“Un dreamer va a ser el próximo Philip Roth o Toni Morrison”

Sep 9 • Conexiones, destacamos, principales • 3647 Views • No hay comentarios en “Un dreamer va a ser el próximo Philip Roth o Toni Morrison”

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Nos falta la narrativa de los hijos de los indocumentados”, dice Juvenal Acosta (Ciudad de México, 1961), autor de La hora ciega (Tusquets) y escritor residente en California desde hace más de tres décadas. “Quien se encargue de ésta va a contar una historia que cambiará para siempre la forma de entender al mexicano en Estados Unidos”

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POR LEONARDO TARIFEÑO

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San Luis Potosí. “El erotismo, como la literatura, poco tiene que ver con la sinceridad —explica Juvenal Acosta, desde el escenario del festival de novela negra “Huellas del crimen”—. Algo de artificio debe haber para que funcione. Y es que, aunque no nos guste reconocerlo, la verdad cruda nunca es tan atractiva como la mentira manipulada”.

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Instalado en Estados Unidos desde hace más de 30 años, Acosta habla del erotismo para hablar de su obra y, también, de sí mismo. Y es que, como admite, el artificio al que se refiere construye su propia relación con el lenguaje, un idioma personal y único en el que el español-mexicano de su infancia y juventud se mezcla con el inglés de su adultez y los giros argentinos aprendidos durante los cuatro años que vivió entre Buenos Aires y Tandil, “la puerta de entrada a la pampa húmeda”. Autor de la trilogía erótica “Vidas menores” (Cazador de tatuajes, Terciopelo violento y La hora ciega), además de una novela protagonizada por un vampiro (Tenebroso), el escritor llegó al festival potosino desde la Oakland en la que reside para aportar su punto de vista sobre la novela negra, género visitado en su obra especialmente con La hora ciega. Tras su participación en “Huellas del crimen”, en el encuentro con Confabulario recuerda que a Estados Unidos fue a vivir “por curioso” y que su experiencia allá nunca fue como “la de quienes van a buscar una vida mejor”. Creció en una familia de izquierdas cuya principal lección ideológica consistía en desconfiar del vecino del norte, y nunca pensó que la casa del enemigo se transformaría en su hogar. “El temblor de 1985 me dejó muy tronado y me enojó mucho con mi ciudad —señala—. Entonces, una invitación para dar unos talleres de poesía en Estados Unidos me dio la excusa perfecta para irme. Y, luego, una gringa de ojos azules me dio la excusa perfecta para quedarme”.

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¿Podría decirse que tu escritura es hija de tu condición de extranjero?
Sí. Mi vida en Estados Unidos constituye mi escritura. Yo me formé como escritor allá, no en México. Fui a los 24 años, con la intención de ser poeta. Y era poeta, pero muy malo; o tal vez no tan malo como pienso, pero seguro no tan bueno como quería ser. Y en algún momento, ocho o nueve años después, mientras hacía mi doctorado en Letras por la Universidad de California, me di cuenta de que todo lo que escribía era producto de esa integración a un país que no era aquel en el que yo había nacido. Por eso digo que soy un escritor norteamericano que escribe en español. Es una categoría extraña, porque definitivamente no soy un escritor mexicano como los que viven en México.

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Esa categoría es muy amplia y podría incluir a algunos escritores latinos cuya experiencia con el español está mediada por el inglés.
Así es. Yo no me siento latino a la manera de Sandra Cisneros o Junot Díaz. Me veo más mexicano, aunque aquí no me registren mucho como tal. En México siempre me ponen un asterisco para explicar que no vivo acá, y que por eso mismo soy invisible. Tengo una condición de espectro que es muy cómoda para ciertas cosas pero por la cual siempre hay que pagar un precio.

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Decía Roberto Bolaño que la patria del escritor es su lengua. ¿Te identificas con esa frase?
Sí, porque además tengo la fortuna de hablar esa lengua en mi casa. Yo vivo en un español revuelto con el argentino de una esposa nacida en la Patagonia y un hijo que habla español rioplatense influenciado por el español mexicano y el inglés. A través de esa lengua que habla mi hijo me doy cuenta de que la mezcla siempre resulta muy creativa. El inventa palabras como “brompadre”, o dice “órale, che”, es muy divertido oírlo. Por esa voluntad de mezcla yo respeto el spanglish, aunque no me gusta para mí. Entiendo que es un producto cultural legítimo, sólo que a mí no me sirve porque no me identifica con mi infancia, mi adolescencia o mi juventud. Pero, para responder la pregunta, fíjate que yo también he dicho “la patria de un escritor es su idioma”, y ahora me pregunto qué significa eso exactamente. ¿Que la patria es la conciencia lingüística? ¿O la manera de leer? ¿Qué designa el lenguaje, a fin de cuentas?

