Sotto voce: ¡Hay de marchas a Marchas!

Nov 19 • Miradas, Música • 1241 Views • No hay comentarios en Sotto voce: ¡Hay de marchas a Marchas!

 

El crítico musical reseña el Concierto Patriótico ofrecido en el auditorio Blas Galindo para conmemorar el 160 aniversario de la Batalla de Puebla y los 112 años del inicio de la Revolución mexicana

 

POR LÁZARO AZAR
Ahora sí que ya estoy como las viejitas, que se la pasan diciendo que “todo tiempo pasado fue mejor”, y no precisamente porque, dada mi pesada y sedentaria humanidad, el domingo pasado acabara tan exhausto como radiante y jubiloso tras participar en la marcha para defender al INE, sino porque, más allá de las sencillas arengas que ahí coreábamos, a nuestro contingente no le acompañaba más presencia musical que una banda cuyo tubista se ganó mi admiración y respeto por no perder el aliento durante todo el recorrido. Sería hasta llegar a casa cuando, en las redes, me topé con un bien afinado grupito de señoras que, con gran ingenio, captaron la atención de todos al modificar la letra de una popular canción ochentera, entonando ahora “ese INE no se toca, te lo digo Peje idiota…”

 

¡Qué diferencia con las Marchas que antaño se escribían para enardecer el fervor patriótico! Justo este miércoles 16 asistí al Auditorio Blas Galindo para escuchar el Concierto Patriótico que brindó la conjunción de las orquestas sinfónicas de la Escuela Superior de Música y del Conservatorio Nacional de Música, plantel del que provinieron también el coro y los solistas. En el podio, se alternaron sus respectivos directores, David Rocha y Eduardo Álvarez. Este encuentro interescolar no tuvo como fin ningún concursito de bailes con coreografía de tablas gimnásticas, como los que de unos años a la fecha salen profusamente reseñados gráficamente en las secciones de sociales, sino el noble fin de conmemorar el 160 aniversario de la Batalla de Puebla y los 112 años del inicio de la Revolución mexicana.

 

Poco antes de que iniciara la velada, el director del Cenidim, Víctor Barrera, nos informó que, coincidentemente, el 16 de noviembre se celebra el Día Internacional de la Tolerancia, lo cual venía muy al caso, porque, al igual que en la actualidad, en aquellos aciagos años en que fueron compuestas las obras que escucharíamos, México no solamente enfrentaba una severa crisis que tenía mermada su economía: el respeto se había resquebrajado y la mejor manera de resanarlo, fue con algo que hoy se encuentra en crisis: la Educación… ¡qué suerte que, entonces, no habían caído en las garras de Delfina!, y no es por insistir con que “todo tiempo pasado fue mejor”, pero, como atinadamente precisa la Doctora Áurea Maya en “¡Dios salve a la Nación!, la música mexicana y sus cantos patrióticos” —el primero de los ensayos incluidos en el programa de mano—, en aquellos tiempos que andábamos en busca de consolidarnos como nación, “siempre se mantuvo una idea fundamental: demostrar al mundo que éramos un país civilizado”.

 

Conformaron el breve programa siete obras de tres autores tan aclamados en aquel entonces como olvidados en la actualidad: Aniceto Ortega (1825-1875), Cenobio Paniagua (1821-1882) y María Garfias (1849-1918). Inició la velada la única obra que todavía podría sonarnos familiar a algunos, gracias a los organilleros y una que otra grabación que por ahí circula, la Marcha Zaragoza del doctor Ortega, ampliamente reconocido como introductor de la obstetricia moderna en México, pero del que —parafraseando a Samuel Máynez— hoy poco se sabe de su ingente participación en aras de la Restauración de la República.

 

Por un buen tiempo, dicha marcha tomó el lugar del himno compuesto por González Bocanegra y Nunó, que entonces se hallaba vetado por haber sido comisionado por Santa Anna en 1854; fue presentada por Ortega ante Benito Juárez, la Sociedad Filarmónica Mexicana y el público en el Gran Teatro Nacional el 1° de octubre de 1867. A la par de ella, Ortega presentó también su Marcha Republicana, que, al no ser favorecida por la aclamación popular, pronto cayó en el olvido y si ahora pudimos escucharla, fue gracias a los buenos oficios de Máynez y Michel Hernández Lugo, quienes desde el Cenidim se avocaron a desempolvar, editar, restituir partes perdidas y hasta orquestar, cuando fue necesario, dado el estado incompleto de los materiales preservados.

 

Se valora el esfuerzo, aunque, ¡qué maravilla habría sido escuchar estas dos marchas tal como sonaron por primera vez, a cargo de una orquesta sinfónica, una banda y diez pianos tocados a cuarenta manos! Que tres de las obras incluidas en este programa estén dedicadas a Ignacio Zaragoza nos hace inferir que fue el héroe patrio que más inspiró a Euterpe durante aquellos años, pero como lo de don Aniceto eran las marchas, también se incluyó su Marcha Riva Palacio, tan ramploncita y pegajosa como las otras dos.

 

Mejor impresión me dejó la música de María Garfias, de quien Maya señala que fue una “niña y después joven promesa, debutó tocando el piano y, para 1867, a los 18, ya estaba dirigiendo la orquesta en el Teatro Nacional, (…y) podría considerarse una de las primeras directoras de orquesta mexicanas, si no es que la primera…”. En esa ocasión —misma en la que Ortega presentó su Marcha Zaragoza—, Garfias dio a conocer una Marcha Republicana de su autoría que permanece en el olvido, ya que sus dos obras elegidas para este programa datan de 1862, cuando todavía era alumna de Paniagua: el himno ¡A Zaragoza, gloria!, y la muy verdiana plegaria ¡Dios salve a la Nación!, ambas escritas para orquesta, coro y una voz solista, que, por las fuentes de la época, sabemos que fue la propia Garfias. Ahora, fueron cantadas por un tenor bastante calante y figuroso… aunque, en cuanto al elenco, de los dos concertadores que alternaron en el podio, Rocha y Álvarez, el desempeño rudimentario y antimusical del primero fue lo peor de la velada.

 

Lo mejor fue, sin duda, la música de Paniagua, quien, por lo visto, fue tan buen maestro como compositor. De él escuchamos su grandilocuente marcha La Independencia, para solistas, coro y orquesta —lástima de la ininteligible dicción del coro— y, para finalizar el concierto, su Himno a Zaragoza, anunciado para tenor, coro y orquesta, pero confiado a una soprano cuyo problema más notorio, también fue la dicción. Con base en lo ahora escuchado y en la ópera Catalina de Guisa de la que recién les hablara, me queda claro que Paniagua es un gran compositor mexicano del siglo 19 a descubrir.

 

Qué gran país sería México si en lugar de andar desapareciendo los apoyos a la cultura para destinarlos a pagar las tortas y los jugos para los acarreados de la inminente marcha a favor de Obrardor, se destinaran esos recursos para devolverle el lustre, la funcionalidad y la honra al país civilizado que fuimos. ¿No cree?

 

FOTO: Imágenes del Concierto Patriótico, en la sala Blas Galindo/ Tomada del Facebook Live del CENART

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