Filippo Meneghetti y el desamparo discordante

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En Nosotras, una pareja lésbica septuagenaria busca escapar a Roma para amarse en libertad después de dos décadas en la clandestinidad, pero una tragedia frustrará sus planes para el resto de sus vidas

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Nosotras (Deux, Francia-Bélgica-Luxemburgo, 2019), apasionado debut del antropólogo romano de 39 años Filippo Meneghetti (un documental y cortos), con guion suyo y de las feministas francesas Malysone Bovorasmy y Florence Vignon, la septuagenaria exguía de turistas berlinesa jubilada Nina Dorn (Barbara Sukowa) y la septuagenaria viuda francesa Madeleine Mado Girand (Martine Chevallier) sostienen desde hace dos décadas un armónico nexo amoroso colmado de caricias y apoyo mutuo en una bella pequeña ciudad gala, aunque sólo pasan por dos buenas vecinas, pues la temerosa Mado se siente obligada a mantener oculta la naturaleza de su relación ante los demás, ante la culpa de haberle sido infiel a su amargado marido difunto y ante sus prejuiciosos hijos cuarentones Frédérick (Jérôme Varanfrain) y Anne (Léa Drucker), ésta última esforzada madre soltera del avispado chavito Théo (Augustin Reynes), pero a la hora de querer emigrar juntas a Roma tras vender sus respectivos deptos, la debilidad de Mado para enfrentar esa situación provoca un furioso altercado entre la dulce pareja lésbica, y un derrame cerebral a Mado que primero la pone al borde de la muerte y luego, a medias recuperada, la deja paralizada y afásica para siempre, a merced de su hija y de la ignorante cuidadora de tiempo completo Muriel (Muriel Bénazéraf), sin que la roída por la culpa y sentimentalmente deshecha Nina tenga derecho alguno a intervenir, debiendo limitar sus indispensables atenciones, las únicas realmente recuperadoras, a visitas clandestinas y a situaciones folletinescas, pugnas y chantajes con la cuidadora para estar cerca de su adorada pareja de toda la vida, fugas, confrontaciones violentas, reclusión en un asilo a la inerme paciente irrecuperable, e incluso dando lugar finalmente a un absurdo rescate transgresor y entrañable de Mado por su Nina relegada, desposeída y presa de un doloroso desamparo discordante.

 

El desamparo discordante nace del encomio límite y del respeto absoluto a un amor lésbico de la tercera edad, un tema apenas abordado por la ficción fílmica actual aunque rastreable en algunos documentales estadounidenses de cine directo desde hace dos o tres decenios, un cariño a toda prueba y sobrepasando todos los obstáculos interpuestos tanto por la sociedad en esta época, donde los prejuicios y suspicacias de la provincia francesa se plantean al nivel de cualquier pueblaco atrasado del tercer inmundo, aunque como a la manera de pruebas que se proponen a las heroínas dentro de las mitologías de la pasión romántica en Occidente, pues la condición de su desamparo no es sólo afectiva y sentimental, sino también surge de la patente y sublime pero sublimada y perpetua disparidad entre la mujer fuerte y la mujer débil en algo que antes cursilonamente se llamaba duelo de actuaciones si bien ahora podía leerse en los dos sentidos del concepto duelo (duelo de reto y combate, duelo de luto y resiliencia), entre una envejecida legendaria jamás decrépita Barbara Sukowa (quien de cierto modo sigue siendo- nada menos que la estoica maquinadora medieval Hildegard von Bingen y la sabia pensadora temeraria Hannah Arendt de las reivindicadoras cintas biográficas magnas de Margarethe von Trotta 2009/2012) y una subsumida quasi cosificada actriz teatral debutante tardía en cine Martine Chevallier (de la Comédie Française), entre la personalidad de la anciana teutona explosivamente excelsa Nina y la hipersensible vieja francesa patéticamente vulnerada Mado, si bien uno puede acabar preguntándose quién era y es cuál con esas mismas características.

 

El desamparo discordante se articula así como un reverberante mal sueño existencial, marcado por la línea onírica de una apertura en la cual cierta niña simbólica desaparece por completo detrás de un árbol al estar jugando a las escondidillas y a la mitad del relato es hallada también oníricamente víctima de ahogamiento por la angustiada Nina en trance de un despertar agitado hacia su propia pesadilla vivida, donde la carne del guiso se achicharra en un sartén para que en el espacio fuera de cualquier visión la frágil Mado sea descubierta tras su fatal evento vascular, donde justo escurriéndose por las paredes de un humillante escondite de emergencia la astuta amante lésbica debe enterarse de las desgracias ocurridas a su amada, o bien donde la aparición de una mascota felina en el pasillo entre los dos deptos rinda cuentas premonitorias de la vivienda saqueada y devastada de Nina por la rencorosa cuidadora en el desempleo y su hijo golpeador (Stéphane Robles).

 

El desamparo discordante debe así buena parte de su vehemencia y de su conmovedora eficacia emotiva al conflicto dramático del pudor con el melodrama sutil e irreconocible (maniqueísmo elemental, acrobacias para esconder secretos, féminas ¡en el clóset a su edad!), pues su originalidad emerge del contraste insoluble entre la cantidad enorme de peripecias múltiples más o menos sorprendentes y retorcidas que va escalonando la trama sujeta tanto al cambio de vientos de la adversidad como a la delicadeza enorme de los modernos recursos expresivos del realizador, donde cobran especial relieve el tono confidencial que impone la sigilosa música nunca ilustrativa de Michele Menini y la contundencia de un alto régimen de elipsis de acuerdo con la tajante cuan sugestiva edición de Ronan Tronchot, haciendo refuerzo y eco desvalidos a la calidez de la fotografía de Aurélien Marra llena de solitarios paisajes otoñales, cerradísimos acercamientos intimistas a las dos protagonistas palpitantemente unidas y una especie de cerco tendido a través de movimientos internos dentro del encuadre y una compacta urdimbre de campos vacíos como residuos y atisbos de otra vida posible vuelta imposible impedida.

 

Y el desamparo discordante mantiene finalmente fundidos los rostros abrazados de sus heroínas amorosas, al margen del barullo de timbrazos y demandas de perdón por siempre excluidas.

 

FOTO: Martine Chevallier y Barbara Sukowa estuvieron nominadas al César 2021 en la categoría de Mejor actriz; este reconocimiento es entregado por la Academia de las Artes y Técnicas del Cine de Francia/ Especial

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