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Tal vez Bolaño se refería a que el idioma de quienes se van de su lugar de origen es tan personal que se convierte en el de un país que no existe. Y que, por lo tanto, pasa a ser un territorio literario, donde la regla es la invención.
Sí, muy bien, un post-idioma quizás. Esto es algo todavía más interesante cuando lo vives en otro idioma y pasas del español al inglés, donde queda muy clara la tensión entre aquel lenguaje del pasado y esta realidad del presente. En el fondo, el lector contemporáneo pasa por una experiencia no muy distinta: gracias a internet, vive en un hyperlink constante en el que su vida forma parte de un lugar determinado pero se mantiene conectado al mundo entero.

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Quizás esa sensibilidad multicultural de lectores conectados y autores viajeros o inmigrantes sea un rasgo contemporáneo que define el mundo de hoy. ¿Crees que esa sensibilidad está presente en tu obra?
Sí, y sobre todo por el tipo de escritura con la que me identifico. Yo desconfío mucho de las formas narrativas más rígidas. Digamos que ya no le tengo mucha paciencia a la idea de la novela canónica total, esa pretensión de la narrativa de escritores como Carlos Fuentes, el Vargas Llosa de hace 30 años o, para hablar de alguien contemporáneo, Jonathan Franzen. Esa obsesión con la gran novela realista y la exploración minuciosa de un solo universo para crear la narrativa total no me identifica para nada. Y siento que choca mucho con esa movilidad de la que hablamos, más cerca de la mezcla y de lo que proporciona el instante.

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Bueno, la “novela total” en América Latina parece haberse agotado con el Boom. O, quizás, con Bolaño, quien por cierto reinventó esa idea con Los detectives salvajes y 2666 al mismo tiempo que expresaba esa relación de extranjería con el lenguaje de la que hablas.
Sí, Bolaño entendió muy bien todo esto, pero no por azar o formación literaria, sino porque él mismo se movió. Se escapó, salió de su país y buscó esas vías de escape en un contexto histórico sin grandes certezas, muy distinto al de los autores del Boom. Y todos los que por curiosidad dejamos nuestros países para descubrir el mundo, hemos arribado a experiencias en común, a su manera muy bien expresadas por Bolaño.

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¿Te consideras un inmigrante o un expatriado?
Mira, para mí, los expatriados son los ingleses y los gringos. El resto somos inmigrantes. Los migrantes del Tercer Mundo no nos podemos dar el lujo de considerarnos expatriados; somos inmigrantes, que es una categoría muy distinta. En el expatriado hay una connotación aristócrata, de clase, que denota una temporalidad precisa, del que está lejos de su casa pero puede moverse. En el inmigrante, en cambio, su libertad de movimiento siempre está limitada, restringida. Quizás yo fui un expatriado durante mis años en Argentina, porque mi vida allí entraba dentro de una fecha de entrada y otra de salida, y yo no fui a trabajar allá. Venía del Primer Mundo y podía darme ese lujo. Pero, como mexicano en Estados Unidos, se me reirían en la cara si dijera que soy un expatriado. Yo mismo me reiría. Allí todos somos inmigrantes y estamos jodidos por definición, más allá de que alguno de nosotros pueda manejar un coche de lujo o tener un negocio, sea profesional o tenga un título universitario.

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Es muy importante lo que dices del control de movimiento, porque todo el debate actual sobre la migración legal o ilegal es, en realidad, acerca de quién está libre de moverse y quién no.

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Así es, y el control de movimiento no está determinado solamente por cuestiones económicas. Lo que más influye, como deja claro la política actual en Estados Unidos, es el tono de piel y el origen étnico. Ya nadie puede escapar de lo que comunica el color de piel.

