Un musical es un musical: crítica a “Siete veces adiós”, de Alan Estrada

Abr 16 • destacamos, Miradas, Música, principales • 1886 Views • No hay comentarios en Un musical es un musical: crítica a “Siete veces adiós”, de Alan Estrada

 

En Siete veces adiós, una pareja de reciente ruptura evoca sus años juntos, mientras un coro de rock-pop interviene para guiar la trama

 

POR IVÁN MARTÍNEZ
Cuando en 2014 los actores Mariana Garza y Pablo Perroni inauguraron el Teatro Milán, construido en el espacio que antes ocupó otro Teatro Milán irremediablemente dañado en el sismo de 1985, lo hicieron presentando Godspell, el musical clásico de Stephen Schwartz. Cuando al año siguiente el dramaturgo y director José López Velarde y el empresario Oscar Carnicero inauguraron La Teatrería, lo hicieron con el estreno absoluto de El último teatro del mundo, un musical concebido por el primero. Y el pasado 17 de marzo, un espacio que había permanecido cerrado por años, el Teatro Ramiro Jiménez, reabrió reacondicionado estrenando otro musical, Siete veces adiós, creado por un grupo de autores reunidos por el actor Alan Estrada.

 

Le busco romanticismo a las coincidencias. Este 2022, se cumplen 70 años del estreno del primer musical moderno de factura mexicana, Ni fu ni fa, creado por Edmundo Mendoza y que dirigió Salvador Novo en el Teatro Pardavé; lo protagonizaba nada menos que Rosenda Monteros.

 

Las distintas formas de teatro musical han estado presentes en México desde antes de llamarse México; en su forma de musical, como conocemos hoy a su variación estadounidense más clásica, desde su nacimiento como género, y, desde 1952, cada tanto aparecen anhelos mexicanos de abordar éste con obras creadas aquí.

 

Hay en México una tradición, pues, de presentarlo, pero —recalco el “cada tanto”— no de escribirlo; o de hacerlo con éxito: Ni fu ni fa duró apenas dos semanas en cartelera. Algunos creen que tiene que ver con una idiosincrasia cuyos genes no entienden su naturaleza (pon a un francés a escribir una zarzuela); yo creo que si el teatro musical tiene variaciones que van de la ópera al cabaret y pasan por el intermezzo y la opereta, los creadores podrían encontrar su propio camino.

 

Hace unos meses pregunté al aire en Radio UNAM a Isaac Saúl, el emblemático director musical especializado en teatro musical, por qué, si teníamos tradición de presentarlo —a veces incluso al más alto nivel— había tan pocos: “hay muchos musicales mexicanos, y cada año se escriben tres o cuatro, ¡lo que pasa es que son muy malos!”

 

Los suele escribir gente involucrada en el género, pero que no necesariamente tiene las herramientas y la formación para escribirlos. Al faltar el oficio musical, concluíamos hablando desde nuestra tradición clásica, terminaban estando desbalanceados. Hoy agrego que tampoco es que haya dónde aprender a hacerlo: a su hermana mayor, la ópera le sucede al revés, no hay libretistas.

 

Se echa mano del instinto, pero para desarrollarlo, hay que verse y escucharse, probarse en escena. Y para ello, falta quién se anime a producir y teatros que se ocupen de presentar. Ahí está el primer doble acierto, que sabe a hazaña, de tener en cartelera Siete veces adiós, el musical ideado y dirigido por Alan Estrada, con libreto escrito a cuatro manos con Salvador Suárez, y música a seis con Jannette Chao y Vince Miranda.

 

El principal acierto es que hayan encontrado un camino propio para contar esta historia a través de un género teatral-musical, formalmente hablando. Y que ese camino haya resultado uno casi siempre elocuente, orgánico y lógico. Balanceado.

 

Siete veces adiós es un musical sencillo: una pareja acaba de romper y los veremos recordar los siete años de su relación, preguntándose si el amor es para siempre, si aún se conocen, si la ruptura es definitiva, si el amor de mi vida es… Es simple, es un cliché; presenta un tema, con siete variaciones, aunque nunca se desarrollen; no se hurga en ninguna profundidad, lo que no lo vuelve superficial necesariamente, y es efectivo. Para algunos incluso conmovedor.

 

En la trama participa la pareja (ella y él, interpretados por Fernanda Castillo y Gustavo Egelhaaf) y un narrador andrógino que representa al amor (interpretado por César Enríquez). Ninguno de ellos canta: en escena permanece una banda de rock-pop que acompaña a cuatro cantantes que fungen de coro, cuyas intervenciones guían la historia a través de sus canciones; éstas son fieles al estilo de Chao, un rock-pop grato, característico y sofisticado que, aunque no es un vehículo narrativo sino un complemento (ni siquiera hay una canción representativa y menos un leitmotiv musical), se amalgama muy bien con el concepto narrativo y visual.

 

El espectáculo está construido para ir de menos a más en cada elemento, encontrando el segundo acto la mayor intensidad narrativa (creo que está dividido no por una cuestión dramática, sino práctica), las mayores oportunidades de lucimiento actoral (hay instinto dramatúrgico para crear el arco que conforma el espectáculo todo), las canciones más emotivas (a veces se roza el estruendo desde el diseño de audio), el mayor juego de texturas en la escenografía (Jorge Ballina) y la iluminación (Félix Arroyo).

 

Y hay aciertos en su ejecución palpables y vigorosos desde el inicio: Castillo, que es una presencia de gracia y equilibrio cuyas enunciaciones y matices están siempre adecuados y consecuentes, el vestuario de Luis Roberto Orozco, el juego de orquestaciones en una banda de recursos mínimos, la potencia cuidada de todos los vocalistas; que terminan obviando otras debilidades: la tibieza actoral de Egelhaaf o la falta de amplitud que permitieran mayor lucimiento a Enríquez.

 

Siete veces adiós es un musical conceptual, pero no experimental. Como producto de la posmodernidad, se sirve de recursos escénicos y sonoros varios que se han utilizado tradicionalmente en distintas formas del teatro musical y Estrada los ha utilizado a su favor, encontrando el camino propio para esta historia. Ha estado cerca de sobrepasar el límite que separa la efectividad del efectismo, e incluso el de la superficialidad, pero su instinto ha funcionado, y deberá seguir haciéndolo en los siguientes anhelos a los que acuda. Un musical sin etiquetas es posible.

 

FOTO: Al centro, Fernanda Castillo y Gustavo Egelhaaf, protagonistas del musical, acompañados alrededor por el coro/ Cortesía de la producción

« »