Adelanto del libro “Sobre pedazos de vidrio”, de Melinna Guerrero

Abr 16 • destacamos, Ficciones, principales • 1833 Views • No hay comentarios en Adelanto del libro “Sobre pedazos de vidrio”, de Melinna Guerrero

 

Adelanto del libro de Melinna Guerrero Sobre pedazos de vidrio, publicado por Círculo de Poesía. Esta obra establece una dialéctica entre lo atrevido y lo doloroso, a través de variopintas estructuras poéticas

 

POR MELINNA GUERRERO

 

La forma de un poema

Le dices a esos hombres a la mesa que tu viaje es éste,

un objetivo en la ciudad,

un martirio para tus padres

que eres joven, que quieres escribir

y no sabes cuál es de verdad la forma de un poema

que repites frases favoritas de chicos que tuvieron otras frases favoritas

que viajaron en metro, en autobús, en una línea paralela que te deja una estación después

hablas de una frontera con la que no pudiste lidiar

con la que guardaste tus libros y los abandonaste a quien te dio un peso de más

que está bien, que irse es mejor que aguantar el puerto

el mar

la sal

una canción de Shakira que te promete conocerás

en enero, claro

un hombre de cicatrices

y las vas a limpiar.

Por eso cantas, a la mesa

un hombre te toma, una vez, de nuevo otra

para hacer con tu cuerpo animalitos de plastilina

que mejoren tu métrica al verso

que no te permitan dejar caer la palabra en una mala estrofa

que sepas terminar una estrofa

que sepas cuál es una rima abrazada

estás a la mesa

y cuentas a los hombres que eres joven, que quieres escribir

y no sabes cuál es de verdad la forma de un poema.

 

Pares de zapatos

Para que el mundo funciones correctamente se necesita un par de tenis del mismo número. En realidad, nadie prevé que el izquierdo sea un número menos del que pides; nadie espera que, cuando los intentes usar, hasta las cintas sean distintas. Un par que no es par. Para que el mundo funcione correctamente, trazamos una ruta de regreso hasta el lugar en donde los compramos, porque no podríamos pensar siquiera en la idea de la asimetría. Aún y cuando decidamos platicarle a los demás que esto es un fenómeno extraordinario, que celebramos el azar, que no vamos a cambiarlos porque la estadística dice que somos de los pocos a los que les pasa, que armaremos un cuento, un personaje, una ciudad que vive de pares que no lo son. Que esta historia también es la nuestra, que hay una simbología perfecta y estructurada; la suerte es un par de zapatos de un número impar; un argumento para no trasladarnos; que preferimos la historia de unos zapatos que ya no vamos a usar.

 

Civilización

Las ardillas buscan darse paso, como todos, en la ciudad: cruzan calles como perfectos hombrecitos de barro, desarrollan un conocido malabarismo sobre los cables de la luz que las llevarán, con alguna especie de suerte, a ser domesticadas. En realidad, sólo queda verlas cambiar, ofrecerles alguna nuez, creer en la distancia que las separa de ser sólo ratas, escuchar algún amigo decir cuán desgraciadas son, mientras explica, con toda la responsabilidad de quien se sienta a alimentarlas, que merecen un lugar, como todos, en la ciudad. Tendremos ardillas civilizadas, con tarjeta de circulación y extenderemos sus fotos en los postes del alumbrado público para encontrarlas. Pensaremos en ellas, trataremos con su paso casi escondido y, como todos, vivirán deseando la armonía de los parques, antes de esto, de la mañana en las estaciones que las arrastran temprano y en corbata a populosos trabajos en altas oficinas que les regalan una vista impresionante, un cambio importante, un merecido retiro para al final de sus días vivir como verdaderas ardillas, en un parque que las extiende hasta el paso de algún anciano que compra alimento, que las mima con el final de sus días.

 

Confesión

Algún día, mamá, terminaré de aprender a abandonar esta casa

en la que mi cuarto da a una estrecha avenida

y las ganas de ser aire entran por esa ventana vieja.

Me iré en uno de esos carros de hombres hermosos,

en alguno de esa lista en la que escribes la marca de los autos

que de madrugada me han traído a casa.