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¿Cómo se combate ese racismo, con el que ciertamente convives en Estados Unidos?
Bueno, Trump ha generado la siguiente paradoja: ha puesto a las minorías raciales en una posición, dicho esto muy entre comillas, de cierta ventaja. Porque hoy esas minorías tienen una autoridad crítica y una voz legítima que no existía ni en los tiempos de Obama. Durante los años de Obama sentías que las cosas realmente habían cambiado porque en la Casa Blanca había un tipo parecido a ti. Pero ahora, con Trump, la gente te presta más atención que antes porque lo que tienes para decir se ha vuelto muy relevante. Con Trump ha surgido un gran reconocimiento en las calles a la voz de, por ejemplo, los afroamericanos, sobre todo con movimientos como Black Lives Matter, que es más pertinente que nunca. Yo creo que ahí es donde los latinos están perdiendo la batalla, porque no se han subido al vagón de la lucha de los afroamericanos, ni para apoyarlos de una manera clara, ni para crear su propia instancia política. Es un error que los latinos en Estados Unidos van a pagar muy caro.

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¿Qué tanto te afecta la situación actual de los mexicanos en Estados Unidos?
Me afecta desde un punto de vista emocional e intelectual. Mi principal contacto con los mexicanos en Estados Unidos es a través de mi esposa, que es fonoaudióloga y trabaja con muchas familias de latinos indocumentados. Las historias de horror que ella me cuenta, además de lo que me entero, me duelen mucho, y no sé si voy a hacer algo con eso en algún momento. Creo que ahí hay grandes historias y no sé quién las va a contar.

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¿La comunidad indocumentada aún no tiene su narrador?
Hay gente como Sandra Cisneros, aunque desde mi opinión prejuiciosa diría que son autores muy menores, no los grandes escritores que yo espero ver. Estados Unidos es un país de inmigrantes y todos los inmigrantes acaban por producir sus escritores. Los italianos produjeron a John Fante; los judíos a Saul Bellow y Philip Roth; los esclavos traídos, que no fueron inmigrantes, produjeron a Toni Morrison, Ralph Ellison y James Baldwin, entre otros. No me cabe la menor duda de que uno de los dreamers va a ser el próximo Philip Roth o Toni Morrison. Y es que, así como Francis Ford Coppola contó la gran historia del inmigrante del sur siciliano en Estados Unidos con la saga de El Padrino, hoy nos falta esa narrativa, la de los hijos de indocumentados. Quien se encargue de esa narrativa habrá nacido en el ghetto o en el valle de California, y va a contar una historia que cambiará para siempre la forma de entender al mexicano en Estados Unidos. Y no será para demostrarle nada a los pinches gringos, sino para nosotros mismos.

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¿Cómo explicarías el “fenómeno Trump”?
He visto que se ha intentado explicar a Trump a través de la idea del “carisma”, como si fuera un Lula o un Hugo Chávez. Pero para mí está más relacionado a la cultura del entretenimiento y a esa condición tan desafortunada de Estados Unidos que es la celebrity culture. Se votó por el tipo que salía en televisión, no por quien había hecho un trabajo político a favor de una propuesta más o menos renovadora. Fue un ejercicio comercial, porque igual te podrían haber vendido una hamburguesa.

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En todo ese mundo cultural del que participas, ¿cómo se insertan tus libros?
Mis libros juegan mucho con la novela filosófica, aunque en el marco de la novela negra o erótica. De mi trilogía de “Vidas menores”, tal vez sólo la última, La hora ciega, encajaría en el concepto de “novela negra”, pero esa estructura sólo la utilizo para darle más fuerza al acento filosófico, muy presente en la primera, Cazador de tatuajes. La segunda, Terciopelo violento, es más extraña, está a caballo entre la novela filosófica y la novela erótica, y allí juega un papel preponderante el personaje de la Condesa, una mujer sumisa sexual pero con una gran independencia, una de estas mujeres que casi no existían en México cuando me fui y que ahora yo aquí me las encuentro en todos lados.

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¿Y, aún a la distancia, cómo ves México?
Mi impresión es que, si yo volviera a tener la edad en la que me fui a Estados Unidos, no me iría de México. Hoy México es un país que tiene todo lo que yo quería por entonces. Claro que, como muchos países de América latina, te da lo mejor y lo peor de sí mismo de manera simultánea. Es un país que me encabrona y fascina a la vez. Está colapsado por el dinero del narcotráfico y la corrupción, pero al mismo tiempo puede ser maravilloso. Con México no hay términos medios, y eso es parte de su encanto.

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FOTO:  Juvenal Acosta es autor de cuatro novelas: Terciopelo violento, El cazador de tatuajes, Tenebroso: el último inmortal y La hora ciega.

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