más deslumbrantes y maduras que se le hayan escuchado a su solista, Shari Mason, quien tocó con firme determinación su Allegro non troppo, suficiente lirismo y resistencia su Adagio y una ortodoxia demasiado cuidada el Allegro giocoso, y quien proveyó la confianza necesaria para que la orquesta, por su parte, ofreciera uno de los acompañamientos más sólidos que haya brindado; distinguidamente la fila de maderas durante el segundo movimiento.
Una semana después (6 y 8 de marzo), para arropar el Concierto para piano no. 23 de Mozart, que ofreció el finlandés Juho Pohjonen con mucha clase pero poca personalidad, el oboísta brindó el muy operístico y breve Concierto para oboe de Bellini, en el que fue acompañado con poca consistencia por la orquesta; en él, además, fue obvio aquello que ya había padecido en el concierto anterior durante el Octeto de Beethoven: su sonido –bien sea por razones técnicas como la respuesta de sus cañas a la Ciudad de México o por alguna física de cansancio– ha flaqueado, sin que ello rasguñe la habilidad con la que canta cada frase o la inteligencia con que construye la arquitectura de una obra.
Fue la arquitectura construida alrededor de la Primera Sinfonía de Bruckner, que siguió, lo que coronó la visita. No solo se dedicó a pulir cada sección, lográndolo sorprendentemente con los metales, sino que brindó un arco tan medido y preciso de los cuatro movimientos, dibujando en cada uno la fuerza y el color, manteniendo la tensión de su Adagio, logrando esa intachable pronunciación de cada instrumento de cuerda en su Scherzo… que hace que cualquiera se adhiera a esa campaña que comienza ya a resonar: Schellenberger a la OSN.
Hansjorg Schellenberger dirige el programa no. 9 de la actual temporada de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, hoy 15 de marzo, y regresará al podio de la Sinfónica Nacional el 27 y 29 para concluir el festival Esto es Mozart