Porque todavía no aprendo a ser una jovencita con buenos modales,

pero en cambio conozco las calles exactas donde te venden alcohol

después de las once los lunes cuando te digo que regreso tarde.

Perdón, mamá, por llegar borracha a casa sin conciencia

por besar al muchacho que me ha llevado a casa esta noche

por no conocer el nombre del muchacho que me ha llevado a casa esta noche,

por tomar de tu bolso las monedas para pagar dosis infinitas de viajes a casa en taxi,

por hablar como una borracha, por reírme como una loca desenfadada

por ser feliz fumando marihuana a las tres y media de la mañana

por hacerme más vieja entre los hombres que no sé si me aman,

por no haber conquistado el amor de un hermosos muchacho,

por masturbarlo hasta el cansancio.

Perdón, mamá,

porque sé que esta voluntad de ser la que siempre se marcha te dejará un silencio inconsolable

no te preocupes, estaré bien

voy a estar bien con mi sueldo de mil pesos la semana

y los hijos que nunca tendré con los hombres a los cuales nunca les diré que los amo,

que siempre intentaré abandonar para no soportar

que vean la forma de mi amor

que conozcan la muchacha que soy

y a la que no he sabido perdonar.

 

Feminismo fundamental
Ryha Ludis fue la primera mujer en descender 1400 pies bajo tierra en una mina. Lo hizo como preparación para ejecutar un mural en México y lo hizo, también, para superar el prejuicio que existía “en contra de la presencia de las mujeres en la mina, pues existía la creencia de que ocasionaban accidentes”. Ludis baja al centro de la tierra para mostrar que la historia de una mujer no es la del desastre (Léase Madame Bovary, Anna Karenina). Pero supongo que es cierto, el desastre nos acompaña. Por eso encontramos que en varias partes de México se prohíbe que una mujer entre a los chilares porque “la sola aproximación de un órgano sexual opuesto produce maleficios irreparables”. Y entonces, algo monstruoso somos: el desastre, el anuncio de lo irreparable, la figura de la maldad, del libertinaje y el pecado. Intuyo, que si alguien ha instaurado una norma han sido los hombres. Nosotras, a lo largo de los años, parece que nos hemos divertido.

 

Departamento tres

La chica del tres tiene un amante “hindú”. Es joven, pero no tan joven como a ella le hubiera convenido; tiene más años, otros países en sus talones, horas de sueño muy por encima de las de ella. Pero es joven y tiene una sonrisa casi blanca… en realidad, amarilla, cuando ella compara sus dientes con los de quien estuvo antes que él. La chica deja que el amante “hindú” la visite, escoja un vino barato y lo traiga a casa. Ella lo abraza pese a olvidar un instante después la forma en que sus brazos la envuelven. Al amante “hindú” le incomoda su departamento. Preferiría evitar las paredes viejas, el grifo de la cocina que no hace otra cosa distinta que escucharse. Elegiría, si tuviera opción, irse cuanto antes, dejar el vino, besarla y después adiós, en ese acento extrañísimo. Pero él se sienta en el sofá que ya es casi nada, madera y un cuerpo roído. Ella cocina y su cuerpo esbelto que tiene la belleza de un edificio, de un edificio piensa él, se mueve despacio, una mano roza casi su pelvis y él se imagina que debajo existe algo mucho más con vida. La chica del tres sabe, aunque no lo diga, que los enunciados que él le ha dicho en esta noche tienen veintisiete sílabas, veinticuatro si contamos sinalefas, veintitrés si contamos reglas métricas. Y ella piensa en esto, no en él, no en sus dientes manchados, en el color de su piel, en sus ojos abiertos a ella, no en su boca que besa, tampoco en la invitación a Puerto Vallarta, en el avión, en la escalera que los hará descender. La espuma llega hasta sus pies y el acuerdo que existe entre ambos no es más que arena y sal o una serpiente que ronda. La chica del tres lo besa. En el sueño de los viajes, éste es el que elige, un rostro del que aprende, para el que cocina, en el que se da cuenta de su belleza de edificio.

 

FOTO: La poeta Melinna Guerrero/ Especial

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