Stéphane Brizé y la inmolación colectiva
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El modelo capitalista le juega una mala pasada a un grupo de trabajadores franceses, que pierden sus trabajos por el capricho de un empresario
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POR JORGE AYALA BLANCO
En la imaginaria pero representativa y emblemática crónica sociopolítica de la lucha presente de los trabajadores En guerra (En guerre, Francia, 2018), destellante opus 8 del cineasta rennense comprometido de 52 años Stéphane Brizé (Madame Chambon 09, La ley del mercado 15), con documentadísimo guion suyo, los 1100 asalariados de la filial automovilística francesa Industrias Perrin en el pueblo de Agen adscrita a un consorcio alemán reciben con sorpresa y rabia la decisión patronal de clausurar la planta y, por presunta falta de la rentabilidad esperada, despedir en pleno al personal, exacto después de apenas dos de los cinco años acordados con todos los sindicatos en interna pugna para sacrificar buena parte de sus salarios y así lograr la recuperación de la empresa, evitando su liquidación, y tras haber obtenido ya, gracias a esa estrategia, un beneficio neto adicional de más de 19 millones de euros anuales, por lo cual, reacios a la traición de su pacto y al desempleo forzado, se alían en torno al duro líder natural sexagenario Laurent Amédéo (Vincent Lindon) y a su aliada sindicalista de la establecida central de trabajadores (Mélanie Rover) para dialogar con el pelelesco gerente de la planta (Jacques Borderie) y con el evasivo director administrativo (David Rey), exigir el arbitraje del ministerio del trabajo y del mismísimo Eliseo presidencial a través de un consejero social jugándole mañosamente a la imparcialidad (Jean Grosset), e inclusive impedir con piquetes de huelga el cierre atrabiliario de la fábrica, pero la situación de resistencia se prolonga por dos y tres desgastantes meses, en los que solo obtienen promesas de cuantiosos aumentos en las indemnizaciones (de 25 a 60 mil euros) que burlona aunque dolidamente se desechan de inmediato, hasta ser expulsados con brutalidad por la fuerza pública, recuperar su dominio gracias al apoyo fraternal de los contingentes sindicales de una planta vecina, sufrir agrias divisiones con una facción independiente de un sindicalista aceptante de las indemnizaciones y del esquirolaje-retorno selectivo al trabajo urgente (Olivier Lemaire), y por fin ser visitados por un representante de los accionistas germanos (Martin Hauser), quien, contrario a los festejos anticipados que esa buena noticia despertaba como una suprema conquista, adopta una actitud prepotente, no solo inflexible sino vejatoria para las justas demandas e ingenuas expectativas de los aliados obreros franceses que acaban volcando el auto del teutón en su graciosa huida, algunos son encarcelados y todos linchados mediáticamente e impelidos a asumir su derrota y voltearse contra el abatido líder Laurent, a quien acremente culpan en bola del fracaso del movimiento inútil y, por último, provocan el autosacrificio punitivo del mismo infeliz, como culminación de lo que más bien ha sido una patética e inevitable inmolación colectiva.
La inmolación colectiva logra volver apasionante, lúcida, reveladora y hasta gloriosa la historia del fracaso de una lucha sindical, más allá del consabido martirologio proletario naturalista (al estilo Germinal de Zola/Berri 93) o del elogio anárquico a los pintorescos dirigentes tenaces (tipo Mastroianni en Escándalo/I compagni de Monicelli 63), simplemente con hacer un recuento de hechos cual vehemente aunque discreta crónica de lo posible común y lo probable esencial, repeliendo todo maniqueísmo y denuncia prefabricada, con rápidos retratos ríspidos en medio de las discusiones imparables y valederos detalles autentificantes a modo de máximas agudezas y astucias del relato (esos telefonemas por celular a mitad de la negociación en las puertas de la fábrica a los empresarios siempre kafkianamente inaccesibles), logrando una reconstrucción que resulta más genuina que cualquier reportaje sobre la marcha, consiguiendo que el análisis del comportamiento y las dinámicas de un grupo humano rebasen los idealizados lugares comunes clásicos virilistas (Hawks) y las exaltaciones solidarias con la comunidad (Vidor/Donskói/Biberman), rindiendo cuenta de un contexto nacional vigente y los esfuerzos divisionistas o abstinentes y sus ambiciones insoslayables y los lastrantes marcos legales de las relaciones obrero-patronales, llevando a sus últimas consecuencias actuales la subversiva incitación brechtiana a encontrar el abuso no en la excepción sino en la regla misma (en La excepción y la regla): los grandes intereses transnacionales que predominan con la complicidad del Estado y los sindicatos afines para aplastar los deseos de cada trabajador por sostener/sostenerse mediante un empleo digno.
La inmolación colectiva supera estigmas y desborda todas las posibilidades expresivas trabajadas hasta hoy en día por el cine social antimelodramático, al cambiar virtuosística e intempestivamente de tono y de estilo de segmento a segmento y a veces dentro de uno mismo, dejando que predomine la aparente sencillez descriptiva y, aunque impulsiva, cercana al documental o al reportaje seudoamateur o a un neo-neorrealismo, o cual vibrante ensayo de ficción-vérité al modo del catastrofista ficcional de la gran Historia hipotética en directo imposible Watkins (The War Game 65, La Comuna 00), con visiones magníficas que no son de totalidad sino de parcialidades significativas llevadas al límite por la fotografía con perpetuas cabezas interpuestas en el frontground de Éric Dumont y plácida música setentera de Bertrand Blessing y edición hiperelíptica de Anne Klotz, para pasar de allí al seudoTVnoticiero vertiginoso o a un intimista intermezzo-oquedad más paralítico que solo antirromántico.
Y la inmolación colectiva se da el lujo de hacer el vívido retrato behaviourista, exterior/interior y conmovedor, como al paso, en perpetua situación activista, de Laurent el aguerrido abuelo sindicalista aún incontrolable en su henchida guerra individual, inmolándose con gasolina y fuego para satisfacción-testimonio final de un maldito celular.
FOTO: En guerra recibió la nominación a la Palma de oro al mejor guion, escrito por Ralph Blindauer y Stéphane Brizé./ Especial
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